Politicians and Public Officials

Cánovas del Castillo Vallejo, Antonio

Político español. Nacido en Málaga en 1828, muerto en Mondragón en 1897.

Destacada figura de la política decimonónica española, estará fuertemente ligado con el País Vasco tanto por cuestiones profesionales como personales merced, sobre todo, a su estrecha amistad con Fermín Lasala y Collado, hijo del donostiarra Fermín Lasala y Urbieta, uno de los principales representantes políticos vascos en la Corte de Madrid. El joven Cánovas trabará con Fermín Lasala y Collado, futuro duque de Mandas, esa sólida relación cuando ambos se mueven en los círculos académicos de Madrid a partir de 1845, estableciéndose a partir de ese momento una amistad entre ambos que perdurará hasta la muerte del político malagueño en el balneario de Santa Águeda en el verano de 1897.

Durante esos años, los dos serán, además de condiscípulos en materias como Historia, Derecho y Jurisprudencia, también compañeros de tertulia, formando un compacto grupo que frecuenta los cafés y otros mentideros de la Política del Madrid de los años cuarenta del siglo XIX.

Esa época de formación intelectual y política, se prolongará para Antonio Cánovas del Castillo entre 1848 y 1854. En la primera de ambas fechas se inicia la tertulia del Café Suizo en la que se establecen como contertulios habituales los hermanos Mier, Fabié, Gutíerrez del Alba, Fermín Lasala y Collado y el propio Antonio Cánovas del Castillo junto con algunos otros miembros de la intelectualidad madrileña de la época.

Gracias a uno de esos compañeros de tertulia, Carlos Manuel O'Donnell, sobrino del general O'Donnell, Antonio Cánovas del Castillo logrará la gran oportunidad profesional que aguarda desde el año 1845. En este caso se concretará en el encargo de ordenar el archivo personal de ese militar que requiere su ayuda de experto en esa materia, considerando que, de otro modo, le resultará imposible llevar a cabo una tarea que, según su sobrino, le parece ingente. Inicia así Cánovas, al mismo tiempo, su carrera como erudito e historiador y como hombre político a la sombra de quien es ya uno de los más destacados líderes de la España de mediados del siglo XIX.

Será, en efecto, durante esa misma etapa en la que Antonio Cánovas del Castillo comienza a desarrollar, en paralelo a esa actividad intelectual relacionada con la Historia, su carrera política, ensayada fundamentalmente en diversas tertulias madrileñas además de la del Café Suizo. En una de ellas, celebrada en el año 1849 en "La Esmeralda", un local de la madrileña calle de Montera, será donde algunos de los grandes prohombres de la política española del momento fijarán sus miradas en él. Así, Joaquín María López, lider del partido progresista, que acudía de incógnito a esas reuniones, no dudará en señalar a los demás concurrentes que el joven historiador malagueño alcanzará un día el mismo sillón de presidente del Gobierno que él había ocupado seis años atrás.

Un vaticinio en absoluto equivocado, pues desde esas fechas, Antonio Cánovas del Castillo desarrollará una tenaz carrera política, fuertemente impregnada, por otra parte, por el resultado de sus ocupaciones académicas e intelectuales. Así, en 1854, mientras su ascenso en las filas del partido de O?Donnell se hace cada vez más manifiesto, consolidará también la pesimista visión del pasado español que le han achacado algunos de los especialistas que se han ocupado de su figura. Una visión especialmente patente en su principal obra historiográfica, Historia de la decadencia española, centrada en los reinados de Felipe III y Felipe IV, que determinará en gran medida su actividad política entre 1854 -fecha de la publicación de esa primera obra- y 1877.

Su apuesta por la monarquía frente a la República a la que da curso libre el proceso constituyente abierto por la revolución llamada "Gloriosa" de 1868, su retraimiento de la vida pública, refugiándose en la actividad conspirativa que termina en el pacto o manifiesto de Sandhurst, por el cual se oferta en 1874 al heredero de la exiliada Isabel II, Alfonso, la corona y el trono español, son síntomas evidentes de esa actividad política mediatizada por un irreductible pesimismo sobre las posibilidades políticas de España. De hecho, Cánovas reduce estas opciones, desde 1854, tras el triunfo de la llamada "Vicalvarada", a una alternancia pacífica en el poder de las tendencias moderadas del Liberalismo -en las que él milita desde ese momento bajo el liderazgo de O?Donnell- y las progresistas.

Proyecto político que queda esbozado tanto en el Manifiesto del Manzanares con el que se justifica ese pronunciamineto revolucionario liberal de 1854 -que generalmente se atribuye en su integridad al joven Cánovas, salvo pequeños detalles introducidos por O?Donnell-, como en la propia Unión Liberal creada por el general para aunar en ella elementos del moderantismo y del progresismo, y de la que saldrán algunas de las máximas figuras del conservadurismo español, como el propio Cánovas y su antiguo compañero de tertulia, Fermín Lasala y Collado.

Ese programa político impregnado por esa visión pesimista de la Historia de España, que reduce toda la acción política parlamentaria posible en ese país a la alternancia en el poder, más o menos pactada, de las diferentes ramas del Liberalismo, no hará sino acentuarse. Ese pesimismo se realza a medida que Cánovas crece como hombre político en la España del Bienio progresista y la época de dominio de O?Donnell, que acaba con el cese de este militar en 1866 por presiones del partido moderado y eclosiona con la revolución de 1868.

Durante esos años, Cánovas desempeñará diversos cargos de gobierno de cierta relevancia. Desde el de gobernador civil de Cádiz, a otros de mayor importancia como los de ministro de Gobernación en el año 1864, o de Ultramar en 1865.

En este último mostrará especialmente los aspectos más duros de ese ideario político que se va aproximando cada vez más a una tendencia claramente conservadora, no dudando en mantener la esclavitud en Cuba y Puerto Rico frente a la general tendencia en otras potencias europeas a la Manumisión.

Abrupta medida en la que contará con el apoyo parlamentario, no por primera ni tampoco por última vez, de, entre otros, su viejo compañero de tertulia Fermín Lasala y Collado, quien, sin embargo, también pronunciará en esas fechas un sentido discurso de pésame ante el Congreso de los diputados español con ocasión de la muerte del presidente estadounidense Abraham Lincoln; representante, por antonomasia, de los defensores de la abolición total de la esclavitud.

Como uno de los principales artífices de la restauración borbónica de 1874, Antonio Cánovas del Castillo podrá poner en práctica un primer ensayo práctico y real del sistema de turno pacífico entre dos grandes partidos liberales que ha venido perfilando desde el año 1854. En este caso el liberal de Sagasta y el liberal-conservador liderado por el propio Cánovas. Los resultados del mismo, desde el punto de vista de alguno de los principales representantes de la política europea del momento, serán altamente satisfactorios como se manifestará a través de las palabras de elogio que Otto Von Bismarck dedicará a ese sistema canovista. El llamado "canciller de hierro" no dudará en señalar que sólo un hombre de la talla política e intelectual de Antonio Cánovas del Castillo era capaz de dotar de estabilidad política a la convulsa España de la época, agitada hasta ese momento por una lucha de partidos que supera, en mucho, a la de cualquier otro estado europeo sumido en el proceso de cambio político, económico y social habitual en la llamada "Era de las revoluciones" iniciada en 1789. Ese voto de confianza se concretará, de hecho, en un acuerdo diplomático con el II Reich alemán en el año 1877, que, a pesar de su carácter impreciso, supone todo un alivio para una España sumida en un fuerte aislamiento internacional desde el momento en el que comienza la tercera guerra carlista en 1873.

Acuerdos de esa índole, así como su decidido apoyo a la nueva implantación de la monarquía constitucional en España, permitirán que Cánovas, desde esa consolidada platafoma política, adopte decisiones tajantes con respecto al ordenamiento jurídico-político de la monarquía restaurada tras el breve período revolucionario y republicano iniciado en 1868.

Uno de los ejemplos más visibles de esa actividad política será, además de la institucionalización de su sistema de turno pacífico en el acceso al poder basado en un masivo fraude electoral, la decisión de suprimir en el año 1877 los Fueros vascos que hasta ese momento habían logrado coexistir con el ordenamiento constitucional español.

Nuevamente contará con el apoyo de su antiguo compañero de tertulia en Madrid, Fermín Lasala y Collado, para poner en práctica una medida que se revelará como fuertemente impopular en las provincias vascas. Especialmente entre los llamados "liberal-fueristas", que no podrán asimilar que se les castigue con una abolición foral tras haber luchado decididamente contra la última rebelión carlista, tanto durante el período revolucionario y republicano como después de la restauración borbónica que sigue al manifiesto de Sandhurst.

Así, Fermín Lasala y Collado, limitará su discurso en favor de los Fueros ante el Parlamento español a una actitud defensiva que da ya por perdida de antemano toda posibilidad de evitar la abolición foral, dado el clamor general en toda España contra unas instituciones a las que se considera culpables de los constantes levantamientos carlistas. Por otra parte respaldará a Cánovas, ofreciéndole públicas muestras de amistad, alojándolo en su palacio de San Sebastián cada verano -cuando la Corte madrileña se traslada a la capital guipuzcoana-, hasta lograr que alguna prensa liberal acabe calificando al político malagueño como "el ídolo de Cristina-enea", y dedicando una extensa obra póstuma -"Última etapa de la unidad nacional: los fueros vascongados en 1876"- a justificar tanto su actitud como la de Cánovas frente al problema de la abolición foral que, además, según ese texto, había dado lugar, por parte de Cánovas, a cesiones y compensaciones nada desdeñables, como era el caso del llamado "concierto económico".

Esa larga y estrecha amistad que convierte a Antonio Cánovas del Castillo en un asiduo del verano guipuzcoano, que incluso influye en alguno de los temas que tocará como historiador -caso de los artículos fechados en 1873 que titulará Los antiguos y modernos vascongados o el dedicado a Juan Sebastián Elcano- será la que paradójicamente facilite el atentado mortal que perpetrará contra Cánovas el anarquista italiano Michele Angiolillo, mientras el político malagueño tomaba las aguas en el balneario de Santa Águeda, en Mondragón, en el año 1897, poniendo fin a su vida con varios disparos.