Concepto

Sincretismo en la mitología vasca

Otra modalidad bien conocida de sincretismo es la demonización por parte de la cultura dominante de los seres y ritos de la sometida. Esto puede realizarse de modo absoluto, o bien dividiendo en dos al personaje y creando una parte buena y otra parte mala. De este modo la Dama de Anboto se convierte en la Bruja de Anboto, Sugaar (consorte de Mari) se convierte en Herensuge (dragón que aterroriza un territorio), y todas las criaturas paganas se transforman en criaturas nocturnas incapaces de resistir los rayos del sol o el canto del gallo (incluso los modélicos gentiles de Agerre). Algunos gentiles vascos empezarán a lanzar piedras contra los cristianos en lugar de lanzárselas entre ellos jugando, y fuera de nuestro país correrán aún peor suerte. Como mínimo los pintarán de sucios, desaliñados y estúpidos, e incluso a veces como crueles caníbales, como Gargantúa o Polifemo. Además casi siempre la muerte es lo que sigue a semejante descripción, sobre todo en las culturas indoeuropeas. Que se lo pregunten si no a las serpientes y a los dragones que matan personajes como Apolo, Thor o San Jorge, o más cerca San Miguel/Teodosio de Goñi o el caballero Belzunce. También recibirán su castigo mortal los crueles Polifemo y Tartalo, así como incontables gigantes británicos y escandinavos.

La demonización de la antigua cultura tiene consecuencias semánticas importantes y acarrea pérdidas de patrimonio cultural. Las ofrendas relatadas en las antiguas leyendas se convierten en robos en las nuevas, ya que los seres bondadosos que protagonizaban aquéllas han sido demonizados en éstas. Los relatos quedan completamente desfigurados. El Basajaun que recibía las ofrendas de los pastores agradecidos por sus servicios se convierte en un vulgar ladrón que les roba la leche. Las tímidas lamiñas que de noche consumían las ofrendas de los aldeanos en pago a su asistencia, son ahora ladronas insolentes que reciben su merecido. Sin embargo, bastantes versiones de tales relatos se hallan aún a media digestión de las transformaciones sufridas y su estado original resulta reconocible y reconstruible. Peor es el caso en el que la nueva denominación es de tipo muy general y nos impide ver con nitidez a quién ha reemplazado. Por ejemplo los nombres de lamia y bruja han sido usados en toda Europa desde la Edad Media para designar a cualquier tipo e ser pagano. Esto a veces es irrelevante, porque las características funcionales del personaje o la existencia de versiones mejor conservadas nos permiten conocer con precisión quién se esconde bajo esa denominación general. Cuando se nombra a la Bruja de Anboto ya sabemos de quién se está hablando. O cuando vemos que las lamiñas transportan sobre su cabeza enormes losas de piedra para construir un dolmen, tampoco nos caben dudas de que un gentil o mairu se esconde bajo dicho apelativo. Desgraciadamente no siempre es el caso, y a veces resulta imposible despejar por completo la bruma. Por ejemplo, puede sospecharse que tras algunas lamiñas de las que entran de noche en las casas a consumir las ofrendas se hallen los propios difuntos de la casa y no las lamiñas asociadas a fuentes y pozos, pero no encontramos una denominación propia para tales difuntos y no resulta posible confirmar la presunción más allá de toda duda.