Plaza principal de San Sebastián, denominada anteriormente «Nueva», ubicada en el centro neurálgico de la Parte Vieja de la ciudad. En la actualidad lleva el nombre de «18 de Julio», otorgado en sesión del Ayuntamiento el 15 de junio de 1937.
Por el doctor Camino, sabemos que dicha plaza se construyó en 1722, comprando y derribando los edificios que componían las calles de Embeltrán y de Amasorrain, que se hallaban en aquel lugar. La traza fue obra de Hércules Torrelli, quien también diseñó el frontispicio del Monasterio de San Bartolomé. El coste de la obra ascendió a 1.016.619 reales, sin contar la casa concejil, que costó más de 40.000 pesos.
Con esta nueva plaza se quiso evitar los desórdenes que ocurrían entre militares y paisanos en la Plaza Vieja, donde había tres cuarteles, así como mejorar la ubicación de la Casa Consistorial y la del Consulado, que antes se encontraban donde posteriormente se ubicaron la Lonja y los almacenes de la Compañía de Filipinas.
Todos los edificios de la plaza fueron construidos por cuenta del Ayuntamiento, que obligó a los vendedores de comestibles al por menor a vender exclusivamente en esta plaza, prohibiéndolo en la Plaza Vieja y en las calles. En febrero de 1722, el Ayuntamiento dispuso el cumplimiento de esta medida, ratificada por Real Provisión el 16 de octubre del mismo año, con la aclaración de que se debían instalar también dos o tres tiendas en los arrabales en lugares adecuados.
La plaza tenía, como en la actualidad, soportales o arcadas en sus cuatro frentes, interceptados por cuatro bocacalles. Dos de ellas, continuaciones de la calle de Iñigo, permitían el paso de carros y coches, mientras que las otras solo permitían el tránsito de caballerías. Su nivel no era completamente horizontal, sino ligeramente hundido en relación con el entorno.
En el lado oeste se encontraba la casa concejil y del Consulado, con un espacioso soportal. Este edificio era amplio y contaba con excelentes salones, aunque su estilo churrigueresco le otorgaba una decoración peculiar. Los demás costados de la plaza estaban compuestos por tres series de arcadas uniformes, al igual que las casas que se levantaban sobre ellas.
Las circunstancias derivadas de la Guerra de la Independencia, a principios del siglo XIX, obligaron al Ayuntamiento a vender la propiedad de estas casas en 1810, reservándose ciertos derechos, como el uso de los balcones para corridas de toros y festejos, así como el cobro de rentas por su uso.
En el incendio de la ciudad de 1813, los 25 edificios que circundaban la plaza fueron completamente destruidos. La fachada de la casa concejil quedó reducida a escombros, permaneciendo en pie solo los costados y la parte trasera, aunque gravemente dañados. Los lados más largos de la plaza quedaron en ruinas, conservándose únicamente una parte del lado opuesto a la casa concejil, aunque en estado peligroso.
Las viviendas de la plaza eran estrechas y oscuras, con escaleras angostas y cocinas mal iluminadas. Tras la catástrofe, muchos propietarios vendieron sus solares sin atender a los gravámenes municipales. Esto generó múltiples reclamaciones, lo que llevó a una reunión entre los interesados y el Ayuntamiento, presidida por el corregidor.
En dicha reunión se acordó liberar los solares de toda responsabilidad, establecer fachadas uniformes según el plano del arquitecto Ugartemendía y conceder al Ayuntamiento el derecho a alquilar los balcones durante las corridas de toros, reservando un "balcón torero" para los propietarios. También se autorizó al Ayuntamiento a gravar con un impuesto los bancos del mercado, destinando lo recaudado al Hospital y la Misericordia.
La reconstrucción de la plaza fue bien recibida por la ciudadanía. Se abrió una suscripción pública que recaudó 53.000 reales. A principios de 1817, con estos fondos, se iniciaron los trabajos de relleno de la plaza. Para elevar el suelo al nivel necesario, se permitió a los propietarios de otras calles depositar escombros en la zona.
Las cimentaciones fueron realizadas directamente por el Ayuntamiento, y cuando estuvieron listas, se licitó la construcción de los arcos. Tres contratistas locales propusieron hacerse cargo de toda la obra en un solo contrato para garantizar la uniformidad, y el Ayuntamiento aceptó la propuesta.
Las obras fueron inauguradas con gran entusiasmo el 16 de agosto de 1817. La plaza tenía unas dimensiones de 205 pies de largo por 132 de ancho, con un área total de 26.060 pies cuadrados. La entrega oficial de los arcos se realizó el 6 de noviembre de 1818. El arquitecto quedó tan satisfecho con la obra que otorgó a los contratistas el premio del 2 % establecido en la licitación, entregándoles 5.597,16 reales.
Para mantener la uniformidad, los balcones fueron adjudicados a tres artesanos: Romualdo Zornoza y José María de Uranga, de San Sebastián, y Manuel Felipe Guevara, de Irún. Cada uno de ellos se encargó de los balcones de un piso diferente.
Durante muchos años, en esta plaza se celebraron todos los festejos públicos, incluidas las corridas de toros. Para ello, se cerraba con barras de hierro y se instalaban andanadas de palcos y asientos de madera. Todos los balcones estaban numerados, y el Ayuntamiento los alquilaba para estos eventos.
Los arcos de la plaza albergaron el comercio más distinguido de San Sebastián y constituyeron el punto de reunión de la élite de la ciudad. El último año en que se subastaron los arbitrios del mercado de esta plaza fue 1870-1871. A partir de 1871-1872, con la habilitación del mercado de la Brecha, el Ayuntamiento continuó cobrando la renta de los puestos de frutas y baratijas que se establecían en los arcos.
La plaza mantuvo el nombre de «Plaza Nueva» hasta 1820, cuando se colocó una lápida de mármol con letras doradas con la inscripción «Plaza de la Constitución», en honor al régimen constitucional implantado en España. En 1897, por acuerdo del Ayuntamiento del 13 de abril, se dispuso colocar en vascuence el rótulo «Plaza Berria», que significa «Plaza Nueva».
Ref.: Serapio Múgica.