Lexique

LITURGIA

Liturgia cristiana en el País Vasco hasta el siglo XVI. Al abordar históricamente este tema, se impone una doble constatación: por una parte, la escasez y limitación de las fuentes de información, así como de investigaciones históricas en este campo; por otra, la inexistencia de una liturgia cristiana celebrada en euskera, en la globalidad de los territorios vascos, hasta la reciente reforma del Concilio Vaticano II. En este primer período, el tema de la expresión litúrgica va necesariamente ligado con el problema histórico de la evangelización del País Vasco. Una serie de indicios, como la existencia de mártires (Emeterio y Celedonio) durante la persecución de Diocleciano en la Calahorra vascona, o el testimonio de Prudencio (348-405) en su "Peristephanon", que parece calificar como algo ya pasado el paganismo de los vascones, hace suponer la primera evangelización de los vascos (al menos en algunas zonas) a lo largo del siglo III y IV. De este modo, la evangelización de los vascos hubo de verificarse cronológicamente de forma similar a la de sus países vecinos en Europa: ni antes, ni después (A. de Mañaricúa). Ahora bien, el siglo IV, en la historia de la liturgia cristiana, está marcado por una serie de transformaciones importantes: el paso del griego al latín en la liturgia de Roma; la superación de una fase de "improvisación litúrgica" (B. Botte) para entrar en un período de creación, expansión y fijación de textos escritos; el fin de la "era de los mártires" y el inicio de la "iglesia del Imperio" como fenómeno político-eclesial englobante; y por fin, el surgimiento y la creciente diferenciación de las liturgias particulares, tanto en Oriente como en Occidente. Ya en la época germánica, y desde la batalla de Vouillé (507), los vascones tendrán como vecinos en el norte a los francos, y en el sur a los visigodos. Los obispos de la Novempopulania (llamada Vasconia desde el 602) acuden al concilio de Agde en el año 506. Algo más tarde, una serie de cuatro prelados del Ager (tierra llana opuesta al Saltus o Vasconia montañosa) asisten a los concilios nacionales visigodos de Toledo. A partir del siglo VIII la Vasconia meridional quedará religiosamente islamizada. En este período histórico, el rito mozárabe, llamado también hispano- visigótico, es la liturgia oficial en toda o casi toda la península Ibérica, y en la parte de las Galias, que queda incluida dentro del reino visigótico. El concilio IV de Toledo (633) trata de unificar en todo el reino el rito reconocido como hispánico. En la práctica, sin embargo, cada sede metropolitana parece gozar de una cierta autonomía. Este concilio parece no tolerar la romanización cultural y litúrgica de Galicia. En efecto, por la carta del papa Vigilio a Profuturo de Braga sabemos que ya en el 538 aquella zona de la península estaba acogida al rito romano y no al hispano-visigótico. Como características de este rito hispánico suelen señalarse: la profusión y prolijidad de muchos de sus textos, en clara contraposición a la contenida sobriedad de la eucología romana; una tierna veneración a la humanidad de Cristo, y una constante preocupación por aclarar los puntos dogmáticos acerca de los misterios de la Trinidad y la Encarnación. Desde que Félix de Urgel y Elipando de Toledo se valieron de textos de la liturgia hispánica para defender sus tesis adopcionistas, los papas de Roma muestran una clara prevención contra este rito, que irá en aumento con el paso del tiempo. Tras los intentos de Juan X y Alejandro II finalmente Gregorio VII decide la supresión del rito hispánico para conseguir la uniformidad litúrgica de occidente, alegando siempre su poca fiabilidad doctrinal. La sustitución del rito hispano-visigótico por el rito romano en el siglo XI constituyó un acontecimiento dramático, envuelto en mil peripecias eclesiástico-políticas. El historiador A. Ubieto Arteta ha seguido de cerca esta introducción del rito romano en Aragón y Navarra. El sacrificio del rito hispánico fue vivido con dramática solemnidad en el monasterio de San Juan de la Peña; la crónica del monasterio señala con toda precisión la fecha de la mutación: el martes de la segunda semana de Cuaresma, día 22 de marzo de 1071 , a la hora de sexta. El rito romano que había tardado varios años antes de poder asentarse en Aragón, consigue imponerse con bastante rapidez en Navarra. En efecto, al morir asesinado el rey Sancho de Pañalén, le sucede en la mayor parte del reino el monarca aragonés Sancho Ramírez. Este, en evitación de incidentes violentos, espera que muera Blas, el obispo de Pamplona (1078), y nombra como sucesor a su hermano, el infante García. De este modo el rey espera introducir el nuevo rito en la sede de Pamplona y también en Leire, y desde ese doble centro espera extenderlo al resto del reino. En el año 1083 es depuesto de la sede de Pamplona el obispo aragonés, mientras un monje francés se hacía cargo de la diócesis introduciendo el nuevo rito. Por idénticas fechas, era nombrado como abad de Leire otro clérigo galo trayendo también la modificación del rito. Hay que añadir que este cambio en la liturgia trajo consigo la adopción de la reforma cluniacense en los monasterios que hasta entonces seguían la regla de San Benito. Se sabe además que en Leire esta regla benedictina reformada se implanta con una cláusula peculiar: el monasterio ha de depender directamente de la sede de Pamplona. Así el obispo de Iruñea será el abad nato de Leire, en este período. Con todo, este cambio del rito hispano-visigótico al rito romano debió producirse en las iglesias principales, no tanto en las iglesias rurales; de hecho, el sínodo de Burgos de 1411 denuncia todavía un desajuste en el rezo de las fiestas y ferias por falta de un calendario común fijo; alude también al uso de diversos salterios, concediendo permiso para utilizar cualquiera de ellos en el rezo privado, pero imponiendo el romano para el rezo coral. La Edad Media en la piedad de occidente se caracteriza por una tierna devoción al "Christus secundum carnem", a la Virgen María y a los santos. San Martín, San Saturnino y San Fermín son titulares de numerosas iglesias y ermitas en Navarra, herencia de los francos repobladores de ciudades y villas, mientras que el culto a los santos Vicente, Eulalia, Fructuoso y Engracia, actualmente titulares de las parroquias más antiguas de Iparralde, parecen denotar una influencia del sur, hispano-visigótica, presente ya en el siglo IX. Factores determinantes en la religiosidad general del País Vasco, y más en concreto en el ámbito litúrgico, son en esta época: la peregrinación a Compostela, la presencia de los monasterios, y más tarde la llegada de las Ordenes Mendicantes, que dejan su impronta en el arte románico y gótico de nuestro país. La predicación se hizo indudablemente en euskera, mientras que la expresión oficial de la liturgia seguía ligada a la lengua latina. Un tema interesante para la investigación es la pervivencia del paganismo vasco en la religiosidad popular en esta época, y su imbricación, por ejemplo, con los ritos cristianos del nacimiento y la muerte. Se sabe que el rito de las exequias, en el País Vasco medieval, iba acompañado de vigilias nocturnas en que se comía, se bebía y se reía y de tanto en tanto se lloraba clamorosamente al difunto yacente en una habitación contigua, costumbre recriminada por diferentes sínodos de Burgos con referencia a las montañas. Por otra parte, la Edad Media está en el origen de una nueva piedad eucarística centrada en la contemplación y la adoración del Santísimo, que hace surgir, en la mitad del siglo XIII, la fiesta del Corpus Christi, más tarde acompañada de la popular procesión por las calles. El Año Litúrgico se puebla de fiestas: se puede contar un centenar de fiestas de precepto, incluidos los domingos, con obligación de oír misa y no trabajar, a los que hay que añadir las numerosas fiestas de carácter local. Esta forma de articular el calendario tendrá evidentes repercusiones, no sólo en la vida religiosa, sino también en la social y económica: la pobreza de las haciendas y el agravio de los pobres será un constante punto de denuncia en los sínodos de esta época, y también de Lutero. El "otoño de la Edad Media" es una época de decadencia en el ámbito litúrgico-sacramental. El "clamor de reforma" se escucha desde el interior mismo de la iglesia. En estas coordenadas es preciso entender la Reforma Protestante.