Concept

Actores políticos

El origen es la primera de las dimensiones que posibilita el análisis de los rasgos más significativos de los diferentes partidos políticos. Tal y como apunta Martínez Sospedra (1996), éste puede ser (a) parlamentario, resultado de la unión entre cargos electos con los mismos intereses tratando de conectar con una base social que les puede otorgar determinados apoyos; (b) de origen exterior, es decir, nacidos a partir de instituciones o grupos sociales que participan en el sistema político; y (c) resultantes de una escisión o fusión. En el caso vasco, la mayor parte de los partidos existentes encuentran su origen en las dos últimas categorías.

El desarrollo histórico de este tipo de actores colectivos muestra que han ido asumiendo determinados perfiles en función de cada contexto concreto, de las necesidades del momento y de las exigencias de quienes los promueven (Valles, 2000). De esta forma, y atendiendo a la estructura interna, podemos aproximarnos a la tradicional división de Duverger (1974) entre partidos de cuadros, de masas y de electores.

  • Los partidos de cuadros tratan de incorporar a una minoría selecta de la ciudadanía a través de su movilización sobre la base de los beneficios que podría reportar a la comunidad la elección del notable y su consecuente acceso a los círculos de decisión. Por sus características internas, el nivel de institucionalización será bastante débil, la disciplina escasa, la autonomía de las elites electas sobre las partidistas será muy alta, y la ideología poco fundamentada. En el caso vasco el partido que más se ajusta a esta definición puede ser la UDF, aunque encontramos algunas de estas tendencia, mucho menos acusadas, claro está, en el PNV.
  • El partido de masas surge de la estructuración política de la socialdemocracia, siendo adaptado posteriormente por el resto de corrientes ideológicas. A diferencia del anterior modelo, los mecanismos de adhesión son más formales, la ideología está muy definida, y el aparato directivo fuertemente estructurado y centralizado.
  • El partido electoral de masas, o partido de electores, pretende una adhesión interclasista por medio de la atenuación de los elementos ideológicos, la estructuración abierta que permita la incorporación de nuevos sectores sociales, la posición preeminente de los cargos públicos, y el reforzamiento del liderazgo, incluida su personalización (Valles, 2000; Duverger, 1974; Panebianco, 1990).

Como su puede preveer, la mayor parte de los partidos del sistema político vasco han fluctuado a lo largo de su historia entre estas dos ultimas aproximaciones, con una clara tendencia a abandonar el carácter de partido de masas para asumir rasgos electorales. No obstante, entre los partidos nacionalistas y los partidos de extrema-izquierda, la tendencia electoral en menos acusada.

Paralelamente, el origen y el desarrollo está relacionado con el proceso de institucionalización de los partidos. En la fase de gestación, (a) los líderes eligen los valores-clave, (b) se crea la estructura que los incorpora, estableciendo las metas ideológicas de la futura formación, (c) se construye la identidad colectiva, y (d) la organización es un instrumento para la realización de los objetivos. En cualquier caso, cuando se consolida el proceso de institucionalización, se incorporan al actor los valores y fines fundadores del partido, de manera que la organización pierde el papel de instrumento y adquiere valor en sí misma; se convierte en un fin para sus miembros (Panebianco, 1990).

En función de este proceso podemos diferenciar entre partidos fuertemente institucionalizados y los débilmente institucionalizados.

  • Los primeros son aquellos que cuentan con una fuerte presencia social, una sólida estructura organizativa, una mayor homogeneidad orgánica de sus sub-unidades, una fuerte identidad, una disciplina importante, una sólida base social, un sistema de ingresos basado en aportaciones regulares y centralizadas, y un predominio del partido sobre las organizaciones externas al mismo. Este es el caso de los partidos nacionalistas (vascos, españoles y franceses) en el sistema político vasco.
  • Por el contrario, en los segundos, la identificación de partido -así como la disciplina- es bastante débil, lo que implica una organización frágil y poco cohesionada, adolecen de fallos en el control de su base social, hay una falta de interrelación y una actuación autónoma y heterogénea de las diversas sub-unidades organizadas, y sus órganos centrales son bastante permeables a influencias externas (Martínez Sospedra, 1996; Matas, 1999). El caso más paradigmático en el sistema político vasco sería el de la democracia cristiana francesa.

En definitiva, el grado de institucionalización de los diferentes partidos puede medirse en función del nivel de autonomía de la organización respecto del ambiente, y por el grado de sistematización e interdependencia entre las partes que lo constituyen (Panebianco, 1990).

El sistema interno de incentivos es otra de las grandes dimensiones que permiten analizar los rasgos de los diferentes partidos políticos. Este sistema de incentivos está profundamente ligado a los factores que aceleran el proceso de institucionalización: (a) el desarrollo de los intereses que mantienen la organización, y (b) la difusión de las lealtades organizativas.

  • El primero de estos elementos está vinculado a la necesidad de distribuir incentivos selectivos entre sus adherentes en las primeras fases de la vida de la organización. Entre este tipo de incentivos -muy ligados al proceso de captación de las elites-, podemos destacar las posibilidades de hacer carrera en la organización, el reparto de los puestos dirigentes y los cargos electos, las posibilidades de empleo, y sobre todo el acceso al poder.
  • A su vez, el desarrollo de las lealtades organizativas está fuertemente relacionado con la distribución de los incentivos colectivos, y por tanto con la asunción de una identidad colectiva por parte de sus dirigentes, afiliados y electorado. De la misma forma, los programas y la línea política -en definitiva la ideología de estas organizaciones- debe ser estudiada como parte de estos incentivos colectivos (Panebianco, 1990).

Las identidades nacen de la confrontación de los individuos con los otros, por lo que remiten al campo teórico de la articulación de lo individual y lo colectivo; son la base de identificación de lo mismo y lo diferente -y en consecuencia del ellos y el nosotros-. A su vez, pueden fundarse en la permanencia y la larga duración; o bien, en una voluntad de ruptura con el pasado, con lo que se fundamentan en una dinámica de la acción.

Los individuos nos encontramos ante una gran cantidad de identidades yuxtapuestas que configuran la multi-dimensionalidad identitaria del ser humano. La identidad política es la parte de la identidad social reconocida como política y presenta un carácter conflictivo: es un problema de elección.

En este sentido, la identidad de las formaciones políticas vendrá definida por una serie de elementos que (a) permiten la articulación de lo individual y lo colectivo, y (b) posibilitan la identificación de sus miembros y su auto-identificación en el colectivo respecto al "vosotros" exterior. La base de la identidad de las formaciones políticas puede ser muy variada: nacional, de identificación con un líder, con una clase... (Letamendía, 1997)

Si bien la ideología es un componente más de la identidad partidaria, y no necesariamente el más importante (Martínez Sospedra, 1996), sí que es cierto que presenta una serie de elementos que obligan a tenerla en cuenta: su potencialidad de exclusión, su facilidad para la construcción de proyectos y alternativas políticas, y su carácter de instrumento de legitimación de la dirección del partido ante sus afiliados. De esta forma, únicamente los partidos con base ideológica han conseguido establecerse en los países europeos (Von Beyme, 1986), cuando menos hasta fechas recientes.

En el caso vasco, ambos elementos, identidad e ideología, van a condicionar las alianzas de los diferentes partidos y van a explicar un complejo escenario partidista en el que las formaciones se situan en base a su posición en el eje izquierda - derecha y el eje nacionalismo - regionalismo -centralismo.

Ambas dimensiones van a ser determinantes a la hora de ubicar a cada formación en una determinada familia de partidos. En este sentido, Rockan (1970) y Seiler (1980), así como Letamendía (1997), desarrollan un esquema que presenta las cuatro fracturas derivadas de la modernidad (a) en base a su origen (revolución industrial o revolución nacional) y (b) a partir de su ubicación en el eje territorial o funcional:

  • El cleavage Iglesia/Estado opone a los partidos clericales y los anticlericales, ya que mientras que los primeros apuestan por reforzar la influencia política y social de la Iglesia, los segundos proponen la separación entre ésta y el Estado así como la secularización de la vida social. Esta división genera dos familias de partidos: (a) en la vertiente clerical la democracia cristiana, que es heredera de las luchas político religiosas del pasado, (b) en la vertiente anticlerical aparece una familia de partidos que podemos calificar como laicos o seculares.
  • El cleavage centro/periferia -al igual que el anterior, de origen cultural-, opone a las familias de partidos centralistas de las de los regionalistas, autonomistas, federalistas o independentistas (Seiler, 1990). En cualquier caso, como derivación del mismo, podemos diferenciar entre formaciones abiertas a la descentralización del Estado, y partidos cerrados a cualquier modificación del sistema administrativo.
  • El cleavage sector primario/sectores secundario y terciario opone los intereses urbanos, comerciales e industriales de los de los campesinos. Genera una única familia que se basa en la defensa de los intereses del mundo rural: los partidos agrarios.
  • El ultimo cleavage poseedores/trabajadores diferencia los intereses de los medios de producción y los de los trabajadores, determinando las dos familias de partidos más importantes existentes en Europa. Del lado de los "poseedores" encontramos aquellos partidos que mediatizan la voluntad política de los círculos industriales, financieros o comerciales -en los que la defensa de la ortodoxia liberal se constituye en fundamental-; por el contrario, la familia de partidos "trabajadores" median en la voluntad política del mundo del trabajo, y especialmente del movimiento sindical (Seiler, 1980, 1990).

La tabla siguiente muestra la división de las familias de partidos en base a estas cuatro fracturas:

Líneas de fractura en las familias de partidos
Fuente: Seiler (1980)
RevoluciónNacionalEje territorialCentro/periferia
Eje funcionalIglesia/Estado
IndustrialEje territorialRural/Urbano
Eje funcionalPoseedores/trabajadores

Este esquema interpretativo permite analizar las dimensiones ideológica e identitaria anteriormente apuntadas sobre la base de dos variables en el sistema político vasco en Francia.

  • Así, la identidad en los grandes partidos que forman parte del sistema de acción colectiva vasco en Francia va a compartirse como consecuencia de su posición en torno al conflicto centro-periferia, entendida en sentido estricto. Sin embargo, existen claras diferencias si se aborda desde la perspectiva más o menos abierta a la descentralización del Estado.
  • Por contra su ideología los dividirá en las dos familias señaladas a partir del cleavage capital/trabajo.
  • En paralelo, se observa un peso creciente de las formaciones nacionalistas en el sistema político vasco en Francia, que en las últimas elecciones europeas han alcanzado sus máximos históricos

Respecto del sistema político vasco en España, encontramos una clara delimitación en base a la posición de las diversas formaciones en las cuatro familias derivadas de las fracturas capital-trabajo y centro-periferia. Cuestiones éstas a las que se debe añadir una última fractura en torno a la posición de estas formaciones respecto del uso de la violencia, que ha emergido recientemente tras las escisión entre Batasuna y Aralar.

Finalmente, en Navarra, el eje centro - periferia asumen un perfil particular en la medida en que siguiendo a LINZ (1986) podemos enetender la posición del navarrismo de UPN como una reacción de la periferia de la periferia, que identifica al sistema político vasco como un centro ante el que reaccionar potenciando sus señas particulares de identidad.