Concepto

Nacionalismo e Ilustración

En Euskal Herria, como en el resto de Europa, el nacionalismo va a aparecer en el marco de las transformaciones producidas por una modernización que va a ser desigual, a menudo violenta y en ocasiones restringida a sus efectos más perversos. A la prolongada crisis del Antiguo Régimen, marcada por la violencia de las guerras carlistas, y los cambios de toda índole que trae consigo la industrialización, focalizada inicialmente en Vizcaya, se le unen el sentimiento agónico de identidad provocado por la pérdida de los fueros en 1876 y el retroceso imparable del euskera. El nacionalismo vasco nace, como dirá el mismo Sabino Arana, con la conciencia clara de que "esto se va".

En su origen, concurrirían fundamentalmente dos sectores sociales: uno, procedente del tradicionalismo, e integrado de modo principal por elementos de la pequeña burguesía urbana marginados por los cambios sociales; otro, compuesto por antiguos fueristas vinculados en gran número a familias de notables rurales, enfrentados tanto económica como políticamente a la alta burguesía que monopoliza el poder en Vizcaya. La presión uniformadora de un Estado español incapaz de modernizarse, el poder asfixiante de las oligarquías caciquiles y la "invasión maketa", desencadenada por el flujo migratorio hacia los astilleros y la industria siderometalúrgica, harán viable la construcción de una nueva mitología nacional con la solidez suficiente como para enfrentarse a la emergente mitología españolista. Como inevitable telón de fondo, la idealización romántica de la vida sencilla en los caseríos, y la nostalgia por los viejos tiempos de Dios y Ley Vieja.

Todas las ambigüedades, fisuras y desarrollos que hemos visto en el advenimiento de los diferentes nacionalismos europeos aparecen aquí condensados. Por un lado, el aranismo puede proclamarse inicialmente antiindustrialista y anticapitalista, pues ante todo es una reacción comunitarista a las consecuencias negativas y desintegradoras de la modernidad. Sin embargo, aun siendo ruralista, fue un movimiento urbano: los primeros seguidores de Arana fueron bilbaínos de clases medias desplazados por los cambios sociales, que trazaron su propia utopía tradicionalista. Necesariamente, el aranismo sólo cobró fuerza en cuanto pudo aliarse con la burguesía industrial y asimilar su ideario. Por otro lado, la reivindicación que hace Sabino Arana del esplendoroso pasado vasco bajo el Antiguo Régimen no le impide reivindicar un Estado propio, poniéndose en primera línea de la modernidad política. Simultáneamente, pudo mantener a la vez una posición radicalmente antiilustrada y antiliberal, pues equiparaba el tortuoso proceso de modernización española con la pérdida de las libertades forales. Esta opción le hizo perder de vista lo mejor de la tradición intelectual europea y proclamar abiertamente posiciones rayanas en el racismo o la xenofobia. Al identificar el liberalismo, además, con la impiedad y las costumbres licenciosas, cayó en un integrismo católico completamente equiparable al integrismo católico del absolutismo español.

Como vemos, la recepción de la herencia herderiana y romántica del nacionalismo perderá aquí algunos de sus rasgos más humanistas e ilustrados. Sabino Arana tenderá a considerar los aspectos raciales y culturales vascos como constitutivos e inmutables, y la búsqueda de refugio y cohesión espiritual le hará caer en el catolicismo más intransigente. Esta deriva será observable en la mayoría de los movimientos nacionalistas europeos, enfrentados los unos a los otros en un momento en que ni los Estados están consolidados ni las fronteras bien definidas. Dejados los aspectos más religiosos, irracionalistas y evocadores del Pasado al nacionalismo, una nueva versión reforzada de la Ilustración vendrá a retomar la historia en clave internacionalista, recuperando enérgicamente la fe en el Futuro: el marxismo.

Puede parecernos que, con Sabino Arana, estamos bien lejos del hondo sentimiento de humanidad compartida de Herder, y de su apuesta por el reconocimiento del otro a través de la empatía. Sin embargo, cabe reconocerle su apasionada e incansable labor a favor del euskera, una lengua aislada, de la que no se ha probado ningún parentesco con otra lengua viva o muerta, pero que ya en su época estaba asediada frente a las únicas lenguas reconocidas oficialmente, el castellano y el francés, en España y en Francia respectivamente.

Es cierto también que, aunque Sabino Arana quede como el inspirador indiscutible del nacionalismo político en Euskal Herria, al fundar el que sería un partido (Partido Nacionalista Vasco) con vocación de totalidad en el seno de la sociedad vasca, muchas otras tendencias y trayectorias estaban siendo abiertas. El carlismo liberal, el federalista, un nacionalismo de corte laicista y republicano ensayaron sus propias estrategias y oportunidades, que acabaron naufragando entre la persecución política y la habilidad del PNV para ocupar su espacio. Citaremos brevemente algunos nombres. Entre los más cercanos a la Ilustración, al escritor y folclorista Juan Antonio de Iza Zamácola y Ocerín (1756-1826), autor de una Historia de las naciones bascas de una y otra parte del Pirineo Septentrional y costas del mar Cantábrico (1818), que puede ser considerada como una primera toma de conciencia histórica. O al liberal Serafín Olave (1831-1884), que elaboró la Constitución futura de Navarra o Bases redactadas según el espíritu de los antiguos fueros, acomodados a las formas modernas, bases constitucionales para Euskal Herria dentro de un proyecto de Constitución que conciliaba régimen foral con federalismo. Como era de esperar, el golpe de Estado del general Pavía dio al traste con la propuesta. Señalemos, por último y ya más en la órbita del Romanticismo, a Joseph-Augustin Chaho (1810-1858), viajero, periodista infatigable, investigador del euskera e hinduista. Defensor solitario y animoso de una "federación vasca", parece que Chaho careció en vida de seguidores, si exceptuamos a su propio editor. Suya es, sin embargo, la leyenda de Aitor, fundador de la raza vasca.