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Vitoria-Gasteiz. Historia

En 1181 nació Vitoria como villa pero es evidente que cuando Sancho VI el Sabio de Navarra le concedió fuero en dicho año no partió de cero. La escasez y sobriedad de las fuentes documentales altomedievales conservadas hacen sumamente problemática la reconstrucción de sus antecedentes, a pesar de los esfuerzos realizados por algunos autores, como G. Martínez Díez o J. García de Cortázar. No sabemos exactamente cuál fue el grado de dominio que los visigodos ejercieron en el espacio alavés a partir del siglo V. Hay referencias reiteradas a las campañas que los monarcas visigodos realizaron contra los insumisos vascones. De entre todas ellas la que más nos llama la atención es la que nos brinda la Chronica de Juan de Bíclara cuando se refiere a la campaña de Leovigildo del 581. En el transcurso de la misma procedió a la fundación de la plaza fuerte de Victoriaco, que serviría para vigilar el territorio vascón. Pero de ninguna manera, a pesar de las evidentes similitudes fonéticas, se puede identificar dicho lugar con Vitoria, como acredita la ausencia total de restos visigodos en las excavaciones arqueológicas realizadas en el núcleo más antiguo de Vitoria durante los años 1967 y 1968.

Hasta mediados del siglo VIII el silencio de las fuentes es absoluto. Es para entonces cuando aparece la primera mención del topónimo Álava, según se recoge en la Crónica de Alfonso III, escrita a fines del siglo IX. En la misma, tras aludir a las campañas de Alfonso I de Asturias, se hace referencia a su política repobladora en los siguientes términos:

"Eo tempore populantur Asturias, Primorias, Liuana, Transmera, Subporta, Carrantia, Bardulies qui nunc uocitatur Castella...Alabanque, Bizcai, Alaone et Urdunia, a suis reperitur semper esse possesas"

[En aquel tiempo fueron pobladas las Asturias, las Primorias, Liébana, Transmiera, Sopuerta, Carranza, Bardulias, que ahora es llamada Castilla...; Álava, Bizkaia, Alaón y Orduña fueron siempre poseídas por los suyos].

Álava aparece en este texto como un territorio individualizado y que no fue repoblado por Alfonso I. Por otro lado, de la crónica asturiana parece desprenderse que el territorio alavés no habría sido dominado por los musulmanes, permaneciendo siempre bajo control de la población indígena, lo que no fue obstáculo para que durante los siglos VIII y IX el mismo fuera escenario de numerosas razzias enviadas por los emires de Córdoba: nada menos que un total de veintiuna expediciones de castigo registran las crónicas árabes entre los años 767 y 886. Para el 882 las fuentes cronísticas nos hablan de un primer conde de Álava, Vela Ximénez, que nos está insinuando un proceso de maduración política de un territorio.

A comienzos del siglo X, tras la conquista de la Rioja alta por la labor conjunta de leoneses y navarros, Álava quedó definitivamente en la retaguardia de la frontera cristiano-musulmana, a salvo tanto de los ataques de los cordobeses como de los poderosos Banu Kasi, instalados en Tudela y la Rioja. Paralelamente, hay que destacar que a partir del primer tercio del siglo IX se irá produciendo una intensificación de la colonización del espacio alavés, tanto por los naturales como por las aportaciones de gentes venidas de fuera, que se traduce en un aumento del espacio cultivado, un incremento y diversificación de la producción agraria, pues a los cereales se añaden huertos, frutales, linares y viñedos, así como una intensificación de la explotación ganadera. A ese paisaje productivo habría que sumar la sal de Añana y la producción de hierro. Si desde el punto de vista político Álava se configura como un condado, es necesario no olvidar los progresos de la cristianización en el territorio que se traducen en la temprana organización de un obispado, cuya sede terminará por fijarse en Armentia. En cuanto al poblamiento, la imagen más completa nos la ofrece el documento conocido como Reja de San Millán, fechado en 1025, que nos brinda para la Llanada alavesa un paisaje poblado por una muchedumbre de pequeños núcleos de población, entre los que destaca Gasteiz, uno de los más importantes, a tenor de lo que pagaba al monasterio riojano de San Millán de la Cogolla, tres rejas de hierro. Un documento del siglo XII nos indica que cada diez casas pagaba una reja, por lo que Gasteiz tendría unas treinta casas lo que podría traducirse en un centenar y medio de habitantes, aproximadamente.

En el proceso de urbanización de Álava, que comprende el arco temporal de 1140 a 1338, la fundación de Vitoria en 1181 constituyen un hecho de singular importancia por el relevante papel que la misma va a tener en el proceso de vertebración de todo el territorio alavés. En septiembre de 1181, Sancho VI El Sabio de Navarra otorgó fuero en Estella a la aldea de Gasteiz, situada sobre un pequeño cerro que dominaba la Llanada alavesa, al tiempo que la rebautizaba con el nuevo nombre de Vitoria: "populare uso in prefata uilla cui nouum nomen imposut scilicet Victoria que antea uocabatur Gasteiz..."

Sancho VI El Sabio de Pamplona (1150-1194) otorgó fueros fundacionales a San Sebastián (1180), Vitoria (1181) y Durango (1182), entre otros. A Vitoria le concedió, con pequeñas variaciones, el de Logroño de 1095, uno de los más prolíficos del medievo. El original, obrante en el Archivo Municipal de la ciudad, fue publicado en edición facsímil, por la Caja de Ahorros de Vitoria en 1970. Entre las variantes introducidas en el caso vitoriano están la libre elección y destitución de alcalde, la división igualitaria del término municipal entre viejos y nuevos pobladores y la obligación de consignar per cartam, con testigo y fiador, las compras de tierras.

No era la primera villa que el gran monarca navarro fundaba en Álava. Con anterioridad había fundado ya Treviño, en 1161, y Laguardia, en 1164, situadas sobre emplazamientos de indiscutible valor estratégico. Después seguirán las fundaciones de Antoñana y Bernedo, en 1182, y La Puebla de Arganzón, en 1191. La defensa del territorio y la seguridad de la frontera navarra con Castilla justificarían la fundación de todas estas villas por parte de Sancho VI. En el caso concreto de Vitoria, además, es necesario valorar otras motivaciones. La transformación de la aldea de Gasteiz en una villa se debió de forma muy clara a la voluntad de Sancho VI de fortalecer el poder real frente a los señores alaveses, que integran la famosa Cofradía de Arriaga, por lo que fundó la villa realenga en medio de los territorios por ellos dominados.

Desde el punto de vista urbanístico, todas estas villas de fundación navarra obedecen a criterios planificados. J. I. Linazasoro ha puesto de relieve como el plano de las mismas está inspirado en el de Puente la Reina, a la que otorgó fuero Alfonso el Batallador en 1122. El esquema general del plano lo explica así J. Caro Baroja:

"Vamos a pensar que se traza una línea recta que constituye el eje de la población; uno de los puntos extremos será una iglesia, el otro punto será otra iglesia; de una iglesia a otra se traza una calle, después se trazan a los dos lados otras dos líneas paralelas que constituyen otras dos calles, de suerte que se forma una población que más o menos irregularmente a causa de algunas torceduras, por algunos sinuosidades, está constituida por un eje central que es la calle mayor, o la calle principal, la calle dedicada a Santa María, que es en todos estos casos la protectora fundamentalmente, la que tiene la iglesia con una prioridad, y después otra advocación; a los lados quedan dos calles, y después, atravesándolas en forma de cantones, unas calles que comunicaban un punto con otro en un sentido de perpendicularidad".

Este esquema se ajusta a la perfección al caso de Vitoria. El eje principal está constituido por la calle de Santa María, que va desde la iglesia-catedral de su nombre hasta un punto intermedio entre las iglesias de San Miguel y de San Vicente. A ambos lados están trazadas dos calles, la de Zacarías Martínez, por el oeste, y la de las Escuelas, por el este. Las tres calles son sensiblemente paralelas, aunque las laterales tenían una ligera curvatura en sus extremos para ajustarse mejor al terreno y converger hacia los templos que las culminaban, y están cortadas por dos cantones o callejas más estrechas, que reciben los nombres de Gasteiz y de Arrieta. Este primitivo núcleo de Vitoria, conocido como Villa Suso, ocupaba una superficie cuyas dimensiones máximas eran 360 metros de norte a sur y 150 metros de este a oeste, aproximadamente. Como era natural, todo el conjunto estuvo rodeado de una sólida muralla, de la que todavía se conservan algunos restos. En el plano de Vitoria de la Colección Coello (1848) se distingue perfectamente la muralla con sus dieciseis cubos o torres y seis puertas de acceso, aunque el número primitivo de estas últimas debió de ser sólo de dos. Es muy probable que esta primera muralla fuera ordenada levantar por el propio Sancho VI de Navarra, dado el valor estratégico que tuvo Vitoria desde su fundación.

Respecto a la antigüedad de la cerca alta que rodea Villa Suso, Ricardo de Apraiz, en La muralla del primitivo Vitoria (Real Sociedad Vascongada de Amigos del País, 1953, págs. 169-190), nos dice lo siguiente:

"Al propio señor Mendieta y a mi buen amigo, el arquitecto Ramón Azpiazu, debo la atención de haberme requerido para ver un descubrimiento casual hecho al realizarse unas obras en la propiedad del primero de ambos señores. Esta propiedad tiene uno de sus accesos por el cantón de San Francisco Javier, entre las calles Cuchillería y de las Escuelas, de forma que participa de los niveles de ambas calles entre las que corre la muralla. Al realizarse un derribo por necesidades de la finca, el señor Mendieta descubrió algunas hiladas de la muralla que se hallan muy por debajo del nivel existente en la actualidad al pie de ésta. Hombre experto en asuntos de la construcción, el señor Madinabeitia, comprendió en seguida que se trataba de un aparejo nada corriente lo que corroboró el culto arquitecto.

Se trata, a nuestro parecer, de un opus spicatum, es decir, un aparejo en el que las piedras se colocan respecto a un eje en forma análoga a las espinas de pescado. Estas piedras se hallan recibidas en un hormigón "sui generis", muy característico de lo romano tardío y tal vez de algunos monumentos visigodos, según me manifestó en consulta verbal que hice a mi excelente amigo Antonio García Bellido, Catedrático de Arqueología en la Universidad Central. Conste aquí en honor de la verdad que la opinión del señor Bellido fue dada con las naturales reservas y sin más elementos de juicio que mis explicaciones.

Este aparejo en opus spicatuni no aparece visible en la muralla que nos ocupa más que en este sitio, que se halla bajo el nivel actual y en unas hiladas, las más bajas, del cubo que antes hemos descrito situado junto al cantón de Anorbin.

Hay pues motivos suficientes para sospechar la existencia de estratos más antiguos por debajo de la parte visible de la muralla del Vitoria fundado por el rey navarro a fines del siglo XII."

Según refiere el Arzobispo Rodrigo Jiménez de Rada (siglo XIII), molesto el Rey castellano Alfonso VIII por los ataques del Rey navarro Sancho El Fuerte contra los lugares de Soria y Almazán a raíz de sus apreturas tras la derrota de Alarcos, y al tiempo que el Rey navarro se dedicaba a correr por tierras de los moros, se adentró el año 1199 por los confines del Reino navarro y empezó a saquear Ibida y Álava, sometiendo a Vitoria a un asedio duradero. Viéndose en aprietos los moradores de la ciudad, tanto por el vigor de los ataques como porque empezaban a faltar alimentos, destinaron a un caballero que, juntamente con García, el venerable Obispo de Pamplona, se pasase a tierra de moros, a donde el Rey Sancho, para exponerle lo crítico de la situación. Según el Arzobispo Rodrigo, el Obispo García habría conseguido de Sancho, tras la entrevista que en razón del peligro de hambruna, pudiesen los moradores entregar la ciudad a Alfonso VIII, quien así se habría visto dueño de la ciudad. A tenor de la Crónica de San Juan de la Peña, se saca la conclusión de que fue empresa común de los Reyes de Aragón y de Castilla esta invasión de las Vascongadas 1199-1200, si bien cada cual atacara por un flanco distinto. El referido cronista atribuye explícitamente a Alfonso la conquista de Vitoria, así como la de Gipuzkoa y Álava.

Cfr. R. Ximénez de Rada: De Rebus Hispaniae, Lib. VII, cap. XXXII (ed. 1793); Crónica de San Juan de la Peña, versión latina e índices por A. Ubieto Arteta, Valencia, 1961, p. 137.

En los primeros días de enero de 1200 Vitoria fue conquistada por Alfonso VIII de Castilla e incorporada al señorío castellano. Dos años más tarde toda la villa fue pasto de las llamas. El Chronicon burgense dice a este respecto:

"En la era de 1240 (año 1202) fue abrasada Vitoria y muchos hombres y mujeres, en el día de Pascua y durante la noche precedente".

Este primer incendio pudo estar provocado por los deudos del linaje Abendaño, en venganza por la quema que los vitorianos hicieron de la cercana aldea de San Martín en la que residían. Se ha encontrado la constatación arqueológica del mismo en varias excavaciones realizadas en la parte alta de la población, donde han aparecido restos de maderas carbonizadas, armas, herrajes, cerámica, monedas, etc. Pese a las destrucciones provocadas por el incendio el lugar no fue abandonado, buena prueba de la estratégica elección que en su día hiciera el monarca navarro. Alfonso VIII mandó reconstruir todo lo quemado y, además, dispuso la ampliación del núcleo urbano en dirección oeste, con las calles gremiales de la Correría, Zapatería y Herrería, ajustadas a la ladera del cerro que sirvió de emplazamiento a la vieja Gasteiz. Las tres calles están cortadas por los cantones de San Roque, San Pedro, Aldave y Portal Oscuro. Una nueva muralla, las Cercas Altas, paralela en uno de sus tramos al río Zapardiel, que hacía de auténtico foso natural, protegió el ensanche de 1202.

A partir de este momento el crecimiento de Vitoria fue muy rápido. En 1256, durante su primera estancia en Vitoria, Alfonso X ordenó el segundo ensanche de la villa, en dirección este, creando tres nuevas calles, Cuchillería, Pintorería y Judería. Esta última no cerraba por completo la curvatura del cerro y tras la expulsión de los judíos en 1492 cambió su nombre por el de calle Nueva. Como las del lado occidental, del que eran simétricas, estaban cortadas también por tres cantones, denominados de Urbina, San Ildefonso y del Hospicio. El conjunto también fue rodeado por una muralla, que se abría por dos puertas, la de Francia y la del Rey o de Navarra. Para atender las necesidades espirituales de sus vecinos cristianos Alfonso X mandó edificar la iglesia de San Ildefonso, que en 1257 se integrará en la hermandad que ya formaban las otras iglesias vitorianas de Santa María, San Miguel, San Pedro y San Vicente. A partir de este momento las rentas conjuntas de las mismas se repartirán entre todos los clérigos del cabildo vitoriano, cuyo número aumentó sin cesar en los años siguientes. Entre las mejoras urbanísticas que dispuso Alfonso X en Vitoria, para que la villa "ualiesse más e fuesse más fuerte e más abonada", destaca la traída de aguas desde Olárizu y Mendiola hasta el foso o cava que mandó hacer para proteger el nuevo ensanche. De la ejecución de las obras se encargó Romero Martínez de Vitoria, vasallo del rey, que recibió como compensación la posibilidad de construir en el cauce cuantas ruedas y molinos quisiera, lo que supuso la construcción de dos molinos, en las proximidades del monasterio de Santo Domingo y de la iglesia de San Ildefonso, respectivamente. Al mismo tiempo irán surgiendo nuevos barrios o arrabales exteriores a las murallas, como Adurza, San Ildefonso, Santa Clara, la Magdalena, Aldabe y San Martín. Con posterioridad fueron creadas la calle Chiquita de Dentro y la de Santo Domingo, con las que quedaba cerrado el plano de Vitoria en dirección norte.

El doble circuito amurallado de Vitoria responde a las perentorias necesidades de defensa militar inherentes a la práctica totalidad de las ciudades medievales. Pero no sólo se defiende de las posibles agresiones militares, la ciudad se protege también, cerrando las puertas de sus murallas, de todos aquéllos que son considerados indeseables: mendigos, alborotadores, apestados, etc. A través de las puertas se controlaba también el acceso de mercancías al interior del recinto urbano, cobrando diversos portazgos y aranceles que nutrían en buena medida los recursos económicos de la hacienda municipal. Por otra parte, la muralla delimita un espacio protegido pero también privilegiado, regido por un derecho propio contenido en su fuero, garantía de las libertades urbanas y de una determinada forma de organización de la convivencia, y, en consecuencia, claramente diferenciado del ámbito rural circundante. La importancia que tiene la muralla justifica el que una parte sustancial del presupuesto concejil se destinara al mantenimiento en buen estado de la misma, evitando a toda costa su degradación arquitectónica, lo que redundaría en detrimento de su potencialidad defensiva y en perjuicio de la imagen de poder que la ciudad debía irradiar sobre el entorno.

El espacio urbano intramuros es heterogéneo: hay espacios eclesiásticos, asistenciales, concejiles, económicos, residenciales, etc. Incluso espacios vacíos, en los que es posible realizar algunos cultivos hortícolas. Para la acogida de peregrinos, enfermos y pobres Vitoria dispuso, al menos en el siglo XV, de cuatro hospitales: El Hospital de San Lázaro, extramuros de la ciudad, existía ya en 1291, primero atendió a leprosos y, posteriormente, se ocupó de los pobres; el de Santa María, situado junto a la iglesia de su nombre; el de Santiago o de Santa María del Cabello, fundado en 1419 por Ferrán Pérez de Ayala en la plaza del mercado y, por último, el de la calle Zapatería, mandado edificar por el linaje de los Estella.

Fue el paso obligado de los peregrinos del Camino de Santiago en la ruta compostelana de Bayona-Burdeos. Después de recorrer la llanada alavesa desde el puerto de San Adrián, entraban por el portal de San Ildefonso y salían por la Plaza Vieja y calle de Cadena y Eleta, teniendo a la derecha el hospital de la Magdalena y a la izquierda el actual Parque de la Florida. Hubo también otros hospitales relacionados con los peregrinos. Uno era el hospital de Santiago que en 1492 se quemó y tardó varios años en reconstruirse. En 1535, su poseedor, Atanasio de Ayala, decidió venderlo a la ciudad para que lo reedificara, para lo que obtuvieron el permiso de los soberanos D. Carlos y su madre Dª Juana, quienes decían que:

"por estar como está la dicha ciudad en camino pasajero de los que vienen en romería a Santiago parte de nuestros reinos... " "Era este el Hospital General de la ciudad, en el que se asistía a los enfermos de la localidad e inmediaciones y se acogía por la noche a los peregrinos que iban de tránsito, y si caían enfermos se les curaba como a los demás" (Landázuri, Hist., 1929, 309 y ss).

Otro hospital se hallaba en las afueras de la ciudad y era conocido con el nombre de la Magdalena o de San Lázaro. Ref. José María Lacarra: Peregrinaciones a Santiago, Madrid, 1949, II, 449-450).

Desde un punto de vista jurídico, podríamos distinguir entre espacios públicos, por lo general abiertos, bajo el control de las autoridades públicas, como pueden ser las calles y plazas, principales escenarios de la vida cotidiana, y espacios privados o cerrados, bajo el control de sus propietarios aunque sujetos a las ordenanzas concejiles, como son las viviendas, obradores y talleres. En la segunda mitad del siglo XIII quedó urbanizado por completo el cerro que sirvió de emplazamiento a Vitoria, a excepción de su lado sur, que se abría a la explanada donde se hacía el mercado y que en la actualidad está ocupada en una parte por la plaza de la Virgen Blanca. Este típico plano radioconcéntrico elipsoidal de la Vitoria medieval, con una superficie aproximada de 20,7 hectáreas, lo que le hacía el más extenso de todas las villas medievales vascas, apenas experimentó ya variaciones hasta finales del siglo XVIII. Las calles constituyen un instrumento de comunicación y tránsito, auténticas vertebradoras del espacio urbano. Las calles principales son largas y estrechas, con algunos desniveles, y se ajustan perfectamente, como si se tratara de curvas de nivel, al cerro que sirve de asiento a la ciudad. Tales calles están cortadas transversalmente por otras aún más estrechas y pendientes pero rectas, los cantones. Tanto unas como otras comunican los edificios, permiten el tránsito de las personas y son el escenario de innumerables actos individuales y colectivos.

Las autoridades concejiles procuraban por todos los medios que las calles fueran espacios seguros y de convivencia pacífica, aunque no siempre podían evitarse las alteraciones del orden público motivadas por los enfrentamientos entre vecinos o entre estos últimos y otros recién llegados. Al igual que en otras ciudades, a través de diversas ordenanzas y de un completo sistema de vigilancia interior, se trataba de evitar por todos los medios, tanto de día como de noche, daños personales, homicidios, robos, etc. Especialmente conflictiva podía resultar la noche, por lo que se procuró siempre que las personas anduviesen lo menos posible por las calles a partir de la puesta del sol. Si lo hacían deberían ir con luz para poder ser reconocibles y no deberían ir armadas. A fines de la Edad Media, como ha estudiado Iñaki Bazán, el Alcalde ordinario, máximo responsable judicial, y el Merino mayor o Alguacil, eran los dos oficiales del concejo vitoriano que se encargaban de castigar a aquellos individuos que habían quebrantado de alguna forma las normas generales de convivencia. A su vez, disponían de otros agentes municipales auxiliares, nombrados por la Cámara del concejo, que se encargaban de ejecutar la justicia, tales como los tenientes de merino, el carcelero, el verdugo y los veladores. Estos últimos constituían un cuerpo de seguridad nocturno, cuya actividad se complementaba con la de los mayorales de las vecindades, que eran un cargo vecinal no municipal, y que ejercían también funciones de vigilancia y castigo.

También fueron las calles escenario de acontecimientos jubilosos, con frecuencia relacionados con la vida de los monarcas. Era corriente que se celebraran con diversas fiestas y espectáculos los nacimientos, bodas y coronaciones reales, a las que se sumaba la población convocada por las autoridades municipales. Igualmente solían tener gran esplendor los funerales por el fallecimiento del monarca o de algún familiar allegado, organizados por la Iglesia y el Ayuntamiento. Todos estos actos, a los que las gentes acudían con agrado, contribuían a afirmar el poder real, por lo que eran promovidos por la propia monarquía. También eran escenario de procesiones y rogativas para solicitar el apoyo divino contra pestes, enfermedades y otras adversidades, amen de las que acompañaban habitualmente a ciertas festividades litúrgicas. Las calles, en ciertas ocasiones, servían para ejecutar la justicia por parte del verdugo, espectáculo que no repugnaba a la sensibilidad de la época. La compacta y regular distribución de calles y cantones hacía prácticamente imposible la existencia en el interior de espacios más abiertos o plazas. Durante muchos siglos careció Vitoria de una Plaza Mayor propiamente dicha, aunque el amplio espacio extramuros situado por delante de las puertas que daban acceso a las calles gremiales, actualmente ocupado en buena parte por la plaza de la Virgen Blanca y por la plaza Nueva y que estaba dominado por las iglesias de San Miguel y de San Vicente, reunía perfectas condiciones para que fuera escenario de muchos acontecimientos populares y especialmente que en el mismo tuvieran lugar las ferias y mercados, que tanta fama llegaron a alcanzar.

Vitoria sufrió varios incendios a lo largo de la Edad Media. Además del ya mencionado de 1202, están documentados otros en 1208, 1240, 1390, 1423, 1436 y 1443. De este último sabemos que llegaron a arder más de doscientas cincuenta casas, aproximadamente algo más de la cuarta parte del total de las mismas, con la particularidad de que fueron:

"las mejores e mayores e más honrradas que avía en la dicha çibdat, que eran la flor della, e a muchas se quemaron en ellas muchos bienes que non podieron sacar".

Los incendios tienen una inevitable secuela de pérdidas materiales, y en el peor de los casos también de vidas humanas, aunque las urgentes reconstrucciones posteriores servirían para renovar y mejorar el caserío de Vitoria.

Descripción de las defensas de cada calle de Vitoria, recogida por Rafael Floranes en 1775 de una obra de fines del siglo XVI que a su vez habla de tiempos anteriores:

"Tenia esta Ciudad todas sus calles con fosos por medio, y levantados sus andenes arto pegados á las casas, de modo que no podian andar por ellas sino en hilera, uno a uno, y no avia paso de la una acera á la otra, sino es por alguna estrecha entrada y escalones por la canal ó foso de medio, por donde andavan las gentes de á caballos. Todas las puertas de las casas tenian fuertes con gruesas cadenas y puertas levadizas en las vocas de las calles. La Muralla que da á la plaza es muy gruesa y alta, de que se infiere que esta Ciudad sin duda en aquellos tiempos era fortísima y muy dificil para poderse expugnar".

El fuero de Vitoria de 1181, cuyo texto normativo está inspirado en el de Logroño y en el de Laguardia, no precisaba sin embargo la extensión de su término municipal o alfoz:

"Et ut plenius singula de consuetudine et foro uobis dato in memoriam retineantur dono uobis ipsam uillam que dicitur noua Victoria cum omnibus terminis suis populatis et heremis quos in presenti possidet uel aliquando possedit et cum omnibus pertinenciis suis que ei pertinet uel pertinere debent"

que en cualquier caso debía ser de muy modestas dimensiones, por cuanto el propio fuero determinaba que a los nuevos vitorianos jurídicamente sólo les pertenecía la mitad de los territorios de los pobladores de la vieja Gasteiz:

"Antiqui tamen laboratores qui antea ibi fuerant et qui in loco eis assignato ibi manere uoluerint habeant separatim medietatem hereditatum; uos uero qui noui estis habeatis aliam medietatem et diuidatis inter uso".

Esta limitación, por otra parte, contrasta con una amplia concesión que posibilitaba a los vitorianos la utilización de la madera, de la leña y de los pastos de los campos circundantes, e incluso les permitía la posibilidad de comprar tierras por las que no pagarían tributación alguna. Semejante situación será una permanente fuente de conflictos con el inmediato mundo rural sobre el que los cofrades alaveses ejercen su señorío colectivo, pero que fueron incapaces de resistir el empuje expansivo de Vitoria, bien cimentado en su rápido desarrollo económico y en el apoyo constante que le prestan los monarcas castellanos.

En el proceso de ampliación del término concejil se pueden destacar tres años claves: 1258, 1286 y 1332. En el primero de ellos Alfonso X entregó a Vitoria nueve aldeas que habían sido de la Cofradía, las llamadas "Aldeas Viejas", es decir, Arriaga, Betoño, Adurza, Aretxabaleta, Gardelegi, Olarizu, Mendiola, Ali y Castillo, que habían sido previamente compradas por los vitorianos y en las que ya habían empezado a adquirir propiedades con anterioridad a 1226. En la segunda de las fechas Sancho IV concedió a Vitoria la aldea de Lasarte, que él mismo había recibido de la Cofradía de Álava, o de Arriaga, unos años antes, siendo infante. La capacidad expansiva de Vitoria no se detuvo en el primer tercio del siglo XIV y en 1332 llegamos al punto final en el proceso de ampliación de su alfoz al incorporar definitivamente al mismo 41 de las 45 aldeas por las que disputaba con la Cofradía de Álava, según sentencia dictada por Juan Martínez de Leiva, Camarero mayor de Alfonso XI. Los cofrades, incapaces de contener el empuje de Vitoria, y no hay que olvidar que Salvatierra vivió un proceso similar, y ante la posibilidad de que todo el territorio de la Cofradía fuera absorbido por las dos villas y de que perdieran todos sus privilegios y propiedades, decidieron entregar al realengo castellano la tierra que señoreaban al tiempo que disolvían la Cofradía de Arriaga. A cambio de estas dos concesiones, los infanzones e hidalgos alaveses se aseguraron para el futuro sus propiedades y sus privilegios fiscales pues Alfonso XI les reconoció que fueran:

"libres e quitos de todo pecho ellos e los sus bienes que an o ouieren daquí adelante en Alaua".

Aunque resulta imposible hacer aproximaciones estadísticas, algunos datos indirectos permiten constatar el rápido crecimiento de la población de Vitoria a lo largo del siglo XIII. Los dos ensanches de 1202 y 1256 multiplicaron por siete aproximadamente el primitivo plano de Gasteiz, lo que permite pensar en un crecimiento correlativo de la población. Dicho crecimiento queda igualmente atestiguado por otros testimonios, así la erección de nuevas parroquias, como la de San Ildefonso, la instalación de sendos conventos de franciscanos y dominicos a comienzos del siglo XIII, el surgimiento de nuevos barrios o arrabales fuera del recinto amurallado o la roturación de nuevas tierras, ya a comienzos del siglo XIV. La segunda mitad de este siglo y la primera del siguiente son de contracción y estancamiento demográfico, que no llegan a ser contrarrestados por los aportes procedentes de las aldeas. Estos nuevos pobladores son principalmente miembros de la pequeña nobleza rural que abandonan el campo para vivir en la villa realenga, buscando un nuevo horizonte de vida y nuevas rentas, ya sea en el comercio o en la administración concejil. Si bien numéricamente esta aportación no fue muy importante, sí lo fue, y mucho, desde el punto de vista cualitativo. En Vitoria se instalaron desde entonces una serie de linajes rurales, como los Maturanas, Iruñas, Ayalas, Healis, Hurtados, Esquíveles, Adurzas, Vergaras, Salvatierras, Maestus, Alavas, etc., cuyas casas y palacios adornan con escudos blasonados. De estas familias saldrán inmediatamente regidores, alcaldes, escribanos y mercaderes, convirtiéndose en protagonistas indiscutibles de la vida vitoriana.

Hasta este momento el tono había venido dado principalmente por la población artesana, de la que conocemos los nombres de algunos de sus miembros desde el siglo XIII, como Angevín, el carnicero; Pero Ortiz de Garayo, el zapatero; don Guillén Brun, tendero; don Jerónimo Díaz de Ochoa, carnicero; Paricio, el ballestero; maestre Juan de Manerayn, ferrero; Domingo Martínez Celemín, carpentero; Martín Estausa, lancero; don Esteuan, cuchillero; Pero Vicia, aluardero, etc. Con el asentamiento en Vitoria de los nuevos contingentes de hidalgos rurales se transformó radicalmente la sosegada imagen que hasta entonces había ofrecido la población, que se torna conflictiva y, en ocasiones, violenta, en relación con la banderización de la misma y con las luchas de bandos que se generan entre los Ayalas y Callejas por el control del gobierno municipal. Esta situación es así descrita con viveza por un autor del siglo XVI:

"En Vitoria se padecía con los bandos de Ayala, gamboíno, y el de Calleja, oñacino, favoreciéndose cada uno de los comarcanos bandoleros, tiranizándose la república y sus vecinos, robándoles con derramas, imposiciones, matándose y haciéndose todo el mal posible, usurpando los oficioss de justicia, eligiendo cada bando alcalde, regidores, procurador, allende de la de los reyes, haciendo los Ayalas sus juntas en San Miguel y los Callejas en San Pedro. Lo cual fue causa que Vitoria se despoblase y sus vecinos se fuesen huyendo a otras partes".

Aunque excluida por completo del gobierno municipal, es necesario mencionar a la población judía de Vitoria. La aljama vitoriana es la más antigua del País Vasco, está documentada desde 1256, y la más importante en los siglos XIV y XV. La comunidad judía vivía en la actual calle Nueva Dentro y disponía de sus propios órganos de gobierno. Sus relaciones con el resto de la población fueron cada vez más restringidas. A partir de las ordenanzas de 1428, como ha destacado E. Cantera Montenegro, se pone en marcha una legislación municipal totalmente discriminatoria contra los judíos, que alcanza su mayor intensidad con las ordenanzas municipales de 1487, hasta culminar con su definitiva expulsión en 1492. Su actividad como prestamistas y recaudadores de impuestos levantó siempre hacia ellos una cierta animadversión popular, que en ocasiones desembocó en graves violencias. El 28 de abril de 1332, Alfonso XI tuvo que intervenir en favor de los vecinos de Vitoria, ordenando que los judíos de su aljama no hiciesen cartas de deudas sobre los cristianos vecinos de la villa, pues les ocasionaban graves daños y favorecería el despoblamiento del lugar. Entre los judíos vitorianos sobresalió el linaje de los Gaones, uno de cuyos miembros, Jacob Gaón, fue arrendador de las rentas reales en tiempos de Enrique IV, hasta que murió violentamente en 1463 a manos de los tolosanos cuando trataba de recaudar el "pedido" en su ciudad. En el siglo XV destacaron también algunos médicos o físicos, como David, maestre Abraham o el licenciado Antonio de Tornay. El comercio, la actividad mercantil, el oficio textil y la costura deberieron ser, no obstante, las ocupaciones más frecuentes de los judíos vitorianos.

El siglo XIV termina para Vitoria con la concesión en 1399 por parte de Enrique III de dos ferias francas anuales, una de 16 días por la fiesta de la Ascensión y otra de doce durante el mes de setiembre. Resulta, no obstante, difícil de evaluar el impulso, a largo plazo positivo sin duda, que tal concesión tendría para la actividad económica y la evolución demográfica de la ciudad. Desde luego, algunos testimonios apuntan claramente a que durante la mayor parte de la primera mitad del siglo XV la demografía vitoriana experimentó un estancamiento. Un documento de 1405 señala cómo la "villa se despoblaua por las mortandades que avía acaescido e eso mesmo por la pobresa que auía en ella". El constante incremento de la fiscalidad real, la propia conflictividad social protagonizada por los enfrentamientos entre Ayalas y Callejas, serían también elementos que propiciarían la evolución negativa de la población de Vitoria y de las aldeas de su término. Se comprende por ello que las autoridades del concejo, para paliar esta situación, trataran de retener a los vecinos concediendo préstamos a los que tenían dificultades económicas, o bien dando ventajas de tipo fiscal a quienes pretendían instalarse en la villa. Incluso llegaron a concederse ayudas a quienes iniciaron la edificación de nuevas casas. Las consecuencias positivas de todas esas medidas comenzarían a notarse algo antes de mediar el siglo XV, en que la población vitoriana iniciaría un claro proceso de recuperación. Así lo acreditan algunos testimonios, como la roturación de nuevas tierras en el alfoz vitoriano. Este recurso se utilizaba para atender las necesidades de alimentación de una población en aumento y se documenta en la cuarta década del siglo XV, aunque tiene su apogeo en los años sesenta y se prolonga con menor ritmo hasta finales del siglo.

En 1457, Enrique IV concedió a Vitoria una feria franca, que empezaría el lunes siguiente al Corpus y duraría quince días y posteriormente, en 1466, le concedió un mercado franco que se reuniría todos los jueves del año. Ambas concesiones ponen de relieve un incremento de la demanda, lógica derivación del aumento de la población. En el siglo XV Vitoria alcanzó también algunos títulos de nobleza que contribuyeron a forjar un "imaginario urbano" propio, que sintoniza perfectamente con los ideales aristocratizantes de la sociedad castellana de fines de la Edad Media. En efecto, el 20 de noviembre de 1431, Juan II otorgó a Vitoria el título de ciudad:

"es mi merçet de faser e por la presente fago çibdat a la dicha villa de Vitoria e quiero que de aquí adelante sea çibdat e sea llamada la çibdat de Vitoria e aya e gose en quanto çibdat de todas las preheminençias e prerrogatiuas e preuillejos que cada una de las otras çibdades de los mis reynos e sennoríos por ser çibdades e en quanto çibdades han e gosan e deuen auer e gosar".

Venía así Vitoria a sumarse al elenco de las ciudades de la Corona castellana que tenían reconocido dicho título, en cuya nómina estaban ya Burgos, León, Toledo, Sevilla, Córdoba, Zamora, Salamanca, Cuenca, Segovia, Ciudad Real, etc. Posteriormente, el 20 de Febrero de 1466, Enrique IV otorgó a Vitoria el título de leal:

"quiero e me plase que de aquí adelante para syempre jamás se llame e yntitule la leal çibdad de Bitoria".

Vitoria tenía también sus propias armas, que con la leyenda de su origen nos son descritas en unos versos de Pedro Gracia Dei, un cronista del siglo XIV que fue heraldo de armas del rey Pedro I de Castilla y autor de un Libro yntitulado Graçia Dey yntérprete de las Españas en el qual se declaran las armas y blasones de los linajes de España, donde reza:

"Las armas de mi Vitoria / son leones esforçados / y un castillo por memoria / donde se vee la honrra / de los mis antepasados / y dos cuerpos a los lados / en señal de fortaleça / con que siempre yo a su alteça / e seruido con firmeça / y a los reyes coronados".

Armas y títulos contribuyeron así a ennoblecer a Vitoria como comunidad o entidad colectiva con su propia personalidad moral y jurídica, aunque, por supuesto, no fueran nobles todos sus moradores. Y el paisaje urbano, en su conjunto, debía tener una notable calidad estética, por cuanto en 1499 el viajero Arnald von Harff no duda en calificar a Vitoria como "una bella ciudad". En 1423, Pedro Manrique, Adelantado Mayor del reino de León, tratando de poner fin a las negativas consecuencias de las endémicas luchas banderizas dio a Vitoria unas ordenanzas por las que se dividían los cargos del concejo en dos mitades. Luego cada uno de los bandos nombraba treinta personas, entre las que se designaban los oficiales cada año. Pero los conflictos y las crisis de gobierno no concluyeron, pues las ordenanzas eran incumplidas con frecuencia, y de hecho la solución definitiva aún tardaría en llegar más de medio siglo.

El 22 de octubre de 1476 Fernando el Católico aprobó un Capitulado elaborado por representantes del concejo vitoriano y dos oidores reales, "concerniente a la paz y sosiego de esa ciudad e buena gobernación" de la misma, con el que se daba por zanjado, al menos de una forma oficial, el enfrentamiento entre Ayalas y Callejas y se configuraba una nueva organización municipal. El Capitulado de 1476, que estaría vigente hasta 1747, año en que Fernando VI confirmó un nuevo ordenamiento municipal para Vitoria, establecía que en lo sucesivo:

"no se nombre ni haya en esa dicha ciudad de Vitoria apellidos ni vandos de Calleja ni de Ayala, ni otros apellidos, ni quadrillas, ni voz de otras parentelas, ni cofradías algunas que a esto correspondan ni se junten, ni vos juntedes a ellas, salvo que todos juntamente se llamen y vos los Vitorianos, ni fagades otros apellidos, ni los prosigades, ni favorezcades directe ni indirecte, en público ni en secreto, ni dedes favor, ni ayuda a ello, ni acudáis a voz de apellido, ni de vando, a ruído, ni a bodas, ni a mortuorios, ni a otros actos algunos que vayades a voz de bando ni de linage, o a sonadas de otros cavalleros y escuderos de la comarca, ni acudáis por ello a sus llamamientos, ni tengades confradías ni hospitales ni iglesias por nombre de los dichos linages, ni de alguno de ellos, ni vayades apartadamente los unos de los otros en hueste, ni repartades gente para ello por respeto de los dichos linages".

En adelante la estructura del gobierno municipal de Vitoria consistiría en:

"un alcalde y no más, pues el privilegio de nuestra población no nos da más de uno, y que haya dos regidores, y un procurador de concejo, y un merino, y dos alcaldes de hermandad, y un escribano de concejo y no más, y que éstos se pongan para el día de San Miguel de setiembre de cada año, y que duren sus oficios por un año contínuo".

Para el nombramiento de dichos cargos, cuyo conjunto constituye un órgano de gobierno restringido o Ayuntamiento, se utilizaba un sistema electivo por insaculación, en el que las listas de los candidatos a los oficios eran previamente elaboradas por una comisión de cuatro miembros nombrada por un elector elegido entre los oficiales del año anterior. El procedimiento consolidó durante siglos el control del gobierno municipal por parte de la pequeña nobleza urbana. Sin duda, el ambiente pacificador propiciado por los Reyes Católicos estimularía la recuperación demográfica de Vitoria, aunque resulte difícil hacer una evaluación numérica de la misma. El dato más fiable nos lo proporciona una bula del papa Alejandro VI de 1496, en la que dice que la ciudad, que él conocía personalmente, tendría algo más del millar de casas, lo que puede traducirse en una población cercana a los cinco mil habitantes.

Dentro del doble circuito amurallado que rodea Villa Suso y los ensanches de 1202 y 1256, que da al conjunto el aire de una verdadera fortaleza, encontramos una variada tipología de construcciones, desde las sencillas casas populares a los soberbios palacios y casas señoriales, pasando por iglesias y conventos. Apenas tenemos información del caserío de la primitiva Gasteiz. Las viviendas, de planta alargada, serían sencillas y de reducidas dimensiones. En los ensanches de 1202 y de 1256, según J.I. Linazasoro:

"predomina un tipo de casas de parcela muy estrecha, que a menudo sólo permite sacar un hueco con fachada, por lo que los edificios tienden a desarrollarse en altura (3 e incluso 4 plantas). Es característico el acceso a la vivienda separado del de la tienda o primitivo taller, muy alargado, estrecho y terminado por una escalera de la que a su vez arranca otra, generalmente de tres tramos".

Se trata, en consecuencia, de la típica casa de alforja, cuyo caballete del tejado es paralelo a la fachada, en la que se abren pocos vanos y distribuidos de forma irregular. Los materiales constructivos son pobres: mampostería menuda en la planta baja, mientras las superiores estaban hechas con entramado de adobe y madera. El cuerpo superior de la vivienda se consdatruía en voladizo y se apoyaba sobre el inferior por medio de tornapuntas de madera, estando rematado por un amplio alero. Este tipo constructivo permaneció, en lo fundamental, durante bastantes siglos, si bien progresivamente se irá mejorando la calidad de las edificaciones. Desde mediados del siglo XIV, en consonancia con el ambiente conflictivo que vivió la sociedad vitoriana, muchas casas modificaron su porte convirtiéndose en auténticas fortalezas, que en algunos casos se han conservado hasta nuestros días. Todas ellas han sido soberbiamente estudias por Micaela Portilla, pudiéndose citar como ejemplos típicos la torre de los Abendaño en la cerca de la Herrería, la de los Anda, la casa fuerte de los Ayala, las que tenían los Guevara en las puertas de la Cuchillería, las de los Hurtado de Mendoza en la Pintorería, la torre de los Iruña, conocida popularmente como torre de doña Ochanda, las casas fuertes de los Landa en la calle Nueva, la de los Larrínzar en el portal de San Ildefonso, la torre del interior del palacio de Bendaña, las casas fuertes de los Mendoza, la de los Nanclares en el portal de la Correría, la de los Salazar, la torre de los Sánchez de Bilbao en la casa del Cordón o las casas fuertes de los Soto en las calles Zapatería y Cuchillería.

Desde el punto de vista económico y comercial, Vitoria jugó un papel destacado en las relaciones entre la Castilla del interior y los puertos vascos del Cantábrico oriental, por un lado, y con los reinos de Navarra y Aragón, por otro. Expresión del impulso comercial de Vitoria a fines de la Edad Media son algunas construcciones típicas o casas de comercio, de las que constituye el ejemplar mejor conservado El Portalón.

Entre 1282 y 1325 Vitoria participará intensamente en la formación de hermandades o asociaciones de concejos, surgidas en momentos de grave debilitamiento de la autoridad real, como fueron las guerras civiles que inauguraron los respectivos reinados de Sancho IV, Fernando IV y Alfonso XI. A través de ellas los concejos trataron de participar de forma destacada en la estructura de poder de la Corona de Castilla.

Un significado distinto tiene la participación de Vitoria en la "Hermandad de las villas de la marina de Castilla", fundada en 1296 y de carácter exclusivamente económico. Para entonces los mercaderes vitorianos tenían ya establecidas relaciones comerciales con los puertos y ciudades más importantes del Occidente europeo y Vitoria jugaban un papel destacado en el gran eje mercantil castellano que a fines de la Edad Media unía por el interior de la Península los puertos del Cantábrico oriental con los de la Andalucía atlántica.

En el siglo XV Vitoria participó de forma destacada en la constitución de varias hermandades de alcance provincial, como las de 1417, 1458 y 1463, cuyos objetivos esenciales fueron el mantenimiento del orden público, la defensa de la justicia y la lucha contra los abusos señoriales. Las ordenanzas de la última de ellas, aprobadas en Rivabellosa, constituyen el Cuaderno de Leyes y Ordenanzas con que se gobierna la M. N. y M. L. Provincia de Álava, que durante cuatro siglos ha sido el cuerpo fundamental de las leyes de la Provincia. Tales ordenanzas suponen un paso muy importante en la vertebración institucional de Álava, pero al mismo tiempo hay que recordar que de la hermandad de 1463 arranca el definitivo movimiento de integración territorial que dará lugar a la configuración del perfil actual de la provincia de Álava. No obstante, lo que importa resaltar ahora es el protagonismo que Vitoria alcanzó en el seno de la hermandad y en el conjunto provincial. En efecto, son los miembros de la oligarquía vitoriana los que monopolizan el cargo de Diputado General, la más alta magistratura de la Provincia; en Vitoria se reunía una de las dos Juntas Generales anuales de la hermandad, que constituían el supremo órgano de gobierno y jurisdicción de la misma; la Diputación de la hermandad, que ostentaba el poder ejecutivo, estaba integrada por dos comisarios y cuatro diputados, elegidos por la Junta General, pero uno de los comisarios tenía que ser de Vitoria; y en esta ciudad tenían siempre lugar las reuniones de la Diputación o Junta Particular. Sin hipérbole alguna, puede decirse que desde finales del siglo XV Vitoria ejerce de verdadera capital de toda Álava.

CGM