El uso de los artículos decorativos de las personas se remonta a los primeros tiempos de la Humanidad. Inicialmente se elaboraban sin labrarlos con los productos minerales o animales que más les llamaban su atención por su forma o color, como plumas, dientes y conchas, entre otros.. Con el transcurso del tiempo los pueblos más avanzados comenzaron a fabricarlos con piedras y metales preciosos.
Las joyas fueron adaptándose a las distintas partes del cuerpo dando lugar a brazaletes, anillos, gargantillas, pendientes, cadenas, cinturones, broches, agujas, colgantes, imperdibles, cierres y diademas. Su utilización fue importante en los pueblos cultos de Oriente, recibiendo un gran impulso su expansión al descubrirse la forma de obtener y fundir el oro.
Las joyas han ido evolucionando y adecuándose a las modas y a la cultura de cada pueblo. Tanto hombres como mujeres las han utilizado para realzar su figura, así como elemento representativo de su riqueza, poder y posición social.
En la Edad Media, en Europa, la joyería adquirió notable relevancia. A finales del siglo XVI se inició el tallado de las piedras preciosas, y en España los metales nobles traídos de América dieron gran impulso a las artes suntuarias.
La construcción de una joya exige hoy la colaboración de gran número de artistas, dibujantes o diseñadores, fundidores, grabadores, cinceladores, esmaltadores, engastadores y joyeros propiamente dichos.
El joyero es el profesional que hace o vende joyas, aunque en este trabajo nos referiremos únicamente a la primera de estas actividades, y más concretamente al especialista que elabora de forma manual joyas en forma de piezas únicas o poco repetitivas, en unos casos sobre pedido y en otros para su posterior venta directa, utilizando herramientas e instrumentos sencillos, con gran aportación personal y efectuando en muchos casos el diseño de la pieza, por lo que puede ser considerado un artesano, y en muchos casos un artista.
Es el principal artífice de la joya y quien coordina el trabajo del resto de los artesanos dominando en muchos casos, además de su profesión, una o más de las restantes especialidades.
Para su tarea le es suficiente un espacio reducido en el que ubicar su banco de trabajo así como pequeñas y sencillas máquinas, todo lo cual puede emplazarse en una habitación, en algunos casos en su propio domicilio, o en un pequeño taller. Frecuentemente una placa en el portal es el único indicador de su actividad.