Kontzeptua

Globalización en Euskal Herria

La era de la información (Castells, 2000) es una obra de referencia a la hora de acercarnos a la globalización. Para Castells, la revolución en las técnicas de información sirve de eje comprensivo de una nueva sociedad articulada en red. Obviamente, esta interconexión planetaria de ideas, de perspectivas, de visiones se refleja en diversas y contrapuestas posiciones respecto de los cambios culturales a los que se enfrenta el planeta. Así, desde algunas aproximaciones, entre las que destaca la de Beck (2001), la globalización sienta las bases de un dialogo intercultural que bien podría posibilitar el surgimiento de una cultura global. Frente a las tesis de la McDonalización -que rechazan la tendencia uniformizadora de la globalización (Ritzer 1999, Barber 2007)-, Beck (2001) considera que la globalización no es un rodillo cultural que occidentaliza el mundo, sino que se puede dar una relación dialéctica entre lo global y lo local, de tal suerte que la propia globalización sirva de base para el resurgimiento de culturas locales que impregnan a las culturas dominantes. Desde estas perspectivas se considera que reducir la globalización a imperialismo cultural es un acercamiento excesivamente simplista. No obstante, para otros autores, la lógica de la globalización es una vuelta de tuerca a previos procesos de integración cultural que segregan, hibridan y desdoblan culturalmente a muchos pueblos. Esta nueva lógica de la integración hace que las culturas autóctonas se vean erosionadas y en ocasiones aplastadas por la adopción de un modelo "ajeno", no solo en el terreno lingüístico sino en todas las facetas, incluidas las de la reproducción simbólica y tecnológica (Zolo, 2006).

Obviamente, resulta complicado encontrar un punto intermedio entre posiciones tan antagónicas. Y es que, aun aceptando en parte los postulados previamente presentados (que encuentran la globalización como una oportunidad para la reformulación y el refortalecimiento de las culturas locales), resulta difícil no limitar este entusiasmo si se tiene en cuenta que según las previsiones más optimistas, en el próximo siglo se prevé la desaparición de la mitad de idiomas del planeta. Desde cualquier perspectiva, a pesar de su número de hablantes, cualquier lengua es un patrimonio de la humanidad. Y no hay duda de que muchas no podrán sobrevivir para "aprovecharse de las posibilidades de los nuevos tiempos".

Por si fuera poco, esta contradicción entre oportunidades y amenazas debe analizarse a la luz del marco temporal y espacial que impone la globalización del peso preponderante de las NTCIS generando una lógica vertiginosa y desterritorializada. Efectivamente, desde ciertas perspectivas se llama la atención sobre el papel creciente que los medios de comunicación están jugando en la difusión de un único tipo de valores que exaltan el consumo, el espectáculo, la competición, el éxito, que por su dimensión individualista negarían la viabilidad, siquiera conceptual de una esfera pública global. Así, se considera que es imposible hablar de una cultura global ya que hace falta un marco cultural de referencia; es decir, una visión del mundo compartida que dote de identidad y conciencia a un mismo grupo, en este caso la humanidad. Desde estas aproximaciones, se considera que lo que se ha comenzado a definir como la "cultura global" es una acumulación incoherente, exenta de memoria histórica, de anclajes afectivos y locales, en definitiva un producto artificial incoherente. Quizá esta incoherencia de la supuesta "cultura global" se soslaye gracias al papel del consumo, como apunta Bauman (2010) eje articulador de nuestras identidades; o en otro extremo, por medio de una hiper-realidad que se superponga a la -hasta ahora- verdadera realidad.

No obstante, a esta mirada hay que añadir una visión completa del panorama. La de quienes no pueden ascender a estos circuitos de la red para situarse, aunque sea inestablemente, en el más precario de los nodos. Así, en la perspectiva de Latouche (1993), nos encontramos con una tendencia al desarraigo que propicia la globalización, y que provoca emigraciones masivas que disuelven contextos sociales, identidades y culturas originarias. Se genera, en consecuencia, una desculturización, una desterritorialización y un desarraigo planetario que acaba presentando al mundo como un planeta de náufragos en el que a los primeros, segundos y terceros mundos se añaden Cuartos Mundos de masas marginadas. Se considera, desde esta perspectiva, que la retórica de la "cultura global" y del supuesto nacimiento de una "ciudadanía cosmopolita" parte de la premisa de la infravaloración, cuando no simple ocultamiento, de que los procesos de homogeneización cultural que no se asientan en la integración previa, a la larga acaban generando un antagonismo creciente entre las ciudadanías originarias y las masas de inmigrantes, desposeídas del acceso a las redes de poder y en consecuencia, al bienestar que la globalización parecía dispuesta a difundir por todo el planeta. En consecuencia, la globalización se conjura, en las poblaciones nativas de los países receptores de inmigración, con el miedo por la caída de sus seguridades comunitarias previas, generando respuestas en términos de legitimación, pero también de resistencia, que impiden una efectiva práctica multicultural.

Este panorama contradictorio se refleja en nuestra sociedad vasca en un diagnóstico complejo si tratamos de abordar el papel y futuro de nuestra cultura en un mundo globalizado. Por una parte, parece claro que el limitado "ecosistema" y el carácter fundamentalmente "reproductor de lazos comunitarios" sitúa a la cultura vasca en un escenario diferente al de hace solo unas décadas. En un contexto de apertura e interconexión mundial, a priori parecería complicada su capacidad de "para competir" frente un mercado internacional multilingüe (en inglés) que se apoya en una lógica de disfrute cultural más individual y orientada al consumo. No obstante, en paralelo, el peso de lo individual y la lógica de consumidor cultural también puede entrañar oportunidades. Así, quizá pueda explicarse la creciente popularidad de expresiones culturales que -como sucede con en el ámbito del bertsolarismo o las competiciones deportivas- atraen de forma creciente a nuevos públicos-consumidores, posibilitando a partir de fórmulas de contacto menos comprometidas una posible que permite mantener el compromiso en nuevas generaciones de actores (y no solo consumidores) culturales. De igual forma, la interconexión e imbricación de colectivos culturales o musicales con grupos y experiencias de otras partes del planeta, además de facilitar el acceso de la cultura vasca a nichos de consumo y expresión que trascienden nuestras fronteras, también está posibilitando fenómenos de mestizaje e hibridación cultural y musical de gran calado que sitúan a muchos músicos vascos como referencias mundiales del folk o el rock.

Desde otra perspectiva, debemos considerar que la expresión cultural en nuestra tierra siempre ha gozado de un componente público que se sostiene sobre el peso de la calle o la plaza como nodo de intercambio comunitario. Ciertamente, este tipo de espacios y patrones socializadores se mantienen, pero en competencia con un contexto de creciente individualismo consumista (Lipovetsky 2007) paralelo a cierta tendencia de las autoridades a regular el uso de la calle siempre en términos preventivos (Flusty 1994) y no comunitarios (Borja 1998). Es por ello que no extraña que los centros comerciales, también en nuestra tierra, se erijan como baluartes de una nueva forma de sociabilidad que debilita el tejido económico y social de las ciudades y pueblos. Es por ello, también, que las plazas están dejando paso a los boulevares, que la conversación se transforma en movilidad... En cualquiera de los casos, la emergencia de los nuevos templos del consumo convive con la reactivación del espíritu de comunidad que se refuerza cíclicamente en las expresiones festivas, en las estrategias de recuperación de la memoria a nivel local, en los innumerables proyectos de intervención cultural comunitaria que reformulados ahora sobre nuevas claves, más atentas a la estética, a la forma y a la capacidad de generar marca, siguen reproduciendo los hábitos comunitarios de la cultura vasca.

Ello, en cualquier caso, no impide que la percepción de la sociedad vasca sobre los efectos de la globalización en nuestra cultura sea contradictoria. Así, el 26% de los vascos consideran que ésta es un obstáculo para la cultura vasca. Paradójicamente, otro 26% la considera como un enriquecimiento, mientras que una gran parte de la población (30%) no sabe contestar sobre sus efectos. Debe subrayarse, en paralelo, que las posiciones más pesimistas se encuentran entre los y las nativos, la población joven y los y las euskaldunes. Por el contrario, prácticamente nadie considera que la cultura vasca sea un obstáculo para la globalización (5%) y hasta un 35% considera que el aporte de la primera a la segunda puede ser valioso (Eusko Ikaskuntza, 2007). Este panorama se completa en el estudio citado con los resultados cualitativos obtenidos en varios grupos de discusión, cuyas conclusiones confirman nuestras intuiciones. Así, entre los aspectos negativos más subrayados destaca la desconfianza ante los resultados de la globalización, la vinculación existente entre este proceso y el consumismo, el riesgo de homogeneización cultural y, sobre todo, la posibilidad de que este fenómeno disuelva los estilos de vida comunitarios. No obstante, este informe también confirma la percepción social sobre la existencia de oportunidades asociadas a la globalización, que se concreta en la ampliación de las vías de contacto e interacción cultural, las posibilidades de apertura al exterior y la ampliación de las vías de comunicación.

Esta visión contradictoria, finalmente, remite a una gran interrogante cual es la capacidad de nuestra cultura para adaptarse a un contexto multicultural como el que se está vislumbrando. Ya quedan lejos los tiempos en los que la presencia del inmigrante subsahariano era abordada desde una mezcla de cariño y paternalismo que se sintetizaba en un apelativo común, el de "Iñaki". Y sin embargo, tampoco son lejanos otros fenómenos, estos no tan anecdóticos, que fraccionaron las comunidades en nuestra tierra en base al lugar de procedencia, generando una tensión entre nativos e inmigrantes que solo la llegada de nuevas generaciones ha logrado superar. Actualmente, décadas después de las dos grandes olas migratorias que transformaron la fisonomía social, demográfica, económica, urbana y cultural de nuestra tierra, asistimos a un nuevo ciclo en el que miles de personas de otras partes del planeta acuden a Euskal Herria para labrarse su futuro. En este contexto, la cultura y la sociedad vasca se enfrenta al reto de transformarse proactivamente manteniendo su esencia y singularidad, fundamentalmente asentada en la salvaguarda de la lengua, pero abriéndose a los inputs de nuestros nuevos compañeros y compañeras de viaje. Por ello, para no repetir errores del pasado, es importante recordar que en el actual contexto de la globalización, las estrategias que traten de adaptase activamente en una lógica abierta y proactiva, deberán lidiar con posiciones reactivas de quienes observan la situación actual con un sentido de amenaza. Así, a medida que nuestras calles vascas se llenan de nuevas lenguas, nuevas culturas, nuevos rostros, el fantasma de la xenofobia crece alimentado por el miedo de muchas personas nativas a perder el último de los colchones salvavidas en este mundo incierto: el arrope de una comunidad que quisieran cerrada sobre sí misma. Es desde esta perspectiva, en la que la globalización acrecienta la fuerza de estrategias reactivas, desde dónde se puede entender la proliferación de reacciones excluyentes que se sostienen en el rechazo al otro. Y en nuestra tierra no tenemos por qué ser diferentes.

Finalmente, y desde una perspectiva más amplia, es necesario detenerse para subrayar la importancia que juega el marco político existente a la hora de comprender las oportunidades y amenazas a las que se enfrenta la cultura vasca en el marco de la globalización. A este respecto, resulta interesante subrayar el punto de partida de la política cultural de las instituciones vascas desarrollada hasta fechas recientes. Así, el diagnóstico del Plan Vasco de la Cultura (2004) parte de la premisa de que:

"la cultura vasca, como minoritaria, no lo tiene fácil en los contextos de las nuevas redes y de la globalización respecto a la cultura dominante de los estados en los que se ubica y que, hoy por hoy, no son jurídicamente plurinacionales".

Así, se considera que:

"en la economía-red mundial hay preeminencia de los centros mundiales tecnológicos y financieros de los estados-nación (tienen ventaja por su articulación política y de poder) y de las ciudades metropolitanas (tienen la ventaja de la aglomeración). Todo ello dificulta el papel de los ámbitos subestatales, también en cultura. Por ello, las comunidades no pueden desentenderse del despliegue de la economía y la cultura informacional ni de los flujos planetarios. Las culturas no dominantes que no se inscriban ventajosamente en los circuitos tecnológicos, reticulares, creativos o productivos aprovechando sus propios recursos expresivos asumirán deterioros progresivos".

Desde este punto de partida, la apuesta no puede ser la de la autoexclusión atrincherada:

"la respuesta a la desigualdad cultural entre países no puede ser la autorreclusión cultural ni la incomunicación. La respuesta es el levante de paredes de construcción de la propia identidad buscando un cierto reequilibrio de los flujos, con múltiples puertas y ventanas siempre abiertas que son las que permiten avanzar por impulso propio y ajeno".

Ello supone, finalmente, hacer frente a los retos del multiculturalismo con una apuesta firme basada en:

"una inteligente combinación de tratamiento respetuoso para con las culturas y colectivos de llegada y se ofrezcan recursos para su integración (...), con medios en unos casos obligatorios (...) y otros de carácter voluntario (...)".

En consecuencia, la apuesta para por profundizar en

"los parámetros del concepto de "ciudadanía inclusiva" vinculada a la residencia y un enfoque integral del fenómeno, concebido como una oportunidad mutua que trae riqueza económica y cultural"

(PVC, 2004: 21-22).