Concept

Vacío y Lleno

Resumiendo la idea general del artículo diremos que el euskara conserva señales de desdén y desaprobación hacia las ideas de vacío y ligereza, al tiempo que aprueba y ensalza sus opuestas de plenitud y gravedad. Asociado a lo anterior, aquello que se mueve y cambia se sitúa ideológicamente en el lado de lo vacío y ligero, mientras que lo permanente e inmutable se alinea junto a lo pleno y grave. Estas opciones ideológicas pueden atribuirse sin duda a la cultura agrícola neolítica, que constituye la referencia principal de la cultura vasca tradicional.

Así, en euskara decimos huts egin du, (literalmente "ha hecho vacío") para explicar que alguien ha fallado; o decimos cosas tales como gauza hutsala da ("es cosa vacía"), o hori hutsaren hurrengoa da (literalmente "eso es lo lo siguiente de lo vacío") para expresar el escaso o nulo valor de alguna cosa. Cuando alguna persona es notablemente menos inteligente que la media se suele decir que no es bete-betea, es decir, que "no está lleno del todo", o también, ganbaran zuloa du o ganbaran ittuttea du, (literalmente que tiene un agujero o una gotera en el desván), significando que hay vacío en su cabeza.

Las ideas de producir y de almacenar se originan en el Neolítico. Lo vacío y lo lleno son conceptos que se organizan semánticamente en torno a la idea de acumular y almacenar. Y obviamente en tal contexto cultural la idea de vacío es rechazada y desaprobada. Por ello tampoco es casual que el euskara utilice diversos nombres de recipientes para insultar y significar imbecilidad: kaiku, tonto-lapiko, u olopoto son sinónimos de "tonto".

Cuando el recipiente usado para almacenar es cerrado, el aire, putza-, llena el espacio que se va vaciando. El vocabulario vasco referido al viento y al aire, haizea, putza, suele asociarse a la idea de volumen aparente carente de sustancia y densidad, y metafóricamente a la idea de apariencia exagerada no basada en algo real de la misma o parecida dimensión. Aunque putza recibe su connotación negativa para el vasco actual mayormente de puzkerra (putz+uzkerra) (flatulencia), su acepción primitiva como "aire" se asocia ya a ideas percibidas como negativas, y en concreto al volumen aparente que no contiene más que aire y metafóricamente a la apariencia exageradamente engañosa. Harroputza (fanfarrón) se construye con dos palabras que insisten en la misma idea: Harro, "hueco", en el sentido de ahuecado, como en el caso de los pajarillos que ahuecan el plumaje adquiriendo un volumen que no se corresponde con su ligereza, y putza, "aire". ?Podríamos traducirlo como "ahuecado lleno de aire". Un personaje fanfarrón es alguien que al igual que el pajarillo simula ser más grande que lo que realmente es y que al final muestra que su volumen aparente no era más que aire.

Zaputza, si miramos al diccionario, significa "enfado", entre otras cosas. Podría analizarse como zaha-putza o "aire de odre o pellejo", como inspirado en el aire que expulsa un odre que aparenta estar lleno pero no lo está, cuando se presiona sobre él. En este sentido la acepción actual de enfado se habría derivado de una anterior de "resoplido", ideológicamente cercana. De hecho zaputza no es un enfado colérico que pueda derivar en riña más grave, sino más bien un enfado sordo y enrocado, unos "morros". Coincidirían en el término un aspecto onomatopéyico (el resoplido del enojado y el del pellejo suenan parecido) y un aspecto ideológico, ya que se trata de un tipo de enfado fútil y vano que no deriva en hechos mayores como una agresión.

Equivalen ideológicamente a putza otros términos como eztula (tos) o zintza (voz que expresa el acto de sonarse los mocos), expresiones ambas de distintas formas de expirar aire. Horrek ez du zintza bat balio (literalmente "eso no vale ni un sonarse") es una expresión de desprecio, y por el contrario decimos hori ez da ahuntzaren gauerdiko eztula (literalmente, "eso no es una tos de cabra de medianoche) para significar que algo es realmente importante.

Pertenecen al mismo esquema constructivo ideológico los términos haizeputz (resoplido de viento) haizeburu (cabeza de viento) o zorohaize (viento loco), términos todos que se aplican con ánimo descalificador a personas que muestran actitudes diversas con el denominador común de la vacuidad tras la apariencia. La descalificación suele además acentuarse fonéticamente mediante el uso de x y tx (txorohaixia).

Este somero repaso nos muestra cuán lejos se hallaba el concepto de vacío (hutsa) de los antiguos vascos, de lo que afirman ciertas propuestas de "investigación estética". Al menos desde tiempos neolíticos hasta el presente, el vacío no ha tenido para los vascos más que connotaciones negativas, y puede decirse que el horror vacui que les caracterizaba se basaba en último extremo en la sensación de la tripa vacía. Desde el grano vacío hasta el odre vacío, desde la producción hasta el almacenamiento, vacío es sinónimo de hambre: nada puede haber más rechazable. Y como consecuencia, hutsa, putza, haizea (vacío, aire, viento) significan metafóricamente en el mundo simbólico vasco la apariencia sin sustancia. Quizás las mencionadas investigaciones estéticas pretendan retrotraerse a un tiempo anterior al Neolítico, a un tiempo paleolítico lo bastante antiguo e ignoto como para que ninguna evidencia científica pueda contradecir las ensoñaciones de quien las formula. Incluso en tal caso las abundantes Venus paleolíticas parecen demostrar que también en aquel tiempo preferían lo lleno a lo vacío.

Este repaso evidencia también cómo se producen casi imperceptiblemente deslizamientos ideológicos notables. Por ejemplo, es habitual que en sectores sociales "vasquistas" se cante al viento como elemento poético o se avienten las cenizas de una incineración, sin caer en la cuenta de lo extraños a la tradición vasca resultan dichas prácticas.

La oposición que referimos a continuación parece estar ideológicamente relacionada con la ya expuesta, y encontrar su razón de ser en el mismo sustrato cultural. En efecto, no parece difícil pasar de una oposición simbólica entre lo vacío, y lo aéreo por un lado y lo lleno, denso y pesado por otro, a otra oposición entre el agua y la tierra.

El análisis ideológico de la mitología vasca revela que en la ontología subyacente prevalece un ser topológico sobre el ser antropológico. Dicho simplemente, los lugares son, y las personas no somos. O dicho con mayor precisión, los humanos poseemos una existencia de segundo nivel, pero la existencia real y verdadera, la de primer nivel, es la que poseen la tierra y sus lugares. Las personas nacemos y morimos. La tierra, los montes, los valles, las simas, los roquedos, permanecen, siempre estuvieron ahí y ahí seguirán después de que hayamos muerto. Hoy sabemos que también la Tierra y la orografía cambian a escala geológica, pero el vasco neolítico distinguía así su propio ser personal del ser de la tierra en la que vivía. Y siguiendo esa lógica dio nombre a aquello que posee el ser, y nombró de modo subordinado a quien no lo tiene. Y así fue hasta bien entrado el siglo XVIII. Las personas tomaban su nombre del de la casa natal y ésta a su vez del nombre del solar donde se asentaba. Pero esto no sucedía sólo con las personas: también los gentiles, en tanto que seres mortales, antes de que llegaran nombres exóticos como Errolan o Sansón, no tenían más nombre que el que les prestaba el lugar donde vivían: eran los gentiles de Leizadi, de Arraztaran o de Balenkaleku. No eran "quien" directamente, sino que "eran de".

Si consideramos que en esta ideología la atribución de la existencia no es algo que se regale fácilmente, parece legítimo preguntarse sobre la cuestión de qué tipo de ser pudieron poseer ríos y arroyos. ¿Son entidades que poseen un ser y merecen por tanto un nombre?

La cuestión no es baladí, ya que existe una corriente de investigación que pretende encontrar en la hidronimia europea rastros de un pasado proto-vasco en gran parte de Europa occidental.

No parece, a la vista de las reflexiones ontológicas expuestas, que ríos y arroyos se hayan hecho merecedores de poseer un nombre propio. Finalmente no se trata más que de un agua que corre de arriba abajo. Y además no es siempre la misma agua. Aunque nos resulte habitual que los ríos tengan nombres propios, tal cosa no es en absoluto natural, sino una opción cultural. Y basándonos en las consideraciones anteriores, no parece exagerado suponer que los vascos neolíticos consideraran que un río no es algo lo bastante inmutable como para recibir un nombre propio.

Una revisión de la toponimia confirma rápidamente esta suposición. Y desde enfoques diversos además. Por un lado tenemos topónimos del tipo Río Baya (ibaia significa río) en lugares donde el euskara se ha perdido ya. Y por otro, la toponimia del área vasca, la onomástica y el diccionario, tanto en sus definiciones positivas como en las que permite deducir.

Los términos vascos actuales para río y arroyo son respectivamente ibaia y erreka. También figura en el diccionario latsa que, aunque perdido en la lengua hablada, se ha conservado en textos literarios antiguos. Combinando la toponimia, la etnografía y el diccionario podemos deducir dos términos más: Aratza e Ikutza, sin que se pueda precisar el tipo de curso de agua que describen. Estos términos se deducen a partir de los verbos usados para describir la acción de lavar la colada. En efecto, bogada latsatu (lavar la colada, recogido aún por Barandiarán en la primera mitad del XX), muestra que el verbo lavar se construye en este caso sobre el nombre del río (latsa). Y existen dos sinónimos araztu e ikuzi que parecen formarse de igual modo sobre los topónimos aratza e ikutza, que serían por tanto sinónimos de río o arrroyo.

Pues bien, la toponimia vasca está llena de nombres como lasto erreka o aratz erreka, es decir, de nombres que significan arroyo arroyo o arroyo río, combinando un término arcaico con otro actual de la misma significación, lo que lleva a sostener, con poco margen de duda, que los ríos y arroyos han carecido tradicionalmente de nombres propios.

Cuando se produce la aculturación indoeuropea, surge la necesidad de bautizar los ríos y surgen las dudas. A veces se adoptan denominaciones indoeuropeas, como la del río Deva, tan llamativo en un entorno vasco prácticamente monolingüe hasta el primer cuarto del siglo XX. Aún en ausencia de una encuesta exhaustiva, podría postularse que la hidronimia contiene más nombres exóticos que la toponimia en general. Algunos nombres autóctonos, son en realidad nombres comunes como el del río Oria, que en realidad significa "canal" (hodia). Y siguiendo con el mismo río, de dos de sus afluentes que se incorporan en Tolosa, uno de ellos se llama Araxes, derivado del ya mencionado aratz, y el otro recibía varios nombres distintos y hubo que decidir entre ellos a la hora de hacer las rotulaciones.

Cierto que actualmente se llama río al río y arroyo al arroyo. Sin embargo otra hipótesis puede arrojar luz sobre esta nomenclatura. La pista la da el nombre de un conocido restaurante de Hernani, Epeleko Etxeberri, un caserío situado junto a un remanso del río, que sugiere que el término epela, actualmente "templado" haya podido significar igualmente remanso en el pasado. Esta denominación lleva a considerar que la ideología neolítica que desdeña lo vacío, lo ligero y lo pasajero, hubiera podido no denominar los ríos en absoluto: ni con nombre propio ni con nombre común tampoco. Habría podido limitarse a nombrar cada tramo, en función de las características concretas del mismo. Es decir que no se consideraría que el río que pasa primero por Berastegi y más tarde, curso abajo, por Berrobi, fuera la misma entidad. Carecería por tanto de ser y de nombre al no ser más que agua que pasa. Lo que los topónimos estarían denominando en cada caso serían las características precisas del curso de agua en un punto concreto: rápida, lenta, remansada, con mayor o menor caudal, con más o menos rocas aparentes, con mayor o menor inclinación, etc. Latsa, ikutza, aratza, epela, y otros nombres ya desaparecidos o irreconocibles podrían ser denominaciones descriptivas de las características del río en un punto concreto.