Territorios

Bizkaia. Historia

Salvo dos notas puntuales, una de 1366 en la carta puebla de Gernika en la que se menciona Maruelexa como límite de la villa y la aparición del llamado ídolo de Mikeldi en 1634, los primeros datos sobre la Prehistoria vizcaína verán luz en el siglo XIX. Así en 1863 el alcalde de Nabarniz dio cuenta del hallazgo del castro de Illuntzar, Juan B. Eustaquio Delmas, en 1864, reseñó la existencia de los castros de El Cerco, Pico Moro y Lujar en su obra Guía histórico-descriptiva del viajero del Señorío de Vizcaya, Jagor, en 1866, descubrió el yacimiento prehistórico de la cueva de Balzola y, por último, en 1895 Labayru en su Historia General del Señorío de Bizcaya señaló la existencia de enterramientos en la cueva de Berreaga.

Sin embargo será en el presente siglo cuando se empiecen a realizar estudios y trabajos que darán como fruto un conocimiento exhaustivo de la Prehistoria de este territorio. En 1900 J. Uriarte descubrió el yacimiento de la cueva de Atxubieta y desde ese año hasta el de 1913, Gálvez Cañero descubrió los yacimientos de Armiña y Azkondo, prospectó el de Balzola y publicó, en el Boletín del Instituto Geológico de España, su trabajo "Nota acerca de las cuevas de Vizcaya". En 1904 L. Sierra descubrió los grabados de Venta Laperra recién reconocido, a nivel internacional, la existencia de un arte rupestre prehistórico y que serán visitados por el propio abate Breuil. En 1916 se descubrieron las pinturas de la cueva de Santimamiñe hecho que, junto a la localización de la estación dolménica en el Aralar guipuzcoano, propició la formación del primer equipo investigador de la Prehistoria vasca formado por Telesforo de Aranzadi, Enrique de Eguren y José Miguel de Barandiarán. Desde esa fecha, hasta el estallido de la guerra civil, ese equipo, bien junto o por separado, descubrió y excavó los yacimientos de Santimamiñe, Ereñu'ko Arizti, Ginerradi, Lumentxa, Armiña, Abittaga, Silibranka, Sailleunta, Atxurra, Atxuri, Bolinkoba, Oialkoba, Albiztei, El Polvorín, Venta Laperra, Balzola, Axlor, Túmulo de Olaburu, dolmen de Diruzulo y la cueva de Goikolau todos ellos en Bizkaia. En este mismo período se fundó el seminario Ikuska presidido por José Miguel de Barandiarán, comenzaron a publicarse los Anuarios de Eusko Folklore y José Miguel de Barandiarán publicó en 1917 Investigaciones prehistóricas en la diócesis de Vitoria, de la que dependía entonces Bizkaia, y en 1934 El hombre primitivo en el País Vasco.

La guerra civil y el período de postguerra ocasionaron un parón importante en las investigaciones prehistóricas en todo el territorio vasco en general. Aquel primer equipo de investigadores quedó roto por las muertes de Enrique de Eguren, en 1944, y de Telesforo de Aranzadi, en 1945, y el exilio forzoso, en Francia, de José Miguel de Barandiarán en el que permaneció hasta 1953. Pese a ello Barandiarán no dejó de publicar basándose en los datos que había recopilado en la etapa anterior a la guerra. Así en 1945, en el volumen nº.1 de la revista Gernika "Prehistoria vasca. Nuevas investigaciones", en 1947, en Ikuska "Prehistoria de Vizcaya, 1/4 de siglo de investigaciones" y, en 1952 La Prehistoria en el Pirineo Vasco. Estado actual de su estudio en la que se ofrece una puesta al día de las investigaciones en Prehistoria Vasca. De esta etapa son también otros hechos de importancia reseñable como la publicación en 1943, de la Monografía de las simas y cuevas de Vizcaya de Antonio Ferrer o que en 1948, bajo los auspicios de la Diputación de Vizcaya, comenzó a publicarse la revista Vizcaya como órgano de difusión cultural de los trabajos que se realicen en el Señorío.

Desde 1953 hasta el final de los años setenta, acontecieron muchos y decisivos hechos que forjaron, en gran medida, el conocimiento de la Prehistoria en el territorio de Bizkaia. Así se puede calificar el retorno de Barandiarán del exilio y la formación de una primera generación de discípulos directos de él que hoy siguen trabajando en Euskal Herria. Ello es el origen de una gran multiplicación de trabajos de campo y publicaciones dignas de ser tenidas en consideración. 1953 es una fecha clave para los prehistoriadores vascos, José Miguel de Barandiarán publicó, en Buenos Aires, la primera gran síntesis de Prehistoria vasca bajo el título El hombre prehistórico en el País Vasco. Hasta el final de la década de los cincuenta se descubrieron y, en algunos casos, se excavaron diversos yacimientos por diferentes estudiosos. Así Ernesto Nolte los de Las Pajucas (1955), Peña Roche y Atxuri (1956); M. Grande el de Atxarte (1958) y, junto a A. Aguirre, el de Kurtzia (1959); José Miguel de Barandiarán comenzó a excavar en Atxeta (1959) y Pedro María Gorrochategui, desde 1959, comenzó la localización de los importantes conjuntos dolménicos de las Encartaciones. Las décadas de los años sesenta y setenta pueden ser caracterizadas por el incremento de yacimientos catalogados, la multiplicación de las excavaciones y la publicación de importantes trabajos de investigación y síntesis de Prehistoria Vasca. José Miguel de Barandiarán excavó en los yacimientos de Atxeta (1960), Santimamiñe (1960 a 1962), Atxuri (1960), Santa Catalina (1963), Lumentxa (1963), Abittaga (1965) y comenzó el de Axlor (1967). Ernesto Nolte descubrió y, en algunos casos, excavó en los yacimientos de Gerrandijo (1962), Kobeaga I y II, Txotxinkoba y Armotxe (1963), Arenaza II (1964) y Cuestalaviga, Aldeacueva y Arenaza I (1966). Juan María Apellániz, bien en solitario o con la colaboración de Ernesto Nolte, excavó en Agarre, Las Pajucas y Gerrandijo (1966), Getalueta'ko Atxa Kobie, Aldeacueva y Txotxinkoba (1967), Cuestalaviga (1968), Ereñu'ko Arizti (1969), Albistei y Arenaza II (1970), Arenaza I (1971) y Kobeaga II (1973). En 1962 Ernesto Nolte descubrió los grabados de la cueva de Goikolau y en 1973 P. M. Gorrochategui las pinturas de Arenaza I. Entre los trabajos de investigación y síntesis publicados durante estos años no debemos pasar por alto los de José Miguel de Barandiarán Los hombres prehistóricos de Vizcaya, de 1961, o Huellas del hombre de neandertal en Vizcaya, de 1972. A Ignacio Barandiarán Maestu se deben El Paleomesolítico del Pirineo Occidental, de 1967, y El arte mueble del Paleolítico cantábrico, de 1973. Por último Juan María Apellániz es el autor de El grupo de Santimamiñe durante la Prehistoria con cerámica del País Vasco y del Corpus de materiales de las culturas prehistóricas con cerámica de la población de cavernas del País Vasco, ambas de 1973.

En el año 1971 comenzó a editarse la revista Kobie como órgano de expresión del grupo espeleológico vizcaíno al que se debe el descubrimiento de una gran cantidad de yacimientos. En 1974 inician su andadura los Cuadernos de Arqueología de la Universidad de Deusto inaugurando una importante serie en la que se ubican importantes monografías y trabajos de investigación. Desde la década de los años ochenta asistimos al nacimiento de una nueva generación de estudiosos que, formados bajo la tutela de aquellos primeros discípulos de José Miguel de Barandiarán, desarrollan hoy su labor vinculados a la Universidad del País Vasco, a la Universidad de Deusto o al Museo Arqueológico, Etnográfico e Histórico Vasco de Bilbao. El resultado inmediato de este hecho, unido al creciente interés por el conocimiento y conservación de nuestro patrimonio, ha sido la multiplicación de las labores de prospección y excavación sistemática que han venido a engrosar ostensiblemente el catálogo de yacimientos. Junto a ello, como consecuencia lógica, asistimos en la actualidad a la publicación de importantes trabajos de investigación y síntesis enriquecidos con la contribución realizada desde otras disciplinas especializadas en estudios de la fauna (debidos a Jesús Altuna y P. Castaños) y flora cuaternarias y el aporte de fechaciones radiocarbónicas. Se comenzaron a excavar o se reexcavaron los yacimientos de Balzola por Eduardo Berganza y M. Muñoz (1980); Goikolau por Carlos Basas (1981); Ilso Betaio (1981), dolmen de La Cabaña IV (1981), dolmen de Cotobasero I (1983), dolmen de La Cabaña 2 (1984), túmulo de Cotobasero II (1986), dolmen de Boheriza 2 (1992), dolmen de Bernalta (1993) y las cuevas de Mingón y Garazabal 2 (1992-93) por J. Gorrochategui y M. J. Yarritu; Castro de Maruelexa (1982) por L. F. García Valdés; la cueva de Santa Catalina (1982) por Eduardo Berganza; la cueva de Urratxa III (1983) y la estación de Kurtzia (1984) por M. Muñoz; la cueva de Lumentxa (1984) por J. L. Arribas; la cueva de Laminak II (1987) por Eduardo Berganza y J. L. Arribas; el castro de Berreaga (1990) por M. Unceta; la cueva de Pico Ramos (1991) por L. Zapata; el dolmen de Hirumugarrieta (1992) por A. Zubizarreta; el conjunto Sollube-Txikerra (1992) por J. C. López Quintana y la cueva de Antoliña'ko Koba (1995) por M. Aguirre Ruiz de Gopegui. Entre las publicaciones aparecidas durante estos años cabe reseñar los volúmenes 1 y 2 de la Carta arqueológica de Vizcaya debidos, respectivamente, a J. L. Marcos Muñoz (1982) y a J. Gorrochategui y M. J. Yarritu (1984). El Magdaleniense Inferior y Medio en la Cornisa Cantábrica de P. Utrilla (1981), El arte prehistórico del País Vasco y sus vecinos de J. M. Apellániz (1982), Las culturas del Tardiglaciar en Vizcaya (1985) y "La Prehistoria" en Historia de Vizcaya (1987) de J. Fernández Eraso. "La Prehistoria" en Enciclopedia General Ilustrada del País Vasco (1988) de Ignacio Barandiarán Maestu. El año 1990 la revista Munibe publicó un homenaje a José Miguel de Barandiarán a base de diversos artículos de estudiosos constituyendo, de hecho, una puesta al día de la Prehistoria del País Vasco.

Hoy por hoy, en Bizkaia, no se ha constatado presencia humana alguna que puedan retrotraerse más allá de los 75.000 u 80.000 años. Ello supone que del amplísimo lapso de tiempo que ocupó todo el Paleolítico Inferior no se ha localizado ningún resto. Lo cual no implica necesariamente que nos encontremos ante una región despoblada en aquellos remotos tiempos, más bien todo lo contrario. Los hallazgos de materiales pertenecientes a este período en los territorios vecinos de Cantabria y de Gipuzkoa, en la costa, y de Álava en la zona del embalse de Urrunaga muy próximos a Otxandio, en el interior, hacen, que no sea aventurado, suponer que los primeros hombres que hollaron el suelo del territorio vizcaíno lo hicieron en torno a los 150.000 años en una etapa cultural Achelense Superior.

En la etapa siguiente, Paleolítico Medio, con una duración comprendida entre los 100.000 y los 35.000 años se encuentran ya restos bien estratificados. Es este un período, identificado con la cultura Musteriense, en el que se desarrollaron los primeros estadios fríos de la glaciación de Würm, finalizando en condiciones más benignas durante el interestadial de Hengelo. El hombre prehistórico buscó el refugio de las cuevas, en los momentos fríos, y levantó campamentos al aire libre cuando las condiciones ambientales así lo permitían, asentándose siempre en zonas no elevadas y próximas al mar. Vivían entonces los hombres de neandertal, unos tipos rudos, de complexión fuerte, que carecían de mentón y una saliente arcada supraciliar abultaba sus cejas. Elaboraban sus instrumentos tallándolos sobre sílex, cuarcita, esquistos y calizas duras produciendo unos artefactos toscos con reminiscencias inferopaleolíticas, junto con otros más elaborados ejecutados con maestría mediante el empleo de técnicas específicas (levallois) o bellos retoques escalariformes tipo Quina. Lugares como Axlor (Dima), Kurtzia (Barrika-Sopelana) o Venta Laperra (Carranza) sirvieron de asentamiento para estos hombres y en ellos se han recuperado raederas, puntas musterienses, denticulados, limazas y bifaces junto a algunos, pocos, raspadores y buriles. Este ajuar sobre soportes líticos se acompañaba de otro, de rústica factura, trabajando sobre hueso imitando el tallado del instrumental lítico o proporcionando toscos punzones. Del hombre que manufacturó estas industrias, sólo se han podido recuperar una serie de cinco piezas dentarias pertenecientes a un individuo joven.

Entre 35.000 y el 9.500 BP., durante los dos últimos estadios de la glaciación de Würm, se desarrollaron las culturas del Paleolítico Superior. Dista mucho de ser un período homogéneo ofreciendo a lo largo de su desarrollo una serie de culturas representadas todas en el territorio vizcaíno.

Durante la fase inicial de la etapa superopaleolítica, hasta hace aproximadamente unos 20.000 años, se van a suceder las industrias Castelperroniense, Auriñaciense y Gravetiense. Es esta una etapa de cambios importantes en un intento de acomodarse a una nueva situación medioambiental, al producirse un nuevo recrudecimiento de las condiciones climáticas. En este ambiente, nuevamente frío, el hombre volvió a buscar el abrigo de las cuevas. El tipo humano que desarrolló la etapa cultural anterior, fue sustituido, paulatinamente, por una nueva especie, el Homo sapiens sapiens, nuestro más directo antepasado. Las industrias líticas sufrieron una profunda modificación al realizarse ahora sobre soportes laminares. Predominan en cada una de estas etapas instrumentos bien definidos, tallados con gran habilidad sobre sílex preferentemente aunque no se despreciaron otros tipos de materias primas. Raspadores aquillados, buriles arqueados o múltiples sobre fracturas retocadas (tipo Noailles), puntas muy características como las de Chatelperrón o las de la Gravette y láminas con retoques muy pronunciados que, en ocasiones, llegan a estrangularse, conforman los ajuares líticos característicos de esta etapa inicial del Paleolítico Superior. El instrumental sobre hueso y asta, tan poco definitorio en etapas anteriores, alcanzó su máximo desarrollo durante el Paleolítico Superior creando una tipología y una técnica específica para su confección. Lugares como Santimamiñe (Basondo-Kortezubi) sirvieron de abrigo y asentamiento a gentes portadoras de las industrias Castelperroniense y Auriñaciense, Lumentxa (Lekeitio) y El Polvorín (Carranza) a las del Auriñaciense, y Bolinkoba (Abadiño) a las del Gravetiense.

Los últimos tiempos del tercer estadio de glaciación würmiense y la etapa más benigna que le sucede, el llamado interestadial de Lascaux, sirvieron de escenario a la fase media del Paleolítico Superior desarrollando la industria Solutrense. Su presencia se dejó sentir hasta hace unos 18.000 años. Se desarrolló en este momento una industria lítica muy característica realizada a base de retoques planos, muchos de ellos bifaciales, creando elementos biapuntados de gran perfección técnica y estética. Puntas de muesca, hojas de laurel y hojas de sauce son los instrumentos característicos del desarrollo del Solutrense, a las que acompañan un amplio ajuar de instrumentos trabajados con retoques simples y abruptos. En hueso punzones, varillas y azagayas están presentes en cada una de las fases de esta cultura. Restos de esta industria han sido reconocidos en Atxuri'ko koba (Mañaria) y en la cueva de Antoliña'ko Koba (Arteaga).

La cuarta fase de la glaciación de Würm coincide con el final del Paleolítico Superior. A lo largo de este período, comprendido entre los años 18.000 y 9.500 BP., se desarrolló la última gran cultura del Paleolítico, el Magdaleniense. Sus poseedores parece que debieron alcanzar cierto equilibrio con su entorno, llegando incluso a predomesticar a algunas especies animales mediante el control de las manadas en espacios determinados. Es un cazador selectivo preocupado por la conservación de los animales de los que depende su economía. Siguen tallando la piedra con gran maestría, fabricando, preferiblemente sobre sílex, raspadores, buriles diedros de eje, instrumentos dobles y compuestos y sobre todo una gran cantidad de laminitas de borde abatido, de tamaño reducido, que servirán como componentes para la fabricación de instrumentos más complejos. Pero si hay algo que sea muy característico de esta cultura es el haber desarrollado una amplísima variedad de tipos sobre hueso y astas de cérvido. Sobre estas materias se fabricarán variadas azagayas de secciones circulares, cuadrangulares o triangulares y bases recortadas, ahorquilladas o trabajadas a bisel simple o doble, punzones, arpones de sección circular con una o dos hileras de dientes y abultamientos en sus bases, propulsores, bastones perforados, etc... Ajuares correspondientes a este período han sido localizados en Santimamiñe (Basondo-Kortezubi), Abittaga (Amoroto), Lumentxa (Lekeitio), Santa Catalina (Lekeitio), Laminak II (Berriatua) y Atxeta (Forua), por citar algunos de los de mayor relieve. Pero si hay algo que puede caracterizar claramente al Paleolítico Superior es la aparición de las primeras manifestaciones artísticas figuradas. Dos son los tipos de arte que se encuentran; el arte mueble y el arte rupestre o parietal. Es el mueble un arte de pequeño tamaño, fácilmente transportable que aparece decorando bien instrumentos de la vida cotidiana (azagayas, arpones, propulsores, bastones, compresores y retocadores de piedra, etc... de los que tenemos una buena representación en Bizkaia), bien objetos de arte por sí mismos (contornos, rodetes, venus plaquetas de piedra o hueso, etc...). El arte rupestre es sin duda el más conocido debido a su grandiosidad. Se localiza tan sólo en el SW. de Europa y adorna, mediante grabado, relieve o pintura, las paredes de cuevas. En Bizkaia son tres los lugares ornados que presentan una cronología paleolítica segura. Tales son los sitios de Venta Laperra (Carranza), Arenaza (San Pedro de Galdames) y Santimamiñe (Basondo-Kortezubi). El primero de ellos es el más antiguo, datable durante el Auriñaciense, se trata de un santuario exterior compuesto por figuras grabadas de bóvidos y un oso. Los otros dos son ya santuarios profundos, de cronología más reciente datables durante el Magdaleniense Antiguo, formados por figuras pintadas, en rojo o en negro, de bóvidos (uro, bisonte), caballos, cérvidos y osos.

Dentro de la última fase de la glaciación de Würm se fueron instaurando unas condiciones ambientales cada vez más templadas que, tras los últimos episodios fríos conocidos como Dryas II y III, desembocaron en el Holoceno. Se produjeron a partir de 9.500 BP. una serie de modificaciones en el medio, flora y fauna, que obligaron al hombre a buscar nuevos recursos y a ensayar nuevas formas de vida que garantizaran su subsistencia. Apareció así una amplísima serie de industrias herederas de los modos superopaleolíticos, que sirvió como liquidación de este período, manteniendo su larga agonía, o introdujo elementos nuevos sirviendo de puente hacia las culturas productoras. Entre aquéllas la más importante, sin duda, es el Aziliense bien representado en Bizkaia en lugares como Santimamiñe (Basondo-Kortezubi), Lumentxa (Lekeitio), Arenaza (San Pedro de Galdames), Santa Catalina (Lekeitio), Urratxa III (Orozko), etc... Se trata de una industria de clara filogenia Paleolítica no disimulable en su ajuar compuesto por raspadores generalmente cortos, pequeños e incluso discoides y sus laminitas y puntas de borde abatido. En hueso y asta se fabricaron punzones, azagayas y arpones de sección aplanada y perforación basilar en ojal. El arte decae ahora y tan sólo se encuentran cantos coloreados con motivos no figurativos.

Tras el Aziliense, hasta la llegada del Neolítico, se desarrollaron una serie de industrias cuyos ajuares van adquiriendo elementos nuevos como los microlitos geométricos de retoque, generalmente, abrupto. Son industrias muy especializadas en biotopos muy concretos. Algunas de ellas se van a dedicar a la explotación de las rasas litorales, lo que da origen a que sus ajuares se encuentren siempre asociados a una gran acumulación de conchas de lapas, mejillones, ostras, etc... Restos de estas industrias se han recogido en Santimamiñe (Basondo-Kortezubi), Arenaza (San Pedro de Galdames), Las Pajucas (Lanestosa), Gerrandijo (Ibarrangelu), Sollube-Txikerra (Bermeo), etc...

A mediados del IV milenio, en condiciones climáticas cada vez más benignas, se advierte la presencia de una serie de elementos novedosos con relación a etapas anteriores, que modifican, en profundidad, los modos de vida de los seres prehistóricos, pasando de cazadores-recolectores a productores. Las piedras pulimentadas, los microlitos tallados a doble bisel, la cerámica, los molinos de mano son el refiejo de una población que ha modificado ya sus bases económicas. Fueron gentes capaces de producir sus propios recursos basándose en la agricultura y en la ganadería de manera que ovicápridos, súidos y bovinos, desde entonces, conviven con el humano. Estas nuevas circunstancias trajeron como consecuencia inmediata el abandono del nomadismo para fijar al humano al suelo. Todo ello produjo una modificación importante de los lugares de habitación abandonando los refugios naturales de las cuevas, para vivir en chozas o cabañaas agrupadas, formando poblados, próximos a las tierras de labor. Pese a ello, en este territorio, los restos may importantes del período Neolítico, se han encontrado aún en cuevas, tal es el caso de Santimamiñe (Basondo-Kortezubi), Arenaza (San Pedro de Galdames) o Pico Ramos (Muskiz). Dentro de este ambiente de innovaciones es posible que sea ahora cuando se empezaron a levantar las primeras construcciones dolménicas en las que inhumar a los muertos. Al menos así se ha señalado para algunos de los monumentos funerarios de la zona de Carranza.

Hacia la segunda mitad del III milenio, antes de Cristo, asistimos ya en el territorio vizcaíno a la aparición de una incipiente metalurgia basada en el trabajo del cobre. Sin embargo no va a sustituir de forma inmediata a los instrumentos fabricados sobre materiales líticos, antes bien, se mantendrán sin grandes modificaciones tipos aparecidos en épocas anteriores, como los dientes de hoz, y se fabricarán toda una serie de elementos novedosos. Así aparecen ahora las puntas de flecha fabricadas en sílex, con retoques plano bifaciales, que pueden presentar solo pedúnculo o pedúnculo y aletas, en algunos casos en estado muy incipiente.

Se comenzó a producir entonces un tipo peculiar de cerámica, fabricada a mano con perfil en forma acampanada y con bellas decoraciones de motivos geométricos, la cerámica campaniforme. Sin embargo una de las cosas que mas caracterizó a este periodo fue la aparicion de un rito de enterratniento de inhumación colectiva que se realizó en el interior de abrigos rocosos, en cuevas o dólmenes. Para vivir se eligieron preferentemente, los campamentos aire libre aunque es frecuente encontrar aún restos de ocupación en la cuevas.

A mediados del II milenio, antes de Cristo, se iritrodujo ya, de una manera habitual, el uso de bronce. Tampoco llegó a suplantar totalmente a los instrumentos en piedra realizando ahora hermosas puntas de flecha, en sílex, con pedúnculo y aletasr claramente destacados fruto de una evolución de los tipos anteriores. Con la llegada del bronce surgieron Importantes modificaciones culturales dignas de ser reseñadas. Así los enterramientos se realizaron mediante ritos de incineración en el interior de cuevas de difícil acceso o en el interior de los dólmenes que se siguen ernpleando este periodo. A la hora de elegir un lugar en el que habitar se siguen levantando campamentos al aire libre pero en zonas cada vez más elevadas y alejadas de la costa. A esta época son atribuibles los lugares de Ilso Betaio (Arcentales, Sopuerta), las cuevas de Oialkoba (Abadiano), Goikolau (Berriatua), Albiztei (Abadiano), los dólmenes de La Cabaña (Carranza), Boheriza 2 (Carranza), Hirumugarrieta (Bilbao) y el túmulo de Cotobasero (Carranza), en otros.

A comienzos del I milenio, antes de Cristo, los pueblos europeos comenzaron a realizar una serie importante de desplazamientos. Así hasta la Península Ibérica llegaron gentes de allende los Pirineos, son los grupos indoeuropeos, portadores del hierro, que, en diversas oleadas, se extendieron por el suroeste de Europa. Los lugares de habitación pertenecientes a esta época fueron fortificados y construidos en zonas elevadas de facil defensa natural formando los castros. En Bizkaia estan bien representados en lugares como El Cerco (Galdames), Maruelexa (Nabarniz), Lujar (Goieniz), Illuntzar (Nabarniz) o Berreaga (Mungia-Zamudio). Los enterramientos se realizaron mediante rito de incineración, bien en cuevas, cormo en El Bortal (Carranza), bien en cistas que aparecen situadas en el interior de círculos de piedra, llamados cromlech o baratz como los de Kanpazaulo (Barakaldo-Goieniz) o Sorbitzuaga (Busturia).

En las cuevas continúa habiendo cierta actividad como lo revelan los escasos restos localizados en Santimamiñe (Basondo-Kortezubi), Lumentxa (Lekeitio) o Goikolau (Berriatua) cuyos grabados rupestres debieron realizarse en este periodo. Arqueológicamente la Edad del Hierro se divide en dos etapas; en Bizkaia resulta difícil aún caracterizar cada una de ellas pues los lugares en los que se han localizado restos o no se han excavado o en la actualidad están en proceso de excavación. No obstante parece confirmarse que durante la segunda Edad del Hierro se hacen comunes las cerámicas fabricadas a torno e incluso pintadas de claro arraigo celtibérico. A finales del Hierro comienza la romanización que se irá superponiendo paulatinamente a estas gentes.

A autores romanos, que o bien visitaron la Península Ibérica o bien recogieron testimonios de los que aquí habían estado, se debe nuestro conocimiento sobre los pueblos que encontraron a su llegada y sus costumbres. Tal es el caso de escritores como Estrabón, Plínio o Ptolomeo quienes sitúan a caristios y autrigones en el actual territorio vizcaíno.

La llegada de los romanos al País Vasco ofreció situaciones realmente diferentes. La parte meridional del País (territorios de Navarra y Álava) soportaron una fortísima romanización, a juzgar por los importantes restos arqueológicos localizados en ella y que han sido motivo de amplias campañas de excavación arqueológica. La zona costera debió contar con una serie de emplazamientos de fundación romana cuya influencia a su alrededor no debió ser importante. Estos asentamientos costeros debían estar en relación con el importante puerto de Burdeos. Tal es el caso de lugares como Forua, Tribis Buru (en Bermeo) o Castro Urdiales en la vecina Cantabria. Junto a estos asentamientos, siguiendo en las inmediaciones de la costa, se han localizado restos de época romana en algunas de las cuevas próximas. Tal es el caso de Santimamiñe (Basondo-Kortezubi), Ginerradi (Forua), Lumentxa (Lekeitio), etc... Sin embargo en la zona intermedia, en el interior de la vertiente cantábrica los asentamientos son escasísimos. Hoy por hoy tan sólo el de Aloria situado entre Orduña (Bizkaia) y Arrastaria (Álava), parece tener cierta entidad. La conquista de esta parte de Hispania por Roma debió realizarse en unas condiciones realmente difíciles en el transcurso de acontecimientos que hicieron tambalear las mismas bases del Imperio. Tales fueron las guerras sertorianas en las que Roma tuvo que emplear amplios recursos durante una década (82-72 A de C.) y que, como consecuencia, le otorgaron el dominio sobre todo el valle del Ebro. Otro tanto puede afirmarse del final de la conquista de Aquitania que le proporcionó el control de aquel amplio territorio, tras vencer a una coalición Hispano-Aquitana en el año 56 antes de Cristo. Ni tampoco hay que pasar por alto el episodio de las guerras cántabras que asolaron nuestro territorio durante toda una década, entre los años 29 y 19 antes de Cristo.

De esta serie de acontecimientos bélicos, unida a los asentamientos, tanto costeros como al interior (Aloria), parece poder deducirse un bosquejo de la política de asentamientos llevada a término por la Metrópolis. Roma busca aprovisionamientos, materias primas y alimentos para su vasto imperio. De ahí la conquista y romanización de las tierras más próximas al Ebro o el interés por dominar la región cantábrica cuyo subsuelo era muy rico en minerales y de cuya explotación tenemos constancia en los territorios limítrofes. Dentro de esta política de asegurar la comunicación entre el interior y la costa y de garantizar la relación con el gran puerto de Burdeos deberíamos situar los pocos asentamientos que de época romana se han localizado hasta hoy en el territorio de Bizkaia. Pero aunque la presencia romana en este territorio resulta innegable, sin embargo no parece que su influencia fuera algo decisivo fuera de las zonas puntuales en las que aparecen los asentamientos. El debilitamiento del poder de Roma, ya en el Bajo Imperio, debido posiblemente a la falta de atención a las zonas más alejadas de la capital y a la irrupción de los pueblos bárbaros, fue el motor de una serie de transformaciones importantes en el ámbito socio-político. La crisis de las relaciones impuestas por Roma propició la formación de un nuevo sistema, preludio de lo que será la sociedad feudal.

JFE