Filólogos

Mitxelena Elissalt, Koldo

En vez de seguir el orden cronológico de aparición de los estudios de Mitxelena, sería preferible comenzar por dar cuenta de Lenguas y protolenguas, donde se halla sintetizada su doctrina lingüística. Ello nos dispensará de repeticiones al hablar de otros estudios. En 1961-1962 dio Koldo Mitxelena una serie de lecciones en la Universidad de Salamanca. Su propósito era el de exponer y discutir los principios y los métodos de la reconstrucción lingüística. En Lenguas y protolenguas nos presenta precisamente lo sustantivo de ese curso. Estudia menos la técnica en sus detalles que su valor y sus límites: realiza en suma una obra de desmixtificación con vistas a los lingüistas tentados de sobrevalorar la importancia de sus métodos, pero también de revaloración frente a los escépticos desalentadores. Koldo Mitxelena denuncia en primer término los escollos que amenazan a los comparatistas: una especialización demasiado estrecha o un universalismo superficial. Se excusa de extraer muchos ejemplos de la lengua vasca; pero ése es para él un terreno familiar y, por otra parte, nada tiene que perder con ello la lingüística general.

El primer capítulo se titula Historia y prehistoria de las lenguas. La lengua se nos presenta como un sistema ordenado de fonemas, de formas de construcción escalonadas en estratos de diferentes edades. El problema reside en determinarlas y fecharlas. Por lo que hace a la lengua vasca, aunque otra cosa pensara Meillet, tiene una historia menos larga y menos completa que la de otras lenguas, pero que remonta a diez siglos gracias a textos medievales e incluso a mayor altura a través de los nombres propios de la epigrafía. Así se puede conocer por lo menos la evolución fónica del euskera durante un largo período, caso que no ocurre en todas las lenguas. Esta evolución se ha hecho según modos regulares que pueden llamarse "leyes fonéticas", incluso si la expresión se toma en un sentido más lato que el que le daban los neo-gramáticos. Según Koldo Mitxelena, es el carácter cerrado y autárquico de las lenguas, su estructura estricta y orgánica, lo que impide en conjunto que se produzca el desorden, y lo que da al lingüista la posibilidad de una reconstrucción "interna" de los antiguos "estados de lengua". El método comparativo completa felizmente este trabajo. A este propósito afirmaba Saussure "que no se podía sacar partido del vasco, porque, estando aislado, no se presta a comparación alguna". Koldo Mitxelena replica que el vasco no está completamente aislado: se le puede comparar por lo menos con el latín y con las lenguas románicas vecinas.

El segundo capítulo Las reglas del juego se ocupa de los principios en que se funda la lingüística diacrónica y el funcionamiento de los métodos de reconstrucción. Pide Mitxelena que se apoye sobre constantes debidamente reconocidas para relacionar las formas actuales con otras más antiguas. Estas leyes pueden sugerir hipótesis; pero es preciso que éstas, si no están probadas, sean por lo menos verosímiles y ofrezcan cierta concordancia semántica. Se nos dan ejemplos de la eficacia de este método; pero, si bien es cierto que hay alguna seguridad descendiendo de las formas antiguas a las actuales, no ocurre lo mismo en sentido inverso: las explicaciones corren el riesgo de ser aventuradas. Nos decía nuestro profesor Joseph Anglade: "De Milan se podría llegar a mediolanum tan lógicamente como a Midanum". Mitxelena estima válidos dos postulados, el de la simplicidad y el de la tolerancia. El primero rehusa los intermediarios demasiado numerosos o demasiado complicados entre dos formas derivadas una de otra; el segundo permite al comparatista, en el caso en que un sonido de una lengua tiene varias correspondencias en otra, elegir en cada ocasión la que mejor acomoda, con tal de que otras buenas razones confirmen la elección. Problema: un comparatista privado de las luces de la historia externa, ¿podría saber cuál de dos estados de lengua emparentados es el más antiguo?. Pulgram se inclina por la negativa. Mitxelena, con ciertos matices o reservas es mucho más optimista; demuestra que en varios dominios de la crítica interna se ha llegado a determinar por medios propios la anterioridad de ciertos hechos con respecto a otros: no hay necesidad de particular revelación para adivinar que behar dut es anterior a behaut. Sin embargo, reconoce Mitxelena, al final del capítulo, que esta clase de investigación tiene mucho de arte y exige cierta simpatía hacia el objeto estudiado.

Métodos y criterios, es el título del capítulo III. Comienza por la siguiente afirmación: reconstrucción interna y reconstrucción externa se reducen en el fondo a la misma cosa: se fundan sobre los mismos principios y utilizan en esencia las mismas técnicas. Insiste Mitxelena sobre la necesidad de considerar los elementos de toda reconstrucción como componentes de estructura sistemática: es, a su modo de ver, el único medio de llegar a una verdad "estructural", ya que no "histórica". "No existe la ciencia del individuo", decían los antiguos filósofos. Este aforismo es válido en lingüística: la aproximación de dos formas no es legítima más que en la medida que el paso de la una a la otra está atestiguada en el conjunto de los casos análogos. Así hay que rechazar que sortu, nacer, venga del francés sortir, a pesar de una analogía semántica, ya que de sortir habría que obtener sortitu y no sortu, puesto que tenemos partitu, punitu, finitu, senditu, errekeritu. Pero las protoformas reconstruidas (por ejemplo ben mehe), ¿representan una especie de notación algebraica que simboliza unas correspondencias (no siendo la b y la n de bene más que puras posibilidades), o bien vienen a ser restituciones de una lengua desaparecida, pero que ha existido históricamente?. Cree Mitxelena con Meillet que la ciencia no alcanza más que las correspondencias; piensa, sin embargo, que las reconstrucciones consiguen cierta objetividad. Y esboza una revista crítica de los medios que permiten llegar a protoformas satisfactorias: observación de rasgos distintos dejados por los fonemas desaparecidos en las formas atestiguadas; cuidado de no reconocer las formas restituidas más que en el caso de que constituyan un sistema coherente entre sí y no solamente con las formas reales de que se han deducido; preferencia por los documentos más próximos a la época en que se pretenden reconstruir las formas; no perder de vista que la regularidad de la evolución fonética aparece frecuentemente alterada por el fenómeno de la analogía que, según Meillet, puede engendar leyes morfológicas tan rigurosas y generales como cualquier otra.

En este particular toma Koldo Mitxelena partido por Kurylowicz y su teoría relativa a la naturaleza de los procesos llamados analógicos; atención a las alternativas vocálicas y consonánticas, de las cuales algunas se explican por la acción del acento, pero no todas: por lo demás el acento no tiene los mismos efectos en todas las lenguas, ni en todas las etapas de la misma lengua; determinación de la manera como podrían estar distribuidas las protoformas y el área que ocupaban antiguamente; investigación del sentido primero y preciso de las protoformas comunes; discriminación de las categorías gramaticales a través de los textos más arcaicos; Koldo Mitxelena señala seguidamente los principales criterios que pueden ayudar al comparatista, aunque ninguno sea infalible; "el método del cambio fonético habitual" puede sugerir una hipótesis de trabajo que deberá ser verificada; la tendencia general "de las lenguas a abreviar las palabras" invita a sospechar que las palabras largas sean compuestas; el "método de las anomalías" parte del siguiente principio: cuanto más anómala sea una forma, tanto más probabilidades tiene de ser una supervivencia de un estado de lengua primitivo; la "geografía lingüística" ofrece a veces el medio de fechar ciertas palabras o ciertos giros, pero hay que desconfiar de las interpretaciones subjetivas: recuérdense las "áreas marginales", cuya importancia han sobreestimado algunos; el "campo semántico" en que vive una palabra constituye un "criterio interno" que revela frecuentemente si esa palabra ha sido o no prestada; las "leyes sincrónicas" sugieren en ciertos casos hipótesis juiciosas. Pero, cualquiera que sea el valor de estos criterios o indicios, nos recuerda Koldo Mitxelena que el fundamento esencial de toda reconstrucción es el de los cambios fonéticos regulares.

El capítulo IV Lenguas y protolenguas nos habla de las protolenguas y nos explica sus características.

Algunas de sus páginas responden a las objeciones que opone el frío tecnicismo de los lingüistas a la vida exuberante de pensamiento y de sentimientos cuyo vehículo son las lenguas. El terreno de la ciencia no es el de la filosofía y el de la literatura, responde Koldo Mitxelena. Y he aquí que un juicio de Coseriu orienta el resto del capítulo: "Se reconstruyen formas que pueden ser históricamente reales y sistemas ideales, pero no lenguas históricamente reales (es decir, sistemas completos y atribuibles en su integridad a un determinado momento histórico y a tal comunidad lingüística determinada)".

Las protolenguas son incompletas por constitución: ofrecen el mínimo de correspondencias con las lenguas vivas que tratan de explicar; constituyen sistemas siempre abiertos a nuevos datos. Son, sin embargo, unitarias y uniformes por método, porque el ideal de toda ciencia es reducir lo multiforme a la unidad; pero no se trata en ningún modo (al parecer) de una creencia o mito de una lengua uniforme y quizá única, de la que nuestras lenguas multiformes y múltiples vendrían a representar los residuos. En las protolenguas se hace posible establecer una cronología relativa entre ciertos procesos y, en términos generales, una vaga cronología absoluta. Al llegar aquí señala Koldo Mitxelena los límites estrechos de la glotocronología, de la que se ha esperado demasiado y denuncia la subjetividad de los criterios de dotación.

Las protolenguas apenas pueden suministrar informaciones sobre el área geográfica que se les quisiera atribuir y menos aún nos proporcionarán esclarecimientos sobre la prehistoria de las gentes que se cree las hablaron.

Al final presenta Koldo Mitxelena el protorromántico como una reconstrucción cuya validez demuestra el latín. Se puede, por lo tanto, tener confianza en el método, mientras se trate de lenguas poco diferenciadas o de dialectos emparentados que ofrecen una documentación abundante y una larga historia. En cuanto a la reconstrucción en gran escala, como la del indoeuropeo, en la que se pretende recrear una lengua anterior a las protolenguas, es preciso armarse de mucha buena voluntad para creerla.

El capítulo V vuelve sobre las Leyes fonéticas para hacer su apología. Afirma Koldo Mitxelena su existencia una vez más, reconoce sus límites, compara la evolución de las lenguas con la de la escritura, su situación con la de la física. No acepta el dogmatismo de los neo-gramáticos que hacen de esas leyes absolutos sin excepción. Pero se opone al mismo tiempo a la tesis de F. Rodríguez Adrados que duda del valor de estas leyes cuya simplicidad artificial choca, a su juicio, con la complejidad de los hechos suministrados por los dialectos modernos meticulosamente estudiados. Mitxelena reprocha a Adrados una confusión de escalas: el estudio de los dialectos es microlingüística, en que falta la distancia para descubrir las leyes que sólo en los conjuntos se revelan: "un microscopio no sirve para la contemplación inteligente de la Adoración del Cordero Místico". Resulta largamente citado Menéndez Pidal, que, partiendo de las premisas de Adrados, llega a una conclusión totalmente opuesta, totalmente favorable a las leyes fonéticas. Piensa Mitxelena que, de no reconocerse la validez de estas leyes, las reconstrucciones están perdidas. La obstinada fe de los neo-gramáticos, señala, ha chocado a veces contra obstáculos, sobre todo en presencia de lenguas poco sistematizadas; pero en general se ha visto recompensada por éxitos; los partidarios de un curso arbitrario de los fenómenos "jamás han hecho nada útil".

El último capítulo se titula Presente y futuro. Está consagrado a las relaciones entre las lenguas. Puede existir semejanzas entre lenguas: se trata de coincidencias fortuitas más numerosas de lo que se cree; hay algunas que provienen de expresiones onomatopeicas elementales (por ejemplo el nombre del cuco); otras son debidas a alguna herencia común o préstamos. Koldo Mitxelena distingue con razón entre afinidad, parentesco y asociación de lenguas. No cree, como Pisani, en la mezcla de lenguas en caso de bilingüismo; piensa por el contrario que el bilingüismo refuerza la conciencia lingüística de cada habla, y que la unidad sólo se obtiene por la eliminación de unas de las lenguas.

Algunas consideraciones sobre el parentesco genético y sobre el uso del árbol genealógico de las lenguas no ocultan las dificultades de las clasificaciones útiles: la afirmación de los parentescos lingüísticos demasiado lejanos o del parentesco universal de las lenguas no conduce a nada. Termina el libro haciendo ver que los obstáculos hallados en el trabajo de reconstrucción han influido mucho sobre el progreso de los métodos lingüísticos.

Al abordar Koldo Mitxelena la lingüística se siente atraído por el estudio diacrónico de la lengua vasca. Se hacía preciso, para arriesgarse a ello, poder remontar muy alto en su historia. La biblioteca de Julio de Urquijo que halla a su disposición, le permitió leer no solamente el conjunto de la literatura éuskara, sino casi todas las obras vascológicas.

En el Seminario de Filología Vasca se esforzó en continuar la obra de investigación y de publicación crítica de los textos antiguos iniciada por Julio Urquijo en la medida de sus medios. De este sistema de trabajo procede la aparición en 1958 del Dictionarium linguae cantabricae de Nicolás Landuchio.

Koldo Mitxelena ha publicado en 1964 Textos arcaicos vascos: un corpus de bolsillo, que comprende 206 páginas en letra menuda, de los principales textos antiguos útiles para los lingüistas.

Una primera sección, titulada "La antigüedad", presenta doce inscripciones latinas de época romana en que ciertas palabras parecen poder proceder de la onomástica indígena. El editor había ya estudiado estos monumentos, sea en las cuarenta y seis páginas de su trabajo "De onomástica aquitana", sea en las diez grandes páginas que tienen por título "Los nombres indígenas de la inscripción hispano-romana de Lerga".

La segunda sección está consagrada a la Edad Media. Nos ofrece de una parte una selección de nombres de lugar y de persona; por otra, una colección de glosas, de palabras más o menos sueltas y de frases cortas. Estos materiales (42 números) se extienden desde el año 833 al fin del siglo XV. Koldo Mitxelena ha reunido aquí las citaciones más importantes publicadas por Lacarra, Mañaricúa, Serrano, Arigita y otros investigadores. Se leen también con interés los vocabularios de Aymeric Picaud o de Arnold von Harff, la "Reja de San Millán", pasajes de mucho "sabor local" del Fuero General de Navarra, etc.

La tercera sección es aún más importante. En 122 páginas nos da cuarenta y siete fragmentos de los siglos XVI y XVII: cantares históricos, religiosos, poesías, oraciones, proverbios, divisas. De paso, hemos podido solazarnos con el texto vasco de Rabelais, la carta de Bertrand de Echauz, los billetes de los hermanos Seinich relativos a los secretos de madame de Chevreuse: a esto se reduce, en efecto, la aportación del País Vasco continental en esta colección. Koldo Mitxelena ha pensado sin duda que las canciones suletinas legendarias no ofrecen un texto suficientemente auténtico para merecer un lugar al lado de las elegías de Milia de Lastur o de M. Báñez de Artazubiaga; no habiendo sido conservadas más que a través de la tradición oral y puestas tarde por escrito, corren el riesgo de haber sido retocadas en el curso de los años. Por la misma razón ha eliminado textos peninsulares admitidos en 1924 por Juan Carlos de Guerra en sus Cantares antiguos del Euskera.

Koldo Mitxelena, después de haber resumido una considerable documentación y puesto a punto las reglas delicadas de su manipulación, ha preparado sus grandes síntesis por medio de estudios parciales, pero en sí importantes. No insistiré sobre los artículos de dialectología, las explicaciones relativas al ibero o a antiguos nombres geográficos (Iruñea, Bizkaia), ni siquiera sobre su discurso de entrada en la Academia dedicado a los antiguos lexicógrafos de la lengua vasca, a pesar del gran interés que presentan.

El primer libro publicado por Koldo Mitxelena se titula Apellidos Vascos. Se trata de un estudio lingüístico sólido de los nombres de familia vascos: 160 páginas en octavo. Una introducción de veinticinco páginas fija los límites y el método del trabajo. El autor desconfía naturalmente de un espíritu de sistema que conduzca a la fuerza la masa de los antropónimos a una sola fuente, por ejemplo, nombres de plantas, o que vea a cada paso elementos protéticos despreciables o, a la inversa, supuestas aféresis y apócopes. Prefiere comparar las diversas formas atestiguadas de un nombre dotándolas si le es posible, y es precisamente a través de las más seguras reglas de la fonética, como llega a las mayores alturas posibles sin pretender descubrir en cada caso la estructura primitiva del nombre, ni siquiera su sentido: cómo por ejemplo decidir si Bela- en Belamendi representa bele o bel(h)ar, o si Artegui representa un encinar (arte-egi) o un redil (argi-tegi)?

En cuanto al carácter vasco de un apellido, está determinado ante todo por su estructura fonética éuskara. La expresión latina ripa alta ha dado en francés Rive-haute, en vasco Ripalda (la p intervocálica se ha conservado la t se ha sonorizado detrás de la h). De este modo Ripalda resulta tan vasco como Rive-haute francés. Koldo Mitxelena nos da a continuación un resumen de los testimonios que la antigüedad y la Edad Media nos han dejado concernientes a los nombres de personas. Cree reconocer en los textos aquitanos designaciones personales que significan "hombre", "mujer", "hija", "hijo", "niño"; adjetivos numerales que podrían compararse a Segundo, Sixto, Octavio, etc.; nombres de animales y de plantas. Los antropónimos medievales aparecen clasificados como sigue: nombres de origen, patronímicos, adjetivos-apodos, nombres-apodos, nombres y adjetivos no personales relacionados frecuentemente con lugares.

En cuanto a los apellidos actuales, se distribuyen en dos clases: designaciones personales (nombres propios, sobrenombres, títulos profesionales, etc.). Nombres antiguamente topográficos (nombres referentes a antiguos propietarios de "fundi" o "villae", nombres de santos, términos descriptivos, nombres de casa, etc.). Otra parte de la introducción resume claramente las leyes de la composición y de la derivación en los nombres de familia vascos: modificación de la última vocal o de la última consonante del primer elemento; cambios de una consonante que llega a ser final del primer elemento a consecuencia de la caída de una vocal; los grupos de consonantes que resultan de la composición.

Guardián de la Biblioteca vasca de Julio de Urquijo, ha podido Koldo Mitxelena conocer casi toda la literatura éuscara y ha tenido la feliz idea de dar primeramente una visión de conjunto en el tomo V de la Historia general de las literaturas hispánicas (Barcelona, 1958) y después en un trabajo más completo, aparecido en las ediciones Minotauro, de Madrid, bajo el título de Historia de la Literatura Vasca (1960).

El libro ofrece 120 páginas de texto, 22 páginas de notas y 15 páginas de bibliografía. Una advertencia al lector expone la finalidad perseguida: señalar las principales etapas de la literatura de expresión vasca desde los orígenes hasta nuestro días, insistiendo en los primeros porque nos son menos conocidos, evitando perderse en los detalles para mejor destacar lo esencial, situando las obras dentro de su marco cultural, aunque con discreción; dando en fin juicios objetivos, siempre más saludables, incluso cuando son duros, que las piadosas palinodias. Koldo Mitxelena ha cumplido su palabra.

El primer capítulo trata de generalidades. Nuestra literatura no se ha dirigido durante mucho tiempo más que a la masa del pueblo al margen de las élites; ha sido más bien elemental, religiosa, muy local, retardataria, etc. Fue más pobre y menos variada que la literatura oral llamada folklórica: canciones, cuentos, leyendas, pastorales, farsas, proverbios han jugado su papel en la formación de la mentalidad vasca.

El capítulo II nos habla de los orígenes: textos aquitanos, citas medievales, cantares antiguos que nos remontan a los siglos XIV y XV (temas guerreros, elegías femeninas). Y llegamos al Renacimiento que después de las cortas citas de Harff, de Naharro, de M. Sículo, de Rabelais, de Perucho, etc., nos conducen a la presencia del primer libro vasco impreso, la recopilación de poesías de Bernart Dechepare, Linguae Vasconum Primitiae (1545). Koldo Mitxelena le consagra tres páginas y otras tantas a Leizarraga traductor de tres libros protestantes: el Nuevo Testamento, el Abc y el Calendario (1571). Sigue un rápido parágrafo sobre las colecciones de refranes.

El capítulo III está consagrado al siglo XVII. Se inicia con una ojeada sobre la instrucción religiosa en Calahorra y Pamplona. Sigue un breve estudio de Micoleta, uno más largo sobre los versos de esta época y el resto del capítulo trata de la literatura vasca en Labort y en Soule. Etcheberri de Ciboure, Axular, Oihenart y Gasteluzar son los protagonistas.

Nos conduce el capítulo IV a la época de 1700 y 1850. He aquí los traductores y adaptadores franceses: Churio, Maister, Haraneder, Mihura, Baraciart, López; los protestantes Pierre d'Urte, Oteiza, Gaidor; tres páginas destacan a Etcheverry de Sara y saludan a H. Harriet; dos páginas citan nuestros documentos revolucionarios, Duhalde, Chaho, Archu, Salaberry de Mauléon.

Pasando al País Vasco peninsular, Koldo Mitxelena ensalza a Larramendi a lo largo de siete páginas y de tres páginas a sus seguidores: Cardaberaz, Mendiburu, Joaquín Lizarraga, Ubillos. Una rápida evocación de Munibe y de sus "Amigos del País", una palabra sobre Barrutia y su acto, cuatro páginas sobre Humboldt, Astarloa y la familia Moguel, una revista de libros religiosos debidos a J. B. Aguirre, Guerrico, Lardizabal, Añibarro, fray Bartolomé de Santa Teresa, etc., y algunas consideraciones sobre Iztueta, los fabulistas (Vicenta Moguel, Goyetche, Archu, Iturriaga) y algunos poetas (Larréguy, Robin, Monho, Etchahun, Recio, Basterrechea, Meagher, Aboitiz, Gamiz).

El capítulo V era el más difícil de elaborar. ¿Cómo entresacar lo esencial entre el hormigueo de obras medianas? ¿Cómo juzgar a contemporáneos o a autores que éstos han conocido, sin arriesgarse a reacciones desagradables? Koldo Mitxelena ha salido bien del paso, a nuestro modo de ver. Coloca en el umbral de la nueva época a Luis Luciano Bonaparte y sus colaboradores; hace después un rodeo en el dominio de las musas (Hiribarren, Iparraguirre, Xenpelar, E. de Azkue, "Bilintx", Otaño, "Borddele", "Bordachuri", A. Etcheberri, Oxalde, Guilbeau, Larralde, Dibarrat, J. B. Elissamburu, "Zalduby"). Sigue el estudio de una renovación literaria alrededor de Campión, Manterola, A. d'Abbadie, con juegos florales, revistas y otros periódicos: nace la prensa vasca y los Lapitze, Lapeyre, Arbelbide, Diharassarry continúan la tradición del libro religioso. Entre dos siglos, Azkue, Arana Goiri y Julio de Urquijo lanzan al vasco en direcciones nuevas. Es la era de los trabajos científicos y de los ensayos de todo género. La poesía brilla con Arrese, Alzo, Enbeita, Jáuregui, Sagarzazu, Onaindía, Zaitiegi, etc., aunque hay que dar un lugar destacado a "Lauaxeta", "Lizardi", "Orixe", "Oxobi", "Iratzeder", etc.

Termina el libro con las últimas noticias del teatro y de los prosistas (novelas, ensayos, traducciones). Koldo Mitxelena señala una apertura mayor de la literatura vasca entre los actuales autores. En resumen: una historia fluida, vivaz, que ofrece enfoques para estudios más profundos relacionados con las letras euskaras.

Habiendo convocado la Junta de Cultura de Vizcaya un concurso sobre el tema "Orígenes de la lengua vasca y proceso evolutivo de sus dialectos" Mitxelena se presentó a él y obtuvo el premio. Su estudio se ha publicado bajo el título de Sobre el pasado de la lengua vasca. Se trata de un bello volumen de 200 páginas, de las cuales 139 comprenden el texto y 30 las notas. No se trata de una historia de la lengua vasca. En el estado actual de la ciencia nadie puede escribirla. Es, sin embargo, una visión de conjunto sobre los problemas que a ella atañen.

El primer capítulo trata de la dialectología vasca: el hecho de que el vasco se presente bajo formas muy diversas no solamente de una a otra provincia, sino en el interior de cada región, es un fenómeno reconocido desde hace siglos; pero ha sido poco estudiado. No hay duda de que Larramendi se inquietó e hizo algunos discípulos. Eso no impide que fuese Bonaparte el más serio promotor de la dialectología éuscara antes de Azkue y que sus encuadramientos hayan sido prácticamente aceptados por todos los vascólogos con escasas correcciones. Koldo Mitxelena enjuicia críticamente los métodos y los criterios empleados: la subjetividad o la superficialidad son los dos principales defectos que observa. En realidad existen tres posiciones frente a los dialectos: la de quienes buscan en ellos elementos para enriquecer la koiné y desembocar en una lengua literaria única más allá de las diversidades; la de aquellos que hacen de esas diversidades diferencias que procede cultivar; la de quienes buscan a través de los dialectos los elementos constitutivos de una lengua común prehistórica.

El capítulo II tiende a demostrar mediante la comparación del suletino, del roncalés y del salacenco, cómo las isoglosas se enredan geográficamente, cómo cada dialecto arcaíza o innova, aunque a fin de cuentas el análisis revela más rasgos comunes importantes que divergencias. El vizcaíno mismo (que pasa por ser casi una lengua aparte en las provincias vascas) es para Mitxelena un dialecto solidario de todos los demás. Hace tiempo que Uhlenbeck emitió la idea de que los antepasados de los vascos debieron de hablar idiomas diferentes que se han ido aproximando poco a poco y, en suma, emparentando. Koldo Mitxelena hace notar que en todo caso los textos nos muestran desde el siglo XVI una evolución inversa: los dialectos se hallaban más próximos unos de otros (comprendido el vizcaíno) que en nuestros días, en los tiempos de Garibay, Betolaza o Capanaga. Cree poder extrapolar para los siglos anteriores y admite que las divergencias son relativamente recientes.

El capítulo III se titula Historia y prehistoria de la lengua. Se trata de una exposición de los documentos de que se dispone para una diacronía del vasco y una reconstrucción de su estado anterior a los textos conocidos.

El capítulo IV se ocupa del "elemento latino-romance". Koldo Mitxelena reconoce ciertamente la influencia del latín y de las lenguas románicas sobre el vasco. Rehusa cifrar los préstamos. Estima que el estudio comparativo del vasco y de las hablas latino-romances no ha sido llevado como hubiese debido llevarse. Schuchardt resulta difícil de seguir: en él se mezclan muy frecuentemente ciencia, intuiciones geniales y aproximaciones arbitrarias; Rohlfs es más seguro, pero su investigación es reducida. Falta, en una palabra, un trabajo de conjunto que permita saber con justeza cuáles son los préstamos que el vasco ha recibido del latín o de sus continuadores. Hace notar Mitxelena que palabras consideradas como préstamos por su aspecto general, no han sido nunca explicadas (apukadu, elikatu, endorea, etc.). Otros ofrecen dificultades semánticas (deus). Algunos se prestan a etimologías diferentes: meneratu, ¿viene del latín veneratum o del vasco men-era-tu? Queda aún fechar los préstamos. Aquí nos suministra Mitxelena criterios de antigüedad: mantenimiento de i, u breves (bike, putzu), mantenimiento de la articulación velar de c y g ante vocal anterior (bake, errege, erregiña), mantenimiento del diptongo au (gauza), mantenimiento de las oclusivas sordas entre vocales (apiriko, bekatu, ezpata), etc. Reconoce, con todo, que no se han alcanzado dotaciones precisas. Por otra parte el vasco parece revelar que la s latina corresponde al sonido z vasco (zapare, zigilu, zeta) y que la correspondencia s/s (saindu, soinu) es más reciente. Nombres como kapera, padera, traicionan un origen gascón: la evolución -ll->-r- no es vasca. Koldo Mitxelena señala rasgos que denuncian una huella vasca en las palabras prestadas: sonorización de las oclusivas sordas en la inicial o después del o n (bake, dorre, gauza, aldare, ingude); caída en n entre vocales; mantenimiento de -nn- bajo forma de -n-; paso de l a r entre vocales, mantenimiento de -ll- bajo forma de l- (gatea, anoa, zeru, gaztelu).

Mitxelena señala que no es prudente deducir conclusiones de carácter histórico-cultural de hechos puramente lingüísticos. La conclusión de este capítulo es que el estudio de las relaciones lingüísticas latino-vascas es apasionante y demuestra la resistencia de que ha dado prueba el vasco, conservando a través de los siglos una fisonomía particular.

El capítulo V aborda la cuestión de la influencia indo-europea prelatina. Después de una digresión sobre algunos elementos árabes y germánicos debidos más probablemente a préstamos románicos, Koldo Mitxelena, aun admitiendo que sin duda el indoeuropeo ha debido de inflitrarse en el vasco antes de la llegada del latín, se muestra muy reacio a creer que se pueda cribar con certeza el vocabulario vasco para formar una lista de palabras antiguas. Pasa por un tamiz fino los ensayos que han sido intentados por los comparatistas sobre este movible terreno, y es necesario confesar que la acometida es magistral; les abandona maite y les ofrece de su propia cosecha la palabra ui "(la) pez", sinónimo de bike. Tras de lo cual establece que ni la composición por proverbios, ni la declinación, ni la conjugación indoeuropeas se advierten en la lengua vasca.

Trata el capítulo VI de las relaciones de parentesco de esta lengua. Se inicia por generalidades concernientes a las clasificaciones tipológicas y genealógicas de las lenguas. El vasco ha sido comparado por los aficionados poco serios con toda suerte de lenguas. Pero lingüistas de gran autoridad han querido demostrar el parentesco del vasco con dos grupos de lenguas: por una parte, las lenguas hamitosemíticas; por la otra, las lenguas caucásicas. Schuchardt creyó haber demostrado, a través de textos ibéricos mal leídos, el parentesco del vasco con el ibero; y, como creía que los iberos habían venido de Africa del Norte, llegaba a la conclusión de que tanto su lengua como las vasca debían tener lazos con el grupo hamito-semítico: del ibero no se sabe gran cosa; es por lo menos evidente que sus morfemas, como los de los vascos, carecen de flexión interna, signo característico tanto del bereber como del árabe. De las comparaciones de vocabulario presentadas por Schuchardt ya no se habla después de un célebre artículo de Zyhlari.

La tesis caucásica, ya antes entrevista por el P. Fita, ha sido estudiada por Marr y Trombetti, puesta en forma por Uhlenbeck, desarrollada por Dumézil, Bouda y Lafon. Koldo Mitxelena expone y critica en veintiún páginas los argumentos de esta teoría que está en moda. Se une a Vogt y Meillet en su esceptismo: reprocha de una parte a los caucasistas el hecho de comparar palabras y morfemas y afijos obtenidos de cualquier dialecto vasco, de cualquier época con materiales de cualquier lengua caucásica antigua o actual, en vez de investigar las correspondencias entre reconstrucciones del vasco común y del caucásico común; por otra parte hace notar con pena que la hipótesis caucásica no esclarece hasta el presente la formación del vasco y se presenta como un juego inútil, cualesquiera que sean los méritos de los respetables sabios que se han entregado a la tarea.

Koldo Mitxelena no se muestra más entusiasmado a la vista de la glotocronología aplicada a nuestra lengua y concluye haciendo votos para que descubrimientos de documentos y el progreso de los métodos permitan descubrir el misterio que rodea la filiación del vasco.

La tesis doctoral de Koldo Mitxelena -Fonética histórica vasca- es un verdadero monumento, no solamente por su volumen material (456 páginas en 8.º), sino porque, a través del análisis de 3.150 palabras, se halla la lengua vasca estudiada en ella fonéticamente en todos sus entresijos. El título lo indica: no se trata de una simple descripción del vasco actual, sino de una diacronía e incluso de una reconstrucción del vasco prehistórico, aunque sobre este punto el autor se mantenga prudente y discreto.

Koldo Mitxelena reconoce en su introducción que, si él ha integrado los resultados obtenidos por Uhlenbeck y por Gavel , superándolos gracias a una documentación más abundante y al aprovechamiento de métodos más nuevos, no ha llegado a agotar todas las cuestiones y queda materia para muchas monografías. Eso no obsta para que nos hallemos en presencia de un libro fundamental. Once páginas de introducción resumen los principios del autor. Siguen diez páginas de bibliografía, dos de abreviaturas, tres de observaciones generales: clasificación de dialectos, grafía, etc.

1. El libro se inicia por el estudio de las vocales. El "sistema vocálico" vasco es de lo más simple: cinco vocales: a, e, i, o u, sin breves ni largas. El suletino sin embargo tiene una ü reciente que se ha formado en condiciones muy precisas, como también el bajo-navarro de Mixe; la encontramos en otros lugares como pronunciación de u más a (Hasparren hartüa) o de u más i (Ustaritz nüin, yo tenía). Ciertos casos de alternancia i/u han sugerido que en protovasco habría existido una sexta vocal análoga al schwa: Koldo Mitxelena no retiene la hipótesis.

Una característica de los dialectos orientales es la presencia de vocales nasales que revelan la desaparición de una consonante nasal. Se comprueba de una manera general una gran fijeza de vocales en vasco a través de los textos: lat. necem > neke; lat. picem > bike; lat. pluma > luma; lat. mutum > mutu, etc. Es preciso sin embargo señalar "fenómenos de apertura o de cierre".

El capítulo II nos dice en qué condiciones e se abre en a (berri/ barri; ; pitxer/pitxar) o bien i en e (kirten/ kerten: bildur/beldur). Se nos explican inversamente los cierres de a en e (ogia/ogie) o de e en i (mediku/midiku; ezkila/ izkila, o aun de o en u (on/hun; ondar/hundar) o de a en i (karats/kirets), etc.

El capítulo III trata de "labialización" o de "deslabialización", es decir, en una palabra, de la alternancia i/u y de la alternancia e/o, aunque esta última sea relativamente rara.

El capítulo IV está dedicado a los diptongos: cinco parecen primitivos: au, eu, ai, ei, oi; el roncalés los nasaliza si llega el caso, como también el bajonavarro y el suletino. Muchos son recientes y provienen del encuentro de dos vocales en hiato después de la caída de alguna consonante intervocálica. Hay a menudo monoptongación: au se convierte en a (aurkitu, arkitu); au se convierte en o (arraultze, arroltze); au se convierte en u (nau, nu); ai se reduce a i o a (naiz, niz, naz); eu se simplifica en u (euli, uli) o en e (euria, ebia). Y ¡cuántas alternancias! Ai/ ei (gai, gei), au/ai (gau, gai), oi/ei (hogoi-hogei), etc.

El capítulo V se ocupa de las "vocales en hiato": nos muestra cómo el acento, el tono, las nasalizaciones y otros rasgos pueden revelar contracciones antiguas; explica los orígenes de ciertos diptongos o vocales. Vemos aquí que una a puede venir de una apofonía de e, de o, de u, o de aa, de ae; que una e puede venir de ai, de ae, de ee, etc.

En el capítulo VI se trata de las "vocales finales", tanto en fin de palabra como al final de primer miembro de compuestos o de ciertos derivados: desde los más antiguos textos hasta los últimos, la -i y la -u de los bisílabos desaparecen (con excepción de hiri y hegi), la e y la o se convierten en a; las palabras de más de dos sílabas pierden la vocal final siempre que la consonante pueda quedar en esa posición. Para las finales absolutas, hay la confusión determinada por cortes falsos o por alternancias locales.

El capítulo VII estudia el caso particular de las terminaciones en -n que plantean problemas complejos.

El capítulo VIII estudia, finalmente, la "formación" de las vocales protéticas, anaptíticas, prepalatales, prenasales, paragógicas (errege, perekatu, gaixto, aingeru, Parise) y las caídas de vocales (mazte, ahatra, eliz bat).

2. Después del estudio de las vocales, viene el capítulo de las semivocales, j y w que en vasco son más bien secundarias. La yod plantea problemas de pronunciación y ha evolucionado a veces hasta x. La wau es casi desconocida en inicial y se muda rara vez en -b- o tal vez en -m- (indirectamente).

3. Diez capítulos están dedicados a las consonantes. Los dos primeros despachan dos fenómenos que pueden pasar por secundarios: la palatalización y la aspiración: por lo demás, están desmenuzadas a lo largo de más de veinte páginas dedicadas a cada uno de ellos. La mojadura, aunque utilizada en todos los dialectos con un valor hipocorístico, es en vasco antigua, pero marginal. La aspiración actualmente desaparecida de las provincias peninsulares ha debido de ser común: textos medievales la atestiguan para Álava y Rioja hasta el siglo XII por lo menos: se supone que Navarra es la que primero ha perdido la h bajo la influencia del aragonés. Koldo Mitxelena distingue las h de orígenes diversos: expresivas, etimológicas y tal vez primitivas, pero no se atreve, según parece, a hacerla un elemento esencial del sistema protovasco.

El capítulo siguiente (XII) nos habla de las "oclusivas"; gracias a préstamos latino-romances, se ve hasta qué punto han persistido o evolucionado ya en inicial, ya entre vocales. Estudios sobre la alternancia sorda-sonora. Esquema de un sistema oclusivo protovasco. Permutaciones entre oclusivas de órdenes diferentes.

El capítulo XIII se contrae a las particularidades relativas a la labiales: rareza de p- y sobre todo de -p-; valor original de f; dudas sobre la existencia de m protohistórica.

Las "sibilantes" ocupan el capítulo XV: son numerosas; seis comunes: s, z, x, ts, tz, y tres suletinas: la s de aisa, la z de aizina, la ts de etsamen. Estas últimas son recientes. En fecha antigua el latín s ha sido oído como z; las palabras vascas con s parecen más modernas. Cree, sin embargo, Mitxelena en la antigüedad de una oposición s/z. Observa confusiones aquí y allá entre los dos órdenes y pone de relieve las relaciones entre fricativas y africadas sin olvidar las caídas de sibilantes y lo que se ha llamado alguna vez el rotacismo vasco.

El capítulo XV se refiere a las "nasales": una -n- intervocálica antigua se ha perdido alguna vez sin dejar rastro; otras veces se ha visto reemplazada por -h- o -r- (anatem > ahate, aate; bienarte > bierarte). Otra N, bastante bien representada por -m- en latín, se ha mantenido (anaia). Hay que anotar las alternancias Nikolas/Mikolas, ekaitz/nekaitz, larru/narru.

Los capítulos XVI y XVII tratan de las "líquidas". Las "laterales", es decir l y la palatal correspondiente, son estudiadas al principio: una -l- intervocálica antigua se ha transformado en -r- (caelum > zeru) con algunas pocas excepciones, frecuentemente debidas a restablecimientos de -l- por influencia de lenguas vecinas. Otra L, bastante bien representada por -ll- en latín, se mantiene (gaztelu). Entre las curiosidades destacadas señalamos la vocalización (alfer > auher), las contracciones -ari, -are, en -al (afari, afaldu; joare, joaldun), las alternancias d-/l- (lanjer), ;-/l- (ñapur, lapur); algunas caídas de l- (askatu), etc. El capítulo de las "vibrantes" se reduce al estudio de las dos r vascas. La r suave intervocálica ha desaparecido en Soule o se ha transformado en d después de diptongo: apaidü = fr. repas. En otros casos r/rr se mantienen. Koldo Mitxelena señala alternancias entre las dos vibrantes (harek, harrek, arats, arrats, etc.), la rareza de r suave en final, su frecuente caída en composición, etc.

El capítulo XVIII pasa revista a los "grupos" de dos o tres consonantes admitidos por el vasco y a las soluciones adoptadas ante ciertos encuentros insólitos. Es un trabajo largo y minucioso, en el que los hechos diacrónicamente interpretados nos abren, gracias a Mitxelena, perspectivas insospechadas hacia el vasco prehistórico. El último capítulo de la tercera parte es precisamente una síntesis que intenta reconstruir "el sistema consonántico antiguo", resumiendo Las antiguas consonantes vascas de que he dado cuenta más arriba.

4. La síntesis termina por el estudio del acento. El capítulo XX construye una hipótesis sobre el "acento antiguo" y en él se encuentran las mismas ideas que en el ensayo titulado A propos de l'accent basque de que también he hablado. Se contempla la obra por un buen índice de palabras vascas citadas. Es lástima que no figure el índice de palabras extrañas citadas en el libro, teniendo en cuenta que ha sido compuesto e incluso publicado en el Boletín de la Real Sociedad Vascongada de los Amigos del País (1962, pp. 71- 77): se debe a D. Manuel Agud, que ha formado la lista alfabética de palabras latinas y romances de una parte y, de otra, la de las palabras aquitanas e ibéricas y de algunos nombres propios atestiguados por documentos de la época romana. Desearía que en la próxima edición se publicase un "index rerum" que haría más manejable esta inmensa suma, porque se siente en todo momento necesidad de consultarla. No llegaré a reclamar cuadros recapitulativos, como nos lo dio Víctor Magnien para la fonética griega, lo que sería muy útil para los principiantes. (Ref. Pierre Lafitte: Le bascologue Koldo Mitxelena et son oevre, "Bulletin du Musée Basque", 1956, trim. 1.°, p. 1).