Concepto

La Pesca en Euskal Herria

Aunque los aprovechamientos eran varios (barbas, carne...), la ballena era perseguida fundamentalmente por su grasa que, una vez fundida, se utilizaba como combustible para iluminación. La caza de la Ballena Franca (Eubalaena glacialis) en el Medioevo ha dejado algunos rastros documentales y heráldicos. A partir de inicios del siglo XIII se documentan pleitos, cesiones y concesiones reales sobre el uso y reparto de los cetáceos capturados. Sin embargo, es más que probable que ya se llevara a cabo en siglos anteriores, al igual que está documentado en los puertos vasco-franceses. Por otra parte, su presencia en muchos de los sellos y escudos de las villas costeras lleva a pensar que no era una actividad marginal en la economía de los puertos. En las siguientes centurias la caza de ballenas continuó siendo una actividad rentable. Sobre la decadencia de la caza de ballenas en el espacio marítimo vasco hay distintas visiones. Erkoreka indica que ésta se sostuvo durante los siglos modernos y que sólo decaería con claridad en el siglo XVIII mientras que Barkham señala que la reducción del número de ballenas capturadas a partir del XVI fue clara y ello impulsó su búsqueda en otras zonas.

La caza de ballenas y de otros cetáceos menores no se limitó a la costa vasca, sino que se expandió geográficamente en los siglos siguientes, en particular en el XVI y en el XVII, por la costa cantábrica hasta Galicia, y hacia el norte hasta la parte más septentrional del Atlántico en un amplio espacio comprendido entre Terranova y el archipiélago Svalvard. En el primer caso los balleneros arrendaban en los distintos puertos cántabros, asturianos y, fundamentalmente, gallegos en los que se instalaban el derecho, al parecer exclusivo, de caza. Desde el otoño se dedicaban a la captura de cetáceos y a la extracción de la grasa, para luego volver hacia inicios de la primavera hacia sus puertos. Aunque las fuentes sólo recogen referencias esporádicas desde principios del XVI y más abundantes a finales del mismo y durante el siguiente, no hay duda de su presencia también en siglos anteriores. El negocio de la ballena se complementaba en estos viajes con el comercio puesto que también acarreaban bienes y solían volver, en particular de Galicia, con sardinas o vino. Sin embargo, el negocio más importante era la exportación de aceite, barbas y carne de ballena hacia puertos europeos directamente desde las zonas de captura y procesado.

La importancia del mercado europeo de grasa de ballena favoreció la ampliación de los horizontes de los balleneros vascos. La llegada de los europeos a Norteamérica y el descubrimiento de los grandes bancos de bacalao fue acompañado por el de importantes manadas de ballenas. Además, junto con otras especies, se encontraron con la misma ballena que capturaban en el Cantábrico. A pesar de ser una idea recurrente en una parte de la historiografía, no hay ninguna prueba documental que demuestre la presencia de pescadores vascos en el Atlántico Noroeste antes de Colón. Tradicionalmente se pensaba que fue la búsqueda de cetáceos la que llevó hasta allí a los vascos. Sin embargo, recientes investigaciones subrayan que, en realidad, el bacalao fue el primer objetivo y que una vez allí su abundancia fue lo que atrajo a los balleneros.

Además de ballenas, los pescadores vascos también viajaron a zonas alejadas de sus puertos en busca de pescado. En este caso, antes de cruzar el Atlántico, desde la Edad Media se conoce la presencia de vascos pescando en las costas de Irlanda y, aparentemente, en las del sur de Inglaterra. En las ordenanzas de la Cofradía de Bermeo de 1353 aparecen las que probablemente sean las primeras referencias escritas sobre esos viajes de pesca. Las expediciones, en muchas ocasiones, tenían un carácter mixto de comercio y pesca. Entre los productos que exportaban, dominaban los hierros, aunque también iban vinos y otras mercaderías. Por otro lado, allí se capturaban y se salaban y/o secaban especies que tenían buena aceptación en la península: sardina, merluza (cecial), congrio, arenque o salmón. La documentación disponible tampoco es muy abundante pero parece que el siglo XVI fue también de expansión de estas pesquerías.

Es probable que la pesca en aguas europeas, al igual que la caza de ballenas en el Cantábrico, sufriera con la expansión hacia el Atlántico Noroeste. La abundancia y la facilidad con la que conservaba el bacalao, lo que facilitaba sus posibilidades de comercialización, hicieron que al igual que otros pescadores europeos, los vascos acudieran a los caladeros americanos. Los primeros viajes documentados se realizaron alrededor de 1525, aunque no comenzaron a ser frecuentes hasta que se cerraron los conflictos entre España y Francia con la paz de 1544. Barkham confirma que fue entonces cuando las expediciones a Terranova y al Labrador perdieron su carácter mixto y comenzaron a diferenciarse entre las que iban a por bacalaos y aquellas que se centraban exclusivamente en la producción de aceite de ballena, siendo éstas de mayor magnitud en cuanto a capitales invertidos y medios técnicos (barcos, chalupas y hombres) empleados. Tampoco, según el mismo autor, parecen ser ciertas las informaciones recogidas por muchos autores en cuanto a la magnitud de la flota bacaladera/ballenera. Según sus estimaciones, en los mejores años el número de barcos, entre balleneros y bacaladeros, que trabajaban en aguas americanas rondaba los 40 con entre 2000/2500 marineros y pescadores embarcados.

Las pesquerías transatlánticas y europeas entrarían en crisis en las últimas décadas del siglo XVI. Los conflictos con Inglaterra, Francia y Holanda entre finales de ese siglo y principios del siguiente hicieron que muchos de los buques y de los marineros fueran requisados para formar parte de la Armada. Por otra parte, los ataques de buques ahora enemigos, de corsarios y de piratas dificultaron notablemente la actividad pesquera y los intentos de desarrollar nuevas zonas balleneras en Groenlandia o las Svalbard no prosperaron. A mediados del XVII las referencias sobre el sector señalan la casi absoluta decadencia del mismo y la participación creciente de pescadores vizcaínos y guipuzcoanos, además de comerciantes ofreciendo financiación, en las expediciones que se organizaban desde puertos vasco-franceses. A finales del siglo, en cambio, se produjeron serios intentos de recuperar la pesquería. Sin embargo, el Tratado de Utrecht y el posterior de Madrid de 1721 acabaron con las aspiraciones de recuperación; algo en lo también intervendría la creación de la Compañía de Caracas en 1728 que habría desviado a marineros pescadores y comerciantes hacia este tráfico.