Udalak

ZALDUONDO

Celebra fiestas el 2 de junio "El Celedón"; último domingo de julio al primero de agosto. Carnaval en Zalduondo. Superado un paréntesis de inactividad de 41 años, en 1975 se recuperaba el Carnaval de Zalduondo, centrado en la figura de Markitos. Revivía así una costumbre que se creía definitivamente perdida. Markitos es un muñeco de 1160 cm. de altura, que lo montan sirviéndose de una horquilla de madera, que forma el esqueleto de la cabeza, el tronco del cuerpo y las extremidades inferiores. Un palo o una tabla traza el hombro y un alambre que pasa por el hombro, hace el nervio de los brazos. Viste camisa, jersey, chaqueta, pantalón y guantes. Para completar la cabeza -antiguamente un puchero- introducen un tarugo a la horquilla y lo envuelven con un trapo, al que le aplican una careta de goma o cartón. El muñeco -embutido de hierba- va tocado con una boina y calza zapatos. Luce amplia pajarita, una flor en la solapa y un collar de cáscaras de huevo. A Markitos le preparan en la antigua "casa de los mozos" o casa Martiniano (Aseguinolaza). El día de su aparición en público -el Domingo de Carnaval por la mañana-, llevan un caballo a la mentada casa y lo dejan, en local contiguo al que ocupa Markitos, atado a un varal que se apoya en el piso y alcanza el techo de negro y viejo maderamen. La bestia es joven y algo indisciplinada. La cubren con una sobrecama de ricos dibujos y la ornan por medio de varias flores artificiales y un cencerro en la collera y otro en la frente. Fuera, junto a la fachada de la casa, espera un carro adornado por medio de dos o tres colchas y trozos de vistoso papel. En la cama de esta carreta vernos la nasa reservada al predicador, quien, por la tarde, tornará parte en el epílogo de la farsa. Al mediodía, la música de txistu que recorre el pueblo se hace cada vez más perceptible desde los alrededores de la salida de la pantomima. Son tres txistularis y un atabalero que, precedidos por un grupo de jóvenes, llegan en festiva intervención hasta la amplia puerta de la "casa de los mozos" donde aparece el caballo montado a horcajadas por un joven ataviado con una capa de vivos colores y sombrero de papel, quien lleva consigo al Markitos. El paseo se cierra en el césped de un altozano próximo al templo parroquial, lugar donde se apea el mozo con el muñeco. Entrepiernas, al muñeco le introducen el extremo de un varal o lata de 6 metros de largo y su cabo opuesto lo dejan metido en tierra y afianzado por un cosido de tres tablas. El caballo se retira lentamente, montado por el joven que ha acompañado al Markitos y seguido por tres o cuatro mozos disfrazados. Los mozos, músicos y varios vecinos con el alcalde a la cabeza, celebran la reunión gastronómica del mediodía. La farsa continúa a media tarde: al igual que por la mañana sale de la "casa de los mozos" y se dirige en busca de Markitos. El cenicero -que lleva un cubo con ceniza- y el barrendero -con un palo con trapo en un extremo-, ataviados con batas negras, abren la comitiva. Le siguen los músicos -dos txistularis, un atabalero y un acordeonista-; el carro tirado por una yegua y con la nasa ocupada por el predicador, entunicado y con un gorro de cartón que nos recuerda un birrete; el "viejo" y la "vieja" -un mozo que representa a las dos figuras enmascaradas y superpuestas-, que son los padres de Markitos; el oso y la oveja -los dos con piel de oveja y careta- y dos "porreros" embutidos en sus respectivas y voluminosas arpilleras rellenas de hierba, que remedan al Ziripot de Lantz. La comparsa de acompañantes, compuesta de chicos y chicas disfrazados, corea de manera reiterativa: Que venimos de la función, de la función de Carnaval. Que somos de Zalduendo, gente de buen humor. A Markitos lo montan en el carro y con él prosigue la comitiva hasta alcanzar una arboleda en la Plaza de la Torre Arce, donde se halla el alto relieve de Celedón, obra del escultor tolosarra Juan Lope. En este pequeño prado concluye el paseo y Markitos escucha la peroración que entre trago y trago le dirige el predicador, desde el interior de la nasa. Tras este sermón suena de nuevo la música y al muñeco lo dejan en el suelo -apoyado en un metálico barril vacío-, y rociado de gasolina le prenden fuego. Los jóvenes de la comparsa forman un corro y bailan en derredor. El cenicero y el barrendero, el oso y la oveja, y lo mismo los dos porreros actúan a su aire y sobre la marcha improvisan el correspondiente número festivo, al tiempo que la vieja llora y el viejo le enjuga las lágrimas en ademán de consolarla. Dentro de la mayor algarabía un mozo rompe el círculo de danzantes e introduce al Markitos en la barrica, con poca delicadeza y miramiento. La comparsa deja al muñeco y se aleja de manera anárquica y desordenada a través del bien cuidado pueblo de Zalduondo. [Ref. J. Garmendia Larrañaga: Carnaval en Alava, San Sebastián, p. 137-140, 1982].