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Historia del Arte. Finales del siglo XX y comienzo del XXI

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En Euskal Herria aunque la tendencia posmoderna, determinada por un nuevo pensamiento que proponía recuperar la historia con el objetivo de contextualizar la disciplina, ya la había asumido Peña Ganchegui en su obra, los pioneros en la introducción del nuevo lenguaje fueron los guipuzcoanos José Ignacio Linazasoro y Miguel Garay en el proyecto de la ikastola de Hondarribia; en este centro de enseñanza, Linazasoro y Garay propusieron un nuevo clasicismo esencial y atemporal, institucional y monumental, que aun siendo racionalista dialoga con el pasado de la arquitectura.

A continuación, en la década de los ochenta, la nota predominante fue la libertad formal y, aunque volvió a surgir el racionalismo predominó, sobre todo, un cierto eclecticismo en el que se combinaban tradiciones tan dispares como el funcionalismo, el organicismo, el expresionismo, el historicismo y el regionalismo, y un nivel de calidad y de cuidado del detalle exquisito, en obras que destacan por su rigor compositivo.

En esta década, el foco más activo fue el alavés, que contaba con un grupo de arquitectos de diferentes generaciones y estilos -Iñaki Usandizaga, Fernando Ruiz de Ocenda, Roberto Ercilla, Miguel Ángel Campo, Javier Mozas, Luis María Uriarte, José Luis Catón-, que realizaron una obra de gran calidad entre la que cabe destacar los centros cívicos de Vitoria-Gasteiz y las oficinas de la Hacienda Foral. En Gipuzkoa, la misma función la han desempeñado otro grupo de arquitectos -Javier Marquet, Luis María Zulaika, Xavier Unzurrunzaga, Francisco de León, Ángel de la Hoz, Joaquín Montero, José Antonio Pizarro, Manuel Iñiguez, Alberto Ustarroz- con obras tan estimulantes como los edificios que componen el campus de Ibaeta de la Universidad Pública Vasca o la cripta subterránea del cementerio de Zumarraga de Pizarro.

A partir de la década de los noventa, la arquitectura ha recuperado el racionalismo del lenguaje moderno a través de una lectura minimalista, sencilla, austera y sobria, y aunque no ha sido este el único estilo en el panorama arquitectónico internacional -ahí están para atestiguarlo el deconstructivismo o el informalismo- es el que mayor éxito y aceptación ha tenido en Euskal Herria. Esta circunstancia nos remite nuevamente a la sensibilidad que mayoritariamente ha predominado en la evolución de la arquitectura vasca, el gusto por las líneas claras, ponderadas y sencillas.

El proyecto que abrió la década y la simbolizó fue el auditorio y palacio de congresos del Kursaal de Rafael Moneo en Donostia. En este sorprendente edificio, Moneo recogió toda la tradición arquitectónica previa -racionalismo, organicismo- y se atrevió a dar un paso más hacia delante apostando por hacer un edificio además de funcional, poético y artístico, ya que enlaza con la tradición minimalista y el land-art. Así, siguiendo la estela del Kursaal -que el propio Moneo ha continuado en la iglesia de Riveras de Loyola en San Sebastián-, la mayoría de los proyectos interesantes de estos últimos años han hecho hincapié en la importancia de las líneas rigurosas, de cariz abstracto, aunque no exentas de expresión. De todos modos, la variedad y la pluralidad es otro de los rasgos característicos, pudiéndose encontrar en la misma tipología y en fechas muy próximas obras como el centro de salud de Lesaka en Navarra de Manuel Iñiguez y Alberto Ustarroz, donde se vuelve a reinterpretar el clasicismo riguroso, hasta el centro de salud de Ariznavarra en Vitoria-Gasteiz de Luis Maria Uriarte, un edificio basado en la reiteración modular abstracta. En cambio, en el parque deportivo de Iruña de Oka, Roberto Ercilla y Miguel Ángel Campo, prefieren una ordenación donde predomine el carácter paisajístico, mientras que Ignacio Vicens y José Antonio Ramos apuestan en su facultad de ciencias sociales de la Universidad de Navarra en Pamplona por los volúmenes de carácter expresivo, y José Luis Catón en el museo Artium de Vitoria-Gasteiz combina la arquitectura racionalista histórica con la estética industrial.

Entre las nuevas generaciones uno de los arquitectos que mejor ha sabido aplicar el lenguaje racionalista conciso pero expresivo ha sido el navarro Francisco José Mangado. Así, en obras como las Bodegas Marco Real y la plaza de Carlos III de Olite, la plaza de los Fueros de Estella, el Club de Campo Zuasti, el centro de salud Iturrama, la escuela infantil Mendillorri, el auditorio y palacio de congresos Baluarte en Pamplona o el nuevo Museo Arqueológico de Vitoria-Gasteiz, Mangado ha demostrado saber captar, simplificar y depurar la esencia, lo complejo y lo heterogéneo de los programas, a base de una obra neutra y contundente.

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Por el mismo camino ha circulado el vizcaíno Eduardo Arroyo, aunque en sus trabajos más importantes -escuela infantil de Sondika, plaza del Desierto de Barakaldo, estadio de fútbol de Lasesarre de Barakaldo- añade a la simplificación formal un indudable componente estético, producto de la combinación de las propias formas, como si éstas compusieran un mosaico urbano fluido y mutante.

Para finalizar, no podemos olvidarnos de las obras realizadas por arquitectos foráneos en nuestro territorio. Aunque hasta el momento no han sido muchas, cada vez son más numerosas -Museo de Navarra en Pamplona de Jordi Garcés y Enric Soria, viviendas sociales en Basauri de Beatriz Matos y Alberto Martínez, auditorio y palacio de congresos de Bilbao de Federico Soriano y Dolores Palacios, aeropuerto de Loiu de Santiago Calatrava, ampliación del Museo San Telmo de San Sebastián de Fuensanta Nieto y Enrique Sobejano-, y en los últimos años dos de ellas han causado entre nosotros un gran impacto. La primera es el Metropolitano de Bilbao, una de las obras más interesantes del británico Norman Foster, donde ha sabido combinar magistralmente ingeniería y arquitectura, destacando las galerías subterráneas curvas que revelan la forma inherente del sistema de perforación, y la segunda el Museo Guggenheim de Bilbao del estadounidense Frank Gehry. Levantado en el borde industrial de la ría, el edificio asume la compleja estructura urbana y se organiza a partir de un programa informático de la industria aeroespacial en torno a un monumental atrio acristalado desde el que se disponen una serie de piezas de distinto tamaño; estas piezas son revestidas con escamas de titanio consiguiendo que el edificio se convierta en singular, único, admirable por su capacidad simbólica, por su condición parlante e irrepetible.