Olerkariak

Figuera Aymerich, Ángela (1982ko bertsioa)

Figuera informa de la nueva poesía a Neruda (París, 1957).

En 1957 Neruda está en París por un tiempo. Es un momento especial en su vida. Había roto recientemente, apenas un año y poco antes, con Delia del Carril, la mujer que le llevó al comunismo, que le hizo mirar sobre los grandes problemas de la Humanidad, y conformó su ideología, aunque no se diga algo semejante en las múltiples biografías del chileno. Delia del Carril, mujer con la que convivió veinte años [1935-1955], es la principal influencia ideológica e histórica para que la poesía de Neruda atraviese el trecho que va de Residencia en la tierra a Canto general. Delia es la persona que educa ideológicamente a Neruda y quien le lleva al Partido Comunista.

Neruda había venido a París, prolongando una larga luna de miel con Matilde Urrutia, con la que ha recorrido muchos de los escenarios en los que había vivido desde su juventud el poeta, entre Asia y Europa. Está viviendo una nueva juventud o aventura vital, junto a la mujer a la que dedicará nada menos que Los versos del capitán y Cien sonetos de amor. En buena medida, toda la poesía posterior de Neruda tiene como referencia la figura de esta mujer.

Ángela Figuera Aymerich también residió por un tiempo en París en 1957. Se enteró de la estancia del poeta chileno en la capital, en la que había estado ya en los años treinta, como representante consular, y en la postguerra, como refugiado, tras su fuga de Chile. A pesar de que se dijera que Matilde Urrutia era muy posesiva -y debía de serlo en esencia- y limitaba el contagio de Neruda con los demás -sobre todo si eran escritoras y mujeres-, la vasca se las ingenió para estar a solas con Neruda. Al poeta chileno le agradó la idea del encuentro, avalado por los poemas de Figuera que había leído y la mediación de la amiga de ambos.

Por eso, la relación de Neruda con los poetas vascos tiene algo de singular e histórico a estas alturas. Las conversaciones, trato e información que la escritora bilbaína sostiene con Neruda en París, hace que éste cambie su visión sobre los escritores e intelectuales del interior y rompa su silencio tras la guerra, haciéndole entrega a la escritora vasca de una hermosa carta, que recupera el diálogo. La intervención fue decisiva para la mejora de la relación de Neruda con los poetas e intelectuales del llamado exilio interior. La poeta bilbaína, una de las voces más rotundas y consecuentes de la poesía realista, había vivido la guerra civil, perdido ésta, y sentido la represalia posterior: hubo de dejar su puesto de profesora, como su marido, ingeniero, que perdió también la condición de funcionario. Pero pronto se erigió en mediadora de la relación de grandes poetas del exilio con los escritores del interior del país. Y aquél expediente de opositora al régimen que podía presentar Figuera fue también un elemento positivo para el entendimiento con Neruda. Los testimonios de Figuera aseguran que, en breves momentos, congeniaron y se lanzaron a hablar como torrentes. Posiblemente, los dos tenían prisa, al sentir que la oportunidad histórica de poder explicar la nueva realidad y, por parte de Neruda, comprenderla.

La escritora vasca se encuentra en París en septiembre de 1957 escribiendo los nuevos poemas de su libro Belleza cruel. Como Neruda, Figuera se encuentra fuera de su país, entre la distancia y la nostalgia. A Neruda le sucede lo mismo, y así lo dice en alguno de los poemas, como en "Adiós a París", en donde reconoce la importancia de esta ciudad en su vida, pero considera que debe volver a Chile, donde le esperan muchas tareas. Había llegado Ángela a la capital francesa disfrutando de una beca para estudios bibliotecarios, asunto que le interesaba por su profesión, así como por su querencia para con la infancia. Figuera escribe en esos días parisinos unos "poemas rabiosos", que entiende que será difícil publicar en el interior, por razón de su contenido crítico y desgarrador, como es todo su libro Bella cruel. Los poemas, a decir de la escritora, reflejan "de manera bastante exacta mis sentimientos en nuestra postguerra". Desde la capital francesa envió los poemas a un amigo mexicano, quien se encargará de presentar dicho poemario al premio "Nueva España". El premio lo decide un jurado presidido por León Felipe. Como señala Roberta Quance, al exilio republicano no le sentó bien la opinión de León Felipe, que vendría a decir que aquel libro de la escritora vasca probaba "que la poesía española había sobrevivido a la guerra y al Régimen".