Poésie

Linguae Vasconum Primitiae

No se sabe ni cuándo ni dónde nació Bernard Dechepare (su vida transcurrió entre los siglos XV-XVI). No hay duda de que fue en algún lugar cercano a Saint Jean de Pied de Port; fue párroco de Saint-Michel le Vieux, en la localidad de Eihelar y vicario principal de Saint Jean de Pied de Port. Vivió la convulsa historia de la conquista del reino de Navarra (1512-1530). Los escasos documentos que han llegado hasta nosotros indican que fue partidario del bando beamontés, aliado de la corona castellana, no de los agramonteses, partidarios del rey francés. En 1518 juró lealtad a la corona española ante el capitán Gonzalo Pizarro y en 1520 figura como leal servidor de la corona castellana. No se sabe cuándo murió.

Linguae Vasconum Primitiae se publicó en Burdeos en 1545. Según Oihenart, el libro tuvo una segunda reimpresión, de la cual no tenemos constancia.

La obra Linguae Vasconum Primitiae está escrita en versos de 15 sílabas (8/7) y versa sobre temas de religión, amor, autobiográficos y lengua vasca.

La "Doctrina Cristiana" de Dechepare está escrita en verso y reúne algunas de las enseñanzas que todo cristiano ha de saber: el temor a la muerte mantiene al cristiano en vilo día y noche, toda vez que no se sabe cuándo será llamada su alma a rendir cuentas ante el Señor. De ahí que se conmine al cristiano a rezar sus oraciones antes de acostarse, dar gracias por los beneficios concedidos y proseguir con la visita a la iglesia, a la par que se le procuran recomendaciones sobre la compostura que ha de observar en cada lugar santo que pisa. Se visita el cementerio para mirarse en el espejo de los muertos. Se prosigue el itinerario hasta la pila bautismal, donde nos alecciona sobre el significado de su sacramento. Una vez en el interior del templo, el cristiano se dirige primeramente al Santísimo, al que le pide le sea concedida la gracia de recibirlo en la extremaunción. Luego vienen la Cruz, Santa María (la Virgen) y los santos y una larga "Oración para el domingo". Como epítome de todo ello, Dechepare cifra lo dicho en el verso que sigue: "Ordena bien cada día tu casa", donde "casa" y "alma" conforman las dos caras (la literal y la figurada) del sentido del verso. Como era común en las doctrinas de la época, también Dechepare explota el momento crítico de la muerte, el memento mori, con su corolario, confesiones, arrepentimientos y extremaunciones. No era menos pedagógico el recurso al Ars moriendi, donde se trae a primer plano la exhortación de la muerte y donde el cristiano soporta en el tránsito de la muerte las tentaciones del diablo. Nos referimos, claro está, a las postrimerías (o novísimos: muerte, juicio, infierno y paraíso). En el apartado "Armas contra la muerte", reúne una serie de recomendaciones ("armas") que el cristiano ha de seguir para asegurar su salvación. Estas tres "verdades" que propone Dechepare son deudoras de las tres verdades que Jean Gerson (+1429) publicó en su pequeño tratado "Le miroir de l'âme". Le sigue una sumaria exposición de los diez mandamientos y, para acabar con la "Doctrina Cristiana", un largo poema dedicado al "Juicio Final", donde se informa al cristiano que todo el mundo será convocado en el valle de Josafat ("Toda gente se presenta ante Él, reunida en Josafat"). (I, 236

No faltarán a lo largo de la "Doctrina Cristiana" motivos que gozaron de enorme popularidad durante la Baja Edad Media y el Renacimiento: "Stabat Mater dolorosa" (los sufrimientos de la Virgen María a los pies de su hijo crucificado); "Dies Irae" (la ira de Dios ante el pecador que se presenta a sí mismo como acusado que comparece ante el juez); "Ubi sunt" (¿Dónde están?) o la "Danza de la Muerte", donde se convocará a los distintos estamentos de la sociedad (los temporales y los espirituales), desde el más alto y poderoso al de condición más humilde y pobre: "Juristas y teólogos, sacerdotes y doctores, (...) Papas, cardenales, sacerdotes y prelados." (I, 294-298)

El "Juicio Final" concluye con una larga plegaria a la Virgen intercesora, abogada y embajadora de todos sus "hijos" pecadores ante su Hijo. (I, 407) Tanto por la espectacularidad de sus imágenes como por las evocaciones apocalípticas, el juicio final ha sido un tema muy recurrido para los predicadores de todos los tiempos. Su repertorio de imágenes hunde sus raíces en un cristianismo tradicional, en el que las imágenes, símiles y mensajes constituyen auténticos loci al servicio de doctrinas y predicadores. Se trata de una doctrina dirigida a gente sencilla y humilde.

La poesía amorosa de Dechepare se debate en la disyuntiva de elegir entre el amor divino, cuya única beneficiaria sería la Virgen María, y los amores profanos. Los dos primeros poemas que siguen a la "Doctrina Cristiana", ("Desengaño de amantes" y "Defensa de mujeres"), abren la vía que nos llevará a la poesía amorosa del autor. El primero de los poemas no es sino una explosión de fervor hacia la Virgen como madre de Cristo (y madre de Dios) y, por extensión, madre de todo el mundo, sobre todo de los afligidos y descarriados. El mensaje del poema es claro: cualquier afán amoroso que se desvíe del puro y casto amor que merece la Virgen acarreará la pérdida y condena del alma para el cristiano. En fin, que el amor temporal (cortés) es breve, no dura sino lo que la vida, y merece la pena estar a bien con la otra "corte", es decir, la celestial, que es para siempre ("La vida de acá es breve, para siempre la otra") (II, 23). Existe en el siglo XV un rico repertorio de razones que se esgrimen frente al siempre vano amor profano: "Si los amantes han satisfecho una vez su gusto, / otro deseo les brota con más fuerza" (II, 45-46). La Virgen María será para Dechepare la única en garantizar al cristiano un amor leal y puro. Claro que la Virgen María atesora virtudes que disuaden de cualquier otro deseo que no fuera puro y casto:

"La santa señora ha tenido entre los hermosos la gracia / de que nadie la desee con malicia, / sino que con la simple vista extinguirá el mal deseo; / con ver su imagen experimentará esta verdad." (II, 51-54)

Ésta es la suerte que vaticina Dechepare a aquéllos que se rindan al amor profano: "El amor pecaminoso siempre es traidor; el que mucho gozó mucho habrá de padecer." (II, 15-19)

El estigma del pecado de Eva pesó sobremanera en el medievo y ni siquiera la irrupción espectacular de la Virgen María como figura redentora (Eva: Ave) pudo librar al cristianismo de un hondo recelo hacia la mujer. Entre las manifestaciones de ese rechazo (y misoginia) en contra de las mujeres, destaca en el siglo XV el debate entre los detractores y los defensores de la mujer, fenómeno que se conoce como la "querella de las mujeres" y que no cesó hasta bien entrado el siglo XVI. En el tercer poema del libro, "En defensa de las mujeres", Dechepare toma partido por los defensores de las mujeres y vitupera a quienes las maldicen. En la primera razón que expone en descargo de ellas asevera que "si los hombres las dejaran, ellas no faltarían." (III, 2) Las cinco estrofas que le siguen dirigen su mirada a la figura de la mujer como madre:

"...de ellas nacemos una vez al mundo; / ya nacidos, seríamos muertos de no alimentarnos ella; / ya crecidos, a diario necesitamos su ayuda." (III, 20-22)

A las dos estrofas que siguen a la figura de la madre, le sucede la mujer caritativa y maternal que cuida de vestirnos y alimentarnos, cuida de los enfermos y la mujer diligente que cuida de la casa. El poeta cifra su estima de la mujer tributándole el más acendrado elogio: "En el paraíso no me gustaría faltaran las mujeres." (III, 30)

No regatea elogios a la condición de la mujer en virtud de su parentesco con la figura de la Virgen: "Dios mismo ama a una mujer más que a todo en el mundo; / enamorado de una bajó del cielo." (III, 47-48)

En las siguientes estrofas sube de tono el entusiasmo y el fervor que el poeta siente por las mujeres, y en el cenit de su laudatio cede al deleite sexual, al que convida a disfrutar su placentera compañía. "Nada hay en el mundo tan hermoso y agradable / como una mujer, bajo el hombre, desnuda." (III, 55-56)

La tradición amatoria de la lírica occidental arranca con la poesía provenzal del siglo XII y continúa sin interrupción hasta los poetas del Dolde stil nuovo, recala en Petrarca en el siglo XIV y, bajo su influjo, irradia la poesía del Renacimiento. Fueron los trovadores provenzales los creadores del concepto de amor cortés, concepto de la lírica amorosa que perduró hasta finales del siglo XVII. Algunas de las poesías de Dechepare acusan su influjo; otras lo hacen para esquivar, contravenir o simplemente traicionar sus rigurosas convenciones. Pero su referencia como código de amor siempre está presente y difícilmente se podrían interpretar algunos poemas sin apelar a él. Así, "El amor secreto", "Separación de enamorados", "El enamorado celoso", "Requerimiento de amor" y "Desprecio de la amada cruel", se adecuan cómodamente a las pautas comunes del amor cortés.

En la poesía de Dechepare no faltarán los ojos femeninos que turban el sosiego del amante, ni las flechas que lanza con su mirada, asaeteando el corazón del amante. Es así como Amor, obra del destino ciego, caprichoso e infantil de Cupido, hiere profundamente el corazón del amante y se aposenta en él. En adelante, no será dueño de sí mismo. Su vida pasará a ser un cautiverio más o menos desdichado en virtud de la mirada cálida o fría con que lo obsequie la amada ("soportando día y noche fríos y calores, / Pérdida de sueño, muchas molestias, mas no por el alma" (II, 79-80). El amante ha perdido la paz de su alma: "Dormir ya no puedo ni tengo paz en el corazón; / ambas cosas las perdí, amada, por causa vuestra." (IX, 21)

No obstante, hay poemas en el libro que contravienen claramente las maneras retóricas y elegantes de la convención amorosa: "Coplas de casados", "Peticiones de beso", "Disputa de amantes". Destaca la elementalidad y el brutal realismo de "Coplas de casados", en cuyos versos se planta la semilla en la mujer sobre campo arado y abonado: "Quien se enamora de la que es de otro / si me sucede sembrar en ese campo" (IV, 7-9). No será precisamente cortés un temperamento que no se amilana ante el rechazo de la dama y, contraviniendo las reglas que la convención literaria exige, la doblega y reduce en contra de su voluntad, como ocurre en el poema "Disputa de amantes":

"De antiguo se dijo: / que quien deja lo que en la mano tiene / no lo volverá a tener cuando lo quiera. / ¡Fuera las palabras, vayamos al hecho!" (X, 63-66)

Para acabar, conviene reflexionar sobre la intención didáctica que reviste la poesía amatoria de Dechepare. Existe un consenso entre los estudiosos del autor en lo que se refiere al carácter didáctico de su poesía. Claro que, cuando hablamos de los peligros del amor, volvemos al debate secular que la Iglesia cristiana viene manteniendo a favor del matrimonio y en contra de los amores adúlteros y deshonestos. Dechepare invita al amor casto y puro de la Virgen, y en su defecto al matrimonio, como pilares fundamentales de la moralidad cristiana. Otra cosa era todo ese juego cortesano del amor y de la vida en el que se recrean posibles situaciones (IX-XI) donde se pone en juego la integridad del alma cristiana, su salvación o condena. Para los moralistas y predicadores rigurosos, todo ese juego de amor no era sino "salsa para pecar", nidos de vicio y pecado. Etxepare escribe su poesía siguiendo la convención del amor cortés que dominaba los ambientes más o menos cultos de su época, pero, a buen seguro, nunca dudó de que tras la coartada de la cortesía y sus maneras refinadas que iría ilustrando en sus poemas, se escondía un deseo sexual irrefrenable que reclamaba ser satisfecho. No faltan ejemplos elocuentes en la poesía de Dechepare. Al cabo, son los hombres los que con sus palabras arteras y embaucadoras engañan a las mujeres. Dechepare lo tiene claro: "Si los hombres las dejaran, ellas no faltarían" (III, 2). Vamos, que ellas son más virtuosas que ellos.

Llegados a este punto, habría que recordar lo que se ha escrito a propósito de la Virgen como amante ideal y a cuyo regazo debiéramos acogernos todos. Pues bien, Dechepare cierra su ciclo de poesía amatoria atendiendo a los avisos que lanza el poeta en "Desengaño de amantes", poema que avisaba de que el mayor peligro del amor comportaba la pérdida del alma, y sobre la necesidad de acogerse a la Virgen María y tributarle nuestro amor:

"No he de morir por falta de mujer, no sea yo el primero; / a todas he de renunciar donde está la mejor; / no podría con ellas prosperar y sí perder el alma; / pronto estoy a renegar de todas por una sola." (XII, 53-56)

El "Cantar de Mossen Bernat Dechepare" (XIII), poema supuestamente autobiográfico, cuenta que sufrió injustamente prisión en Bearn por orden del rey, y que todo ello fue debido a falsas acusaciones de sus enemigos. No se sabe a qué tipo de acusación se refiere, ni cuáles son las causas de su encarcelamiento. Los estudiosos de su poesía han buscado paralelismos entre los hechos a los que alude su autobiografía y su pasada fidelidad a la corona castellana. Pero nada se sabe, puesto que ningún otro elemento o acontecimiento más o menos preciso que coadyuvara al esclarecimiento de los hechos narra el poema autobiográfico. Los parcos trazos que poseemos de los hechos que el relato pretende dar testimonio, tan sujetos están a una dimensión individual como a una universal. Como en aquella confidencia del Arcipreste de Hita, "E yo, porque so omne, como otro, pecador", la reflexión sobre la condición de injusticia que Dechepare padece como hombre está filtrada como una manifestación del drama eterno que se escenifica en la vida humana. Más bien parece que a través de la injusticia cometida con él, sigue instruyéndonos sobre las tribulaciones que sufre el cristiano en el mundo.

El libro cierra con dos poemas ("Contrapas" y "Sautrela") que, escritos para ser cantados por el pueblo acompañando a la danza, vienen a exaltar el euskera sobre las demás lenguas del mundo. Como lo hicieron el francés, el italiano y el español, también el euskera eleva su voz frente al latín y se abre al mundo. La era Gutenberg, que Dechepare recibe con entusiasmo (el suyo fue el primer libro impreso en lengua vasca), hace que el poeta mire con júbilo y optimismo el futuro del euskera.