Massifs

IRATI

La Real Fábrica de Armas asolada por las guerras. Ya en tiempo de Teobaldo I de Navarra -siglo XIII-, aezcoanos y salacencos se hacían la guerra por el uso de los montes de Irati. Pero las acciones guerreras, a escala estatal, no llegarían a Irati sino al establecerse la Real Fábrica de Orbaiceta. En 1794 fue incendiada por los franceses. Se empezó a reedificar entre 1800 y 1801 , terminándose en 1805. Al iniciarse la guerra de la Independencia fue ocupada por los franceses, mejorada en sus instalaciones y puesta en marcha. Cuando las tropas napoleónicas se retiraron de España quedó en buen estado, pero abandonada hasta 1928. En la guerra realista -1821-1823-, se pasaron armas por la selva de Irati. El responsable de pasarlas de Francia era el párroco de Uztárroz (Roncal) don Andrés Martín. Francia cerró la frontera, con pena de muerte para los que se relacionaran con España. En un segundo intento se pasaron más armas. Y se reconstruyó un viejo fortín cerca del que sería después embalse de Irabia. El cura de Ochagavía, don Pedro Agustín Ilincheta, envió refuerzos al coronel Alvarez de Toledo que mandaba la fortificación. El mencionado párroco de Uztárroz llevó personalmente 41 voluntarios y un cañón que tenían en el pueblo desde la guerra de la Independencia. Allí se formó una compañía llamada de «Guardias Reales». Junto al fuerte se instaló una pequeña fábrica de municiones dirigida por el párroco de Burguete don Ignacio Azcona. El fuerte fue rodeado de empalizada y foso, dotándolo de cuatro cañones. Se enviaron 500 uniformes al valle de Roncal para vestir a la división realista refugiada allí. Los constitucionalistas utilizaban la fábrica de Orbaiceta. El cronista de guerra de los realistas era el párroco de Uztárroz (Roncal) don Andrés Martín. Escribió la principal crónica de esta guerra, «Historia de la División Real de Navarra», Pamplona, 1825. De 1833 a 1839 estuvo ocupada por los carlistas. Rehabilitada de nuevo en 1844 se pusieron en funcionamiento cuatro hornos, «dos de España y dos de Indias enteramente separados unos de otros en caudales, en productos y en empleados». Los dos primeros, destinados a fraguas de afino con sus correspondientes martillos. Los segundos, hornos de Indias, «estuvieron dando productos regulados en unos 1.200 a 1.300 quintales de hierro mensuales que se aplicaban a toda clase de municiones y ruedas para el cureñaje de plaza». A mediados del siglo XIX se empleaban en la Real Fábrica: un coronel o teniente coronel director; un capitán encargado del Detall; un comisario empleado de Hacienda; un oficial primero encargado de los efectos; un oficial segundo pagador; tres terceros con dos meritorios auxiliares; un médico y un capellán; un sobrestante, maestro de obras, con dos carpinteros y dos cerrajeros, aumentando este número así como el de canteros y peones cuando las obras lo requirieran. Para el horno había un fundidor y un cargador mayor, y a sus órdenes cuatro fundidores y otros tantos cargadores; para la moldería, un moldeador mayor con ocho moldeadores ordinarios, divididos en dos cuadrillas; para el cuidado de los montes un visitador con dos guardas; para la extracción del mineral un factor, a cuyas órdenes estaban los correspondientes mineros y peones; un recibidor de materiales, un maestro modelista, un martillador, tres afinadores y dos aprendices, un maestro tirador de hierro, un calentador y un aprendiz. De esta enumeración se desprende que un elevado número de empleados sería foráneo, quedando para los del país la extracción del mineral, la tala de árboles, el arrastre de madera, el carboneo y demás peonería. Dejó de funcionar en 1884, después de funcionar entre guerra y guerra durante cien años. Al no cumplir el Estado su parte del convenio, Aezkoa lo denuncia e inicia el largo pleito de la recuperación de su patrimonio milenario.