Concepto

Occitano

Navarra y Aragón conocieron en un corto período de tiempo, de la segunda mitad del s. XI a la primera mitad del XII, dos corrientes inmigratorias procedentes fundamentalmente del sur de Francia (Rouergue, Quercy, Provenza y sobre todo Béarn) de habla occitana. La primera de ellas tuvo lugar durante los reinados de Sancho Ramírez que trajo a pobladores a Jaca (1063), Estella (1076-1090), Pamplona (1083), Rocaforte (1076) y Puente la Reina (1090); y de su hijo, Alfonso I el Batallador, que oficializaría dichos asentamientos otorgándoles el Fuero de Jaca a Puente la Reina y Sangüesa en 1122 y a San Cernin de Pamplona en 1129. Estas comunidades acogidas expresamente por los citados reyes y aforadas como se ha dicho, estaban integradas por cambistas, comerciantes y artesanos, agrupados en burgos con la exclusión estricta de los naturales del país, nobles o infanzones, clérigos o simplemente navarros, que pudieran alterar la armonía jurídica y económica de los citados "francos" y que por ello estaban obligados a vivir en las "Navarrerías".

Esta población asentada en los citados núcleos urbanos del Camino de Santiago a su paso por Navarra, se expresó tanto oral como por escrito en un tipo de occitano unificado, dada la diversa procedencia de sus gentes, como lo demuestra la scripta conservada especialmente en el Archivo General de Navarra, los Archivos Municipales de Pamplona y Estella, así como en los Conventos de Clarisas de dichas ciudades, etc., como se dirá más adelante. Como es natural en la documentación occitana de Navarra se dan frecuentes navarrismos, al igual que en la de Jaca, aragonesismos.

La segunda corriente inmigratoria de gentes del Midi tuvo lugar después de la conquista de Huesca, Zaragoza y Tudela con la repoblación del Valle del Ebro, entre 1118 y 1134. No parece que tuvo consecuencias lingüísticas, ya que, al contrario de lo sucedido en la primera, no gozó de un concesión jurídica especial o privilegiada y, lo que fue más importante desde el punto de vista lingüístico, esta corriente inmigratoria se encuadró dentro de una población de habla romance navarro-aragonesa que la absorvió. Otro tanto podría decirse de los "francos" asentados en Logroño, Burgos, Sahagún, León o Santiago, donde no se registra un solo documento redactado en occitano.

A decir verdad la población autóctona navarra integrada mayoritariamente por monolingües vascos, carecía no sólo de conocimiento de las lenguas -francés y occitano- imprescindibles para atender las demandas de los peregrinos y comerciantes, sino también de los conocimientos técnicos artesanales y administrativos necesarios para la producción de bienes y sobre todo de un estatus jurídico que les permitiera el ejercicio de dichas funciones. Como muy bien señaló en su día M. Berthe en su aportación "Relectura histórica de la Guerra de Navarra de Guilhem Anelier de Tolosa":

"Las lenguas habladas por los burgueses, el occitano y el francés, eran las lenguas de los negocios, las lenguas de los peregrinos y permitían a sus hablantes los conocimientos técnicos para la buena marcha de los negocios, frente a los navarros que sólo hablaban el euskera".

El conjunto de textos occitanos no gascones de procedencia navarra es muy notable si lo comparamos con el conservado en Jaca. Comprende todos los pertenecientes a la scripta jurídica, como son las versiones occitanas de los fueros de Estella y Pamplona, junto con los Establissementz u Ordenanzas de Estella y más de 400 documentos notariales procedentes del Archivo General de Navarra y el poema histórico de Guilhem Anelier de Tolosa, La Guerra de Navarra (1276). A estos textos habría que añadir el Compto de 1280 y una abundante documentación municipal conservada en el Archivo Municipal de Pamplona, en el Archivo de la Catedral de dicha ciudad, en los Archivos Monasteriales de Monjas Clarisas de Estella y Pamplona-Olite y de las Agustinas de S. Pedro de Ribas de Pamplona, así como en los Parroquiales de San Cernin de Pamplona y de Estella.

J. Mª Lacarra al referirse a Pamplona en su estudio Vasconia Medieval (San Sebastián 1957, p. 19) dice:

"... veremos multitud de documentos redactados íntegramente en provenzal, lengua que conservó allí su vigor hasta el siglo XIV".

"... en estas ciudades -se refiere a Pamplona, Estella, Puente la Reina y Sangüesa- eran tres los idiomas hablados: el euskera, el romance navarro y el provenzal y no faltarían gentes que comprendieran los tres ".

Del examen de estos textos se deduce que están redactados en un occitano muy homogeneizado, capaz de servir de instrumento de comunicación para el conjunto de gentes oriundas de ultrapuertos y procedentes de diversas regiones, como advirtió L. Michelena en su trabajo "Notas sobre las lenguas en la Navarra Medieval"(Homenaje a J. Esteban Uranga, Pamplona 1971, p. 212). Era el equivalente al occitano común estandarizado originario de la región central delimitada por Toulouse, Quercy y Rouergue, con elementos gascones, diferente del nord-occitano de las hablas de Limoges, Périgord y sur del Poitou, así como de las de Provenza.

La pervivencia del occitano en la Navarra medieval hasta bien entrado el s. XIV, especialmente en la chancillería real y en los burgos de Pamplona y Estella, se debería, como señalan, entre otros, J. Mª Lacarra y F. González Ollé, por un lado al estado jurídico de la población franca, por otro a su situación económica muy superior a la de los autóctonos y al hecho de que les separaba y aislada la propia lengua vasca. Tan sólo cuando el romance de Navarra pasó a ser lengua oficial del reino con Carlos II (1350) y se impuso la cohesión social y jurídica en Pamplona con el Privilegio de la Unión (1423), el occitano entró en un rápido declive hasta su desaparición. En realidad estaba más indefenso ante el romance de Navarra que ante el euskera.