Concepto

Narrativa vasca del siglo XX, o la memoria de la nación

El inicio de la era democrática española en 1975, aunque no supuso un cambio drástico en los paradigmas literarios vascos de la época, sí que posibilitó que se dieran las condiciones objetivas para el afianzamiento del sistema literario vasco en la Euskadi peninsular (Olaziregi, 2005). La aprobación del Estatuto de Autonomía (1979) y de la Ley de Normalización del Uso del Euskera (1982) permitieron, entre otros aspectos, la implantación de modelos bilingües de enseñanza o la convocatoria de ayudas a la edición en lengua vasca. Gracias a estas ayudas, surgieron nuevas editoriales y la producción editorial vasca se incrementó de forma manifiesta. En la actualidad, se publican unos 1.500 títulos al año, y el 59 % de lo publicado en literatura vasca es narrativa, género que ha contribuido, sin duda, al afianzamiento de nuestro sistema literario. Contamos con una red editorial de más de cien empresas, un número de escritores que ronda los 300 (85 % hombres, 15% mujeres). Además, la instauración de los estudios universitarios de Filología Vasca en 1977 supuso el empuje definitivo para que la crítica académica se desarrollara plenamente. Es también en la década de los 80 cuando surgen las asociaciones como la de los Escritores en Lengua Vasca, EIE, o la de los Traductores, Correctores e Intérpretes de Lengua Vasca, EIZIE. Destacar, sin duda, la contribución que las traducciones de las obras universales al euskara han realizado al afianzamiento de la lengua literaria vasca y el paulatino incremento de las traducciones de obras escritas en euskara a otras lenguas (cf. basqueliterature). La literatura vasca ha sufrido un claro proceso de autonomización e incorpora, entre sus anhelos, el de obtener el certificado literario por medio de las traducciones a lenguas más centrales. Como defendió Casanova (2001: 182-3), la traducción, además de una naturalización (en el sentido de cambio de nacionalidad), supone una literarización, un imponerse como literatura ante instituciones legitimadoras. Algunas de esas instituciones, como los organismos que otorgan premios literarios, tales como los premios nacionales de literatura en España, han recalado en autores vascos como Bernardo Atxaga por su conocida Obabakoak (1989) o en Mariasun Landa, por su Krokodioloa ohe azpian (2003) (Un cocodrilo bajo la cama, SM, 2004), pero también en autores jóvenes que con sus primeras novelas se han alzado con los Premios Nacionales de Narrativa. Tal es el caso de Unai Elorriaga que se alzó en el 2002 con el premio por SPrako tranbia (Un tranvía en SP, Alfaguara, 2003) y Kirmen Uribe, que hizo lo propio en el 2009 por Bilbao-New York-bilbao (2008) (Bilbao-New York-Bilbao, traducción de Ana Arregi, Seix-Barral, 2009).

Como ocurre en otros sistemas literarios, también la actividad literaria vasca se ha polarizado, en los últimos años, en torno a la novela. Hoy por hoy, éste es el género con más repercusión y prestigio literario, y, por supuesto, el de mayor rentabilidad editorial. Podríamos decir que la novela vasca de las tres últimas décadas hace suya la premisa posmoderna de que todo está contado pero hace falta recordarlo. Hablamos de una novela que presenta un claro eclecticismo en sus influencias e intertextos literarios, y que aunque hace suyas las técnicas del modernismo, gusta de realizar combinaciones paródicas e irónicas de géneros y ofrece una diversidad de tipologías realmente considerable. También entre nosotros se habla de la cultura como expresión y objeto de consumo, de la reprivatización de la literatura (por la popularidad que tienen la literatura memorialística y los textos de corte autobiográfico), de la abundancia de metaficciones, de la hibridación de géneros, de la importancia que ha cobrado la restitución del pasado, o del auge de la novela negra y del mistery fiction. Es este un panorama marcado por una novela contemporánea vasca que mira, sobre todo, al pasado y que apuesta por una poética realista diversa y subjetiva. En este sentido, podemos decir que la novela vasca de las últimas décadas ha superado, por fin, esa incapacidad que, según críticos como Lasagabaster (1990: 22), tenía para "enfrentarse" a la realidad. Lo ha hecho desde la consciencia de que la ficción no recrea, representa o refleja ninguna "realidad" sino que la construye. Ello ha permitido que, por ejemplo, la novela vasca haya podido, gracias al incremento de textos en torno al terrorismo de ETA, avanzar en la destabuización del terrorismo de sus elementos fetichistas y ritualizados, y contribuir a romper la remitologización del terrorista (Zulaika 1999: 88).

La recuperación de la memoria histórica tan presente en muchas novelas vascas actuales busca deconstruir eventos históricos o políticos desde un prisma que huye de la mitificación o del planteamiento maniqueo. Cuestionada la objetividad del discurso historiográfico (Halbwachs 1992:49), se afirma que la literatura puede servir para contar esas "otras verdades" que la Historia ha desterrado en su discurso épico. No es difícil observar que la Guerra Civil y algunos episodios suyos en el País Vasco, como pueden serlo la batalla de los montes Intxorta y el bombardeo de Gernika, se han erigido en lugares de la memoria que han servido para deconstruir discursos como el del nacionalismo y quebrar un concepto monolítico de Nación Vasca. Entre las novelas que han tratado de reescribir nuestra historia más reciente, destacaremos: Abuztuaren 15eko bazkalondoa (1979) de Jose Agustin Arrieta (La sobremesa del 15 de agosto, Hiru, 1994); Euzkadi merezi zuten (1984) (traducido por Bego Montorio, Ed. Orain, 1995) de Koldo Izagirre; Azukrea belazeetan (1987) (edición bilingüe, traducido por Jorge Giménez, Atenea, 2006) de Inazio Mujika Iraola; Izua hemen (1990) y Kilkerra eta roulottea (1997) de Joxemari Iturralde; Badena dena da (1995) de Patxi Zabaleta; Azken fusila (1994) (El último fusil, traducido por Bego Montorio, Hiru, 1994) de Edorta Jimenez; Tigre ehizan (1996) de Aingeru Epaltza (Cazadores de tigres, Xórdica, 1999), Agur Euzkadi (2000, Adiós, Euzkadi) de Juan Luis Zabala, y la premiada Antzararen bidea (2007) (El camino de la oca, Alberdania, 2008), de Jokin Muñoz, un autor que con libros de cuentos como Bizia lo (2003) (Letargo, traducido por Jorge Gimenez Bech, Alberdania, 2004) ha contribuido a la desmitologización del terrorista vasco.

La recuperación de la memoria histórica también se ha erigido en eje central de la última trayectoria novelística de Ramon Saizarbitoria. Ahí están, Hamaika pauso (1995) (Los pasos incontables, traducido por Jon Juaristi, Espasa-Calpe, 1998), una novela en torno a la generación de los años 70 que participó en ETA; o Bihotz bi. Gerrako kronikak (1996) (Amor y guerra, traducido por Bego Montorio, Espasa-Calpe, 1999) en la que, las escenas de la Guerra Civil narradas por unos jubilados, sirven de contrapunto narrativo interesante para la guerra doméstica entre la pareja protagonista de la historia. En su último libro, Gorde nazazu lurpean (2000) (Guárdame bajo tierra, traducido por la Fundación Eguía Careaga, Alfaguara, 2001), Saizarbirtoria presenta 5 narraciones que tienen como hilo argumental las dos grandes obsesiones del autor en su literatura más reciente: los problemas de comunicación entre hombres y mujeres, por un lado, y las nefastas vivencias de los gudaris en la Guerra Civil, por otro. Destacaríamos, por ejemplo, la novela corta: La obsesión de Rossetti, incluida en el volumen citado, donde el psicoanálisis y la pintura prerrafaelita conforman una atractiva intertextualidad que sirve para reflexionar en torno a las relaciones entre la escritura y el deseo (cf. Olaziregi 2009). Saizarbitoria rinde un emocionado homenaje a los viejos gudaris que perdieron la guerra en las narraciones: La guerra del viejo gudari y El huerto de nuestros mayores. En la primera de ellas, Saizarbitoria narra las vicisitudes de un gudari que perdió su pierna en la Guerra Civil, en un relato donde se reflexiona en torno a la pérdida irreparable que supone toda guerra; la segunda narración, en cambio, busca analizar el excesivo peso que ha tenido el nacionalismo vasco en la generación del autor. Son los fantasmas de parte de la sociedad vasca los que el autor donostiarra trata de exhumar. Saizarbitoria subraya que cualquier intento de visitar el pasado supone reinventarlo.

Es en esa reinvención donde toma aliento gran parte de la narrativa de nuestro autor más universal, Bernardo Atxaga (Olaziregi 2011). Gizona bere bakardadean (1993) (El hombre solo, Ediciones B, 1994), y Zeru horiek (1995) (Esos cielos, Ediciones B, 1996) son las novelas que inician el giro realista en la trayectoria del autor, y su alejamiento del mundo fantástico de Obaba. Ambas novelas muestran un realismo cronotópico y tratan sobre la violencia de ETA, así como de la fragmentación social y el sufrimiento que ésta genera. El autor utiliza un realismo subjetivo con la intención de dar voz a personajes que rara vez son protagonistas en el bombardeo mediático en torno al llamado "problema vasco". La pérdida de los ideales revolucionarios (El hombre solo), la reinserción de los presos de ETA (Esos cielos) o incluso la reflexión literaria en torno al origen y desarrollo de la violencia terrorista durante la dura posguerra (Soinujolearen semea, 2003; El hijo del acordeonista, traducido por Asun Garikano y B. Atxaga, Alfaguara, 2004), son ejemplos de una evolución literaria que busca desestabilizar el discurso monológico (sea nacionalista o no) y crear una obra moral que manifiesta un claro rechazo de la violencia y una apuesta por la vida. Tras unos inicios vanguardistas con la novela Ziutateaz (1976), la narrativa de Atxaga evolucionó, con la aparición de la geografía imaginaria de Obaba, hacia la literatura fantástica en los años 1980. Textos como: Bi letter jaso nituen oso denbora gutxian (1984, Dos letters, Ediciones B, 1990) mostraron con el uso heterofónico del euskara y el inglés, la hibridez identitaria de la diáspora vasca norteamericana. Pero fue la novela corta Bi anai (1985, Dos hermanos, Ollero & Ramos, 1995), y la premiada Obabakoak (1988) donde Obaba tuvo su plasmación literaria más acertada. Obaba habla de una geografía vivida, de un mundo antiguo y premoderno. El paisaje afectivo de Obaba se describe como un infinito virtual donde la memoria del narrador va tejiendo un entramado sugerente de historias que combinan la reflexión metanarrativa con estrategias de literatura fantástica. Para ello, el narrador de Obabakoak partía a un viaje intertextual que comenzaba con Las mil y una noches y terminaba con las referencias a maestros cuentista universales de los siglos XIX y XX (Poe, Chejov, Maupassant, Villiers de l'Isle Adam, Waugh, Borges, Cortázar, Calvino). Un viaje, en definitiva, que permitía al autor reflexionar en torno a las relaciones entre la literatura y la vida, o la lucha entre naturaleza y civilización. (véase Olaziregi, 2002).

Una de las novedades más interesantes del panorama literario de la era democrática lo constituye, sin duda, la progresiva incorporación de mujeres escritoras a la escena literaria vasca. La visibilidad que han ido adquiriendo en el sistema literario vasco va de la mano con unas propuestas narrativas que persiguen la deconstrucción del género y la sexualidad femeninas. Destacaríamos la preeminencia de formas autobiográficas en sus obras, el interés por explorar temas feministas (las relaciones madre/hija, la maternidad, la reclusión al ámbito privado, problemas de incomunicación entre sexos...) y la construcción de unos universos literarios en torno a personajes femeninos, reclamando, de este modo, protagonismo para éstos. Destaca la trayectoria de Arantxa Urretabizkaia con su Zergatik, Panpox (Por qué, Panpox, Llibres del Mal, 1979), próximo al feminismo de la diferencia, o Koaderno Gorria (1998; El cuaderno rojo, traducido por Iñaki Iñurrieta, Ttarttalo, 2002), una reflexión en torno a la maternidad y la militancia política vasca. También son destacables, Eta Emakumeari sugeak esan zion (1999; Y la serpiente dijo a la mujer, trad.: Iñaki Iñurrieta, Bassarai, 2000), de Lourdes Oñederra; Sísifo maite minez (2001; Sísifo enamorado, Txalaparta, 2003) de Laura Mintegi, o la tetralogía de Itxaro Borda que, en clave de novela negra feminista, trata de deconstruir el clásico estereotipo de hard boiled detective. Entre las narradoras más jóvenes, destacar las novelas de Karmele Jaio, Amaren eskuak (2006) (Las manos de mi madre, Ttarttalo, 2009) y Musika airean (2009); Uxue Alberdi, Aulki jokoa (2009, Juego de sillas, Elkar); Iratxe Esnaola, Galerna (2010, Elkar), y volúmenes de cuentos tales como, Haragia (2007) (Carne, 2009, 451F Ediciones), de Eider Rodriguez.

Por otro lado, si la recuperación de la memoria histórica ha servido para recalar en una realidad vasca convulsa en clave realista, creemos que la incorporación de técnicas próximas al realismo mágico en la novelística de los años 80 sirvió para deconstruir un mundo, el rural, que el nacionalismo vasco tradicional había idealizado y considerado como la quintaesencia de lo vasco. El ruralismo negro de los 80 presente en libros de cuentos como el mencionado Azukrea belazeetan, de Inazio Mujika Iraola, o en novelas como Babilonia (1989) (Babilonia, Acento, 1998), de Joan Mari Irigoien o Kcappo (Tempo di tremolo) (1985), de Pako Aristi, ha ido dando paso, a partir de los años 90, a novelas urbanas en las que abundan enclaves urbanos posmodernos, espacios heterotópicos, y ciudades heterogéneas y discontinuas como las que presiden las novelas negras Beluna Jazz (1996) (Jazz y Alaska en la misma frase, Seix Barral, 2004) y Pasaia Blues (1999) deHarkaitz Cano. No es difícil encontrar ejemplos del realismo sucio y de las estrategias narrativas de la novela negra en la narrativa vasca contemporánea. Ejemplos como los libros de cuentos de Xabier Montoia (Emakume biboteduna, 1992; Gasteizko hondartzak, 1997) o novelas como Blackout (2004), así como la acertada Rock'n'Roll (2000) (Ttarttalo, 2003) de Aingeru Epaltza o la reciente Autokarabana (2009) de Fermin Etxegoien, merecen ser reseñados.

La de Anjel Lertxundi es, sin duda, otra de las trayectorias que merece destacar. El realismo mágico impregnó parte de su narrativa en la década de los años 80 conlibros de cuentos como Hunik arrats artean (1970, Hasta la tarde), que mencionaremos más abajo, o la acertada novela: Hamaseigarrenean aidanez (A la decimosexta, tal vez, 1982). El constante afán renovador de la trayectoria de Lertxundi nos llevó a novelas de tipología diversa en la década de los 90, tales como la fantástica Azkenaz beste (1996) (Un final para Nora, Alfaguara, 1999), o metanovelas como Argizariaren egunak (1998) (Los días de la cera, Alfaguara, 2001). En su producción reciente, destacan novelas realistas morales sobre la violencia de ETA, tales como, Zorion perfektua (2004) (La felicidad perfecta, Alberdania, 2006) o una novela negra sobre los malos tratos como Zoaz infernura, laztana (2009) (Véte al infierno, cariño, Alberdania, 2009). Todas las novelas de Lertxundi han sido traducidas por Jorge Giménez Bech al castellano.

No quisiéramos terminar este apresurado repaso a la narrativa vasca sin incluir un breve comentario sobre el cuento moderno en euskara, género bastante reciente en la literatura en lengua vasca, ya que no es hasta la década de los años 1950 y 1960 cuando aparecen de la mano de autores como Gabriel Aresti o Jon Mirande, cuentos que siguen la tradición moderna de Poe, Gogol o Maupassant, entre otros. También merece ser recordado, por su papel precursor en la renovación del género en euskara, el volumen Iltzalleak (1961, Los asesinos), de Martín Ugalde. En cualquier caso, la crítica vasca señala el volumen Hunik arrats artean (1970) de Anjel Lertxundi como el primer libro de cuentos modernos en euskara, libro en el que eran evidentes los ecos del realismo mágico (García Márquez, Rulfo...), o de la literatura del absurdo (Kafka, Artaud...). Otros libros de cuentos que se publicaron en la misma década continuaron la senda de los relatos tradicionales o acertaron a incorporar el experimentalismo tan en boga en las novelas vascas de la época. Sea como fuere, si hay una década que marcó un punto de inflexión en la evolución del cuento moderno vasco, esa fue la de los años 1980. Al igual que sucediera en la literatura española, el incremento de revistas literarias y premios favoreció un renacimiento del cuento. Pero además, la irrupción en el panorama literario vasco de la banda Pott [Cansancio] (1978-1980), grupo literario integrado, entre otros, por Bernardo Atxaga, Joseba Sarrionandia, Joxemari Iturralde y Ruper Ordorika, revolucionó el panorama de los géneros breves: el cuento y la poesía. Los integrantes de la banda Pott se dejaron seducir por la literatura central europea (Kafka, Trakl) y por la tradición anglosajona (novela policíaca, cine, ficción de aventuras...), tradición a la que llegaron gracias, entre otros, a la biblioteca del maestro Borges.

En una prosa llena de metáforas e imágenes sugerentes, Sarrionandia incorporaba en Narrazioak (1983), elementos fantásticos y referencias a leyendas y cuentos tradicionales, historias de sirenas y viejos marinos que delatan las afinidades del autor con autores como Samuel Taylor Coleridge o Herman Melville, personajes como Ginebra o Galahad que rinden homenaje a narraciones del ciclo artúrico, escenarios lúgubres que recuerdan a los relatos de Poe... o cuentos metanarrativos. El otro libro de cuentos que marcó un antes y un después en la cuentística vasca contemporánea fue, sin duda alguna, el antes mencionado Obabakoak (1988), de Bernardo Atxaga, el libro vasco más traducido de la historia (con 26 traducciones hasta la fecha). Poco a poco, la tipología de cuentos se ha ido enriqueciendo y en la actualidad, al igual de lo que ocurre en novela, el panorama es ciertamente ecléctico. Al hilo de las peculiaridades que conforman el panorama posmoderno actual, las tendencias que prevalecen en la cuentística vasca de las últimas décadas pasarían por un realismo, sea de corte fantástico (practicado entre otros por Unai Elorriaga), sea próximo al realismo sucio norteamericano al estilo de Carver o Wolff (destacan autores como: Harkaitz Cano (2005, Neguko zirkua, "El circo de invierno"), Xabier Montoia (1997, Gasteizko hondartzak, "Las playas de Gasteiz"), Arantxa Iturbe (1995, Lehenago zen berandu, trad.: Ya ni siquiera es tarde, traducido por Jorge Giménez Bech, Alberdania, 2005), Pello Lizarralde (1998, Un ange passe -isialdietan-, "Un ángel pasa"....), relatos metanarrativos (Iban Zaldua (2005, Etorkizuna; trad.: Porvenir, Lengua de Trapo, 2007, y Gezurrak, gezurrak, gezurrak, 2000, Mentiras, mentiras, mentiras, Lengua de Trapo, 2005,...), narraciones próximas a la literatura del absurdo (Karlos Linazasoro (2000, Ez balego beste mundurik, "Si no hubiera otro mundo"; Depósito ilegal, traducido por Gerardo Markuleta, Alberdania, 2006), microrrelatos (Joseba Sarrionandia (1989, Ez gara geure baitakoak, "No somos de nosotros mismos" y Han izanik hona naiz, "De allí mismo vengo", 1992) y, sobre todo, han desaparecido las narraciones de corte experimental de los años setenta y se ha recuperado el gusto por contar historias. Esta realidad fragmentada que se vislumbra en los cuentos más recientes, hace suya la influencia del cine, la música o los medios de comunicación y explora nuevos modos de narrar, nuevos ritmos y registros lingüísticos.