Concepto

Sugaar

Barandiaran cita igualmente a Sugoi, Atarrabi y Mikelats como vinculados a Sugaar, pero basándonos en lo que sobre ellos hay publicado, no es posible reducirlos a todos a una definición común, lo mismo que tampoco es posible hacerlo con los dragones de las leyendas de Teodosio de Goñi o del caballero de Belzunce, aunque es posible que todos ellos compartan un lejano origen.

El vínculo de Sugaar con Mari hace sospechar desde la primera aproximación, que pueda tratarse de un personaje importante. Mari es la representación femenina de la Naturaleza, la versión vasca de la Madre Tierra, y sabemos que aunque esté a la cabeza del panteón vasco, no es una diosa stricto sensu, ya que en su versión más auténtica, carece de voluntad y de designio o proyecto para los humanos. La característica más auténtica de la personalidad de Mari es justamente su aspecto naturalista y por ello también hay que subrayar este mismo aspecto en Sugaar y considerarlo igualmente su faceta más fiel al original. Del mismo modo que los traslados de residencia de Mari,- siempre arbitrarios y nunca relacionados con hecho concreto alguno-, determinan la meteorología, así lo hacen también sus encuentros con Sugaar. Este evidente aspecto naturalista que ambos comparten, hace sospechar que Sugaar pueda ser un elemento importante cuya autenticidad y originalidad serían comparables a la de la propia Mari, y no un cónyuge inventado de modo tardío y oportunista. También llama la atención la coincidencia en torno a la sierra de Aralar tanto de las moradas de Sugaar en Ataun y Balerdi, como del dragón de la famosa leyenda de Teodosio de Goñi.

Nada más iniciar la exploración más allá del País Vasco, aparecen aquí y allá vestigios de la pareja Dios Serpiente- Madre Tierra, que vienen a confirmar la aparente autenticidad del dúo Sugaar-Mari, y que sugieren que la antigüedad de la pareja sea igual a la de la propia Mari. Y la distribución espacial de dichos vestigios nos remite al mismo ámbito de influencia y a la misma adscripción cultural que las de la Madre-Tierra: la cultura agrícola del Neolítico y la cosmología asociada a la misma.

Los vestigios no proceden además de los registros del folklore del siglo XIX, sino de fuentes más antiguas. Las más recientes de la Edad Media, las más antiguas de las primeras culturas escritas, y entre medio, de fuentes clásicas griegas y romanas.

El testimonio medieval proviene de la cueva de la Sibila en el Monte Vettore en Italia, ya citada en el artículo sobre Mari. Según el viajero medieval Antoine de la Sale, que la visitó, la cueva de esta Sibila, homóloga de Mari, está custodiada por un ser mitad humano mitad serpiente, de nombre Macco. La Sale no menciona que sea el consorte de Sibila, pero sí que al caer la noche todos los habitantes de la cueva se transforman en serpientes y se divierten libidinosamente. Advirtamos de paso, que aunque la intermediación de Barandiaran haya podido desdibujar estos aspectos, las visitas de Maju a Mari tienen por objeto una unión sexual. Esto resulta evidente en el resto de las representaciones mitológicas equivalentes, como veremos a continuación, y es en ese sentido como hay que entender el mito: el Dios Serpiente es el complemento fertilizador de la Madre Tierra. Su figura se asocia al agua que fecunda la tierra, ya sea en forma de lluvia o de río. Ese es el significado de la unión sexual de los protagonistas, una metáfora naturalista hecha desde el punto de vista del agricultor que los toma como referencia.

Hemos dicho ya que Mari es la cabeza del panteón vasco. Si a su lado Maju o Sugaar pueden parecer menos importantes, quizás haya que reflexionar que el sincretismo posterior ha podido dar más oportunidades a Mari, gracias a su identificación con la Virgen María, que a la serpiente, convertida en símbolo de todos los males, y que la presencia y la importancia de ambos miembros de la pareja pudo estar más equilibrada en un tiempo pasado. En cualquier caso, las citas clásicas nos los muestran juntos, y a veces además en la cúspide del panteón correspondiente. El ejemplo más claro es el de los Pelasgos, pueblo indígena pre-helénico que habitaba las tierras de Grecia y según los testimonios arqueológicos, adscrito a la cultura neolítica pre-indoeuropea. Según resume Apolodoro de Rodas en su Argonáutica, los dioses de estos pelasgos reinaron en el Olimpo antes de que llegaran a él sus homólogos indoeuropeos. Estos dioses de los pelasgos eran justamente la pareja formada por el Dios Serpiente Ofion y la Madre Tierra Eurynome. La actividad fecundadora de la pareja da origen a toda la Creación. Parejas semejantes aparecen en otros puntos del Oriente Próximo: Enki-Damkina o Hedammu-Ishtar por ejemplo. Sin embargo el trabajo interpretativo ha de ser sumamente prudente ya que el vínculo ideológico entre el agua y la serpiente puede surgir también de modo independiente en culturas inconexas, debido a la ondulación serpentiforme de los cañones y meandros, como lo muestran algunos ejemplos de lugares tan alejados como Namibia, por ejemplo.

El origen de la pareja es verdaderamente antiguo, y por ello ha tenido tiempo y ocasión de evolucionar localmente de modo diverso. Es realmente notable que tras tanto tiempo se haya podido conservar en el País Vasco hasta prácticamente nuestro presente, el aspecto naturalista original.

Las representaciones serpentinas que podemos considerar vinculadas a Sugaar están relacionadas con el agua y la fecundación. Como responsable de las mismas, el Dios Serpiente solía recibir las ofrendas de los agricultores como también lo hacía la Madre Tierra. El poeta de la Roma clásica Propercio, nos relata un pasaje referido a una de estas ofrendas, realizada en Lanuvium, a unos treinta kilómetros de Roma. La ciudad, se cuenta, contaba con un dragón que la protegía, que vivía en una sima no lejos de ella. Todos los años por primavera una doncella virgen descendía a su encuentro con una cesta llena de comida:

"Desde tiempo inmemorial esta ciudad está bajo la protección de un viejo dragón, y nadie quiere perderse el momento de la ceremonia anual en que tiene lugar el descenso religioso y precipitado a su guarida tenebrosa".

"Todo puedes temerlo joven virgen encargada de penetrar en ella, cuando el monstruo hambriento exige el tributo anual de su comida silbando desde el fondo de la caverna. Las jóvenes cuyo peligroso ministerio consiste en descender allí, palidecen de espanto al abrirse sus inflamadas fauces. Se apodera ávidamente de la ofrenda, y poco falta para que el cesto se les caiga de las temblorosas manos. Si son castas, regresan a los brazos paternos y el labrador exclama: Tendremos una buena cosecha" (Propercio, 1989).

Aunque el Dios Serpiente ya empieza a mostrar mal aspecto en esta descripción de Propercio, aún no se come a las doncellas, y asegura la abundancia de cosechas a cambio de una cesta de comida. Apenas nada de esta parte buena llegará a la Edad Media, cuando encontremos al antiguo Dios Serpiente convertido en un auténtico monstruo que aterroriza a la población en lugar de protegerla, y que se come a la doncella en lugar del contenido de la cesta, hasta que llega el héroe guerrero que le dará muerte. A falta de leyendas auténticas del Dios Serpiente, la abundancia de relatos de estos malvados dragones puede revelar la importancia y popularidad de la que aquél presumiblemente gozó en otro tiempo en el ámbito geográfico donde aparecen estas historias. En idéntico sentido, los ejemplos de personajes notables que retrotraían su genealogía al Dios Serpiente (Alejandro Magno o Jaun Zuria, primer Señor de Bizkaia por ejemplo), nos muestran a dicho personaje en lo más alto de su panteón.

No podemos dejar sin mencionar un tercer aspecto que el Dios Serpiente muestra a menudo, aunque no en los ejemplos vascos: la sabiduría. En muchos casos es el responsable de haber transmitido a los humanos ciertos conocimientos importantes. En la mitología vasca sólo podríamos sospechar de alguna relación con este tema en los hijos de Mari, Atarrabi y Mikelats, pero no hay mimbres suficientes para fabricar ni siquiera una hipótesis medianamente sostenible.