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NAZIONALISMOA (SABINO ARANATIK GERRA ZIBILERA)

El nacionalismo en la «Dictablanda», la II República y la Guerra Civil (1930-1937).

En 1930, durante la «Dictablanda» del general Berenguer, el nacionalismo vasco resurge y se reorganiza. La mayoría de él apoya la reunificación de Comunión y Aberri en el nuevamente denominado Partido Nacionalista Vasco, que culmina en la Asamblea de Bergara (16 de noviembre), en base al mantenimiento de la doctrina aranista sintetizada en el lema JEL. Una minoría, procedente sobre todo de la Comunión, no lo acepta, pretende la renovación del nacionalismo y funda un nuevo partido, Acción Nacionalista Vasca (Manifiesto de San Andrés, 30 de noviembre), liberal y aconfesional, que se alía con el bloque republicano- socialista en las elecciones municipales de abril de 1931, que dan lugar a la II República. ANV fue un pequeño partido extraparlamentario, con alguna implantación en las zonas urbanas de Vizcaya y Guipúzcoa, que fracasó pronto políticamente (en las elecciones a Cortes Constituyentes de junio de 1931).Pero tuvo una actuación destacada en la lucha por el Estatuto de autonomía para Euskadi, que constituyó el eje de su acción política, hasta el punto de ser el partido vasco más estatutista de la época. Dentro del campo nacionalista, ANV supuso una novedad por muchos motivos: su no aranismo ni foralismo, su izquierdismo (moderado), su aconfesionalismo y liberalismo, su concepción unitaria de Euskadi, su apertura a los inmigrantes relegando el tema de la raza y su alianza con las izquierdas españolas (en 1931 y en 1936, ingresando en el Frente Popular). En varios de estos aspectos trazó el sendero por el que luego discurrió el PNV, con el que rivalizó y polemizó a menudo durante la República. Al final de ésta evolucionó hacia posiciones más radicales en la cuestión social y en 1936 aprobó un programa claramente anticapitalista, pero no marxista. En la Guerra Civil ANV combatió por la Euskadi autónoma (contó con un consejero en el Gobierno de Aguirre) y por la democracia española (tuvo un ministro en el Gobierno de Negrín). La II República fue la etapa de mayor esplendor del PNV, que creció extraordinariamente y llegó a ser el primer partido de Euskadi, aunque con problemas importantes como su muy desigual arraigo territorial, su estancamiento doctrinal, el rebrote de la disidencia aberriana (escisión de Jagi-Jagi) y su crisis interna a finales de la República. A nivel ideológico, el PNV apenas se renovó pues mantuvo inalterable la doctrina de su fundador, contenida en el manifiesto de 1906 y el Acta de Bergara de 1930 y compendiada por Luis Arana en su Formulario de 1932, como programa oficial, si bien atenuó sus componentes más reaccionarios (racismo, integrismo religioso) y se preocupó mucho más por los problemas sociales adoptando postulados socialcristianos. En cambio, sí fue notable su evolución política, que le condujo desde su coalición electoral y parlamentaria con el carlismo en 1931 hasta su defensa de la República en la guerra junto con el Frente Popular y contra ese mismo carlismo, pasando por su posición centrista en las elecciones de 1933 y 1936, a las que acudió en solitario frente a derechas e izquierdas.

Esta evolución en un sentido democrático-liberal fue obra de la joven generación nacionalista de los años treinta, encabezada por sus diputados Aguirre (su líder más carismático), Irujo, Landáburu, Jáuregui, etc. Su estrategia política se centró en la consecución de la autonomía de Euskadi dentro de la República «integral» española, yendo primero con la derecha clerical y antirrepublicana (Estatuto de Estella, 1931 ) y al final aliándose con el Frente Popular (Estatuto de 1936). Su continua reivindicación autonomista le llevó a invertir sus alianzas políticas, rompiendo con las derechas y aproximándose a las izquierdas, lo que contribuyó a dicha evolución. Aun siendo la autonomía su objetivo inmediato, el PNV consideraba el Estatuto como un simple medio o un primer paso hacia su meta, que seguía siendo la restauración de los Fueros o la separación de Euskadi del Estado español, confirmando así su carácter bifronte, autonomista e independentista a la vez. El PNV fue el mayor protagonista del proceso estatutario vasco y el partido que más lo capitalizó políticamente, sobre todo en los comicios de noviembre de 1933, celebrados dos semanas después del referéndum autonómico. En la República logró éxitos electorales obteniendo seis diputados en 1931 , doce en 1933 y nueve en 1936, todos ellos por Vizcaya y Guipúzcoa salvo uno por Navarra (1931) y otro por Alava (1933). (Véase el cuadro adjunto). El auge del nacionalismo jelkide, especialmente en el primer bienio republicano (1931-1933), se refleja también a nivel organizativo, propagandístico y movilizador. Su enorme capacidad de movilización de masas se constata principalmente en los Aberri Egunas celebrados en las cuatro capitales vascas en los años 1932-1935, congregando a decenas de miles de personas. La amplitud de su propaganda se nota sobre todo en la prensa: el PNV dispone de cuatro diarios y una decena de semanarios políticos, un diario deportivo y varias revistas culturales, al mismo tiempo que controla diversas editoriales que publican numerosos libros y folletos nacionalistas. Su organización se extiende a casi todos los municipios vizcaínos y guipuzcoanos y a bastantes de los alaveses y navarros, siendo muy débil su implantación en la Rioja y la Ribera. En 1933 se dota de un completo Reglamento orgánico de carácter confederal y estatal, que hace de él un auténtico embrión de Estado. Y es que el PNV representa mucho más que un partido político; es un movimiento o partido-comunidad que arraiga en la sociedad vasca, sobre todo en Vizcaya y Guipúzcoa, a través de numerosos centros sociales (batzokis, euzko-etxeas) y organismos sectoriales que sirven para encuadrar a las mujeres (Emakume Abertzale Batza), los jóvenes (Euzko Gaztedi), los montañeros (Euzko-Mendigoxale-Batza), los chicos (Euzko-Gastetxu-Batza), etc. (Cfr. los gráficos anexos a este artículo). La comunidad nacionalista vasca de los años treinta, hegemonizada por el PNV, no se redujo al ámbito político sino que abarcó también el mundo del trabajo y de la cultura. A nivel sindical, existía desde 1911 Solidaridad de Obreros Vascos (Euzko Langillien Alkartasuna), sindicato nacionalista con escasa implantación en sus dos primeros decenios de vida. En cambio, tuvo un crecimiento extraordinario en el primer bienio republicano, hasta el punto de contar con cerca de cuarenta mil afiliados (el 90 % de ellos en Vizcaya y Guipúzcoa) en su Congreso de Vitoria (1933), llegando así a igualar a la UGT socialista. Solidaridad de Trabajadores Vascos (nombre adoptado en dicho Congreso) era un sindicato católico y reivindicativo, pero no amarillo, y estaba muy vinculado al PNV, como prueba el hecho de que su presidente (Manuel Robles Aranguiz) y su vicepresidente (Heliodoro de la Torre) fuesen diputados del PNV en la República. Sus principales ideólogos fueron los «sacerdotes propagandistas» Policarpo de Larrañaga («Xabier de Bursain»), Alberto de Onaindía («Egizale») y José Ariztimuño («Aitzol»). En estos años STV arraigó no sólo entre los trabajadores industriales sino también entre los empleados, los pescadores y los campesinos guipuzcoanos y vizcaínos (Euzko-Nekazarien-Bazkuna y Euzko-Nekazarien-Alkartasuna). El PNV no consiguió crear una patronal nacionalista, pero sí participó en dos organismos de adoctrinamiento cristiano y patronal a los obreros vascos: la Agrupación Vasca de Acción Social Cristiana (AVASC) y su Universidad Social Obrera Vasca (USOV). El PNV protagonizó en buena medida el renacimiento cultural vasquista de los años republicanos, cuyo mayor impulsor fue «Aitzol», director de la revista Yakintza y promotor de certámenes literarios en euskera. El nacionalismo cultural abarcó asociaciones euskeristas (Euskaltzaleak, Euzkeltzale Bazkuna y su revista Euzkerea), la enseñanza en lengua vasca (Euzko-Ikastola-Batza), el teatro (el grupo Ol-dargi, la revista Antzertì), el folklore y el deporte vascos, etc. Los más destacados escritores euskéricos («Lizardi», «Lauaxeta», Barriola, Labayen, ...) fueron dirigentes jelkides. Tras la gran expansión política y organizativa de 1931-1933, el PNV se estancó y entró en crisis en 1934-1936, lo que se reflejó en su importante retroceso electoral de 1936. La principal, pero no la única, manifestación de esa crisis fue la separación del grupo aberriano de Jagi-Jagi, semanario bilbaino portavoz de la Federación de Montañeros de Vizcaya, a comienzos de 1934. Liderado de nuevo por Gallastegui, Jagi-Jagi se caracterizó por su radicalismo anti-españolista e independentista, su rechazo de la política posibilista y autonomista del PNV en la República, su anticapitalismo (que no socialismo) y su propuesta de unir a todos los abertzales en un Frente Nacional Vasco por la independencia de Euskadi, que no tuvo éxito en las elecciones de 1936. Por su pequeñez, este grupo no se presentó a éstas ni se constituyó en partido (a diferencia de su antecedente, Aberri). Pero contó con la simpatía de viejos nacionalistas de primera hora como Angel Zabala y Luis Arana. El hermano de Sabino se dio de baja del PNV en protesta por su alianza con el Frente Popular al ingresar Manuel Irujo como ministro en el Gobierno de Largo Caballero (25-IX-1936).

El estallido de la Guerra Civil obligó al PNV a decantarse por uno de los dos bandos en lucha pues la neutralidad era imposible. Si en Alava y Navarra (en poder de los sublevados desde el 19 de julio) adoptó una actitud de no oposición e incluso de contemporización con el golpe militar, lo que no le evitó la represión y la disolución de sus organizaciones por el general Mola, en Vizcaya y Guipúzcoa se posicionó inmediatamente a favor de la República y la democracia y en contra de la Monarquía y el fascismo (Euzkadi, 19-VII-1936), con el objetivo primordial de alcanzar al fìn la autonomía vasca, que estaba a punto de ser aprobada por las Cortes republicanas. Si en el verano del 36 luchó con escaso entusiasmo en la campaña de Guipúzcoa, desde la aprobación del Estatuto (1-X-1936) y la formación del primer Gobiemo vasco (7-X-1936), de coalición pero de hegemonía nacionalista (en el que controló la Presidencia y las cuatro Consejerías más importantes), el PNV se volcó política y militannente (con su ejército o Euzko Gudarostea) en la defensa del territorio vasco ofreciendo una resistencia tenaz a la ofensiva franquista sobre Vizcaya. Pero, tras la caída de Bilbao y la consiguiente pérdida de la efímera Euskadi autónoma (junio de 1937), su dirección (con Ajuriaguerra a la cabeza) optó por abandonar la lucha en Santander y negociar una paz separada con las tropas italianas aliadas de Franco, lo que terminó en el desastre de la rendición de los batallones nacionalistas en Santoña (agosto de 1937). Sin embargo, el ministro Irujo y el Gobiemo de Aguirre continuaron defendiendo la causa republicana hasta el final de la Guerra Civil en 1939.

En conclusión, en su primer medio siglo de historia, el movimiento nacionalista vasco, partiendo de Bilbao, se extendió por gran parte de la geografía de Euskal Herria, tanto en las zonas urbanas e industriales (en pugna con los monárquicos y los republicano-socialistas) como en las comarcas pesqueras y agrícolas (suplantando al carlismo en Vizcaya y, en menor medida, en Guipúzcoa), y llegó a constituir una amplia comunidad interclasista, nucleada en torno al PNV y a STV. Empero, aun con su fuerte desarrollo en la Republica, el nacionalismo no era hegemónico en Euskadi a la altura de 1936. Territorialmente, por su no excesivo arraigo en Alava y, sobre todo, por su extrema debilidad en Navarra (con sólo un 10 % de su electorado), el «Ulster vasco» (Blinkhorn). Políticamente, porque no representaba más que a un tercio del cuerpo electoral vasco, quedando los dos tercios restantes en manos de las derechas y las izquierdas no nacionalistas. Sindicalmente, porque la UGT, aunque perdió su hegemonía ante el avance de Solidaridad, siguió siendo el primer sindicato obrero del País Vasco, especialmente en Vizcaya, la provincia más poblada e industrializada. Culturalmente, porque, a pesar del resurgimiento euskerista, la mayor parte de la cultura vasca se expresaba en castellano y al margen del nacionalismo (los dos mejores escritores vascos, Unamuno y Baroja, eran decididamente contrarios a él). Y es que el País Vasco de preguerra se caracterizó por su intenso pluralismo político, social y cultural, como han puesto de relieve los historiadores Caro Baroja y Fusi.