Concepto

Carnavales de Navarra

Las danzas exclusivas de estas fiestas eran ejecutadas en momentos determinados y, en la generalidad, por los jóvenes varones, tal y como sucedía con el Zortziko de Lantz, la Zaragi Dantza de Arano y Goizueta, o el Ingurutxo de Areso. Un caso un tanto excepcional por el amor que existe hacia sus tradiciones, sobre todo la danza, es Luzaide. Hasta antes de la guerra civil este pueblo celebraba el Carnaval en las fechas habituales. En los años cincuenta del siglo XX modificaron su fecha, pasando desde entonces a celebrarse únicamente el Domingo de Pascua de Resurrección. Los jautzis (Muxikoak, Hegi, Lapurtar motxak...) y otras danzas han dominado la celebración constituyendo una identidad asociada a sus pobladores.

Los términos danza y baile se suelen utilizar indistintamente, en ciertos círculos, para los diferentes tipos de coreografías, pero entre ambas denominaciones existe más una diferencia semántica y de estructura: danza autóctona, baile importado acomodado por la cultura que lo acoge. Tanto una como otro formaban, y forman, parte de las cuestaciones, en las que podemos distinguir entre el baile "a lo suelto" y "el agarra(d)o" en los que participaban, incluso, los dueños del caserío, como elemento de relación y mantenimiento de una buena vecindad.

Este tipo de bailes, que eran básicos en los bailables y romerías de los domingos y fiestas, se llevaban a cabo, además, el Domingo de Carnaval y, en ciertas ocasiones, también el Martes de Carnaval. Después de finalizado el mismo, al toque de oración o illun ezkille, las mozas debían ir a sus casas. Eran acompañadas por los muchachos, los cuales una vez de haberlas dejado, volvían a la taberna para cenar, bailar y liquidar las cuentas de estas fiestas.

Los instrumentistas variaban según pueblo o zona. Unas veces eran contratados por la asociación juvenil; otras eran del pueblo. Mientras en unos disponían de un o una panderetera, en otros el txistulari o un acordeonista, deleitaban a la muchedumbre. En la zona media y el sur, la guitarra y la bandurria tenían un fuerte arraigo: con o sin compañía de otros instrumentos la diversión estaba garantizada.

Y, por último, los juegos. El juego del higo, "al higuico", extendido no sólo por la geografía navarra, era un referente de algunas localidades. Un adulto, disfrazado la mayoría de las veces, se encargaba de reunir a niños y niñas y, con un palo de que pendía un higo desecado, éstos debían atraparlo con la boca.

Otros dos ejemplos son, por un lado, el Atxe ta tupinak realizado en Luzaide, en el que dos muchachos vestidos, uno con ropas femeninas y otro con ramas de espino, deben ser desposeídos de las mismas. Cada uno porta su zirtzila, una especie de porra para defenderse de los jóvenes que intentan su cometido.

Por otro, el Oilar Jokua y el Oilasko Jokue, convertidos en juego infantil, donde el niño debía, mediante los ojos vendados y con música, orientativa o todo lo contrario, alcanzar el lugar donde estaba el gallo enterrado con la cabeza fuera, para tocarle. Al ganador se le obsequiaba con el ave. Lo mismo sucedía con el ganso colgado del cuello en el Antzara Jokue juvenil de Betelu, Arribe, Lekunberri y Azkarate.