Sindikatuak

Unión General de Trabajadores

A finales del siglo XIX, al objeto de responder a los cambios de todo tipo que provoca la Revolución Industrial, los obreros inician un paulatino tránsito que, partiendo de fórmulas de cooperación y asistencia colectiva irá avanzando hacia modelos más organizados y reivindicativos de articulación laboral. Sin embargo, el limitado contexto de apertura que permite una embrionaria vertebración del movimiento obrero con la I república, da paso, con la Restauración, a una vuelta a las políticas restrictivas que se concreta en la ilegalización de esas organizaciones.

Esta represión, sin embargo, indirectamente ayuda a la definición del movimiento obrero, en la medida en que provoca la definitiva disociación entre éste y la pequeña burguesía democrática, lo que da fuerza al sector bacunista de los trabajadores, que paulatinamente comienzan a radicalizar sus posiciones. Así, la importancia del movimiento bacunista obliga a una alianza entre reformistas y marxistas basada en un pacto tendente a defender las bases sindicales conquistadas -especialmente en Cataluña en torno al Centro Obrero y las tres Clases de Vapor- y a la conformación de alternativas complementarias, partidaria y sindical.

En cualquier caso, la entente entre reformistas y marxistas se debilita pronto, finalizando en una ruptura que cristaliza en la apuesta de los sectores marxistas por conformar un sindicalismo basado en la lucha de clases y en el rechazo de la esencia armónica del sistema. En este sentido, podemos entender el nacimiento de Unión General de Trabajadores no solo como un intento de contraponerse a los planteamientos anarquistas en lo sindical, sino como una clara apuesta de ciertos sectores obreros por decantarse por un reformismo cuyo orizonte es el socialismo.

En este contexto de efervescencia obrera, dos años después del nacimiento de UGT, se celebran por primera vez manifestaciones obreras del 1º de Mayo, inaugurando un ciclo de conflictividad que permite una mínima consolidación de la estructura organizativa bicéfala (PSOE - UGT) que eclosiona en la década anterior (Castillo, 2008: 40). No obstante, el balance del periodo que va de 1890 a 1900 está marcado por la precariedad de los logros debido a las constricciones de un marco político nada propicio para su consolidación.

La década de los 90 también es la década en la que en Euskadi irrumpe el movimiento obrero. Efectivamente, en mayo de 1890 Bizkaia conoce la primera gran movilización que inaugura lo que Unamuno definiera como "el periodo de las grandes huelgas". Así, entre 1890 y 1910 esta provincia asiste a 5 huelgas generales de gran dimensión, lo que convierte a Bizkaia en uno de los polos de movilización obrera más importantes de España. Como decimos, en 1890 se celebra el 1º de Mayo también en Euskadi. Esa jornada son 20.000 los obreros que se movilizan por primera vez en la historia de este país. Pocos días después, 5 de los representantes del Comité Socialista de la Arboleda son despedidos. Este hecho desencadena una ola de movilización y solidaridad que se concreta en la paralización total de la zona minera el 13 de mayo. Al día siguiente, la autoridad militar asume el mando de la provincia y declara el estado de sitio.El día 15 los obreros presentan una tabla de reivindicaciones (jornada laboral de 10 horas, eliminación del trabajo a destajo, supresión de los barracones y readmisión de los despedidos). A pesar de la negativa de los patronos a negociar, finalmente, un General del ejercito inicia una estrategia de mediación que decanta el final de la huelga con una clara victoria de los y las trabajadoras vizcaínas.

Paradójicamente, de acuerdo con Miralles (1990: 33) el éxito de esta convocatoria no ayuda a la consolidación del sindicalismo vasco a corto plazo, al extenderse entre los trabajadores la confianza en fórmulas espontáneas y masivas de auto-organización obrera en las que la presión violenta jugaba un papel destacado. Se debe esperar, pues, a comienzos de siglo para vislumbrar la fortaleza que el sindicalismo ugetista pasará a tener a posteriori. Así, la UGT de Bizkaia sólo contaba con 511 afiliados en 1893, lo que explica que hasta 1902 no hubiera representación de esta provincia en los congresos del sindicato. En 1900 UGT cuenta con 1.253 afiliados, ascendiendo a 3.212 en 1915. En resumen, en Bizkaia, la victoria de la huelga de 1890, así como el ciclo de movilización obrera de las dos décadas posteriores (que se salda con victorias para los obreros en las huelgas de 1903 y 1910 y con derrotas en las de 1892 y 1906) abre un primer periodo en el que el sindicato comienza a consolidarse y trata de ostentar la representación de los trabajadores ante las autoridades como consecuencia de la cerrazón patronal (Urquijo, 2004: 200).

En el caso de Gipuzkoa, el desarrollo del sindicalismo (también el ugetista) es más tardío como consecuencia del modelo económico más diversificado y desconcentrado propio de este territorio (Luengo, 1990). Así, se produce una modernización no traumática, sin grandes cambios en la estructura social, con un proletariado autóctono, que limita en gran medida los conflictos sociales. Por ello, debe esperarse a la II República para encontrar una cierta proyección social del sindicalismo en este territorio.

En Navarra, por su parte, los fracasos previos en la creación de organizaciones de resistancia cristalizan en 1900 con el nacimiento de la Sociedad de Obreros y Carpinteros. A esta primera sociedad le siguen otras 11 en los dos años posteriores, las cuales se fusionan creando en 1902 la Federación Local de Sociedades Obreras, que si bien no se declaran explícitamente socialistas, cuenta con la presencia de cuadros que forman parte de la estructura del PSOE. En 1904 se crea el primer Centro Obrero de caracter ugetista en Tafalla. Para ese periodo, existen 11 sociedades obreras con 316 afiliados; en 1916 se contabilizan 8 secciones y 368 afiliados (Virto, 1989: 2).

Ya entrado el siglo XX, el periodo bélico permite un súbito desarrollo que sin embargo, pronto da paso a una situación de crisis económica, de desconcierto político y de agitación social, que se explicita en la huelga de 1917. Concretamente, esta movilización es secundada por 100.000 trabajadores en Bizkaia, afecta a todos los sectores y deja un saldo de 14 muertos, numerosos heridos, cientos de detenidos y 700 trabajadores despedidos de Altos Hornos.Un fracaso, en definitiva, que se entiende por el carácter prematuro del movimiento, por el papel destacado del ejercito, que se enfrenta a los huelguistas, por la falta de coordinación entre la UGT y la CNT y por la ausencia del campesinado (Urquijo, 2004). No obstante, esta gran huelga inaugura un ciclo de movilización sin precendentes que permite la consolidación del sindicalismo, que ya para 1920 suma 21.481 afiliados en Bizkaia, 4.053 en Gipuzkoa, 325 en Álava (Urquijo, 2004: 200) y 1.224 en Navarra (datos para 1921, en Virto 1989: 2).

Pérez Rui y otros autores (1986) han analizado la movilización obrera en Bizkaia entre 1918 y 1923, diferenciando dos fases. La primera, entre 1818 y 1920 se caracteriza por un amplio número de huelgas de carácter fundamentalmente económico (centradas en el aumento salarial, la reducción de la jornada...). Es una fase en la que las movilizaciones son locales, centradas en el lugar de trabajo. Con bajos niveles de violencia, estos conflictos acaban encontrando un cauce de resolución negociado que se concreta en claras mejoras de la calidad de vida de los trabajadores. En contraste, el periodo que va de 1920 a 1923 se caracteriza por un menor número de huelgas, pero que adquieren tintes más violentos y radicales. A diferencia de los años previos se observan algunas convocatorias de carácter general, así como la aparición de nuevos repertorios contenciosos (boicot, huelga de brazos caídos, huelga salvaje...). También en estos años se observa un claro bloqueo en las dinámicas de negociación, marcado por una ofensiva de los empresarios para reducir los niveles salariales alcanzados en los años previos. Finalmente, esta fase viene caracterizada por cierta desorganización obrera, así como por la crisis del sindicalismo que provoca la salida de la escisión comunista de UGT. Es comprensible, en consecuencia, que en estas fechas descienda el nivel de sindicación. En definitiva, en Bizkaia asistimos a 214 huelgas entre 1818 y 1920 y a 44 entre 1920 y 1923 (Pérez, 1986: 33). En Gipuzkoa, por su parte, solo contamos con 29 huelgas entre 1904 y 1916, que suben a 81 entre 1917 y 1923 (Luengo, 1991: 166).

Sobre estas bases de creciente conflictividad y articulación sindical, el socialismo y el sindicalismo ugetista crecen exponencialmente en el periodo de la II República. En este contexto, Bizkaia es una de las protagonistas destacadas del movimiento revolucionario de octubre de 1934, que se concreta en una huelga de una semana que se extiende rápidamente por los nucleos obreros industriales. Esta huelga también se difunde en Gipuzkoa, provincia en la que asume tintes más radicales, especialmente en Mondragón y Eibar, donde los huelguistas llegan a tomar el control de los ayuntamientos, aunque fugazmente. No obstante, el movimiento fracasa como consecuencia de la falta de una dirección organizada, de un programa claro y de la rápida respuesta de las fuerzas gubernamentales con un saldo de 41 muertos, la detención de 1.600 obreros y la clausura de las sedes socialistas, pero también de ELA (así como dos Batzokis).

En el caso de Navarra, el periodo republicano también posibilita la consolidación de un potente movimiento sindical ugetista, que se concreta en la puesta en marcha de hasta 26 secciones locales para comienzos de los años 30. Ante la falta de un programa para el campo, la UGT celebra en Pamplona en 1931 su I Congreso Agrario, tras el que se exige la devolución de los bienes comunales. Poco después, la reforma agraria que se impulsa con la República permite, como es lógico, una cierta capitalización del trabajo previo, lo que posibilita que el número de secciones de UGT ascienda a 46 en mayo de 1932, aunque la salida de los socialistas del gobierno y la falta de aplicación de la reforma generan cierta frustración que frena la expansión del sindicato.

En definitiva, de acuerdo con Redero (1992: 101) en fechas cercanas a la Guerra Civil, se puede concluir que UGT está fuertemente implantada en Euskal Herria sur, especialmente en la provincia de Bizkaia, con casi 20.000 afiliados en 1931 (cifra solo superada en Madrid, Valencia Badajoz y Jaen), 30.000 en 1934 y nuevamente unos 20.000 en 1936. Nivel de afiliación ugetista muy alto para una población activa asalariada de 150.000 trabajadores. Por su parte, en Gipuzkoa UGT cuenta con 7.694 afiliados, en Navarra 3.884 (aunque Virto los cifra en más de 7000) y en Álava sólo 587.