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DAMASQUINADO

El damasquinado eibarrés en Toledo.

Desde hace bastantes años absorbe esta ciudad, casi enteramente, la fama del damasquinado. Viene creyéndose que la industria que nos ocupa vino a Eibar desde la ciudad del Tajo. Craso error, porque no es cierto. De haber sido así, holgaba proclamar a Eusebio y Plácido de Zuloaga como a sus creadores; hubieran sido simples artistas sin más atribuciones. Nada se tiene en contra de los artesanos toledanos; todo lo contrario. Y no deja de ser un honor para todos el que haya habido relaciones entre los de ambos tipos de artífices. Y desde tiempos muy anteriores a éstos que estamos aludiendo. Los espaderos vascos que allí se establecieron junto a los nativos, el acero que se llevaba desde Mondragón, el herramental para reorganizar aquellas fábricas y otras noticias, confirman hasta la saciedad unas relaciones entre aquéllos y nosotros. Para más abundamiento citaremos que el año 1761, cuando dispuso Carlos III la creación de la Fábrica de armas blancas de Toledo y designó para esta misión al Coronel don Luis de Urbina, ejecutó la orden llevándose una partida de armeros vascos, porque a la sazón ocupaba el cargo de Director de las RR. FF. de Placencia. Eibar o Toledo? Sin ánimo de polemizar, sino tan sólo contribuir a aclarar las cosas, he aquí la versión más verosímil de cómo se introdujo el damasquinado -repetimos, de los Zuloaga- en Toledo. Desde 1865 a 1875 se hacían en Eibar trabajos damasquinados para la Fábrica Nacional de armas blancas de Toledo. La incomodidad del transporte de ida y vuelta originaba una pérdida considerable de tiempo y un aumento de costo que se deseaba evitar. Así que debido a estas circunstancias se solicitó el traslado de algunos artesanos especializados a Toledo para que realizasen allí mismo su trabajo. Fueron éstos los que introdujeron la enseñanza del damasquinado en Toledo. En 1875 no tenían en Toledo noción alguna de esta labor. Por lo tanto, Eibar enseñó a Toledo. [Pedro Celaya: Eibar. Síntesis de monografía histórica, ob. cit. pp. 36 y siguientes]. La cuestión ha sido bastante debatida en estos tiempos. Lo prueba la carta abierta que envió a la prensa don Julián Aristondo, Maestro Mayor del Gremio de Damasquinadores de Eibar, en réplica a un artículo publicado en «Informaciones», de Madrid, y reproducido en «La Gaceta del Norte», de Bilbao. No señala el escrito la anualidad pero sospecho que pudo ser hacia 1946. Dice así: Ha causado verdadera indignación en la Villa de Eibar y muy principalmente entre los industriales que componen el Gremio de Damasquinadores encuadrado en la Obra Sindical de Artesanía, el articulo aparecido en el periódico «Informaciones de Madrid correspondiente al día 24 de marzo pasado, bajo la firma de José de Castro Arines y los titulares siguientes: El Mundo pintoresco de las falsificaciones. «La Gaceta del Norte» de Bilbao, en su número correspondiente al 7 de abril lo reproducía íntegramente. Ignoramos si el Sr. Castro Arines había hecho publicar su artículo en otros periódicos. Reunido el Gremio, bajo la presidencia de nuestras Jerarquías Sindicales y con el Alcalde y Corporación Municipal de Eibar y después de las «expansiones» naturales e inevitables, fruto de la común excitación, dejamos lugar a la serena meditación y decidimos salir al paso de las inexactitudes por no decir falsedades o calumnias- que la falta de información y escaso sentido de la responsabilidad del Sr. Castro Arines hace publicar a periódicos de tanta solvencia como son los que hemos mencionado. En cumplimiento de acuerdo unánime y siguiendo las directrices, del mismo he de hacer constar como premisa indiscutible: Que los damasquinados de Eibar no guardan ningún agravio contra los de Toledo a quienes consideran colegas de un mismo artesanado dentro del cual, por vías de superación individual será más experto aquel a quien Dios haya concedido mayores facultades y oportunidades: y si en el transcurso de estas líneas a ellos nos hemos de referir es porque en este plano nos vemos obligados a situarnos en defensa de una reputación que nos han legado nuestros antepasados y que consideramos sagrada. Una vez esto sentado, restamos aún afirmar que no conocemos al Sr. Castro Arines y que asimismo tenemos la seguridad de que el nos desconoce tanto a nosotros como a los frutos de nuestro trabajo, únicamente así nos conformamos con calificar de ligereza lo ocurrido y admitimos el que haya obrado dentro de la «buena fe» que debe presidir las acciones de todas las «personas». Y ya, vamos al grano: Dice el articulista -hablando de falsificaciones-- textualmente: «Pensad con qué facilidad hace apenas años paralizada en Toledo la fabricación de damasquinado, de tanto prestigio desde antiguo, vendían tranquilamente como tales las vulgares incrustaciones, eibarresas. El Damasquinado no procede de Toledo, sino como su nombre dice y como pregonan a gritos sus arabescos, de los países árabes. Cierto es que los árabes llegaron a Toledo y no a Eibar, pero no sólo en Toledo ejecutaron trabajos de esta clase sino también en Granada y otras poblaciones del Sur, y aunque desconocemos el nombre que le daban, sin duda no le calificaban de «damasquinado». Fueron los árabes expulsados y con ellos se llevaron su secreto y el damasquinado desapareció en España hasta que en 1865 siendo D. Eusebio Zuloaga conservador de la Armería Real de Madrid, allí tuvo ocasión de conocer algunas viejas armaduras que estaban trabajadas con caprichosas incrustaciones de oro y estudió concienzudamente el modo en que se habían realizado aquellas filigranas. Hizo los primeros ensayos en Eibar, consiguiendo ejecutar algunas piezas de armadura de un damasquinado perfecto. Pero D. Eusebio hacia sus trabajos, en aquellos principios todavía, por el método primitivo que los eibarreses llaman de «punceta». Fue su hijo D. Plácido el que introdujo después el moderno sistema de «extraído a cuchillo», haciendo con ello evolucionar el descubrimiento de su padre mediante recursos de una mayor facilidad y perfección. No solo fue don Plácido un innovador sino el verdadero introductor del damasquinado en Eibar, donde tuvo un magnífico taller y creó escuela de bella artesanía. En las pruebas iniciales su padre no había pasado de ejecutar sables, rodelas y otras piezas de imitación al modo de las que había visto en la Armería Real. Don Plácido dio al damasquinado nuevas aplicaciones artísticas en jarrones, ánforas, cofres para joyas y, sobre todo, en obras de tanto empeño como son: El panteón de Prim en Madrid (1879 ) y el rico altar del Monasterio de Loyola, por él ejecutadas. Se piensa fácilmente en Damasco al oír el nombre de «damasquinado». Aquellos eibarreses del tiempo de don Eusebio, puestos a dar nombre a su trabajo repararon en que la armadura que él se trajo para modelo había pertenecido a un guerrero de Damasco, cuyo nombre y otras particularidades constaban en el archivo de la Armería y, tal vez, en alguna inscripción sobre la misma armadura. Si el trabajo procedía de Damasco, los eibarreses encontraron muy lógico y hasta muy justo darle el nombre de «damasquinado». Pero damasquinado se hace también en Toledo. Y como este trabajo de filigrana algo tiene de arabesco y hasta busca con frecuencia motivos de gusto oriental, es frecuente creer que la ciudad de Toledo tiene sobre Eibar una primacía. Y, sin embargo, no es así. En la época en que no había ferrocarril y tenían que traer a Eibar desde la fábrica de armas de Toledo las empuñaduras y armas que deseaban damasquinar como encargos especiales de los Gobiernos para regalos a personalidades españolas o extranjeras, originaba grandes demoras la realización de estos trabajos que exigían el transporte, desde la fábrica de Toledo a Eibar. Para salvar estos inconvenientes fueron artesanos eibarreses los que los llevaron a la vieja capital mozárabe, y ello ocurrió en el año 1875. CON LO QUE SE COMENZO A CONOCER POR LOS TOLEDANOS ESTE ARTE SIENDO EIBAR EL QUE LO ENSEÑO DESPUES DE HABERSE PERDIDO DESDE LOS TRABAJOS ARABES. EN RESUMEN: EIBAR ENSEÑO A TOLEDO. El damasquinado, tanto en Eibar como en Toledo, es exactamente el mismo. Se raya la chapa de acero y sobre el rayado se incrusta el hilo de oro y plata formando dibujos. Su perfección de ejecución depende de la labor personal del artista y, por lo tanto, podrían estar mejor o peor ejecutados los trabajos pero no se puede hablar de falsificación, ni imitación en uno u otro sitio. Toledo se limita a motivos y dibujos árabes. Eibar, además de los arabescos ejecuta toda clase de dibujos damasquinados. Toledo trabaja con agua fuerte y calcomanías para marcar un dibujo en el acero que rellena con pintura, y esta modalidad no la hace Eibar, pero debe tenerse en cuenta que ésta, precisamente es la labor menos personal y artística, sino más bien mecánica. Toledo no hace el relieve. Eibar, sí. Tal cariño sienten los eibarreses por su profesión que el Gremio con la ayuda del Ayuntamiento y el patrocinio de la Obra Sindical de Artesanía sostiene una Escuela Especial de Damasquinado ¡sin más herramientas que los cinceles! de la cual no sale declarado oficial ningún aprendiz antes de los tres años de estudios. Muy pronto en Madrid -en mayo- se celebrará la Exposición Internacional de Artesanía en la cual nuestros productos se exhibirán al lado de los de Toledo. El público, que no es tan ingenuo como el Sr. de Castro opina, tiene la palabra.: Julián Arietondo Apellániz, Maestro Mayor del Gremio de Damasquinadores de Eibar. A pesar de que este escrito contiene divagaciones de tipo histórico y se confunden los procedimientos de trabajo, enlazándolos con los de los árabes cual si fueran de análoga factura, detalle que se ha tratado de distinguir en esta exposición nuestra, no cabe duda que el contenido es de sumo interés y tiende a aclarar los conceptos sobre el caso. Estos equívocos sobre la forma de elaborar la incrustación ornamental en los aceros no son propios de nuestra época; vienen de antiguo. En una reciente publicación [«Artesanal». Publicación informativa . de la Dirección Nacional de la Obra Sindical Artesanía (octubre, 1975), p. 6], al citar al damasquinador, diciendo que «es el obrero y artista que incrusta sobre el hierro o el acero decoraciones de oro y plata», se transcribe la definición de un viejo recetario, diciendo: «El obrero comienza por azular la lámina y objeto de cualquier otro volumen y forma, sobre el fuego; graba enseguida con el buril o al agua fuerte el motivo o asunto que quiere representar. Después incrusta en los trazos realizados un hilo metálico (de oro o de plata), que acaba de preparar, y, cuando el hilo incrustado ha formado cuerpo con el metal que le sustenta, se pasa sobre todas las superficies decoradas una lima dulce, al efecto de dejar pulimentada la obra». Total, que esta descripción viene a desorientar más que a instruir sobre lo que hoy debe entenderse por damasquinado. No es más que un procedimiento de ataujía o nielado que se practicaba anteriormente tanto en las armerías del País Vasco como en muchas otras, en Ripoll por ejemplo. Consecuentemente, hay que insistir y repetir machaconamente que es proceso muy distinto al damasquinado de Eibar. Tampoco encaja el dicho de que «el florecimiento de esta artesanía artística en el siglo XVI lo debemos a los italianos» y que «en España, bastante años después, arraigó en las provincias vascas», y que «probablemente sus talleres fueron coetáneos de los de la ciudad de Toledo». La contradicción entre estas y las anteriores noticias es manifiesta: La verdad está en las demostraciones técnicas y documentales; lo demás son partidismos y afirmaciones gratuitas que a nada conducen, si no es a desvirtuar unos hechos. Mejor es observar esta cuestión bajo otro prisma, como el que se decía de las espadas toledanas allá por el s. XVII, ensalzando en coalición las guarniciones que iban de Vizc., los aceros de Mondragón y la habilidad de los forjados del Tajo:Cuchillo y vencedora espada, de Mondragón tus aceros, y en Toledo templada. Hoy, casi en todos los trabajos que realizan los damasquinadores toledanos, se imprime el nombre de su ciudad. Es, sin duda, una propaganda bastante más eficaz que la peregrina alusión de «Joyas de Eibar» a la entrada de los pocos y pequeños talleres eibarreses que quedan en esta especialidad. Es patente que éstos no se han prodigado en guardar ese detalle en sus obras, al fijarse más en el trabajo en sí, que en difundir la procedencia mediante el mismo objeto trabajado. Este descuido, aparte de la decadencia artesanal de estos últimos años, absorbida por el creciente auge de la mecanización que inició su declive, y el incremento que por causas y enfoques turísticos ha experimentado Toledo, han influido lo suyo para fomentar la creencia de que sea la «ciudad imperial» la cuna del damasquinado. Para completar esta glosa, es preciso añadir que hoy se ha llegado a mecanizar en gran parte esta singular labor. En lugar del picado romboidal para la adherencia del oro, se somete al ácido la pieza a grabar para que, una vez carcomida, tenga la aspereza suficiente y supla al efecto del rayado por cuchilla; se troquelan las figuras y después se incrustan, en vez de producirlas directamente sobre el objeto; se imita el damasquinado con metal dorado, troquelando todo el conjunto de la pieza, se pintan los fondos, etcétera. Son los tiempos, las prisas, el afán de lucro y otras circunstancias que impone esta eclosión de apetencias que vivimos, lo que ha hecho perder la pureza de ejecución de unas labores, que sólo un experto sería capaz ahora de determinar si son o no meritorias. Ante la agonía del damasquinado artístico en Eibar, no es suficiente que se haya erigido un monumento a los Zuloagas en el centro urbano de la villa, en el que destaca el busto del pintor don Ignacio, y en cuyo pedestal asoma la silueta facial de don Plácido, su padre, el gran innovador de esta artesanía. Para completar el tributo de gratitud y perpetuar su memoria, falta un Museo; y para lograrlo, han de recogerse diversos trabajos desperdigados por las casas de los que fueron damasquinadores y las herramientas que se emplearon. Además, se cumplirían las aspiraciones de aquellos inquietos eibarreses que, en 1910, solicitaron del Gobierno el establecimiento del Banco Oficial de Pruebas de Armas, la Escuela de Armería, y los Museos de armas antiguas y del damasquinado. Solamente la última quedó incumplida.

Ramiro Larrañaga.