Concepto

Mari

Los registros de la mitología vasca recopilados sobre todo en la segunda mitad del siglo XIX y primera del XX, no tienen un único y mismo origen, sino múltiples orígenes e influencias. No es por tanto extraño encontrar informaciones distintas e incluso contradictorias sobre un mismo personaje. En el caso de Mari y obviando, por supuesto, los intentos de demonización más modernos favorecidos por el contexto cristiano en vigor que nos la presentan como una simple bruja, el elemento más original que detecta el análisis es la ausencia de voluntad o designio alguno en su personalidad. En efecto, en el contexto que prevalece desde hace muchos siglos y que a todos nos resulta familiar, los seres divinos siempre tienen un designio o proyecto para los humanos, designio o proyecto en torno al que giran todas las relaciones entre unos y otros. Tanto en la ideología cristiana, como anteriormente en la de los pueblos indoeuropeos y en las religiones semíticas, los seres supremos o dioses siempre tienen un plan para la humanidad: los dioses enseñan a los humanos lo que está bien y lo que está mal, les explican qué sacrificios desean recibir, qué tipo de vida han de llevar, a quién y cómo han de rendir culto, a quién han de obedecer y qué es lo que les sucederá en caso de que se rebelen. Tras tantos siglos rodeados por un contexto tal, no es de extrañar que veamos a Mari obtener su sustento con la negación (eza). Cuando lo hace, está instaurando entre los humanos la obligatoriedad de la verdad y la honradez, es decir, que sí que tiene un designio y un modelo para los humanos. Esto sin embargo, contradice la manifiesta falta de designio o voluntad en Mari, claramente apreciable en muchas de sus apariciones. En numerosos testimonios que citan las calamidades causadas por Mari, faltan extrañamente referencias a la culpa o al castigo, y eso es especialmente relevante debido a las características del contexto imperante desde antiguo. Casi todas las menciones que se hacen de Mari como causante de un tipo u otro de tiempo, lo relacionan con el hecho de que Mari se encuentre en tal sitio o en tal otro. Y aunque existen también relatos que vinculan estas variaciones atmosféricas a su estado de ánimo, los anteriores son más numerosos y sobre todo más significativos, habida cuenta de que contradicen las claves contextuales vigentes. Si el día de Santa Bárbara la Señora de Anboto se encuentra dentro de su cueva, el verano siguiente será propicio y abundante, pero si se halla fuera, las tormentas y pedriscos serán constantes. Igualmente hay tormenta y pedrisco cuando su compañero la visita. Aunque este tipo de referencias son ciertamente muy numerosas en la mitología vasca, no hay constancia de una sola información que explique por qué o en función de qué suceden estos traslados y estas visitas.

El hecho de que el ser sobrenatural más poderoso carezca de designio o proyecto acarrea consecuencias ideológicas muy significativas. La primera y principal es la libertad primordial de los humanos. Los humanos no están sometidos a un designio superior. Son libres. La segunda, que constituye la otra cara de la misma moneda, es que la iniciativa corresponde a los humanos. Es decir, que en ausencia de un dios que castiga, tampoco hay un dios para sacar las castañas del fuego. La iniciativa es el corolario de la libertad. En este sentido, aún son observables en la mitología vasca signos destacados de la Mari más original, en aquellos relatos que nos describen una Mari desprovista de personalidad y una comunidad humana que toma la iniciativa. El primer signo de esa iniciativa es el propio conocimiento popular de las idas y venidas de Mari. No es un conocimiento adquirido a modo de verdad revelada, sino acumulado a base de observación. Ese conocimiento es la base ideológica mínima sobre la que ha de sustentarse el intento de controlar simbólicamente las fuerzas meteorológicas. Mari no es más que una representación simbólica de dichas fuerzas, y al carecer de voluntad o designio propios, es susceptible de ser controlada por los humanos. Primero conocer y luego tratar de controlar, he ahí la plasmación de la iniciativa de la humanidad libre.

Según los testimonios registrados, los humanos que son poseedores de ese conocimiento tratan de canalizar las fuerzas de la Naturaleza en su propio provecho. A causa del contexto cristiano vemos sobre todo al sacerdote realizar el conjuro en el umbral de la morada de Mari, para sellar mágicamente la cueva e impedirle que salga. Pero incluso en estos casos el relato nos muestra al pueblo que acude al sacerdote demandándole que realice el servicio, como si éste no lo tuviera muy de su gusto (de hecho Barandiarán nos confirma con su habitual maestría que, realizado el oportuno contraste con los sacerdotes de los lugares donde recogía estos testimonios, estos le confirmaron que jamás habían oficiado ceremonia parecida). Otras veces los parroquianos acuden a quejarse a posteriori, atribuyendo los daños al hecho de no haber realizado el conjuro a su debido tiempo. Y de todos modos, tampoco faltan los testimonios más auténticos que, superando todas las trabas contextuales, nos muestran al grupo humano acudir en romería a la boca de la cueva y realizar allí el conjuro directamente y sin la asistencia de sacerdote alguno.