Concepto

Carnavales Rurales de Ilarduia, Egino y Andoin

El Domingo de Carnaval, al mediodía, salían los jóvenes vestidos de "porreros"; nombre con el que se conocía a todos los disfrazados. Cuidaban con celo no ser reconocidos por los demás; para evitarlo, llegaban incluso a intercambiarse la ropa o los zapatos. Trataban de quedar lo más desfigurados posible. Los porreros pedían por las casas con sus instrumentos musicales populares: acordeón, filarmónica, tambor o guitarra. Callejeaban con un carro y portaban dos botas de vino para invitar a los habitantes de las casas por donde postulaban.

El atuendo de los porreros no era uniforme, sino muy rico en detalles, coincidiendo los distintos elementos, en su mayoría, con los utilizados en el trabajo rural. Unos llevaban los "zamarros" (pieles de oveja) de los bueyes. Otros iban disfrazados con ropas viejas, o sacos, rellenos de paja de centeno, hojas de maíz o hierba seca, aparentando gran volumen o deformidades anatómicas. Algunos llevaban un saco doblado sobre la cabeza, a modo de caperuza, o atado a la cintura con una cuerda. No faltaban quienes se ponían viejas sayas o ropas de muchos colores (de "gitanas"). Arrojaban ceniza, pero terminaron prohibiendo esta costumbre porque, en una ocasión, dañaron la vista de un joven.

Como complemento, éstos llevaban cencerros, cascabeles y carracas. Asían unos palos, de mayor altura que ellos. Algunos portaban una putxika (vejiga de cerdo), con la que golpeaban a los niños. Otros llevaban "horquijas" o sardas de madera, de tres y de cinco puntas. No faltaban los que enarbolaban escobas de "berozo" (brezo) con las que perseguían a los niños; a veces las embadurnaban con barro y manchaban con ellas las puertas de las casas. Algunos azuzaban a las chicas con crin de yegua atada a un palo corto.

Se pintaban la cara de negro (con hollín, carbón o corcho) o de rojo. También fabricaban máscaras; las cuales pintaban con estos dos colores. Algunos compraban máscaras de cartón que causaban mucho miedo por ser extremadamente feas. Otros cubrían su rostro con un hueso de animal, o de adherían a la cara un bigote de pelo de maíz.

En la cabeza, lo más habitual era llevar un sombrero de paja o boina. Con frecuencia, debajo del sombrero colgaban un velo que, por delante, les cubría el rostro. A veces se colocaban gorros, a modo de cucuruchos, con cintas de colores que pendían de ellos, o de lana con "pelendrinas" (hojas de maíz) suspendidas en su borde, con una cola de caballo por detrás atada con una cinta, o con plumas engarzadas.

Entre los disfrazados, no solían faltar los que iban de "Novios". Una pareja vestida de manera inversa a lo que eran en realidad: el novio engalanado de novia y viceversa. Llevaban los trajes de los últimos vecinos o vecinas que se habían casado. Como elemento llamativo y provocador, el "Novio" exhibía un gran pimiento rojo a la cintura, colgado por delante; la "Novia", a su vez, exhibía unos simulados prominentes pechos. Iban sentados en el carro y los bueyes estaban adornados para la ocasión con mantas lujosas y borlas rojas en las melenas.

Otras figuras que hacían acto de presencia en el carnaval eran la "Vieja", el "Quincallero" y el "Hojalatero".

En un momento concreto del festejo aparecía un extravagante personaje, de figura demoníaca, causando pavor entre los niños. Su cuerpo iba cubierto con un faldamento negro, hasta los pies. Lo que más impresionaba era su máscara. Era grande, pintada en rojo y negro, con desproporcionados ojos y unos pequeños cuernos diablescos. Esta máscara estaba muy elaborada; además del color rojo, que parecía -o era- sangre, colgaban de ella restos de vísceras y grasas animales, dándole una apariencia terrorífica. Llevaba un pañuelo en la cabeza, atado en la parte posterior. Los pequeños se escondían de este siniestro personaje, el cual iba armado con una putxika y manchaba con sangre coagulada. Su presencia era fugaz.

En estas fiestas carnavalescas era frecuente hacer una pimentonada. Ésta consistía en quemar pimientos secos picantes e introducir el humo por algún hueco de la casa: desagüe de la fregadera, gatera de la puerta, etc. Si lo hacían eficazmente, obligaban a salir a todos del local, víctimas de un insoportable picor.

Los niños más osados desafiaban a los disfrazados cantándoles: "Porrero, saca las habas del puchero, saca una, saca dos, saca tres, saca cuatro, saca cinco... y echa un buen brinco". De inmediato, los porreros les perseguían con las putxikas, causando un alto grado de miedo pues, si atrapaban a alguno de ellos, le mojaban la cara o le manchaban de barro.

El Martes de Carnaval por la mañana, dos muchachos se uncían un yugo y representaban ser unos bueyes. De esta guisa, y acompañados por otros jóvenes, bajaban las aulagas (un tipo de planta) para preparar el fuego del anochecer. También era en este día cuando confeccionaban el "Hombre de Paja".