En su fiesta, 3 de febrero, los fieles asistían a los templos con panes rodeados de cordones para su bendición. El pan se consumía en la familia, e incluso se daba un trocito a los animales domésticos y la cinta se colocaba al cuello para preservar la garganta de todo mal (unos lo llevaban durante meses, otros durante nueve días o novenario). Se pensaba que dicho pan bendecido no se enmohecía.
Cuando el pan de trigo se incorporó a la dieta cotidiana de todas las familias (a finales del siglo XIX) empezaron a llevarse a bendecir panes enriquecidos con manteca, miel o huevos, rosquillas, sobados, en el Goiherri unos panes con pimienta negra triturada llamados piper-opillas, o los típicos sanblases: pasteles de bizcocho bañados con clara de huevo batida y azúcar, y últimamente adornados con el nombre del santo escrito con chocolate.
Panes o rosquillas benditas se agrupaban mediante un cordoncillo de tela. Considerando que la bendición también contagiaba sus efectos al cordón, los fieles se lo anudaban al cuello a fin de preservar e incluso curar la garganta. La venta de cordones bendecidos se mantiene en la feria de San Blas de la localidad vizcaína de Abadiño.
En Salinas de Añana se bendecían hebras de lana que se ponían como collar a los niños hasta el día de Santa Águeda, en que tras rezar un credo se arrojaban al fuego.
En la iglesia de San Nicolás de Pamplona radicaba la cofradía de San Blas, por lo que la tradición es que en su festividad se bendiga en el citado templo roscos, tortas de txantxigorris, piperopillas propias de la gente de la montaña, ensaimadas, cascareñas que llevan los de Artabia, las sobadillas de las gentes de la Ribera, y otras pastas que se alternan con panes, sal, chorizos, chocolates, y otros alimentos.
Recuerda J. Jurio cómo los chavales de Corella, Fustilla y Cabanillas acudían a las bendiciones llevando colgados al cuello los roscos, que se adornaban con florecillas de pasta, o grajeas coloreadas.
También se llevaba a bendecir comida para los animales y simientes que luego se usaban en la siembra: cereal, avena, trigo, panizo, alholva, alfalfa, esparceta, arbejuela o forrajes.
En todos los casos a los animales se les daba un poco de alguno de los alimentos bendecidos dicho día, haciéndoles así partícipes de sus virtudes.
También se bendecía agua, alimentos y granos. El agua se daba a beber a los miembros de la familia y a los animales, y se guardaba para bendecir la casa, los establos, los campos y verter en las agua-benditeras de las casas y se guardaba un poco para usarla en caso de enfermedad o problemas de otro tipo.
En algunos lugares de Navarra para dicha bendición se acudía con los animales a pie de la iglesia o en la plaza, a donde acudía el sacerdote. Ese día se les solía dar algo especial en la comida, como se hace con los humanos en sus onomásticas.
En Álava se pensaba que el agua donde se cocía harina bendecida también tenía las mismas propiedades que dicha harina.
Para la protección contra los catarros se ofrecía una vela y se rezaba a San Blas.
En la ermita de San Blas de Elgeta los fieles acudían a pedir la curación de los males de garganta. El cura, después de la misa, colocaba un par de velas ya bendecidas en forma de V en la garganta y rezaba unas oraciones propias del ritual. Esto dejó de hacerse hacia 1989.
En sus ermitas se bendecían semillas, como la baba beltza (haba negra) y garixa (trigo), que eran sembradas junto con otras no santificadas.
En la ermita de San Blas de Tolosa los fieles asistían con panes rodeados de cordones para su bendición: luego se comía el pan y la cinta se colocaba al cuello para preservar la garganta de todo mal (unos lo llevaban durante meses, otros durante nueve días o novenario). Igualmente se vendían medallitas del santo y libritos con la novena, que aún se celebra. En 1941 los PP. sacramentinos publicaron un devocionario dedicado a este santo.