Olerkariak

Figuera Aymerich, Ángela (1982ko bertsioa)

Figuera frente a León Felipe (México, 1958).

Pero si la "Carta de Neruda a los poetas españoles" fue un acto tan espontáneo como motivado del chileno, tras sus encuentros con la poeta bilbaína, no deja de ser evidente que Neruda sabe de la trascendencia política de aquel encuentro. Nada dice en texto alguno posterior el propio Neruda sobre las entrevistas de París, ni sobre su propia carta. Pero sí sabe que aquellos poemas de Figuera han sido premiados nada menos que por León Felipe, un poeta que entendía como nadie dónde estaba la poesía. El poeta zamorano pensaba que "la poesía entera del mundo tal vez sea un mismo y único poema", como afirma en su libro Ganarás la luz. En sus memorias Neruda habla de León Felipe con cierta consideración, tratándole como amigo. En ellas retrata el capítulo en que, en pleno asedio de Madrid, va con León Felipe a su casa bombardeada para recoger algunos enseres, y el incidente que tienen con unos anarquistas a la salida de la misma. También le nombra en otras ocasiones, porque sabe de su figura intelectual.

Por lo que sabemos, Neruda calculaba muy bien todas sus proclamas históricas. La carta de París de 1957 tendría el sentido y la trascendencia suficientes por sí misma, pero la aparición en escena de León Felipe, a quien también Figuera había hecho cambiar en parte de opinión, motiva aún más al poeta chileno. Neruda sabe que León Felipe es amigo del vasco Juan Larrea -su gran opositor- y, sobre todo, sabe que es el poeta de mayor respeto en el exilio republicano de América, incluso por encima de Juan Ramón Jiménez. Pero aún sabe algo más Neruda: León Felipe ha ensalzado a Pablo de Rokha, el gran poeta chileno -y el máximo oponente que tuvo Neruda nunca-, con una opinión solemne y definitiva: "Pablo de Rokha no es sólo el más grande poeta de América, sino el más grande de la lengua castellana del siglo XX". Añadamos, además, que el bilbaíno Juan Larrea fue, de por vida, amigo íntimo del poeta chileno Vicente Huidobro -el otro gran oponente de Neruda, como veremos más adelante. Y digamos también que Huidobro y Larrea insistieron, con razón y justicia, en que Rubén Darío era "el gran poeta de América". De los desencuentros entre Neruda y Larrea hablaremos en el capítulo correspondiente.

Neruda luchó toda su vida por ser considerado, si no antes que Rubén Darío, en el primer puesto: ser para todos el gran poeta de América del siglo XX. Incluso, ser el poeta indiscutible en Europa. Por eso, aunque hemos dicho que no parece que hubiera estrategia previa en la decisión de escribir a los poetas españoles del interior, para reanudar los lazos, tras aquellos veinte años de silencio y distancia, sí es evidente que Neruda recoge el guante que le brinda Figuera y ve la oportunidad para estar presente y hacerse oír en las dos márgenes del Atlántico. Porque, del mismo modo en que la escritora vasca convence al convencido León Felipe, logra convencer a Neruda. Por eso, no podemos disociar el encuentro con Neruda en París, del "encuentro" que tiene -en tiempo coincidente- la poeta de Bilbao con León Felipe, a través de su correspondencia postal, para informarle a éste de la nueva realidad cultural en el interior del país. Aunque tanto Neruda como León Felipe tuvieran otros corresponsales, no cabe duda que la corresponsal más efectiva es la escritora bilbaína, quien logra hacer intervenir a ambos en la vida cultural de esa manera tan directa, tras cambiar su opinión con argumentos.

En 1958, Ángela Figuera consigue, como decimos, que León Felipe ponga prólogo a su libro Belleza cruel, editado en México. En realidad, la decisión fue, en pura lógica, del propio poeta, entusiasmado por los poemas de la vasca. De lo contrario, podemos entender que los razonamientos de Figuera fueron de alto calado. Y así debemos suponerlo, por lo que León Felipe escribirá en su prólogo. En éste, el poeta se excusa de haberse llevado al exilio el salmo, la canción, la palabra, para vengarse del "hermano cruel y vengativo" (que todo el mundo entendió que se trataba de Franco). En el prólogo al libro de Figuera, Felipe reconoce la importancia de los poetas del interior, a quienes a su vez nombra y vindica. No fue ajena a esa actitud la opinión e influencia de Ángela Figuera, quien hizo saber a León Felipe que la nueva poesía española había sobrevivido al propio régimen político. He ahí la gran cuestión histórica: que la acción de apenas un escaso grupo de poetas, de escritores, de intelectuales, había superado todas las barreras del régimen. Sin duda habían superado el mayor impedimento: el desánimo. Esta consideración era lo que menos entusiasmaba al reducto intelectual republicano en el exilio, que, como hemos apuntado anteriormente, vivía en el ensueño de la nostalgia, confundiendo a pueblo español con franquismo, no dándose cuenta que, por condenar a uno, condenaba a todos. Contra esto es contra lo que se rebelan, a tiempo, tanto Ángela Figuera como León Felipe (1884-1968).

Con Felipe, evidentemente, se comunica por correo postal. Con Neruda, por contra, el diálogo fue en persona, directo, aunque lograra la misma persuasión y similares resultados. Además, se trataba de dos poetas de una misma edad -Ángela era apenas dos años mayor que Neruda. Pudieron incluso haberse conocido en la República, pues ambos vivieron en Madrid, pero Ángela estaba entonces preocupada, tanto por su función pedagógica, como por su papel de madre, sin desdeñar su compromiso político, tanto por la causa republicana, como en la guerra civil. La poesía, aunque siempre estuvo en ella, no se expresaría con rotundidad hasta después de la contienda.

Pero no cabe duda que, sabedor de esta relación y función mediadora de Figuera Aymerich con León Felipe, Neruda tiene otro motivo más para pronunciarse en 1957. El chileno quería de este modo enlazar con aquellos autores a quienes León Felipe reconocía como lo mejor de cuanto había surgido tras la guerra civil en el interior del país, valores poéticos y morales que la llamada literatura u opinión pública del exilio, como hemos visto, no había reconocido todavía. Y que, como puede verse en Canto general (1950), algunos de ellos habían sido condenados por Neruda, al haber tenido más o menos entendimiento o consentimiento -que en algún caso, ni tan siquiera fue de este modo- con el régimen político vencedor de la guerra civil.