Concept

Mitología

Hoy en día, ante un mundo cada vez más racionalista y laicista, la Ciencia como elemento de interpretación del mundo y las cosas que nos rodean se ha erigido en guía luminosa e incluso, en ocasiones, se convierte en verdadero dogma de fe.

Las religiones (tanto elementales como elaboradas) o el mundo de lo sacralizado, aunque parece que pierde terreno, su enraizamiento social y estructural o funcional es muy fuerte o terco. Pero como podemos comprobar, ante situaciones de zozobra o crisis, la gente vuelve a recurrir al mundo de lo esotérico o lo mágico como salida desesperada. Aunque, en muchas ocasiones, los modelos utilizados son verdaderas expresiones de sincretismo de las tres eternas visiones: magia, religión y ciencia.

Campos del conocimiento y la experimentación que desde antiguo, confluyendo o confrontando, han tratado de conseguir cuotas de poder o implantación y siempre, empeñados en tratar de perfilar unos límites que se nos antojan movedizos y escurridizos. Es decir, cuantas veces la magia a invadido con sus intuiciones los campos de lo religioso o lo científico; las religiones han adoptado rituales mágicos en sus celebraciones o han negado la lógica del conocimiento de la razón metódica; y la propia ciencia en cuantas ocasiones ha bebido de las experiencias de magos y alquimistas o cuando no, ha envuelto o ha envestido sus verdades de un carácter cuasireligioso.

Compartiendo con ellos el objetivo de la interpretación del mundo que nos rodea, sobre todo los sempiternos campos (complementarios y rivales) de la religión y la magia han elaborado una progresiva estructuración del mundo divino, así como una creciente y más o menos compleja organización de su mundo mitológico. En un principio, desconocido o poco elaborado como en los casos de las religiones elementales: animismo, naturalismo y totemismo. Y posteriormente, se van estratificando o sofisticando en las llamadas grandes religiones. 1

En general y curiosamente, en lo referente a la concepción del universo o su estructuración en diversos niveles decir que en el seno de muchas culturas, siguen esquemas cuasiuniversales que se conciben o concretan en un mundo celeste, otro terrenal y un tercero de carácter subterráneo. Sobre la base de dicha lógica, se han ido construyendo las propias religiones, sus tiempos míticos y mitologías y un abanico amplio de rituales, creencias y costumbres.

La mitología en cualquier cultura, como resulta lógico, no es el producto inmediato de la concepción espiritual de un conjunto humano o comunidad de fieles en torno a una cosmogonía religiosa. La cuál, se va creando, recreando, desapareciendo o sustituyendo para ir dando (según las creencias religiosas o filosóficas del momento) forma o imagen a fuerzas divinas, sobrenaturales y colectivas de cohesión.

Como denominador común, podemos señalar que las colectividades o las diferentes culturas suelen establecer un tiempo mítico u origen de los tiempos (donde todos los seres eran iguales) y sus personajes míticos, poseían una fuerza y un conocimiento muy desarrollado. Antes de su definitiva desaparición, son despojados de sus secretos más preciados por un antepasado o héroe civilizador que sustrae la cultura de los antiguos habitantes de un territorio. Dicho tiempo mítico es recordado o recreado de forma ritual, cíclica y periódicamente, para tenerlo siempre presente en el seno y conjunto de la comunidad.

Rito y mito son dos aspectos importantes dentro de la concepción religiosa o de creencias de un pueblo. El mito explica de forma alegórica el inicio del mundo o el recuerdo de un hecho concreto. Cuando en orden a esta explicación, se establece una serie de reglas que regularmente lo recrean, nos encontramos ante un ritual. Por ello, en nuestra cultura tradicional no es raro ver asociado a celebraciones festivas seres mitológicos o la constante búsqueda cíclica de que la vida colectiva siga su ritmo.

Si el rito se basa, fundamentalmente, en la fiesta, el mito se apoya en las fábulas, cuentos o leyendas para dar una versión popular del origen de un hecho concreto. Todas estas narraciones tradicionales, tratan de acercar e imbuir en un sentimiento mágico-religioso determinado, a todos los miembros de una comunidad. Este instrumento ha sido usado en muchos rituales iniciáticos, para crear temor o secretismo en el iniciado e incluso, para transmitirle una serie de conocimientos tabús para el resto de la colectividad.

De este modo, los pueblos de la cornisa o franja Cantábrica poseen una rica cultura mitológica, que contrasta de forma manifiesta con creencias y costumbres de otras latitudes. Así, por ejemplo, con las culturas del mediterráneo, el gran olimpo del mundo griego o el imaginario romano. Al norte y centro de Europa, podemos observar las curiosas sagas vikingas o germanas. El basto mundo mítico de los pueblos célticos, tan rico y variado. En todos ellos, se observa una concepción singular de origen racial o mítico, un encuadre en el entorno natural o social y una particular estructuración de la vida. Pero también, es de destacar que al contrario de lo que se venía especulando, las culturas y las propias mitologías, históricamente, se han ido nutriendo de los diversos contactos entre pueblos para establecer su propio mundo sacralizado o incluso, para adoptar númenes de otras latitudes (a modo de ejemplo, ahí están los personajes similares o comunes a diversas culturas: Polifemo u otros cíclopes). Es decir, en el mundo antiguo también se daban importantes intercambios culturales y por ello, frente a la concepción extendida, podemos afirmar que no nos encontramos ante colectividades estáticas o estancas.

Atendiendo a este contexto general, el pueblo vasco ha fundamentado sus pilares en el arraigo a la Tierra (Ama Lur) y, en ocasiones, con ciertas referencias a un dios desconocido (Jaungoikoa), que se asocia al Cielo y a una serie de númenes atmosféricos. En definitiva, un mundo en la bóveda celeste, otro en la superficie terrestre y una serie de marcos subterráneos.

La Tierra, en su entorno aéreo, tiene dos hijas: el Sol (Eguzkia), que es dueña de la vida en la superficie terrestre durante las horas diurnas, y la Luna (Ilargia), luz de la muerte, dueña y señora de los seres nocturnos o del mundo subterráneo. Ambos astros celestes desparecen diariamente en el horizonte para viajar por caminos o laberintos ocultos en las entrañas de la Tierra, curiosa persistencia de una concepción del planeta con forma plana y poseedora de un complejo sistema subterráneo. Además, en la mentalidad popular se ha mantenido el concepto clásico de los cuatro elementos básicos de la Naturaleza (aire, agua, fuego y tierra) y a su vez, fundamentos de la propia vida o existencia humana.

Como se indicaba, el día está destinado a los seres diurnos o habitantes de la corteza terrestre y su espacio o influjo, queda señalado por la siguiente sentencia: "Eguna egunezkoarentzat eta gaua gauezkoarentzat". Sus duales representantes coinciden con la separación clásica o científica entre el mundo vegetal, animal o de los humanos. División que fue creada en un tiempo previo o premitológico, donde todos los seres eran iguales e incluso, los animales y plantas poseían el don de la palabra.

Animales que se presentan con la sempiterna clasificación de positivos o beneficiosos (burros, abejas, gallos, ovejas, etc.) o de signo negativo o perjudiciales (sapos, culebras, cuervos, buitres, moscas, etc.) y por su puesto, no siempre éstos se ven ordenados por un consenso univoco y generalizado. No faltando su representación en elementos protectores (gallos en veletas o garras de tejón como amuleto). Y, paralelamente, una infinidad de vegetales se erigen en símbolos de preservación de los espacios humanizados (eguzki loreak o flor del cardo, ramos de fesno o leizarra, espino albar o elorrioak, laurel o ereñozar, etc.) y el uso de sus propiedades, para su uso curativo y medicinal.

Entre las personas o seres humanos, aparece un grupo de seres míticos o antiguos moradores de la Tierra (jentilak o mairuak), héroes poseedores de sus propias leyendas, entes de dualidad semihumana y el resto de los mortales, con la común dicotomía entre "nosotros" y "los otros".

En el seno de cualquier cultura, ha sido habitual el establecer un mundo prehistórico o mítico donde, como en nuestro caso, el territorio actual estaba habitado por unos seres de gran tamaño, de una fuerza descomunal y poseedores de unos conocimientos claves para la nueva colectividad. Dichos personajes eran conocidos como jentilak (curiosa coincidencia con la gentilidad o paganismo previo al cristianismo) o mairuak y con ellos coincidieron o coexistieron los humanos, para irlos delegando en su espacio o estableciendo el momento de su eminente final anunciado. El ocaso de los míticos personajes, al parecer, se produce en la sierra de Aralar y siguiendo los consejos de un anciano jentila, ante una nube luminosa, se autosepultaron bajo el montículo de piedras conocido como el dolmen de Jentilarria. Presentes están las referencias al típico carbonero de nombre Olentzero y último jentila, que invariablemente por Navidad recuerda el anunciado nacimiento de Jesucristo o Kixmi y la desaparición de su propia especie.

Bajo la denominación de mairuak, se les otorga una vida subterránea o aislada en puntos concretos de la geografía de Euskal Herria (El Moro, Maruelexa, etc.) y donde, suelen aparecer túmulos que son asociados a la existencia o enterramiento de magníficos tesoros (guardados en grandes pellejos de cuero o en calderos metálicos). Se les ha asociado, tradicionalmente en Europa, a la constante amenaza del mundo musulmán y se les concibe a modo de moros o árabes (muchas veces son representados popularmente y se suelen representar en la imagineria religiosa).

Por otro lado, una serie de héroes civilizadores son los protagonistas del logro o el robo de elementos o secretos (elaboración del fuego, la soldadura del hierro, la siembra y molienda del trigo, la sierra, la generalización de la agricultura y la ganadería, etc.) dominados por los antiguos habitantes. Entre nosotros, destaca la figura de San Martín, Martintxiki o Martiniko. Personaje que ha posibilitado la paulatina adquisición o el relevó del bagaje cultural de los primeros pobladores, ante su proceso de adaptación al nuevo medio o espacio.

A estas figuras primogénitas se unen los héroes clásicos o históricos con su bagaje de gestas, acontecimientos extraordinarios y leyendas. Unos se presentan como históricos (Roldán o Errolan, El rey Salomón o Errege Xalomón, Mateo-txistu o el eterno cazador, Argizagiteko gizona o el hombre de la luna, etc.) y sus aventuras más o menos magnificadas. Otros, son personajes simbólicos o claves de la cristianización (los arcángeles San Miguel y San Gabriel, San Martín, San Elías, etc.) que se erigen en nuevos referentes para la colectividad mestizada.

Tampoco falta la ambigüedad o la dualidad de los seres semihumanos, que comparten una doble existencia (bondad o maldad) y se presentan con figura humana en alternancia de otras formas concretas o bien etéreas (hombres lobos o gizotsoa, adivinos o aztiak dominadores del destino, brujos o intxisuak y brujas o sorginak).

Por su parte, en la mentalidad popular la dicotomía entre los miembros pertenecientes a la misma colectividad y el sentimiento de pertenencia e identidad, son claves para demarcar límites y establecer diferencias. Aspecto que todavía se mantiene de forma manifiesta y latente, incluso en las sociedades modernas actuales. Diferencia simple y clara, entre "nosotros" y los demás, que en el caso de nuestra cultura se manifiesta en la distinción lingüística de euskaldunak y los de fuera (kanpotarrak) o extranjeros (arrotzak edo atzerritarrak). Éstos últimos son diferenciados de las razas o colectivos marcados por cierta forma de vivir o pensar y donde, podemos encontrar a los gitanos (ijitoak edo buhamiak), comunidades como los agotes (agoteak), mestizaje entre gitanos y agotes conocidos como kaskarotak, judíos (juduak), paganos y ciertos brotes de herejes.

Además, en la mayoría de las sociedades o colectividades humanas, el proceso de socialización de los jóvenes culminaba con los rituales de iniciación (jalonados de pruebas de autocontrol, resistencia física y mental, operaciones físicas, códigos de conducta y revelación de oscuros conocimientos) y su renacimiento social como adultos. Después de lo cuál solían asumir, sobre todo en los rituales cíclicos, la apariencia de figuras festivas que se asociaban, de forma más o menos nítida, al imaginario mitológico de la colectividad. Hoy en día, se puede apreciar la presencia de dichas figuras mítico-festivas de carácter tradicional y simbólica como son los casos de Ujanko (propio del Año Viejo o Urte Zahar), Olentzeroa (sinónimo de la Navidad o Gabonak), una gran amalgama de personajes carnavalescos (Zanpantzar, Miel Otxin, Basajauna eta Basandereak, etc.), representaciones vivientes de figuraciones vegetales (marzas, pascuas o mayas) y un sinfín de figuras ejemplarizantes propias del mundo cristiano (tarascas, mingorriak, la muerte, etc.).

Los seres de la noche, personificada ésta en Gauekoa (genio principal de la noche) y como no, relacionado con la propia luna (ilargia) o con un genio o duende luminoso nocturno (conocido como gauargia edo argiduna). La presencia de Gauekoa se hace patente en la oscuridad de la noche (materializado en diablo, ráfaga de viento o mostruo) y su actividad regulaba y limitaba la posibilidad de salidas humanas en dicho periodo, a través de severos castigos (marcas de advertencia o incluso, la desaparición del infractor).

Por todo ello, no es raro que el espíritu de la noche se encuentre asociado a la muerte o a las mismas apariciones de los difuntos y a una serie de espíritus nocturnos, conocidos genéricamente por Ireluak o espíritus nocturnos. Éstos últimos, a su vez se presentan a modo de divinidades domésticas (Inguma, galtzagorriak, etc.), genios cavernícolas (Satán, dragones o herensugeak, brujas o sorginak, etc.) y silvestres (gizotsoak, maruak, ireltsuak, Basajauna, Tartalo, etc.).

Así mismo, indicar que "cada comunidad tiene sus propios secretos, celosamente guardados, para que no los conocieran las mujeres, los niños y los extraños" 2. Colectivos de niños, mujeres y personas o grupos obligados a vivir aislados ante las fuerzas de la Naturaleza (pastores, pescadores, carboneros, cazadores, etc.) han sido los colectivos más propensos al ataque de seres y fuerzas sobrenaturales. Que, en muchas ocasiones, se concretizan a través de enfermedades (físicas o psíquicas), accidentes y muertes; mediante raptos, desapariciones o encantamientos; e incluso, en agresiones de toda índole o agobios en forma de trastornos del sueño.

Como hemos indicado, la noche y la luz de los muertos, la luna (ilargia) son los protectores de los mundos oscuros, subterráneos y del "más allá". Es decir, su vinculación con la figura clásica de la muerte (heriotza, erioa edo balbea) y las ambivalentes apariciones de los difuntos o antepasados (hildakoen agerkundak). Estas apariciones de finados se presentan a los vivos en forma de alma luminosa (argia), sombra sin dueño (gerixetia) o el propio espectro del difunto (arima edo izugarria ). Generalmente, vagan por caminos y se muestran con esperanza de cumplir promesas hechas en vida o solicitando el final de su tortuoso peregrinaje nocturno, gracias a la intersección de los vivos con sus oraciones o misas. No faltando, los que vienen a castigar las acciones de los humanos o bien, ayudar en los desos de los vivos.

Una serie de espíritus nocturnos conocidos en nuestro ámbito como Ireluak y que podemos situarlos en espacios diferentes, a modo de divinidades domésticas, subterráneas y acuáticas. En el entorno doméstico se tenía la creencia de que la gente se podía beneficiar de unos seres minúsculos, que bajo su apariencia de insectos o humanos, se podían obtener o comprar dentro de unos alfileteros y dichos seres, poseían un dinamismo extraordinario para trabajar o cumplir las ordenes recibidas. A dichos genios familiares se les conoce con nombres tan diversos como famileriak, galtzagorriak, prakagorriak, mamarroak, etc. También con carácter bondadoso o no peligroso, se cuelan en los hogares otros seres nocturnos como Maidea edo Saindi-Maindia o incluso, lamiak para comerse las sobras de las cenas. Curiosamente, a ambos genios se les atribuía ciertas construcciones de carácter precristiano y los dos, corresponden a sus benefactores con prendas de oro.

Sin abandonar el espacio doméstico, nos encontramos con una serie de genios o maleficios nocturnos que pueden trastornar el sueño, limitarlo o producir enfermedades y hasta la muerte. Así al agobio que podemos sentir durante la vigilia nocturna se le conoce como aideko o bildur-aizea y al genio que lo produce se le dice Inguma; y Gaizkinak son los seres malignos que de noche, manipulan la lana de las almohadas para producir las enfermedades o la muerte.

Amplio y muy variado se nos manifiesta el ámbito de las divinidades subterráneas, donde se encuentra el genio principal de la mitología vasca (Mari o la diosa representativa de la madre Tierra) y su estrecha relación con el amplio espectro de la vida aérea, subterránea y silvestre. Mari vive en las entrañas de la Tierra, cuevas y simas repletas de impresionantes riquezas y en ocasiones, se desplaza de una morada a otra en forma de fuego o volando en escoba, carnero o en carro tirado por caballos. Es un ser ambivalente, es decir, tanto ayuda desinteresadamente como castiga la mentira, el robo, la altanería, la falta de palabra o respeto y no auxiliar al prójimo. Desde antiguo ha sido investida de un conjunto de atributos (oráculo de Mari y controla las fuerzas atmosféricas), se alimenta de la negación humana, posee una serie de mandamientos y por ello, ha sido desde antiguo objeto de culto naturista.

Forma matrimonio (Mari también aparece casada con mortales) con Maju, Sugaar o Sugoi que se erige en amo de las lamias y de esa unión, surge un hijo maligno y diabólico llamado Mikelats y otro, Atarrabi o Axular (sacerdote sin sombra), de carácter afable que lucha contra la maldad de su hermano.

Otro genio maléfico subterráneo clásico es el dragón o gran serpiente (a veces con siete cabezas) conocida por herensugea o iraunsuge. En las regiones donde vive se alimenta de victimas jóvenes o ganado y su desaparición o muerte se debe a un herrero, ángeles o el mismísimo arcángel San Miguel.

Entre los genios subterráneos, existen las diversas transformaciones de la propia Mari o una serie de subalternos de dicho genio femenino. Apareciendo, cerca de cuevas y simas, en infinidad de forma de animales: toro rojo o zezengorria, ternera roja o txahalgorria, vaca roja o behigorria, caballo o zaldia, buitre o putrea, carnero o aharia, oveja o ardia, macho cabrio o akerra, cabra o ahuntza, cerdo o urdea, perro o txakurra, etc. Su volátil presencia trata de atraer al mundo subterráneo a los casuales transeúntes en el entorno de las citadas cavidades.

También son genios nocturnos un perro (Mirokutana) que asusta a los viandantes, un hombre cavernícola (marua) con cuernos y que secuestra pastores o roba ganado, el genio maléfico del bosque u hombre lobo (gizotsoa) o menos maléficos, como los animales denominados ireltsuak (asno, carnero negro, puerco o pájaro que escupe fuego).

Conocido en diversas culturas, el cíclope griego de un solo ojo y de fuerte cariz antropófago que en la mitología clásica, recibe el nombre de Polifemo y en nuestra cultura, es conocido por Tartalo, Torto o Alarabi. Gigante peludo y señor selvático es la característica física que define a Basajauna o Anxoa, figura protectora del bosque, sus habitantes y las actividades cotidianas (pastoreo y sus derivados) desarrolladas en él. En ocasiones, se encuentra acompañado de su mujer o Basanderea.

El maligno, diablo o el mismísimo Satanás preside la celebración y adoración a través del sabbat o akelarre. Él, también ha sido considerado un ser subterráneo y es más, se le atribuye la custodia de las puertas del Infierno y el acceso al mismo. En nuestra cultura ha recibido curiosas denominaciones como deabrua, etsaia, beste mutila e incluso, en ocasiones (sobre todo en colectivos aislados en sus faenas de pescadores o pastores), no se le nombraba ya que su nombre era tabú. De él se dice que se sirve de una infinita cohorte de diablos secundarios (mikolak) y según la mentalidad popular, se le destino la educación de los hijos de Mari (Mikelats sigue bajo su pupilaje y Atarrabi o Axular, huyó perdiendo su sombra).

Los procesos de brujería en Euskal Herria han sido ampliamente conocidos, ya que durante los siglos XVI y XVII su persecución fue brutal y muchas las personas que fueron pasto de las hogueras inquisicionales o sujetos de sádicas torturas. Los seguidores del maligno organizaban sus cultos satánicos y se agrupaban en torno a las cuevas y campas, donde iban o venían volando y luego, supuestamente, bajo la atenta mirada de su señor organizaban una especie de "misa negra". A dichos personajes, curiosamente en su mayoría mujeres, se les conoce con el nombre de brujas o sorginak y a los hombres, se les conoce como brujos o intxisuak y se les atribuía, toda una serie de calamidades o fenómenos atmosféricos adversos contra las colectividades y sus intereses, los maleficios (biraoak) o aojamientos (begizkoak), producir la enfermedad o muerte de las personas, el rapto o desaparición de infantes y prácticas malignas diversas. 3

La tercera rama de los espíritus nocturnos, lo constituyen las divinidades acuáticas que se sitúan en lagos, ríos y mares. Interesantes y ambivalentes personajes femeninos como lamiak o laminak, apostadas siempre cerca del agua, peinándose con peine de oro y caracterizadas por sus pies de animal (ave o cabra) o su afición a construir puentes. A lo largo y ancho de nuestra geografía, muchos nombres toponímicos llevan su nombre. Un carácter más maléfico se les atribuye a las brujas o sorginak e itsas lamiak (sirenas), ya que producen las tempestades y catástrofes marinas.

Por otro lado, los genios o númenes atmosféricos están presididos por Odei, trueno o tormenta, que tiene un hijo malvado (Aidegaixto), el cual controla el viento, los rayos o relámpagos, la niebla, etc., y otro bondadoso conocido por Ortzi, garante del firmamento, arco iris, estrellas, etc. y las catástrofes naturales (fuegos, riadas, tempestades, etc.).

Odei se nos presenta como el genio principal del control general de los fenómenos atmosféricos y posee una serie de atribuciones muy similares a dioses celestes (Zeus, en la Grecia clásica; Júpiter en Roma o Thor, en la mitología vikinga o nórdica). Tuvo dos hijos gemelos, que como se ha indicado son de carácter contrapuesto.

El perfil malévolo de Aidegaxto (se presenta en forma de aire maligno o rayo), se asocia a la diosa Mari o a la presencia de los difuntos (a modo de neblina intensa o genio tormentoso) y como su padre, controla el relámpago o oneztarria. Por el contrario, Ortzi se materializa en el firmamento o en el cielo celeste, en forma bondadosa y se ve asociado a las hijas de Mari (Eguzkia e Ilargia) o a las propias estrellas (izarrak). A su voluntad se pliega el arco iris (ortzadar) y la constelación de la Osa Mayor (Zazpi izarrak edo Ahuntza).

Bajo la tutela de éstos y en el mismo ámbito, surgen una serie de genios menores o seres negativos. De esta manera, a lo natural y tangible (berezko) se nos opone un ser aéreo o sobrenatural llamado Aidea o Aidekoa que posee una estrecha relación con genios maléficos de carácter doméstico como Inguma o Gaizkinea y con los vientos procedentes de los cuatro puntos cardinales. Eluaso aparece a modo de ventisca o torbellino de viento y nieve. La neblina o bruma simboliza a Lausoa y en modo de ráfaga de viento o torbellino se manifiesta Aizebiur. También debemos recordar que cuando en la tormenta suena el viento, se oye una especie de silbidos o aullidos de perros que son originados por el propio Mateo txistu y su jauría de perros, en su alocada cacería sin final.

No menos virulentos son el genio de la tempestad o Eate, el cuál también es capaz de producir fuegos devastadores, enormes riadas o inundaciones y vientos huracanados que destruyen todo a su paso. Y finalmente, cerrando el elenco de númenes atmosféricos, Traganarru es el causante de las trombas o tempestades marinas.

El esquema que hemos desarrollado, ha pretendido simplificar el complicado y complejo mundo de la estructuración de la mente popular vasca en lo referente a su cosmogonía mitológica. No llegando al rango de una religión y sobreviviendo a través de los siglos, basándose en estratificaciones diversas e indicios que perviven de modo aleatorio; la mitología vasca se asemeja a otras más elaboradas pero manteniendo una infinidad de aspectos singulares y la esencia básica de unas creencias de carácter precristiano. Buena parte de la información recogida y salvada del olvido, se la debemos a la ímproba labor realizada por José Miguel de Barandiarán. 4

En lo esencial, curiosamente, contrapone el mundo celestial (refugio de los dioses en otros olimpos mitológicos), a la supremacía de un mundo femenino, oscuro y subterráneo. Donde la Naturaleza lo rodea todo y la contraposición entre seres de carácter positivo y negativo, dinamiza la relación del amplio espectro de genios o númenes existentes en nuestra cultura. También, mediante un conjunto de cuentos y leyendas se señalan o prescriben los conceptos morales y filosóficos que van a regir a la colectividad. Y por supuesto, este elenco de simbolismos presenta un lazo singular y plasmado en las estructuras y ámbitos diversos de la sociedad humana que lo ha creado.

1Ver Émile Durkheim. Las formas elementales de la vida religiosa.

2Charlotte Sophia Burne. "Manual de folclore". Ed.: M.E. Editores, S.L. Madrid, 1997. p.: 183.

3Ver Julio Caro Baroja. Las brujas y su mundo.

4BARANDIARÁN, José Miguel de. "Obras Completas". Ed.: La Gran Enciclopedia Vasca. Bilbao, 1973.