Juventud euskerista. En 1880 publica su primer artículo La unión hace la fuerza en «El Noticiero» de Trueba. Marcha a Madrid a estudiar Filosofía y Letras; el ambiente universitario le causa la misma mala impresión que a Pío Baroja, contemporáneo suyo. Pero las lecturas del Ateneo madrileño --Kant, Hegel, Spencer, Taine, Carlyle-- le compensan con creces. Deja de ser un católico practicante hacia 1882 para abrazar la fe positivista. Termina la licenciatura en 1883 y al año siguiente se doctora con una tesis titulada Crítica del problema sobre el origen y prehistoria de la raza vasca, «fruto de largas tareas», en la que ya se sitúa en guardia ante «El exagerado espíritu de localidad que vicia nuestras investigaciones» y manifiesta ya su crítica a la literatura fuerista y su desconfianza en la capacidad del euskera para la vida moderna. Comienza su colaboración con la sociedad «El Sitio», de la que es socio y contertulio, con tres conferencias en 1886. Admira a Pi y Margall. Inicia sus meditaciones existencialistas. Con 23 años concurre (1887), junto con Resurrección M.a de Azkue y Sabino Arana, a las oposiciones para la recién fundada cátedra de lengua vasca convocada por la Diputación de Vizcaya, y no obtiene la plaza (que gana Azkue). Son años de gran interés unamuniano por la lengua privativa a lo que contribuye, sin duda, su noviazgo con la guerniquesa Concha Lizárraga. Su Agur, arbola bedeinkatube!, aparecido en la revista «Euskal-Erria» (1888), pone de manifiesto su amor por una lengua que «anuda a los nietos con los abuelos» y que constituye, según él, «el recipiente de la sabiduría de los padres». No fue ésta, según él mismo escribe, su única pieza en la lengua adquirida. Pero, euskera aparte, su fe euskalerriaca se ha disipado; más aún, se ríe ya abiertamente de ella en escritos como La sangre de Aitor publicado en 1891.