Concepto

Sacrificio en la Mitología Vasca

La actividad sacrificial más frecuente en el contexto mitológico vasco es la que está basada en la reciprocidad. En ella no aparecen ni la imposición ni el sometimiento o la deuda originados en un hecho primordial. La contraprestación y la reciprocidad son su fundamento ideológico. Veamos dos ejemplos, referidos respectivamente al Basajaun y a las lamiñas.

"En otro tiempo había en Esterenzubi, en la frontera con España, cuatro vaqueros, uno de los cuales era un muchacho. Cuando dormían en su cabaña, solía venir a calentarse al fuego Ancho, el señor salvaje (Basajauna). Y tras calentarse, comía de la comida de los vaqueros. Estos recibirán diariamente un pan y otras viandas, y todas las noches dejaban un pedazo, la parte de Ancho.

Una noche, viendo que no habían guardado la parte, el muchacho preguntó: -" ¿Dónde está la parte de Ancho?". -"Déjale tú la tuya si quieres!"- le respondieron los otros. El muchacho dejó su parte sobre la repisa habitual. El señor salvaje llegó como de costumbre. Después de calentarse, comió la parte del muchacho. Calentado y alimentado, partió llevándose consigo las ropas de los vaqueros, salvo las del muchacho. Esa noche nevó copiosamente. A la mañana siguiente, los vaqueros, no pudiendo encontrar sus ropas, dijeron al muchacho: - "Ve a buscar nuestras ropas". -"Yo?, No!". - "Ve, por favor!" - "¿Qué recompensa me daréis?". Tenían una mala novilla, y se la prometieron.

El muchacho partió, y llegando a la cisterna donde se encontraba el señor salvaje le gritó: -"Ancho, dame las ropas de mis compañeros." -"No te las daré" -"Dámelas, te lo ruego; me han enviado a buscarlas" -"¿Qué te dan por la molestia?" -"Una mala novilla" -"Tómalas pues, y toma también esta varita de avellano. Marca tu novilla y dale con ella ciento un golpes, el último más fuerte que los anteriores."

El muchacho hizo lo que Ancho le había dicho. Dio a su novilla los ciento un golpes, y tras un corto lapso de tiempo, la novilla le proporcionó un rebaño de ciento un hermosos animales.

En aquellos días los señores salvajes conversaban con los cristianos" (Cerquand, 1875-87) (Traducción adaptada del euskera).

Para completar la comprensión de este relato veamos, en palabras de Barandiaran, en qué se ocupa habitualmente Basajaun:

"Es el genio protector de los rebaños. Da gritos en las montañas cuando se acerca alguna tempestad, para que los pastores retiren su ganado. Cuando se halla en un aprisco o en su vecindad, evita que el lobo se acerque. Su presencia es anunciada por las ovejas con una simultánea y colectiva sacudida y sonido de sus cencerros. Entonces los pastores pueden echarse a dormir tranquilos, pues ya saben que durante aquella noche o aquel día, el lobo, ese gran enemigo de los rebaños, no ha de venir a molestarlos" (Barandiaran, 1972-73).

La "parte de Antxo" no es pues el tributo exigido a causa de un hecho primigenio que sucedió en el inicio del tiempo mítico y que nadie conoció pero que a todos obliga, sino la contraprestación debida por los servicios que Basajaun presta a diario a los pastores.

Igualmente la contraprestación por el trabajo realizado es la base ideológica de las ofrendas hechas a las lamiñas, según el siguiente relato:

"Las gentes de Bazterrechea, todas las noches antes de ir a la cama, dejaban en el rincón del fuego, juntamente con un cuenco de leche, panes de maíz tostados y migajas de tocino, sobre los restos de grasa de la sartén.

Al dormirse totalmente, las Lamias bajaban chimenea abajo, y chupa que chupa se ponían en un gruñidito, hasta que hubiesen comido totalmente los restos de comida del rincón del fuego. Después, silenciosamente, se retiraban chimenea arriba.

Y al día siguiente, las gentes de Bazterrechea hallaban esparcidos los abonos, limpias las acequias, arados los campos, escardados los maizales.

Una noche, olvidando colocar en el hogar el cuenco de leche, las migajas de tocino y los curruscos de pan de maíz, se fueron todos a la cama, y las Lamias, resentidas, se trasladaron a otro barrio, lejos, muy lejos, pues nunca más aparecieron en los trabajos de Bazterrechea" (Barandiaran, 1972-73).

De nuevo la legitimidad no se basa en el pasado mítico sino en la cotidianeidad de quien realiza las ofrendas, en la que resultan visibles los frutos del trabajo de las lamiñas, que bien merecen ser recompensadas.

En la actividad sacrificial basada en la idea de contraprestación por unos beneficios visibles y actuales, no hay lugar obviamente para la intervención de un intermediario religioso. Cada cual es responsable de sus ofrendas y está facultado para realizarlas.