Lexicon

DAMASQUINADO

El damasquinado eibarrés. La artesanía eibarresa del damasquinado llegó a adquirir fama mundial para finales del siglo pasado. Un ejemplo muy elocuente de esta fama es aquella alusión de José Martí, en referencia a estos trabajos: «No está John Whittier el cuáquero que como los obreros de Eibar, repuja en hierro, blando a su mano, hilos de plata y oro, y con hoja de perla, los matiza y recama» («José Martí en los Estados Unidos». Obras completas, t. XI, p. 360). El origen del damasquinado propiamente dicho, no es enteramente eibarrés. El mismo nombre denuncia su procedencia oriental. Aun así, decimos que no es enteramente eibarrés, pues tampoco lo es de Damasco, sino el fruto producido por la herencia de la armería artesanal de la villa guipuzcoana y las investigaciones sobre armas antiguas procedentes de Damasco. A éstas no se les pudo arrancar todos sus secretos, pero las deducciones de los análisis realizados y conjugados con las viejas técnicas de los incrustados de oro y plata en la armería de Eibar, dieron como resultado lo que en nuestros tiempos conocemos por damasquinado. Le asistía mucha razón al sabio vergarés Telesforo de Aranzadi, al decir, al referirse a nuestra artesanía del damasquinado, que «en asunto y estilo conservan aquéllos más rutina del renacimiento que moruna, andaluza o toledana". La prehistoria de esta artesanía, por lo tanto, la hallaremos en la vieja armería vasca. Se conocen piezas verdaderamente artísticas, salidas de los artesanos eibarreses, en muchísimos museos oficiales y privados. La misma Escuela de Armería de Eibar posee un museo donde figuran muchas armas de la localidad, desde finales del s. XVIII hasta primeros del presente. Precisamente, Jovellanos hace una descripción de estos trabajos en las postrimerías del siglo XVIII, como consecuencia de la visita efectuada a la armería eibarresa, dejando constancia en su Diario: «Los cañoneros saben incrustar perfectamente las miras y puntos de plata y las piezas de adorno de oro en el hierro, y empavonarle con la mayor perfección». Le causó tan buena impresión aquella visita que el propio Jovellanos hizo algunos pedidos de armas artísticas. En 1797, al recibir las pistolas para Arias de Saavedra, afirmaba ser obra perfecta de Bustinduy, digna de un príncipe. Aquel primitivo sistema que se empleaba en la armería y que vulgarmente se llamaba incrustación, era trabajo de ataujía, para ornamentar las armas. Este procedimiento consistía en incrustar el preciado metal en los canales previamente abiertos a buril o mediante golpes de punzón.