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Violencia

Este tipo de violencia fue un fenómeno cultural que en la sociedad vasca no empezó a formar parte exclusivamente de la criminalidad hasta el siglo XVIII. La venganza, el duelo, los homicidios por honor o la violación, encontraban su justificación a partir de las coordenadas de racionalización cultural propias de la sociedad vasca, que, por ejemplo, consideró durante la Edad Media que la fuerza sexual sobre toda mujer tildada públicamente de deshonesta no requería restitución o sanción alguna. (Ver Violación. La cultura justificaba y amparaba tales comportamientos, permaneciendo incontestados hasta mediados del siglo XV, momento en que comenzaron a ser puestos en cuestión por nuevas coordenadas culturales, que vieron en ellos una lacra para el mantenimiento de la paz y seguridad social (orden público), pasando a ser considerados como actos de violencia criminal, y como tales, perseguidos por la ley penal. Durante la Edad Media todos los gestos de la vida social estaban contaminados por la violencia; o lo que es lo mismo, existió una sociabilidad de la violencia. Un ejemplo, suficientemente gráfico, sobre cómo las relaciones interpersonales cotidianas se veían perturbadas por comportamientos violentos ante las cuestiones más nimias o pueriles es la justificación dada por el cronista banderizo Lope García de Salazar en sus Bienandanzas e fortunas sobre el "origen" de los enfrentamientos entre gamboínos y oñacinos: el primero de mayo de cada año alaveses y guipuzcoanos se reunían para realizar sus juntas y celebrar actos religiosos; en uno de ellos, al tomar las andas,

"los que primero los trauaron querían las leuar en alto sobre los onbros, que desían en su vascuençe gamboa, que quiere desir por lo alto. E los otros que trauaron después, querían las leuar a pie somano, e desían de vascuençe, oñas, que quiere desir a pie; e tanto creçió esta porfidia, los vnos diziendo gamboa, que la leuasen por alto, e los otros onas, que la leuasen a pie, que ovieron de pelear e morieron muchas gentes".

Los vascos de los tiempos medievales se enfrentaron a un mundo preñado de inseguridades, derivadas de los desbordamientos recurrentes de la naturaleza bajo la forma de epidemias, hambrunas, etc., o inundaciones, y derivadas de la inexistencia de un monopolio de la violencia, diluido entre todos los actores sociales. Esta inseguridad conducía a los individuos a tomar medidas de defensa para asegurar su propia existencia y la de su grupo familiar, para vigilar y defender su territorio, tanto en sus fronteras físicas -casa, propiedad, etc.-, como simbólicas -posición social, honor, etc.-, recurriendo a la violencia. La violencia no sólo se dirigía contra personas ajenas al grupo familiar o a la casa, también aquí estaba presente. El horizonte cultural de este período histórico consideraba lícito que, en base a la patria potestad, el marido pegara a su mujer e hijos con intención de corregir sus malos hábitos o atajar los conatos de rebeldía a su autoridad. Este empleo de la violencia con los propios de la casa se extendía igualmente, y con las mismas justificaciones, a los miembros de la servidumbre. En 1515, en Bilbao, el rementero Pero de Bedia se enfrentó a la denuncia presentada por su criado ante el Ayuntamiento por malos tratos. La corporación municipal resolvió que no había lugar a sanción alguna, "porque hera cosa que se podia pasar entre amo e criado".

Esa violencia con fines correctores podía tornarse en agresiones desaforadas e incluso en homicidios también dentro del propio grupo familiar: Lope de Ochandiano mató a su hermano Antonio porque le había injuriado (Orduña, 1504); Felipe de Landázuri apuñaló a su cuñado Juan de Urtacan, necesitando doce puntos de sutura (Subijana de Alava, 1496); Juan de Marquina propinó a su hermano una paliza en Bilbao, ocasionándole graves lesiones; Pascual de Igor dejó mal herido a su suegro, muriendo al cabo de tres días, y la causa fue una discusión sobre asuntos domésticos que degeneró en violencia (Hernialde, Gipuzkoa, 1501). La violencia interpersonal fue el resultado de una sociabilidad (relaciones sociales establecidas culturalmente) permisiva con la respuesta violenta y de una organización social que no supo solucionar los conflictos entre partes recurriendo a una figura intermediadora que, como la del juez, apaciguara y pusiera orden. Este tipo de violencia se expresa de forma casual, ritual o premeditada. Casual es cuando surge como consecuencia de un altercado interpersonal imprevisto o espontáneo, en el curso del cual la ira, a la que se da rienda suelta, nubla la serenidad y termina por ocasionar agresiones, heridas y homicidios.

La violencia ritualizada es aquella ejercida sometiéndose a unas normas establecidas para el enfrentamiento de las partes, como el desafío. La premeditada remite al asesinato, a esas muertes causadas a traición, con asechanza, planeándose cuidadosamente. Este tipo de violencia interpersonal en todo momento ha sido considerada como criminal y perseguida en consecuencia por la ley penal con pena capital. Algunos ejemplos de asesinatos son los siguientes: en el valle de Orozco, en 1512, Juan Ochoa de Barbachano sacó con arteras palabras a Martín de Ibaizabal de la ferrería de Olabarria donde estaba y lo condujo "por un camino despoblado, e dexo pasar al dicho Martín Sánchez de Ybayçabal, e él se quedó a tras, dos o tres pasos, e alevosamente e a trayçión e por detrás le dio con una porquera [...], de las quales dichas heridas luego morió sin confesión"; en 1477 Pedro Fernández de Zaldibar, en unión de Martín Ochoa de Cilonis, degolló a dos moros y después, para ocultar la acción,

"los cubrieron de rama en una espeçura del dicho monte"; o el caso de Pedro de Urizar, natural de Arratia (Bizkaia), que estando en la cárcel de Vitoria en 1509 confesó al Diputado General de la Hermandad alavesa, Diego Martínez de Alava, que un tal Juan Sánchez de Bicuña "le [h]avía prometido veinte ducados porque matase a Andrés de Alava, fijo del dicho Diputado". Según demuestra la perspectiva histórica, la violencia interpersonal se conjuga en masculino, o lo que es lo mismo, el porcentaje de participación del hombre rara vez es inferior al 80%. La menor presencia de la mujer en este tipo de acciones se justifica, fundamentalmente, por lo que al período medieval y moderno se refiere, en base al rol asignado al género femenino por la sociedad patriarcal. Se encontraba relegado de la vida pública, quedando recluido en el estrecho marco de la vida privada de la casa familiar, de acuerdo con estrictas normas morales que exigían que la mujer doncella o virgen, casada o viuda no tuviera una presencia en los escenarios de la vida pública, como calles, plazas, iglesias, etc., por más tiempo del requerido por sus compromisos. Esta cortapisa, centrada de forma particular en las mujeres de estratos sociales elevados, bien por cuna o por recursos económicos, reducía sus posibilidades de participar en riñas y disputas. Esto no quiere decir que las mujeres de estratos sociales inferiores, cuya presencia en los escenarios públicos era más importante debido a sus actividades dentro del tejido productivo, no participara en altercados; sin embargo, parece ser que preferían recurrir a la violencia verbal, a la fuerza de las palabras, a las injurias. No obstante, las mujeres también supieron ejercer la violencia física en el ámbito familiar para deshacerse de su pareja, recurriendo al veneno; algo lógico, por otra parte, teniendo en cuenta el rol que se les había asignado dentro de la casa, la manipulación de los alimentos en la cocina: Gabriel González acusó a su mujer María Iñíguez porque

"estando salbo e seguro en sus casas donde vibe [y] mora, que son en el dicho lugar de Echabarri [Álava], la dicha María Ynigues su muger por le matar a trayçión e alevosamente, le dio [en 1528] en un potaje que le daba de comer en una escudilla çierta agua fuerte confeçionada con solimán e otras cosas veninosas, de lo qual luego se sintió malo de su persona e muriese de ello syno fuere por nuestro Señor que le quiso guardar".