Rey de Pamplona. Las actuaciones de ambos reyes, el de Aragón y el de Castilla, disuenan y son antagónicas. Uno es recibido y proclamado rey de Pamplona, a falta de otra opción posible; el segundo entra en el reino disimulando sus intenciones de conquista por las buenas o por las malas. La entrada de Sancho Ramírez es pacífica y honrada. Moret, que sigue siendo el cronista señero no superado de la historia de Navarra, dice que «entró a reinar llamado y en buena paz, de que es buen indicio su entrada en la primera fortaleza del reino, que le admitió, Santa María de Ujué, con el agrado y benevolencia que él mismo reconoce y agradece... en la carta de mercedes y privilegios que hizo a dicha villa por esta causa; y el que así en ésta como en otras en que el rey menciona esta su venida siempre la llama entrada suya en Pamplona, jamás guerra ni invasión ni cosa que suene a eso» (Anales, III, p. 54). Hubo un llamamiento, prefiriendo los navarros a Sancho Ramírez de Aragón que a Alfonso VI de Castilla para suceder al fallecido Sancho el de Peñalén, igualmente primo hermano de ambos. «Don Alfonso entró a toda fuerza y violencia de las armas dice Moret-, y enseñoreándose de todos los hijos y hermanos del rey difunto, su primo, y de toda la casa real, que le esperaba vengador de aquella enorme alevosía y protector en la desgracia de sus sobrinos y primos, y descubriendo muy aprisa el semblante se publicó sucesor del difunto, excluyendo la sucesión legítima de los que la naturaleza y disposición del común abuelo llamaban a la corona.» De esta forma convertía su entrada en una ocupación de tierras en una conquista, satisfaciendo así una vieja aspiración imperialista. En cambio la entrada de Sancho Ramírez supone una vieja amistad y una solución al problema sucesorio. Parece ser que esta entrada fue en el mes de julio de 1076 y se sabe que ya el 10 del mismo mes don Alfonso VI tenía ya ocupada Calahorra y aceleradamente incluso plazas tan lejanas como Puente la Reina y Sangüesa, que ahora recobra el nuevo rey. Todo el año 1077 lo dedicó don Sancho Ramírez a recorrer los pueblos de su nuevo reino y a congraciarse con sus habitantes. De estos hechos no quedaría sino «el dolor de la disminución del reino por las provincias desmembradas...» (Anales, III, p. 60). Quizá Béarn, Bigorre y Oloron continuaron con algún género de reconocimiento al rey pamplonés, ya que la Gascuña la había vendido Sancho el Mayor al conde de Poitiers.