Marinos

Oquendo y Zandategui, Antonio de

Marino. Nacido en San Sebastián en 1577; fallecido en A Coruña el 7 de junio de 1640.

Hijo de Miguel de Oquendo y de María de Zandategui, un matrimonio típico de las élites guipuzcoanas de la Edad Moderna, en el que se mezclan los intereses comerciales de familias de hidalgos asentados en el medio urbano de la provincia, como los Oquendo, con los herederos de linajes nobiliares, como el de la torre de Lasarte, basados en origen en la posesión feudal de la tierra.

Alguna documentación notarial relacionada con la madre de Antonio de Oquendo, muestra claramente esa armonización dentro de la familia del futuro almirante entre la nobleza de origen feudal y los hidalgos asentados en villas aforadas dedicados a la manufactura y el comercio. Es el caso del poder redactado en el año 1596 por María de Zandategui, en el que suscribe un crédito de 1800 ducados avalado por las propiedades territoriales de la familia pero garantizado por su cuñado, el capitán Antonio de Oquendo, hermano de Miguel de Oquendo, que ha continuado con el negocio familiar de fabricación de hierro a gran escala para la exportación, fundamentalmente desde la ferrería de Iturain -también conocida como Ynturia o Yturria-, en el valle de Leizaran, en la que el capitán Oquendo instalará hacia 1595 mejoras notables como un nuevo martinete.

Los datos sobre la educación recibida por Antonio de Oquendo son escasos y, como ocurre con algunos aspectos de su vida, controvertidos. Según la primera biografía del almirante escrita por su hijo natural Miguel de Oquendo en el año 1666, su período de formación es escaso, concluye antes de los 16 años para entrar en el servicio naval de la Corona y tiene serias lagunas que el general Oquendo -siempre según su hijo Miguel, erigido en biógrafo suyo- lamentará a lo largo de toda su vida.

Ignacio de Arzamendi, autor de una de las obras sobre Antonio de Oquendo más extensamente documentadas, sostiene sin embargo que el autor de esa primera biografía se equivoca en esos datos, desmentidos en diversas fuentes manejadas por Arzamendi que demostrarían que Antonio de Oquendo permaneció hasta cerca de los 25 años en el hogar materno y su formación fue, por tanto, algo más esmerada de lo que insinúa el autor de El héroe cántabro. Arzamendi señala que la correspondencia del almirante y su selecta biblioteca constituyen ya de por sí pruebas suficientes de una formación más sólida de la que generalmente se le había atribuido desde la publicación de esa primera biografía en el año 1666.

No hay discrepancia entre los diferentes biógrafos de Antonio de Oquendo respecto al carácter empírico de sus estudios de Náutica que, según Rafael Estrada, llegan a un considerable nivel. Especialmente por lo que se refiere a sus conocimientos de Astronomía, que le llevan a aceptar las teorías más vanguardistas de momento. Como lo es la concepción copernicana del sistema solar, rechazando como imposible una tierra inmóvil en torno a la cual debían girar los demás astros. Tesis que su contemporáneo Tycho Brahe había tratado de imponer nuevamente y que quedaba refutada por los cálculos de otros dos célebres astrónomos contemporáneos de Antonio de Oquendo: Johannes Kepler, colaborador de Tycho Brahe en el observatorio de Uraniborg, y Galileo Galilei, condenado por la Inquisición romana por sostener teorías de esa índole. El primer destino de la larga carrera militar de Antonio de Oquendo será en las llamadas galeras de Nápoles. Ese servicio se prolongará entre el año 1600 y julio de 1604. Cierta documentación expedida por sus oficiales en el año 1602 lo describe en esa época como vecino de San Sebastián, moreno de rostro y de pequeña estatura.

En el año 1604 obtendrá en la base de Lisboa el mando de su primer galeón, el Delfín de Escocia. Al mando de éste y de La dobladilla, otro galeón de similar porte, realizará su primer hecho de armas destacado, enfrentándose a los corsarios ingleses que infestan la costa portuguesa -en esos momentos parte de la monarquía imperial española- y que son el principal objetivo de esa primera expedición en la que ostenta mando. A la altura de Cádiz, límite de su crucero impuesto por las órdenes selladas que recibe de su comandante Luis Fajardo, abordará, a principios de agosto de 1604, un navío inglés mientras La dobladilla le da fuego de cobertura. Según López-Alen el combate sobre cubierta durará varias horas y será feroz, regresando el Delfín de Escocia al puerto de Cascaes con el casco pasado a balazos pero llevando a remolque el barco inglés finalmente rendido. Esa presa producirá un cuantioso botín y un rápido ascenso al entonces todavía capitán Antonio de Oquendo y Zandategui.

Así, en abril de 1605, el rey Felipe III manda llamarlo a la corte de Valladolid y allí le ofrece el mando de su primera escuadra. La que es descrita por el propio Oquendo en un documento de 23 de mayo de 1607 -un requerimiento al alcalde de Tolosa para prender a Martín de Sasyain, que ha desertado tras cobrar las pagas adelantadas por el enrolamiento- como "la esquadra de su magestad de sus Reales galeones del senorio (sic) de Vizcaya", pequeña armada en la que se juntan, en realidad, unidades navales proporcionadas por Cantabria, Bizkaia y Gipuzkoa. El nombramiento, tal y como subraya la biografía de Oquendo firmada por el vicealmirante Estrada, es de capitán general de esa escuadra pero con carácter interino, si bien otra documentación de esa época le atribuye, sin más distinciones, el grado de general efectivo. Tal y como puede leerse en la carta de finiquito que extiende la hija del almirante Juan de Hurdayre en 16 de mayo de1607, donde da por liquidada la deuda de 300 ducados que le había prestado su padre "al general don Antonio de Oquendo general por Su Majestad de los galeones de la esquadra de Vizcaya" para que hiciera frente a cierta necesidad que se le presentó.

Ese servicio se prolongará hasta el año 1608 sin episodios de relieve, salvo el naufragio de parte de las unidades bajo mando de Antonio de Oquendo entre Biarritz y San Juan de Luz, incidente que algunos tratadistas de la época atribuirán a Brujería. Oquendo recuperará la Artillería de los navíos hundidos y reconstruirá la Armada de manera enteramente satisfactoria, recibiendo en 7 de enero de 1608 el nombramiento de capitán general de la nueva escuadra de Cantabria.

Su carrera continuará desarrollándose sin demasiados incidentes hasta el año 1619, sirviendo tanto en el Atlántico -fundamentalmente contra los holandeses- como en el Mediterráneo, donde participará en el socorro a Larache contra los corsarios berberiscos.

Durante ese período trabará amistad con el príncipe Filiberto de Saboya, que lo recomendará para nuevos ascensos y la obtención del exclusivo hábito de caballero de Santiago. Distinción que se le concede en 12 de agosto de 1614, apenas un año después de su boda con María de Lazcano, que se celebrará por poderes en 30 de marzo de 1613, al hallarse Antonio de Oquendo en Sevilla prestando nuevamente servicio.

En 1619 sufrirá un primer desencuentro con la corte de Madrid, al negarse a aceptar con carácter interino el puesto de almirante general de la Armada del Mar Océano. Estará recluido sin empleo ni sueldo en la fortaleza de Hondarribia, arresto del que saldrá pronto gracias a los consejos del maestre de esa plaza fuerte, Bernardino de Meneses, que le recomienda solicitar una revisión de su caso que le permita, al menos, tener como prisión el contorno de su villa natal de Donostia, donde podría hacerse cargo del apresto de la flota de Cantabria que seguía bajo su responsabilidad.

La rehabilitación no tardará en llegar, iniciando un nuevo período de brillantes servicios en la Carrera de Indias que sólo queda eclipsado por una accidentada navegación de retorno desde La Habana en la que Oquendo perderá dos navíos y parte de la plata que debía convoyar hasta España.

Un nuevo aprieto con la Corte que se resolverá con relativa facilidad, obteniendo nuevo destino en América para el año 1626. En ese escenario participará con brillantez en la expedición punitiva del año 1627 contra las bases de piratas asentadas, entre otras islas, en la celebre Tortuga.

Cuatro años después, en 1631, se le ordenará regresar a América para llevar socorro a las plazas portuguesas de Bahía de Todos los Santos y Pernambuco. Ostentará así el mando supremo de una flota combinada de socorro que, a pesar de combatir en inferioridad de condiciones, se apuntará una clara victoria sobre la escuadra holandesa bajo las órdenes primero del almirante Hanspater y posteriormente del almirante Thys, que asume el mando de los restos de esa flota una vez que Antonio de Oquendo acaba con la nao almirante holandesa en el enfrentamiento de 12 de septiembre de 1631. El socorro será finalmente introducido en Pernambuco gracias a la maniobra evasiva diseñada por Oquendo, distrayendo la atención de Thys sobre las carabelas que transportan las tropas de refuerzo y desbaratarán los planes holandeses enteramente, dando lugar a una resonante victoria.

Los nueve años restantes hasta que Antonio de Oquendo muere en 1640 no registrarán hechos de relieve. Su prestigio ha quedado solidamente asentado, como lo muestra la facilidad con la que elude en 1636 cualquier clase de sanción grave por su duelo en las afueras de Madrid, a daga y espada según el uso habitual en la Europa de la época, con el también almirante Nicolás Judici por discrepancias sobre asuntos de servicio.

La última misión de Oquendo será socorrer la plaza flamenca de Mardique en 1639. El almirante logrará ese objetivo tras enfrentarse a la flota holandesa al mando de Tromp en la llamada batalla de Las Dunas a mediados de septiembre de ese año.

El resultado de la misma es incierto y ambas partes reclamaron la victoria para sí en el marco de una vasta campaña de propaganda de guerra. Con el tiempo la versión holandesa de esos hechos ha conseguido imponerse, a pesar de no existir una sólida base historiográfica para ello ya que Tromp se ve obligado a retirarse sin poder capturar la capitana de Oquendo -a pesar de que su casco estaba pasado por entre 1500 y 1700 balazos- y es incapaz de plantear nueva batalla para rendir Mardique o evitar que Antonio de Oquendo reorganice allí su flota y tome en pocos días control del Canal de la Mancha para regresar a la Península, donde el almirante guipuzcoano, extenuado por las penalidades de esa última campaña, morirá el 7 de junio de 1640.