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DAMASQUINADO

Los Zuloaga. Los Zuloaga, abuelo y padre del renombrado pintor, fueron los grandes transformadores de la ataujía en damasquinado. El primero de ellos, Eusebio, nacido en Madrid en 1808, hijo y sucesor del célebre armero del Cuerpo de Guardias de Corps, el eibarrés Blas Zuloaga, fue pensionado por Fernando VII y permaneció un año en París con Mr. Lepage, maestro arcabucero del rey junto con otro año en la fábrica de armas de Saint Etienne. Además de la solidez y precisión de las armas se preocupó en la presentación ornamental, y acaba instalándose en Eibar donde encontraría mano de obra especializada y ensayaría sus investigaciones. Utilizó la punceta afilada para preparar el fondo donde se incrustaría el oro. Con ello creó una nueva modalidad que facilitaría dibujar directamente con el hilo de oro sobre la picadura romboidal, sistema que más tarde perfeccionaría su hijo Plácido. No sólo introdujo el nuevo método de ornamentación, sin olvidar su pericia en el repujado y cincelado, sino que contribuyó a una gran transformación de la modernización de la armería. Pero supo dar, además, a estas artes decorativas otras aplicaciones al margen de la armería. Con él estamos en los inicios de los «objetos de Eibar». Plácido Zuloaga, hijo de Eusebio, recibió sus primeros aprendizajes de éste y luego viajó a París y Dresde á perfeccionarse. A su regreso revolucionó el damasquinado, introduciendo el sistema de «extraído a cuchillo» en lugar de «a punceta», consiguiendo de ese modo un medio más rápido y perfecto de la preparación de las superficies de los hierros a decorar con oro y plata. Creó una gran escuela en Eibar e incrementó las aplicaciones a otros objetos que no fueran. las armas. De sus manos y de las de sus discípulos comenzaron a salir arquetas, jarrones, ánforas, relojes, joyeros, polveras, cubiertas de libros, cofres, estatuillas, tortugas pisa-papeles con timbre, broches, espejos, bandejas, etc. Plácido nació en Eibar en 1834. Sus mejoras en el damasquinado, más que en la mejora del producto en sí, consistieron en la reducción de costos y en la formación de una sólida escuela. En sus motivos ornamentales se inclinó más por el estilo renacentista (plateresco, por ejemplo) y el arabesco, posiblemente influenciado por las corrientes modernistas de la época. A él se debe principalmente el esplendor de la industria artesana del damasquinado. La casa de los Zuloaga en Eibar, en tiempos de Plácido, era un museo riquísimo que por sí sólo constituía una verdadera fortuna. Esta casa -antiguo palacio Kontadorekua-, en sus orígenes debía ser de la familia Ibarra de la localidad, por su ubicación en el Rabal y habría sido adquirido por Eusebio. Hacía los años veinte fue vendida por la familia Zuloaga, y desapareció durante la última contienda, en abril de 1937. Entre las obras que más renombre dieron a Eusebio Zuloaga figura una copia exacta de la espada del Rey Francisco I, que fue trasladada al Museo de Artillería de París, copia por la que pagaron 4.000 reales. A su hijo Plácido se le debe la meritoria obra como el Panteón de Prim en la iglesia de Atocha de Madrid. Este mausoleo del General Prim, le fue encargado el año 1873, y por las dificultades de la guerra carlista en el país, Plácido se trasladó a San Juan de Luz con su taller y sus operarios. Allí terminó la gran obra, la más importante de todas las realizadas en la industria eibarresa del damasquinado. Plácido, hizo además, por encargo de Isabel II una escribanía de estilo Renacimiento de efectos sorprendentes. Destaca igualmente un jarrón que compró Alfonso XII para regalárselo al Rey de Portugal, amén de otros trabajos. Entre él y ocho de sus mejores discípulos eibarreses construyeron, previa labor de seis años, el soberbio reloj que se mostró en la Exposición de París, al que hace mención Nicolás Bustinduy en una obra citada más adelante. Su obra póstuma, trabajada en equipo con artesanos eibarreses, fue el extraordinario altar damasquinado para la basílica de San Ignacio de Loyola.