Unassigned

MUJER (SOCIOLOGÍA: SITUACIÓN DE LA MUJER EN EUSKADI)

Imagen y realidad actual. Cada vez resulta más complejo y difícil hablar de la mujer vasca hoy, debido a la existencia de una diversificación de valores, comportamientos, intereses y grados de participación en áreas de trabajo y decisión en los que está inserta. A su vez, la realización de nuevos estudios que identifican áreas nuevas en la vida de la mujer: la mujer creadora en el bertsolarismo (Larrañaga 1988); en las artes plásticas (Méndez 1987). O aquellos que diferencian áreas que antes quedaban ocultas: mujeres maltratadas (VV. AA. IPES [1985]): prostitución (Vázquez Antón y Andrieu Sanz 1984-85) o desdibujadas en categorías más amplias y en visiones simplificadoras, arrojan nueva luz que ha de ir enriqueciendo el conocimiento de esta realidad amplia y compleja.

Ha quedado iniciado el debate acerca del peso de los factores relacionados con la ideología nacionalista y el mantenimiento de un orden social anclado en la tradición así como en la adhesión a roles ligados y fijos en el área doméstica (Del Valle et. al. 1985). Se ha cuestionado si el objeto de estudio debe ser la mujer vasca o la mujer en Euskalherria (Del Valle 1987). En todo ello ha quedado claro que la búsqueda del concepto unitario de la mujer no tiene apoyatura, ni desde la vivencia actual, ni desde la investigación. Sin embargo, pueden establecerse algunas generalizaciones que abarcan el comportamiento, valores, poder-peso de la ideología nacionalista, actitud frente al cambio siempre que se haga referencia a la variabilidad que existe y que corresponde a ámbitos (rural, costa, urbano); edad, inserción o no en el mundo laboral; con hijos o no; áreas, grupos y colectivos menos estudiados.

Dentro de lo urbano, los estudios realizados hasta el momento ponen de relieve la gran variabilidad. La mujer centra fundamentalmente sus actividades en la esfera doméstica y es a partir de esta esfera donde establece sus fines y relaciones. Tales actividades se caracterizan por llevarse a cabo dentro del marco de las relaciones de consanguinidad y de parentesco y conllevan una serie de obligaciones y de responsabilidades insoslayables, ligadas a la necesidad. Dentro del marco doméstico, su papel de mediadora sintetiza todos los roles que asume: hermana, hija, esposa, madre. Por el contrario, las actividades que más se valoran, que llevan adscrito más prestigio y conllevan más poder, se desarrollan en la esfera política y en ellas participan mayoritariamente los hombres. Es aquí donde se ritualiza la fuerza mediante el prestigio que se otorga a los deportes rurales, y donde actividades asociadas con la mujer en la esfera privada como la elaboración de la comida y la enseñanza de la lengua, se prestigian como actividades masculinas, a través de su institucionalización: la nueva cocina vasca y los académicos de Euskaltzaindia. La capacidad decisoria de la mujer en el ámbito privado aparece marcada por la mediatez, y revierte al final en una situación de influencia directa más que en poder real. Se aprecia una correlación positiva entre el grado de poder decisorio y el de la incorporación de la mujer a la actividad laboral, matizado a su vez por el estado civil. Así la mujer casada que percibe un salario ve aumentada su capacidad decisoria en el ámbito de lo doméstico. Para la mujer soltera el salario le proporciona una mayor autonomía y movilidad en la esfera pública, adonde se dirige la mayor parte de sus decisiones y actividades.

En el estudio comparativo del ejercicio del poder en los tres ámbitos: rural, costero y urbano, se observa lo siguiente. La mujer baserritarra ejerce un mayor poder decisorio que la mujer de los otros dos ámbitos que no participan en la producción, si bien este poder ha ido disminuyendo progresivamente en las últimas generaciones. La mujer de la costa que participa activamente en la producción económica a través de la compra y venta del pescado, cosido de las redes, tiene una mayor capacidad decisoria que la baserritarra, manejando además una mayor cantidad de dinero. Por otro lado, los lugares donde lleva a cabo sus tareas -el muelle, la lonja, la calle, el mercado- le confieren una mayor proyección pública que le posibilita entrar más fácilmente en interrelación social. La mayor atomización de la familia y el mayor aislamiento de la mujer en el ámbito urbano, hace que la mujer de este ámbito, ajena a la actividad laboral, tenga el índice más bajo de poder decisorio. Sin embargo, es en el urbano donde las mujeres tienen un mayor acceso a actividades socioculturales y de ocio que precisan de decisiones autónomas.

En los tres ámbitos se diferencian claramente los atributos que definen a la mujer y al hombre. Los de la mujer-buena madre, limpia y trabajadora- se relacionan con actividades y responsabilidades de la esfera doméstica. El de trabajadora/trabajador se aplica indistintamente a ambos sexos, pero en la mujer se refiere a su actividad doméstica. En los ámbitos pesquero y urbano, se apuntan para la mujer los atributos de sociable e inteligente, en consonancia con las exigencias sociales planteadas en estos ámbitos. De la valoración de los atributos se desprende que el matrimonio y la maternidad sintetizan prioritariamente la mayor parte de los elementos que le confieren prestigio. A través del matrimonio la mujer vasca adquiere su mayoría de edad social ya que tiene acceso a niveles de autonomía y poder decisorio de los que carece dentro de la familia de orientación por estar subordinada a la autoridad de los padres. Así el marido y los hijos son sus principales fuentes de prestigio. De esta manera una mujer que continúa soltera después de los 30 años desciende de estatus salvo que ocupe una situación social altamente valorada en la comunidad. En este caso lo que se prestigiará será la propia excepcionalidad de la situación.

Dentro de determinados sectores de la sociedad vasca se dan elementos asociados con la etnicidad, como la lengua, tradiciones culturales o niveles de participación política, que inciden positivamente en el estatus de la mujer, por ser fuente de prestigio social, así como el posicionamiento de la mujer a favor del uso y transmisión del euskara, tanto a nivel familiar como social, junto al posicionamiento a favor de lo que en general se define como "vasco". El nacionalismo histórico ha proyectado una imagen de mujer enmarcada en un contexto religioso y tomando como modelo a la mujer rural idealizada. Los atributos que definen a esta mujer se han ido manteniendo a lo largo del tiempo, expresándose en el nacionalismo radical, en la imagen de una mujer vasca secularizada que va adaptándose a las exigencias propias de este movimiento. Esta imagen actúa en un sentido estabilizador de la estructura familiar y de los roles tradicionales que la mujer ha asumido desde ella misma, aunque no se puede afirmar que éste sea su único objetivo. Mucho de esto se expresa en el papel que asume la mujer en los rituales funerarios del nacionalismo radical (Aretxaga 1988). La complejidad de factores que confluye en el movimiento nacionalista, hace que este papel estabilizador de la mujer dentro de la familia actúe a otros niveles de la realidad vasca.

La mujer vasca tiene en general un concepto positivo del cambio en relación principalmente a su incorporación al trabajo asalariado, a la educación superior, al ejercicio de una mayor libertad sexual, al acceso al divorcio, al aborto, a los anticonceptivos, y una mayor aceptación de la madre soltera. Esta valoración positiva del cambio se da aun cuando la mayor parte de estas mujeres no hayan participado directamente en este proceso de incorporación de la mujer a todos los niveles del ámbito público. Y aun cuando se vean más como objeto que como agentes de cambio. La mujer afirma que hay decisiones que afectan a su vida y que se hacen desde la esfera pública donde se ejerce el poder político que se identifica principalmente con los hombres, y del que ella afirma constantemente que le es ajeno y está excluida (Del Valle et. al. 1985). En la medición del cambio se constata mayor adherencia a los valores tradicionales en las mujeres mayores de cuarenta años, y más en el ámbito rural. Por otro lado, la aceptación de valores nuevos que se da en las mujeres por debajo de los 30 años, se corresponde con las generaciones que en mayor medida están insertas en la actividad laboral. Pero en general, se aprecia que los cambios más significativos en el comportamiento de la mujer se refieren fundamentalmente al mundo del trabajo independientemente de la edad. Su inserción en este campo, aun con todas sus contradicciones (doble jornada, desigualdad salarial), el hecho de tener un marco de relaciones más amplio, una participación en el ámbito público y un salario propio, le permite a la mujer establecer un campo de actividades y de decisiones autónomas. Asimismo, el acceso progresivo a la educación y una menor dependencia de la normativa religiosa ha afectado los roles tradicionales de las mujeres y en consecuencia el proceso reproductivo de forma que, en la actualidad, los niveles de fertilidad son similarmente más bajos que los otros países del oeste de Europa (Arregui 1987). En el rural, la mayor adherencia a los valores tradicionales y control social, tienden a inducir contradicciones generacionales más profundas ante la aceptación de valores nuevos. En el pesquero se da una expresión de valores y unas pautas de conducta más amplias y por tanto una mayor familiaridad con las mismas para todas las generaciones, por las que las contradicciones ante el cambio tenderán relativamente a minimizarse (Del Valle et. al. 1985).

Aún dentro del ámbito urbano, la consideración de variables económicas (clase obrera, profesionales liberales, burguesía), pertenencia a colectivos marginales o alternativos (prostitutas, punkies), hacen que a la hora de considerar las características de las mujeres y los marcos de referencias, de valores desde los que actúan y desde los que definen y expresan sus identidades, presenten un espectro amplio y variado (Vázquez Antón y Andrieu Sanz 1984-85; Vázquez y Andrieu 1988) que no puede obviarse. Lo mismo sucede cuando se examinan las distintas agrupaciones que han ido surgiendo dentro del movimiento feminista (asambleas, colectivos de lesbianas, forums, grupos de mujeres independientes) y que expresan una visión crítica de los roles tradicionales y de las formas como vivir la sexualidad, las relaciones, la maternidad y la incorporación en la vida pública (Pérez Pérez 1987). Hay nuevas agrupaciones que surgen como respuestas a problemáticas concretas: grupos de mujeres separadas; casas-refugio para mujeres maltratadas. Otras responden a necesidades e intereses actuales: seminarios de investigación, centros de documentación orientados al desarrollo del conocimiento de la situación de la mujer. Todas ellas expresan cambios reales y protagonizados desde las propias mujeres.

Teresa del VALLE