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NAZIONALISMOA (SABINO ARANATIK GERRA ZIBILERA)

De Sabino Arana a la Dictadura de Primo de Rivera (1903-1930).

Sabino Arana fue un líder político carismático en vida. Tras su muerte, ese carisma se transformó en la mitificación e incluso santificación de su persona por parte de sus seguidores. Este fenómeno, palpable en la literatura nacionalista, supuso la esclerotización de la ortodoxia aranista (basada en el primer Arana) y la pervivencia de elementos ideológicos mágico-tradicionalistas en el PNV (Corcuera). El antropólogo Juan Aranzadi ha definido al nacionalismo vasco como un movimiento mesiánico o profético, en el cual Sabino Arana desempeña el papel de mesías o redentor del pueblo vasco, enviado por la Providencia para librar a éste de su estado de postración, en trance de perecer, y salvarle no sólo nacionalmente sino también cristianamente. En este sentido, no es casual que el «Día de la Patria Vasca» (Aberri Eguna) se celebre siempre el domingo de Pascua de Resurrección desde 1932, porque la idea de resurrección o de redención está muy presente en un movimiento tan religioso como el nacionalismo aranista vasco. Además, éste es también -según Aranzadi- un movimiento milenarista, porque sueña con una «edad de oro» o paraíso perdido, que sitúa en el régimen foral y cuya recuperación proyecta hacia el futuro en una Euskadi independiente. Todo ello contribuye a explicar que el legado doctrinal sabiniano permaneciese inmutable, sin cambios importantes, desde la muerte de Arana hasta la Guerra Civil. El PNV mantuvo intactos la concepción de nación de su fundador y sus rasgos característicos mencionados, como corrobora el libro La Nación Vasca de Engracio de Aranzadi («Kizkitza»), su principal intelectual orgánico en los tres primeros decenios del siglo XX. Por ello, no resulta extraño que el manifiesto tradicional del PNV, basado en los principios del lema sabiniano JEL y aprobado en la Asamblea de 1906, estuviese vigente, con ligeros añadidos, hasta la Guerra Civil. Ello supuso que hasta entonces el PNV siguiese una orientación clerical y derechista (sus alianzas siempre fueron con católicos, monárquicos o tradicionalistas, nunca con republicanos, socialistas o comunistas) y rechazase todo intento de evolución interna hacia la izquierda liberal y aconfesional, de modo que los nacionalistas partidarios de ésta se vieron obligados a escindirse del PNV y crear otros partidos. Tal fue el caso de los intentos de Francisco Ulacia, quien fundó dos efímeros grupos nacionalistas de carácter republicano y liberal en 1910-11, y de Acción Nacionalista Vasca (ANV) en 1930.

El hecho de que la ideología aranista permaneciese incólume no impidió que a la hora de concretarla en la práctica política surgiesen problemas en el seno del PNV. Su historia se caracteriza por numerosos enfrentamientos, escisiones y reunificaciones como consecuencia de la dualidad autonomía-independencia, constante del PNV que ha llevado al profesor Elorza a hacer de ella el leit-motiv de su historia. Esta dualidad se relaciona con las dos corrientes rivales existentes dentro del PNV desde 1898 y periódicamente en lucha por hacerse con el control del partido: los sabinianos radicales e independentistas, defensores de la ortodoxia del primer Arana y procedentes de la pequeña burguesía, y los burgueses euskalerriacos, más moderados, posibilistas y autonomistas. Su enfrentamiento se da ya en vida de Arana con motivo de su «evolución españolista» y se acrecienta tras su muerte, a pesar de que desde 1906 el PNV concreta su meta política en la reintegración foral, que permite la legalización de sus fines (la derogación de la ley española de 1839 que abolió los Fueros) y la coexistencia de los dos sectores jelkides (los Fueros son sinónimo de independencia para unos y de autogobierno dentro de la Monarquía española para otros). En la práctica, dicha coexistencia no es fácil y los conflictos internos se suceden. En los primeros años que siguen a la muerte de Arana, los sabinianos de Angel Zabala (cuyo portavoz es el semanario Aberri) predominan sobre los euskalerriacos de Sota (que cuentan con el semanario Euskalduna) y manifiestan su racismo (José Arriandiaga, «Joala»), su antiespañolismo (Santiago Meabe, «Geyme») y su integrismo religioso (el P. Evangelista de Ibero, «Iber», y su catecismo Ami Vasco). Pero a partir de 1908 la burguesía comienza a controlar el PNV y a seguir una vía posibilista, que le permite, gracias a su acuerdo con los monárquicos, alcanzar la alcaldía de Bilbao por real orden de Alfonso XIII. Llama la atención el hecho de que esta burguesía, que ostenta la dirección política del PNV, sea incapaz de alterar la doctrina aranista, arrumbando sus aspectos más arcaicos y míticos, más tradicionalistas y antidemocráticos, y de dotarle de un pensamiento más moderno, al estilo de la Lliga catalana. Como excepción, un intento renovador desde una óptica burguesa y urbana del nacionalismo vasco fue la revista cultural Hermes de Bilbao (1917-1922), pero el nacionalismo heterodoxo de sus intelectuales Sarría y Landeta no fue seguido por las masas nacionalistas. Luis Eleizalde («Axe») y «Kizkitza» (discípulos de Arana y directores de la revista y el diario Euzkadi, respectivamente) fueron los ideólogos que se encargaron de compatibilizar estos dos aspectos contradictorios, la ortodoxia doctrinal aranista y la praxis política autonomista, afirmando que la independencia no era un fin en sí mismo sino un medio, que más importante que la independencia de la nación vasca era su supervivencia y que, para ello, el nacionalismo debía anteponer la acción social y cultural a la política.

La coyuntura excepcional de la I Guerra Mundial, muy favorable para el nacionalismo vasco tanto económicamente («boom» del capitalismo vasco, sobre todo de las navieras de Sota) como politicamente (triunfo de las nacionalidades en Centroeuropa), trajo aparejados los primeros grandes éxitos electorales del PNV (sobre todo, en Vizcaya, donde controló el Ayuntamiento de Bilbao, la Diputación y cinco de los seis diputados al Congreso) y las primeras reivindicaciones de autonomía para el País Vasco en las Cortes españolas (1917-1919). En esos años se dio una alianza de las burguesías catalana y vasca, personificadas por Cambó y Sota, tendente a impedir la aprobación del proyecto de ley del ministro liberal Alba (para gravar los beneficios extraordinarios conseguidos durante la guerra) y a modernizar las viejas estructuras del Estado español de la Restauración por la vía de la descentralización administrativa y la autonomía política para Cataluña y Euskadi. Las juventudes del PNV (que se denominaba Comunión Nacionalista Vasca desde 1916) discrepaban de los planteamientos autonomistas del líder catalán Cambó y de algunos diputados jelkides (caso del navarro Manuel Aranzadi). Pero mientras al nacionalismo vasco le acompañó el éxito las disensiones internas no fueron graves. Todo lo contrario sucedió a partir del cambio de la coyuntura económica (crisis de posguerra) y política (derrotas electorales ante el monarquismo y el socialismo de Prieto en Vizcaya), en 1919-1921. Entonces las juventudes vizcaínas se enfrentaron abiertamente a la política de la dirección de Comunión, fueron expulsadas por ésta y formaron de nuevo el Partido Nacionalista Vasco, bajo el liderazgo de Elías Gallastegui («Gudari»), en el verano de 1921. A él se adhirieron Angel Zabala y Luis Arana, que había sido expulsado del PNV en 1915 por su germanofilia durante la Guerra Mundial. Los aberrianos (así llamados por su periódico Aberri) representaban a la pequeña burguesía radical e independentista y eran aranistas a ultranza (cfr. su manifiesto de 1921). Se preocuparon por la cuestión social más que los comunionistas, siguieron el modelo del nacionalismo irlandés (Sinn Fein) y organizaron grupos sectoriales (de mujeres, de montañeros, de teatro...). Condenaron la guerra de España en Marruecos por imperialista y apoyaron la alianza de los nacionalismos periféricos del Estado español para conseguir la independencia de Euskadi, Cataluña y Galicia (la Triple Alianza sellada en Barcelona el 11 de septiembre de 1923). La dictadura del general Primo de Rivera (1923-1930) supuso la congelación de la acción política del nacionalismo vasco, que se refugió en actividades sociales, culturales y deportivas, impulsando un renacimiento cultural euskerista que culminó en los años treinta. La dictadura toleró a los nacionalistas moderados, los comunionistas (cuyo diario Euzkadi continuó publicándose), y reprimió a los radicales, los aberrianos: su diario Aberri y sus centros fueron clausurados, sus dirigentes fueron encarcelados o se exiliaron en Francia y en América. La resistencia del nacionalismo vasco contra el régimen dictatorial fue más bien simbólica y testimonial, muy inferior a la protagonizada por el catalanismo radical de Macià, con el que sólo colaboraron unos pocos aberrianos.