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Argentina. Integración social de los inmigrantes vascos

Como vimos, muchos vascos eligieron como destino Montevideo o Buenos Aires. El período analizado -1840/1920- configura una etapa de características excepcionales para la inserción de los grupos inmigrantes en el litoral rioplatense. En el caso bonaerense, un territorio que ensanchaba sus límites y un Estado que distribuía las tierras obtenidas permitían (no obstante el acaparamiento de gran parte por el grupo terrateniente) mantener bajo el precio y a mediano o largo plazo acceder a ellas. La frontera móvil y la creación de nuevos pueblos traían aparejado un sinnúmero de actividades. La estructura productiva ganadera en expansión demandaba mano de obra para las tareas primarias, la comercialización, el transporte de productos y actividades secundarias en los núcleos de población. A partir de 1840, la diversificación de la producción acelerada por una exigente coyuntura internacional demandaba el rentable servicio de los portadores del conocimiento sobre la nueva producción ovina. A este "monopolio intelectual" de vascos e irlandeses se suma otro elemento de peso en la rentabilidad de los contratos y salarios: la excepción a la leva de los extranjeros.

La sociedad nativa "abocada" durante gran parte del período a cuestiones políticas y bélicas, el marco legal favorable para los inmigrantes y la aún persistente visión de éstos como portadores de progreso presentaban la posibilidad de una integración social tranquila. Apuntalando estos procesos, se detectan vascos tempranos alternando en una diversidad de actividades, muchas de ellas nucleares para la conformación, diversificación y funcionamiento de la estructura productiva ganadera en este período clave de la historia del país. Aquellos vascos pioneros recorrieron distintos caminos -de hecho se caracterizan por su movilidad espacio ocupacional- al mismo tiempo que contribuían a conformar el mercado de trabajo. Este a su vez debilitaba -claramente a partir de 1880- las oportunidades "excepcionales" generalizando el régimen asalariado.

En un barrio porteño, como en alguno de los nuevos pueblos de campaña, se podía ver a un número considerable de vascos desempeñándose en un abanico de actividades autónomas (carpinteros, comerciantes, panaderos, zapateros), ya desde un principio o luego de reunir algún ahorro; no obstante, los altos salarios y la falta de calificación convertía a muchos en dependientes o jornaleros. Los que marchaban a la campaña (al menos hasta los primeros años de la década del 70) podían insertarse en la progresiva producción lanar y capitalizarse en poco tiempo. Con el correr del siglo el comercio (con distintas actividades complementarias como el acopio) se convertía en trampolín para el crecimiento económico de muchos.

El flujo continuo de inmigrantes presentaba a su vez, una infinidad de oportunidades no menos excepcionales. El desborde poblacional (y por ende habitacional) demandaba en el corto o mediano plazo el servicio de horneros, albañiles, herreros y carpinteros, pero en forma urgente el subalquiler de piezas o la apertura de improvisadas y modestas fondas que brindaran techo y comida a un número creciente de hombres solteros. Como parte del mismo proceso, aumentaba (y se demandaba cierta diversidad) en el consumo de alimentos (muchos chancheros, lecheros, queseros, quinteros y panaderos vascos lo aprovecharían) y elementos indispensables para la vida cotidiana.

Pero aunque los pueblos brindaran oportunidades ilimitadas, en buena parte de la provincia, sobre todo en el sudeste, muchos vascos -de todos modos una minoría reducida dentro del conjunto- lograron progresar en la ganadería, principalmente como cabañeros. Es frecuente, a partir de entonces, observar el nacimiento y progreso de varios haras ganaderos de renombre nacional e internacional en manos de euskaldunes. Al interior de aquellos campos, cuya actividad principal era mejorar las razas de ganado, los vascos solían complementar su producción con agricultura y lechería.

Por último, podemos afirmar que muchos euskaldunes que no llegaron a poseer bienes de capital importantes, contaron oportunamente con la posesión de oficios altamente rentables -nada extravagantes pero sí muy sacrificados- que seguramente les permitió sobrellevar una vida más digna e independiente que las que les deparaba su aldea en Euskal Herria. Si hasta 1870 fueron pastores y poceros, a partir de entonces serán alambradores. Otras actividades -menos explosivas pero no menos rentables en el largo plazo- se insinuaban desde 1850/60 también como predominantemente vascas, por ejemplo la lechería y en menor medida las fondas.

Fueron características del grupo vasco (sobre todo en el período temprano) su dispersión espacial y "rápida" integración con el conjunto social. Se denota, durante buena parte de nuestro período de estudio, una gran movilidad de los grupos español y francés (y dentro de éstos un importante porcentaje de vascos) "empujando" la frontera económica militar y buscando mejores oportunidades en la campaña -que no significa únicamente el campo, sino también como vimos los nuevos pueblos. Una mirada en perspectiva nos advierte que la disminución paulatina de las posibilidades excepcionales en la campaña (nos referimos por ejemplo a la aparcería o la mediería) como así también la llegada masiva de nuevos inmigrantes, obligó crecientemente al empleo urbano a medida que avanzaba el siglo; la inserción exitosa en el agro se verá revitalizada más tarde con la ocupación de las tierras conquistadas más al sur.

El escaso retorno, algunas oportunidades excepcionalmente rentables, pero sobre todo el flujo continuo de vascos durante todo el período, hacen pensar en el logro de mejoras económicas generales dentro del grupo. Algunas en el corto plazo; otras alcanzadas a fines de siglo, llegando a formar parte de las clases terrateniente y media rural o fundando importantes casas comerciales urbanas; una gran mayoría desempeñándose como autónomos en el comercio u oficios menores. La mayoría logrando mejorar, seguramente, respecto a su condición anterior en Euskal Herria.

Los vascos, al igual que la mayoría de los inmigrantes tempranos que buscaron asentarse al interior de la provincia, alcanzaron rápidamente el primer escalón hacia la asimilación. Estaban obligados a ello. Las actitudes étnicas -hacia paisanos o el resto de la sociedad- pronto se verían opacadas por obligaciones propias de otros roles como vecino y cliente. Esto no impidió que la sociedad y los propios vascos pudieran divisar una imagen de colectividad; la que se conformó y mantuvo, atípicamente, sin instituciones cohesionantes por medio. Bastaron la continuidad de aspectos socioculturales en el nuevo lugar (deportes, vestimentas, costumbres) y la iniciativa de varios euskaldunes (líderes étnico-sociales) destacados del resto. No faltaron mecanismos de acercamiento entre vascos, pero éstos no opusieron ninguna resistencia a una integración rápida. Todo lo contrario, los espacios sociales en sus manos cumplían la doble función de recrear un ambiente típicamente euskaldún pero abierto al resto del espectro social. Inclusive algunos aspectos de su bagaje cultural que inicialmente los distinguieron (la ropa, luego los juegos) fueron adoptados masivamente por los nativos. En cualquier pueblo bonaerense, vivir cerca de otros vascos, testificar a un paisano iletrado, concurrir a pedir ayuda a una Sociedad de Socorros Mutuos o contratar un paisano no debieron ser actitudes que encendieran fobias a sus contemporáneos. Por el contrario, testificar casamientos de cónyuges nativos, participar en comisiones vecinales, adquirir y mejorar parcelas y concurrir a la misma Iglesia que todo el pueblo, sí serían vistas como actitudes de predisposición al arraigo y la integración. En definitiva, al margen de sus extrañas vestimentas y prácticas de extranjeros locos, eran cada vez más vistos -principalmente hasta 1880/1890- como unos "buenos vecinos". Mientras tanto, en un barrio de la ciudad de Buenos Aires donde los roles de vecino y cliente se ocultaban -se debilitaban- naturalmente en la masividad, es factible que muchos euskaldunes adquiriesen un rol más étnico, organizando -y concurriendo- al Centro Vasco Laurak Bat, al Centro Vasco Francés o a cualquier otra institución como el Centro Irunés, el Club Español, etcétera.

Los procesos de inserción tempranos y "exitosos", como así también la ocupación dispersa de gran parte del espacio bonaerense configurarían, seguramente, una base -socioeconómica- más que favorable para los euskaldunes que arribaran entre 1880 y 1920. En cuanto al proceso de integración, si en la primer época los vascos "pudieron" -pese a participar indistintamente de instituciones españolas y francesas- presentar ciertos elementos que les otorgaban identidad propia, luego de 1880 se fortalecerán ciertos espacios de sociabilidad claramente identificados con este grupo que -pese a que no obstaculizaban la integración- les terminó de consolidar como colectividad. La fonda y el hotel de propietarios vascos -y en forma más difusa los almacenes de Ramos Generales- jugaron entre 1870 y 1930 un rol socioeconómico importante en distintos puntos de la provincia de Buenos Aires. Inicialmente, las fondas y hoteles vinieron a mejorar la oferta de servicios que cumplieran hasta ese momento las casas de ramos generales y los almacenes. La sociedad bonaerense, tanto por su carácter formativo como por el desborde que ocasionaba la llegada masiva de inmigrantes, recurrió -como vimos- a similares recursos que las ciudades industriales europeas: el subalquiler de casas de familia y las fondas. Aquellos espacios posibilitaron también la inserción masiva de hombres jóvenes y solteros hasta el momento de "redondear" sus familias o formalizar con una lugareña.

Hacia fines del siglo pasado, modestos hoteles en manos de vascos comenzaron a reemplazar a las fondas, prestando servicios principalmente a la gente de campo que iba a realizar trámites a la ciudad. Era la "casa en la ciudad"; lugar seguro donde dejar un familiar enfermo, dinero en la caja o dirección donde recibir una carta. Establecimientos que nuclearon a los vascos y reforzaron la identidad de la colectividad ante el resto de la sociedad pero que no retrasaron -por su carácter abierto- la integración, antes bien la aceleraron. Acaso se pueda considerar al hotel vasco como un pionero en cuanto a instituciones de referencia de la colectividad. Estamos convencidos que aquellos configuraron -en un escalón inferior respecto a las mutuales o clubes- espacios de sociabilidad étnicos. Pero, desde principios de siglo distintos elementos socabaron lentamente su multifuncionalidad. Los clubes, restaurantes, casas agrícolas, funerarias, clínicas, automóviles y hasta los sindicatos gastronómicos, opacaron sus ofertas de servicio. La disminución del flujo inmigratorio; una legislación más exigente; y el aumento del turismo dieron paso a hoteles modernos y comerciales. Aquellos establecimientos, casi sin proponérselo, habían colaborado en la conformación y preservación de la identidad euskalduna. Los primeros exiliados vascos, que llegaron en 1938, no hicieron más que recoger aquellas semillas y, en un terreno largamente abonado, conformar los Centros Vascos.

Una rápida mirada en perspectiva nos presenta que los vascos, al igual que la mayoría de los inmigrantes tempranos que buscaron asentarse al interior de la provincia, alcanzarían -salvo ejemplos puntuales como el irlandés o el danés- rápidamente el primer escalón hacia la asimilación utilizado por Baily. Estaban obligados a ello: la formación de múltiples comisiones en los nuevos pueblos de la provincia (para arreglar el templo, tender el alumbrado u otro servicio público, contrarrestar alguna epidemia, etcétera) son sólo algunos ejemplos de actividades cohesionantes, que encubren las necesidades y presiones del medio. Más difícil resulta observar el momento en que atraviesan el umbral de la asimilación estructural. A priori puede suponerse que la etapa temprana, antes de 1880, no presenta características apropiadas para que esto suceda. Cuesta pensar en una predisposición abierta generalizada hacia los casamientos mixtos y el desarrollo de una nueva identidad, basado en la sociedad receptora, antes de las primeras décadas de este siglo. Principalmente porque la sociedad local -al menos la bonaerense- se encontraba desbordada por los extranjeros en todos sus ámbitos. Pero también por que los vascos -como seguramente el resto de los extranjeros- intentarían previamente conformar sus familias con el llamado de novias y esposas.

El lapso transcurrido hasta la asimilación estructural estuvo doblemente limitado por las características de la etapa (gran movilidad geográfica y acomodamiento) y el flujo continuo de vascos a la provincia de Buenos Aires. Los distintos acercamientos, más o menos dirigidos, con mayor o menor grado de conciencia que se han señalado, no representan todas las formas posibles. Cientos de situaciones como las descritas se presentarían a los inmigrantes durante sus vidas, seguramente con una frecuencia decreciente. Las actitudes a seguir quedaban en sus manos, tanto para emprender una empresa individual como colectiva, aunque muchos de esos posibles emprendimientos estuvieran incentivados o por personalidades sobresalientes de la colectividad.

Si resulta arriesgado, pese a las fuentes y datos que contamos, conjeturar un balance de la experiencia de inserción, hacer lo propio con la experiencia de integración-asimilación social vasca en Argentina no resulta menos complejo. La provincia de Buenos Aires -con las dimensiones que ello implica- recepcionó vascos en todos sus puntos; como si eso fuera poco, dicho territorio fue cambiando sus dimensiones e incluso durante buena parte del período la frontera osciló envolviendo y mezclando todo lo que se encontraba dentro y fuera; el flujo migratorio de este grupo nacional, dificultando aún más la observación, no se cortó prácticamente en ningún momento de nuestro período de estudio.

¿Cómo hablar con firmeza -inclusive dividiendo analíticamente el estudio en dos grandes partes- de la experiencia de integración social euskalduna en Argentina entre 1840 y 1920? Acaso resulte más tentador referirnos a ello en términos relativos -con resultados parciales obtenidos de otros grupos nacionales- e incluso achicando la óptica en puntos pequeños de aquél territorio y momentos más o menos precisos. La integración debió presentar distintos ritmos entre las zonas urbana y rural, y dentro de esta última posiblemente con diferencias según la región. No obstante, visto el grupo vasco en conjunto y sin descuidar dos elementos importantes como el pronto desarraigo (característico entre éstos, por ser en buena parte segundones) y la buena imagen que se formó del vasco en el ambiente bonaerense, se concluye que pronto hicieron de estas tierras su lugar, participando indiferenciadamente en economía, instituciones sociales y en política.

Por otra parte, la dispersión geográfica (en parte debido a su entrada en oleadas) que nos les concentraba masivamente en unos pocos sitios y el hecho de insertarse en una multiplicidad de tareas debieron acelerar la integración. Las características de algunos oficios -alta movilidad y trato con el resto de la sociedad; traslados en cuadrillas, indumentaria, etc.- que la memoria ha atribuido monopólicamente a los euskaldunes, debieron contribuir notablemente al entrecruzamiento y multiplicación de redes con el vecindario. En los nuevos pueblos de la provincia "todo" estaba por hacer y los vascos -pese a tasas de endogamia aparentemente altas- se convirtieron prontamente en protagonistas de todos sus ámbitos. Esta actitud -centralizada en las figuras de algunos hombres consensuados- aceleró la integración y el proceso hacia la asimilación estructural.

Aunque resulta poco serio hablar de los inmigrantes que llegaron antes y después del 80 -como si allí hubiese una puerta mágica que divide dos mundos diferentes- los vascos debieron verse sumamente beneficiados por el aporte y las experiencias de inserción-integración de sus antecesores. No vamos a repetir aquí todo lo que ello implicó. Sí podemos recordar que desde Urquiza y Alberdi hasta Pellegrini -pasando por otros presidentes y personajes importantes- los vascos pioneros supieron ganarse un lugar privilegiado entre las plumas y discursos de la elite argentina. Acaso deba otorgarse dichos privilegios a su arribo temprano, cuando los bonaerense pedían a gritos trabajadores y capital; o quizá se deba a que se afanaron en tareas que el nativo "esquivaba"; acaso simplemente a que -como vimos en el capítulo sobre los vascos en el recuerdo popular- para la elite terrateniente nativa y la pluma de escritores contemporáneos "no eran españoles y franceses" lo que les permitió salir ilesos de las fobias nacionalistas.

Junto a esto, que no era poco, aquellos primeros vascos alcanzaron fortunas que difícilmente se pudieran volver a repetir. La cría lanar, el comercio por la campaña y acopio y el transporte en general son algunos de los trampolines que lo hicieron posible. Pero fuera de esa minoría, resulta difícil cuestionar la sensación de que gran parte de los vascos que arribaron antes del último cuarto del siglo pasado lograron progresos significativos. Y posiblemente este sea el secreto de la continuidad relativamente exitosa en las experiencias de los vascos que arribaron posteriormente. Pasar unos meses en el campo de un paisano o dormir y comer las primeras noches en una fonda de un vasco debieron ser mecanismos frecuentes. Pero aún cuando no todos fueran llamados o ayudados concretamente por alguien, los vascos "tardíos" debieron moverse "dentro" de espacios económicos, financieros y sociales prefabricados por aquellos. Un vasco recién llegado podía -según donde y cuando se instalase- frecuentar sin titubeos las sociedades de Socorros Mutuos españolas o francesas y solicitar un favor a un paisano hotelero; pero también concurrir a aliviar su congoja a los frontones de pelota. Aquellos elementos -algunos claros, otros más difusos- conformaban andariveles que facilitaban la dispersión de los inmigrantes vascos por la provincia. Ser vascos les permitía mayor margen de movilidad, tanto en lo económico como en lo social; nadie les podía negar, llegado el caso, su innegable cuota de pertenencia franca o hispana.

Podemos concluir, con bastante certeza, que existieron diferentes posibilidades de integración en la década de 1860 y en la de 1900, como así también entre un lugar como Barracas al Sud y Lobería. En segundo lugar, que las experiencias en cuestión varían sustancialmente cuando no buscamos sujetos ideales en las fuentes. Ni inmigrantes ni nativos (inclusive sus hijos) participaron a lo largo de sus vidas en todas las esferas socioculturales que el escenario presentaba, no sintiéndose por eso desintegrados. Lo mismo sucede con la continuidad en la práctica de costumbres culturales, fenómeno que no siempre empaña el proceso de integración. Si no condicionamos la nacionalidad como sinónimo de confianza, ayuda, sentimientos incondicionales, etcétera, es posible que podamos comprender mejor algunas actitudes de aquellos inmigrantes. La llegada de paisanos pudo motivar al acercamiento, a través de los modos señalados u otros, pero es posible que la relación no prosperara más que eso. Cada inmigrante vasco que llegaba era también un trabajador, potencialmente competidor -los juicios entablados entre ellos parecen probarlo- y portador de conocimientos similares. En el nuevo lugar, prontamente se capitalizaban y tras los distintos ritmos de cada caso, comenzaban a primar las diferencias sobre las semejanzas.

Podemos decir, por último, que los vascos pudieron -a veces ante ciertas ausencias debieron- recuperar en suelo argentino muchas prácticas y costumbres portadas en su bagaje cultural. Desde comportamientos laborales hasta prácticas deportivas, pasando por formas de sociabilidad y habitación, prácticas hereditarias e incluso comidas, aquellos euskaldunes nos muestran un caso que confirma las ideas de John Bodnar. Ni aceptación total de todo lo nuevo ni rechazo y recuperación de lo antiguo; más bien una síntesis de ambos comportamientos; fenómeno acorde, por otra parte, con las experiencias de inserción exitosa e integración social poco traumática que hemos recuperado.