Concept

Literatura vasca

La literatura vasca escrita arranca en 1545 con un librito de Bernat Etxepare , titulado Linguae Vasconum Primitiae y que está constituido por un conjunto de dieciséis poemas, de temática amatoria y religiosa fundamentalmente, además de un poema en que el autor nos cuenta su estancia en prisión, y otros dos de elogio y defensa del euskara. Ese carácter tardío que los estudiosos señalan como una de las características de la literatura vasca estaría ya presente desde los mismos orígenes. No sólo por la fecha de aparición de la primera obra escrita en euskara -mediados del XVI-, cuando las literaturas vecinas -española y francesa- conocen ya un desarrollo literario amplio en cantidad e importante en calidad, sino porque el universo de Etxepare sería, en el declive casi del Renacimiento europeo, un testimonio epigonal y arcaizante de una visión del mundo y de unas actitudes poéticas típicamente medievales. Los estudiosos de Etxepare no han podido menos de señalar las al parecer patentes analogías entre nuestro autor y el medieval y vitalista Juan Ruiz. Y es evidente que el párroco de Eiharalarre y el arcipreste de Hita tienen en común aconteceres biográficos -ambos son clérigos, ambos han padecido prisión, injustamente según propia confesión- y, lo que sería más significativo, características poéticas.

En Linguae Vasconum Primitiae, igual que doscientos años antes en el Libro de Buen Amor, se combina el tema religioso y el profano, el amor divino y el mundano, y una indudable profesión de fe religiosa y de devoción mariana se hace compatible con la descripción realista y exaltada del amor carnal, aunque éste aparezca en última instancia relativizado no ya por su propia problematicidad, sino sobre todo por una instancia moral que tiene su fundamento absoluto en la condición religiosa y en la fe de sus autores. Este innegable paralelismo con el arcipreste castellano y el indudable tono arcaico que tiene la poseía de Etxepare -más que en lo lingüístico mismo, en el tratamiento incluso de los recursos métricos y estilísticos- ha llevado a los críticos a señalar el evidente medievalismo de nuestro primer poeta. Y sin embargo Bernat Etxepare es un hijo de su tiempo, es decir, de la Europa renacentista en la que vive. La razón primera y última de su escritura poética -la reivindicación del euskara en un plano de igualdad de posibilidades expresivas con las otras lenguas- es de raíz típicamente renacentista: la defensa de las lenguas nacionales, frente a la antigua hegemonía del latín como lengua europea de cultura. Lo que Juan de Valdés para el español o Du Bellay para el francés, es Bernat Etxepare para la lengua vasca; aunque su defensa del euskara no es teórica, sino práctica, y explicitada sobre todo en los dos poemas dedicados a su elogio.

En cuanto al pretendido realismo de los poemas amatorios de Etxepare , queda a nuestro juicio relativizado, si tenemos en cuenta que los motivos, la técnica del debate o la recuesta de amor, la descripción de la mujer, inexistente casi y cuando se da, desindividualizada, responden exactamente a la tópica de la tradición lírica provenzal y de la poesía de cancionero. Y es en esta tradición poética donde deberían estudiarse las fuentes de la poesía amorosa de Etxepare , mejor que en el exuberante vitalismo del medieval Juan Ruiz. Bernat Etxepare es el primer escritor vasco cuya obra ha llegado hasta nosotros. Y aquí radica sin duda su interés principal desde la perspectiva de la historia de la literatura vasca. Desde un punto de vista crítico hay que decir, frente a los que han negado toda calidad estética a su poesía, que Etxepare es un buen poeta; si no el mejor, sí al menos uno de los mejores que ha dado hasta hoy la literatura vasca. Su obra poética, a pesar o tal vez por ese sabor arcaico que tiene, marca una conciencia poética lúcida y relativamente desarrollada, sobre todo si tenemos en cuenta que el escritor maneja un material lingüístico -el euskara- que apenas ha recibido el tratamiento específico de los usos cultos y sobre todo del uso literario. A pesar de que nos consta que hubo otros poetas euskéricos además de Etxepare , pero cuya obra, hoy por hoy, nos es desconocida. La tradición poética popular, de la que tan próxima está la poesía de Etxepare, sobre todo en lo métrico, ayuda seguramente a explicar esa paradójica "maestría rudimentaria" que demuestra en sus poemas el primer poeta vasco. Y sin embargo, esa entusiasta y digna salida del euskara a la plaza del quehacer literario y más en concreto poético es, en la práctica, un clamor en el desierto.

Tienen que pasar más de cien años, exactamente, hasta 1657, para que la historia de la literatura vasca registre el nombre y la obra de otro poeta: Arnaut de Oihenart y su libro Asotitzak eta Neurtitzak. Oihenart, hombre de leyes, miembro del Parlamento de Navarra, historiador, humanista y poeta, tiene una significación muy específica en la literatura euskérica. En primer lugar, porque es el primer seglar que se dedica al cultivo literario del euskara y a la poesía. Después, porque en Oihenart encontramos la primera reflexión sobre la literatura vasca y, si resulta excesivo hablar de una teoría crítica sobre la poesía, su breve ensayo L'Art Poétique Basque, escrito en 1665, aunque inédito hasta trescientos años después, supone en el autor una conciencia clara de la especificidad de la escritura poética, y un conocimiento de las teorías y de la práctica poética de otras literaturas -latina, francesa, italiana, española-, así como de la necesidad, demasiado teórica seguramente, de orientar la poesía vasca en la dirección de las poéticas vecinas. L'Art Poétique Basque está escrito a modo de carta en que el autor, respondiendo a un cura de la región de Zuberoa sobre el modo de hacer poesía en euskara, aprovecha la ocasión para exponer sus teorías y proponer una renovación de la poesía vasca. No nos interesa aquí la cuestión de si se trata de una carta real o de un mero recurso literario. Lo importante es el intento renovador de Oihenart, sus razones y las causas de su fracaso.

Metido ya en la segunda mitad del XVII, Oihenart encarnaría ese espíritu racional del clasicismo francés, desde el que la rudimentaria, poco cuidada e "inculta" exhuberancia de escritores como Etxepare o los poetas populares vascos, debe ser sometida al control de la razón, del buen gusto y de las normas. Y nada mejor para ello que seguir los modelos de otras literaturas más desarrolladas y cultas que la vasca y que son no sólo la francesa, italiana o española, sino sobre todo por razones de analogías fónicas y métricas con el euskara la latina medieval. No cabe duda de que la voluntad de Oihenart de abrir la incipiente poesía vasca a los modelos poéticos y métricos de otras literaturas cultas más desarrolladas nacía de una visión lúcida y certera del panorama y las posibilidades del euskara como lengua poética. Pero fue demasiado rígido en sus planteamientos, al rechazar la tradición y las formas poéticas, no ya de la poesía tradicional, sino de los poetas cultos que, como Etxepare , habían incorporado a su poesía las formas métricas populares. Y por otra parte su poesía, más cuidada y purista que la de Etxepare, no tiene ni la profundidad ni el vigor de éste y resulta en ocasiones artificial. La razón está seguramente en lo que ya apuntó hace tiempo Mitxelena: Oihenart es más un versificador hábil, profundo conocedor de la lengua y de los recursos métricos, que un poeta. Hay más técnica que alma en los poemas de juventud que Oihenart recoge, junto a una colección de refranes con su traducción francesa, en su libro Asotitzak eta Neurtitzak.

De cualquier manera, junto con el iniciador Etxepare, Oihenart asegura la continuidad histórica de la poesía vasca hasta la floración romántica del XIX, ya que en el XVIII el panorama poético vasco es más bien pobre y no ofrece demasiado interés. Es, sin embargo, la tradición popular y Dechepariana la que marcará el rumbo de la poesía vasca, mucho más que los intentos renovadores, legítimos originariamente, pero demasiado miméticos y artificiosos de Arnaut Oihenart.

Los primeros testimonios de prosa en euskara son casi contemporáneos de la obra poética de Bernart Dechepare, aunque no son resultado de un empeño específicamente literario, sino más bien religioso y proselitista; ni siquiera se trata de un trabajo de creación, sino de una traducción del Nuevo Testamento, publicada en 1571 en La Rochelle, con el título Jesus Christ Gure Jaunaren Testamentu Berria. Su autor, el labortano Joanes de Leizarraga, sacerdote católico convertido al calvinismo e incorporado activamente a la causa de la reforma calvinista, patrocinada y encabezada por Juana de Albret en sus territorios de la Baja Navarra y del Béarn. Desde la perspectiva de la historia de la literatura vasca, la importancia de esta traducción del Nuevo Testamento está en el esfuerzo de creación y fijación de lengua hecho por Leizarraga. Y él mismo es bien consciente de ello, cuando en un prefacio "a los vascos" (heuskalduney) plantea de manera lúcida el problema lingüístico al que se enfrenta el escritor euskérico: "La lengua en que he escrito es una de las más estériles y diversas, y totalmente desusada, al menos en traducción (...). Todo el mundo sabe qué diferencia y diversidad hay en Vasconia en la manera de hablar casi hasta de una casa a otra". Leizarraga opta por un lenguaje cuyo componente básico es su dialecto labortano, con algunos elementos de suletino y bajo navarro. Y el resultado es notable, porque, al decir de los especialistas, parece que estuviéramos ante una lengua normalizada por largos años de práctica literaria.

Con Joannes de Leizarraga se inicia en la literatura vasca un proceso largo en el tiempo y de una especial complejidad lingüística, que es exactamente el nacimiento y desarrollo de la prosa literaria euskérica, proceso que es en sustancia análogo al ocurrido en otras literaturas: la prosa literaria va surgiendo a través de obras que no pertenecen de suyo a los géneros literarios tradicionales, para derivar más tarde hacia formas y tipos textuales propiamente literarios, es decir, los diferentes subgéneros narrativos. A partir de Leizarraga, es la prosa religiosa y ascética el canal que va encauzando el trabajo de los escritores euskéricos por crear y fijar un modelo de lengua literaria. Pero con alguna característica específica en el caso vasco. La primera, que el proceso es más largo que el que se da en otras literaturas, ya que hasta el XIX no aparecerán los primeros testimonios de prosa narrativa, y una forma épica por excelencia como es la novela no surge prácticamente en la literatura vasca hasta el siglo XX. La segunda característica es la diferenciación dialectal del euskara y la ausencia de un modelo de lengua unificada. De ahí que el escritor euskérico se vea enfrentado, con anterioridad a una opción típicamente literaria como es la del estilo, a un problema previo: el del modelo lingüístico mismo, dentro de las múltiples posibilidades que los diferentes dialectos ofrecen en teoría al escritor. En ese lento camino de la prosa euskérica hacia las formas narrativas, vamos asistiendo además a la incorporación de los principales dialectos vascos -labortano y suletino, guipuzcoano y vizcaíno- a la categoría de lenguas literarias.

La región de Laburdi y concretamente la zona de Donibane-Lohizune-Sara-Ziburu conoce en el siglo XVII una actividad literaria, o mejor de escritura en euskara, sin precedentes en el siglo anterior, que marca decisivamente la historia de la literatura vasca, y da, como fruto principal, una de sus obras más importantes: Gero, de Pedro de Axular. Esta actividad ha sido recogida por algunos historiadores de la literatura vasca bajo el pomposo título de "Escuela de Sara", apelativo éste que, analizado con objetividad, no parece demasiado riguroso, por dos razones principales: en primer lugar, porque no se trata de un movimiento propiamente literario, ya que lo que anima al grupo de eclesiásticos y algún laico instruido que se reúnen con Axular, cura párroco de Sara, a la cabeza, es un propósito primariamente religioso y de catequesis: cómo alimentar espiritualmente al pueblo fiel, sobre todo al que tiene un cierto nivel de instrucción, y qué papel puede y debe jugar la lengua de ese pueblo, el euskara, en este trabajo catequético.

En segundo lugar, el término de "escuela", tal como es entendido hoy en historia literaria, resulta excesivo para calificar la conciencia literaria, los propósitos y las obras de los autores que se suele adscribir a la tal "Escuela de Sara". Pero es evidente que el fenómeno supone un punto importante de inflexión en el desarrollo de la prosa euskérica y en una incipiente conciencia de sus posibilidades expresivas y literarias. La importancia del Gero de Axular o del Manual Devocionezkoa de Etcheberri de Ziburu frente al Testamentu Berria no está sólo en las características intrínsecas de esas obras -originales las dos primeras, traducción la tercera-, sino en el contexto en que se justifican y se escriben. La prosa euskérica se enfrenta por primera vez a un trabajo de creación, aunque en ambos casos -Axular y Etcheberri- se trate de obras ascéticas y de doctrina religiosa, y no propiamente de creación literaria. El hecho de que Etcheberri de Ziburu haya escrito su extenso, sólido y teológico tratado en verso, si a juicio del propio autor se justifica pedagógicamente por la afición del vasco a los versos, demuestra por otro lado la capacidad de Etcheberri para dominar no sólo la aridez de los temas doctrinales, sino un material lingüístico apenas manipulado literariamente, hasta adecuarlo, y con aciertos parciales excepcionales, a la estructura rítmica y métrica del verso. Gero (1643), de Pedro de Aguerre Azpilcueta -Axular, por el nombre de su caserío nativo- es considerada como la obra cumbre de la literatura vasca: "príncipe de los escritores vascos", llama Etxeberri de Sara a Axular, ya en el s. XVIII y Luis Villasante puede decir con toda razón que "el Gero de Axular es (...) una de las pocas piezas maestras (...) que ha producido la literatura vasca". Es un tratado ascético, en sesenta capítulos, y su idea central es esa tendencia del hombre a aplazar para más tarde su conversión a Dios.

Son muchos los estudiosos de Axular que han visto en la obra de éste analogías con la famosa Guía de Pecadores, de Fray Luis de Granada. Lo cual no resta desde luego mérito ni originalidad al autor vasco, sobre todo si tenemos en cuenta que en los s. XVI y XVII hay una tópica común en las obras ascéticas de las diferentes literaturas occidentales. Lo importante es que el Gero es resultado de una conciencia lúcida y no meramente individual -el autor-, sino colectiva -el grupo de Sara- de la necesidad de llevar el euskara al uso culto escrito. El Gero y las demás obras que surgen en la época de la actividad de la hoy llamada "Escuela de Sara" no se inscriben directamente en un sistema literario, sino que nacen más bien de una preocupación pastoral, a la que no le es extraña seguramente la recomendación del Concilio de Trento, un siglo antes, de utilizar las lenguas vernáculas en la catequesis religiosa. Pero sí supone, explícita o implícitamente, una reflexión sobre el euskara y sus posibilidades para la escritura, así como la opción, dentro de las diferentes posibilidades dialectales del vascuence, de un modelo concreto de lengua literaria; que, en el caso de Axular y su grupo será la lengua cotidiana -el dialecto labortano- de la región. Se trata de una lengua de sabor más moderno que la de Dechepare e incluso que la de Leizarraga, y sin llegar a los excesos cultistas de éste.

En los s. XVI y XVII, toda la actividad literaria, al menos la mayor parte y desde luego las obras importantes y significativas, se localizan en la parte norte de Euskalerria, en el país vasco-francés, elevando a la condición de lengua literaria algunos de sus dialectos -el labortano en primer lugar- y también de algún modo el suletino. La principal excepción a este predominio territorial la constituye el descubrimiento en 2004 de la obra de Joan Perez de Lazarraga autor alavés del siglo XVI. Desde que P. Lafitte propusiera una interpretación social de este hecho, la mayoría de los historiadores de la literatura vasca se han limitado a repetirla mecánicamente, sin someterla a revisión, ni siquiera matizarla. Para Lafitte el auge económico y social que conoce la región de Laburdi en el siglo XVII merced a su floreciente industria pesquera y a su comercio con América es la clave última de la floreciente también actividad literaria, desarrollada, como acabamos de ver, por la "Escuela de Sara". De tal modo que, cuando por el Tratado de Utrecht de 1713, Francia pierde Terranova y otros territorios ultramarinos, Laburdi conoce consecuentemente un empobrecimiento económico y una decadencia social y cultural. Y también, claro está, literaria, ya que, sentencia magistralmente Lafitte, "le malheur économique n'est pas favorable aux muses". No deja de ser una interpretación "curiosa" y que además parece que funciona. Pero está viciada de raíz por un craso mecanicismo a la hora de plantearse las relaciones entre el nivel infraestructural de las relaciones económicas y el superestructural de las producciones artísticas y culturales, olvidando el complejo problema de las mediaciones. Y lo religioso -y lo lingüístico- son claves que explican, mejor desde luego que lo propiamente literario, la producción y la recepción de las obras del grupo de Sara.

Dejando a un lado la discutible clave interpretativa de la decadencia comercial y económica de Laburdi, el hecho es que en el siglo XVIII el protagonismo de la actividad "literaria" pasa a Guipúzcoa, y supone el acceso del dialecto guipuzcoano, tras el labortano y suletino en la etapa anterior, a la condición de lengua literaria. Pero junto al dato meramente cuantitativo de que un nuevo dialecto euskérico accede a una práctica de escritura culta, está el dato, cualitativamente pertinente, de una nueva conciencia de la lengua y de sus posibilidades expresivas, que a partir del siglo XVIII cobra una dimensión nueva.

La conciencia de la lengua, que ya desde Dechepare y Leizarraga ha venido funcionando como estímulo y justificación primera de la tarea de escribir en euskara, se hace ahora más refleja, se sistematiza y expresa en obras lingüísticas -gramáticas, diccionarios, apologías de la lengua-, explicitando progresivamente las necesidades y posibilidades de la lengua en la actividad cultural e incluso en la creación literaria. El voluntarismo de Dechepare en el despertar mismo del euskara a la escritura se hace ahora reflexión sistemática y científica, discutible en muchos casos en las apologías de la lengua. Y este esfuerzo por explicitar las excelencias y posibilidades expresivas del euskara -apologías- y sus mecanismos gramaticales y léxicos -gramáticas y diccionarios- es una especie de espina dorsal que recorre la escritura vasca de este período -s. XVIII y XIX- y que va vertebrando esfuerzos de uno y otro género a la historia primera de la formación y desarrollo del euskara literario.

El primer nombre que, por orden cronológico, debemos citar es el del doctor en medicina y humanista Joannes Etcheberri de Sara (1668- 1749). Entre sus obras hay que citar Eskuararen hatsapenak, libro apologético más que didáctico, en el que, si a veces se cae en un elogio más tópico que riguroso de la excelsitud de la lengua vasca, se da prueba también de una gran lucidez en el diagnóstico sobre la situación del euskara y en las propuestas que se hacen para el cultivo literario de la lengua. En una famosa "Carta de recomendación", dirigida al Biltzar de Laburdi -"Lau urdiri gomendiozko carta, edo guthuna"-, Etcheberri proclama la necesidad de la enseñanza del euskara y de su cultivo literario; para lo cual solicita de la junta que gobierna Laburdi la ayuda necesaria para la publicación de los manuscritos que presenta. El Biltzar labortano, sin necesidad de demasiado debate según parece, negó a nuestro escritor la ayuda solicitada y su obra no sólo no se editó, sino que, en parte al menos, se perdió. Afortunadamente los manuscritos de Etcheberri de Sara, con excepción de un diccionario vascuence, latín, francés y español, fueron encontrados por Julio de Urquijo en el convento de los Franciscanos de Zarautz y publicados en París en 1907. Para la historia de la literatura vasca, es importante en Etcheberri de Sara la lucidez con que proclama la necesidad de superar en lo literario la diversidad dialectal y llegar a una lengua unificada. Y para ello, es necesario un modelo -un "aitzindari"-, que, en opinión de Etcheberri, no puede ser otro que Pedro de Axular, el eminente autor del Gero.

Más decisiva, más apasionada también y más polémica es la figura y la obra del jesuita Manuel de Larramendi (1690-1766), sin duda, el eje en el que se apoya y gira la actividad euskérica a este lado de los Pirineos entre los s. XVIII y XIX. El alcance y la significación de la figura del P. Larramendi para las letras vascas adquiere su verdadero relieve en el contexto histórico y cultural de su tiempo, es decir, la Ilustración, en que los problemas generales y la reflexión sobre el lenguaje origen, parentesco lingüístico, lengua universal, etc.- ocupan un lugar importante en el movimiento científico y las preocupaciones intelectuales del momento, desde Feijóo hasta Hervás, pasando por Sarmiento, Mayans o Arteaga. Por otra parte, Larramendi -su espíritu, sus ideas, sus preocupaciones- podría ser considerado como un señalado precursor de los Caballeritos de Azcoitia y de ese fecundo clima cultural que cristaliza, coincidiendo casi con la muerte del ilustre jesuita, en la fundación de la Real Sociedad Bascongada de los Amigos del País.

La motivación primera de Larramendi para estudiar y exaltar el euskara y fomentar su uso escrito es fundamentalmente religiosa, más que propiamente literaria. Con ello no se hace sino continuar por la ruta marcada por los prosistas vascos de los siglos anteriores. El prólogo de su Diccionario Trilingüe o la misma Corografía de Guipúzcoa son suficientemente explícitos. Lo que se pretende es promocionar la predicación y la enseñanza religiosa en vascuence, y dignificarlas, mediante un uso riguroso y digno de la lengua. Ahora bien, esta motivación religiosa y catequética funciona históricamente como mediación para la promoción y enriquecimiento del euskara literario en los dos dialectos peninsulares que mayor arraigo y desarrollo habrán de tener después en la literatura vasca, el guipuzcoano y el vizcaíno. Aunque, y más seguramente que en el caso del grupo de Sara en torno a Axular, resulte también excesivo hablar de una "escuela larramendiana", parece indudable que la obra escrita de los guipuzcoanos Cardaveraz, Ubillos y Mendiburu o, en el s. XIX, la del eibarrés Moguel y los vizcaínos Añibarro y Fray Bartolomé no ocultan un fino cordón umbilical que los une con ese fecundo seno generador de lengua y de literatura que es la obra de Larramendi.

En la primera mitad del s. XIX se continúa el trabajo investigador y apologético del euskara. Astarloa y Humboldt son nombres que deben citarse, a pesar de no tener una incidencia directa ni decisiva sobre el euskara escrito y la creación literaria.

Más importancia reviste sin duda el trabajo lingüístico y dialectológico del príncipe Luis Luciano Bonaparte (1813-1891) y sus colaboradores: el capitán Duvoisin para el labortano, el canónigo Inchauspe para el suletino, el franciscano Uriarte para el guipuzcoano y vizcaíno. Su trabajo tiene como objetivo fundamental la identificación y estudio de los dialectos euskéricos, pero incide, siquiera indirectamente, en el cultivo y desarrollo literario del euskara. Porque supone de un lado el convencimiento científicamente probado de la validez literaria de la lengua en sus diferentes y principales variantes dialectales y, por otra parte, muestra y experimenta en la práctica esa validez a través del uso que cada autor hace de los dialectos utilizados.

No se puede hacer historia de la literatura vasca en el s. XVIII sin aludir a la actividad literaria desarrollada en y desde la Real Sociedad Bascongada de los Amigos del País, fundada por Xabier María de Munibe e Idiáquez, conde de Peñaflorida, en 1765. La Bascongada representa de hecho la única vida literaria que se da en el País Vasco hasta esa fecha, y que va desde las teorizaciones sobre las "Bellas Letras" y su función, hasta las representaciones teatrales, hechas en las noches de Junta para solaz honesto e ilustrado de los socios. Porque la teoría y la práctica literaria de los Amigos del País se inscribe en el sistema literario de la Ilustración europea y más concretamente de la española. El discurso que sobre el buen gusto en literatura pronuncia el conde de Peñaflorida con motivo de las Juntas Generales de la Sociedad, en 1766, es el símbolo de la fe literaria de los ilustrados vascos, alimentada en la fuente principal del Ars Poetica de Horacio, "el gran príncipe del buen gusto", como le llama el conde.

Si exceptuamos a Oihenart con su L'Art Poétique Basque, no hay en la historia de la literatura vasca hasta la fecha que nos ocupa la más mínima reflexión sobre la naturaleza y función de la literatura, el estudio o los géneros literarios. Y eso que el XVIII es por antonomasia el siglo de las poéticas como teorías generales y normativas del quehacer literario. Pero lo que se escribe en euskara, con excepción de la obra de algunos poetas, no surge de una motivación literaria y no se inscribe, al menos en su tiempo y de modo directo, en el sistema de la literatura. Esto es especialmente válido para la prosa euskérica, que no ha salido todavía de los tratados ascéticos y de los elogios y reflexiones sobre el euskara.

Por eso es especialmente importante la conciencia que de la literatura como actividad escritural autónoma aunque fuertemente teñida de didactismo tienen los Amigos del País, y la expresión de esta conciencia en la actividad teatral desarrollada por la Sociedad, y en el trabajo de creación de algunos de los socios. Las piezas cómicas del propio Peñaflorida y las fábulas de Samaniego o de Ibáñez de la Rentería y Pablo de Xérica son seguramente los ejemplos más importantes y significativos. Tal vez sea la fábula por su intrínseco didactismo el género poético que mejor responde a la concepción que de la literatura tienen la Ilustración y el Neoclasicismo. Y no puede extrañar por tanto el interés de los ilustrados vascos por esa forma poética. Son además un antecedente claro de los fabulistas euskéricos del XIX y comienzos del XX, de Vicente Mogel a Gracián Ademas, pasando por José Antonio de Uriarte o Agustín Pascual de Iturriaga, quien en sus Fábulas y otras composiciones en verso vascongado (1842) traduce precisamente las fábulas de Samaniego. En el contexto de la literatura vasca de la época -primera mitad del XIX-, la fábula, en verso o en prosa, como género "civil" y profano, aunque fuertemente marcado por su finalidad moralizadora, podría ser vista como una especie de mediación, formal y temática, entre la prosa ascética y la prosa narrativa.

En ese largo proceso que es en la literatura vasca el paso de la prosa ascética a la prosa narrativa, merece especial atención la obra de Juan Antonio de Mogel Peru Abarca, escrita en 1802, pero inédita hasta casi ochenta años después. El título completo de la obra es: El doctor Peru Abarca, catedrático de la lengua bascongada en la Universidad de Basarte o Diálogo entre un rústico solitario bascongado y un barbero callejero llamado "maisu" Juan. La tesis central defendida por Mogel es que en las cosas del euskara son los rústicos los doctores y por su universidad deben pasar los que se creen cultos.

Es importante ver la función que una obra como Peru Abarca puede desempeñar en la historia y el desarrollo de la prosa literaria vasca. Algunos autores han calificado esta obra de Mogel como "novela" o "conato de novela". De hecho, es claro que el libro tiene un mínimo marco narrativo, que sostiene los elementos fundamentales que constituyen el carácter didáctico de la obra: los diálogos, los cuadros de costumbres, las reflexiones doctrinales. No parece sin embargo demasiado riguroso atribuir el calificativo de novela a una obra como Peru Abarca; se trata más bien de un híbrido de diálogo doctrinal renacentista y cuadro de costumbres romántico, pero que marca una clara diferencia frente a la tradición de la prosa de piedad, afirmando su identidad como prosa "civil", aun dentro de la condición clerical de su autor y de la recia ortodoxia de la visión del mundo que el rústico "universitario" de Basarte se empeña en transmitirnos. Además, y esto es lo más importante, ese delgado marco narrativo en que se sostienen los diálogos didáctico-doctrinales es un elemento nuevo en la prosa euskérica. Si Peru Abarca no es una novela, sí es un punto cualitativamente diferenciado en el desarrollo y evolución de la prosa euskérica y como ejemplo de todos modos de prosa narrativa podemos decir que es también un puente hacia la novela.