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MUJER (HISTORIA: ANTIGÜEDAD)

La «ginecocracia» de Estrabón. Basándose en los textos de la Geographika de Estrabón, geógrafo griego que vivió del 65 al 20 a.C., diversos autores han creído poder estatuir la existencia de un «matriarcado» en régimen matrilineal entre los vascos. Examinando, sin embargo, los textos de este autor que describe las costumbres de los cántabros y pueblos colindantes, vemos que en ningún lugar se habla de un régimen de gobierno caracterizado por el ejercicio del poder político por las mujeres vascas aunque tal vez la comunidad vasca se rigiera por pautas de filiación y ligazón social matrilineales. Ello podría inferirse del texto III, 3, 7 en el que se alude a la monogamia y sobre todo del III, 4, 18: «De la locura de los Cántabros se cuenta también que algunos prisioneros entonaron su canto de victorias cuando estaban clavados en la cruz. Estos rasgos de sus costumbres son muestras de salvajismo. Otros rasgos tampoco son señal de civilización pero no son tan bestiales, por ejemplo, la costumbre de que entre los Cántabros los hombres dan la dote a las mujeres y que las hijas reciben la herencia y que ellas casan a sus hermanos, lo que parece ser una especie de ginecocracia. Esto no es muy civilizado. También es costumbre ibérica el usar un veneno que trae una muerte sin dolor, que ellos hacen de una planta parecida al apio, para tenerlo a su disposición en casos imprevistos, y el consagrarse a sus jefes y morir por ellos». El texto III, 4, 17 nos proporciona no sólo los primeros datos sobre una posible ginecocracia en el Norte de la península sino que hace alusión, además, a una costumbre ritual propia de los hombres que entra de lleno en lo que sería otra cara de esta ginecocracia, el ritual supremo de lo que B. Bettelheim denomina «síndrome del macho envidioso» la covada. Las mujeres hacen la labor del campo y cuando dan a luz un niño cuidan al marido poniéndolo en la cama en lugar de sí mismas. Cuando el parto les sucede durante la labor, ellas mismas muchas veces lavan y fajan al recién nacido, reclinándose sobre un riachuelo. Este texto podría compararse al de Diodoro de Sicilia cuando refiriéndose a los corsos escribió que «la costumbre más sorprendente en ellos es la que observan en el momento del nacimiento de los hijos. Efectivamente, cuando una mujer da a luz, nadie se ocupa de ella. En cambio, el hombre se mete en cama durante unos días, como si sufriera todo su cuerpo». This (Seuil, 1980) recoge datos similares: «En el siglo XIII, Marco Polo describe hechos análogos en una provincia de China. Otros han estudiado la covada en el sur de la India. Malasia o América. En todas partes, cuando nace el niño, el padre se echa y se ocupa del recién nacido». En el terreno de la etnosiquiatría, Delaisi de Parseval (Seuil, 1981) insiste sobre la extensión geográfica de esta «envidia»: desde el Mediterráneo al Báltico, del N. del Japón al continente americano, añadiendo que, el rito europeo (dentro del cual el vasco), sólo parece ocuparse de la covada seudomaterna, peri y posnatal (covada iniciática en la que el hombre hace las tareas de la mujer que da a luz), a diferencia de otras prácticas, en especial sudamericanas, en las que pueden distinguirse la fase de los tabúes prenatales»; en todos los casos, el padre debe representar una o varias etapas de la maternidad. «Semejante remedo (que) en lo superficial sirve solamente para destacar hasta qué punto son envidiados los poderes reales y esenciales» (Bethelheim, 1974, 144), fue recogido y popularizado en el s. XIX por autores como Francisque Michel o Bernardo de Zamácola y ha sustentado polémicas más o menos bien encaminadas.