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Chile

Fue gobernador interino de Chile en 1583. Ya en 1567 había fundado Castro, capital de la isla de Chiloé y dado su nombre al cercano río Gamboa. La actual ciudad de Chillán es también fundación suya, en 1580, con el nombre de San Bartolomé de Gamboa.

Guipuzcoano, de la estirpe de San Ignacio, caballero de la Orden de Calatrava. Su tío, Francisco de Toledo, virrey del Perú, lo había llevado a Lima como capitán de su guardia, en 1568, cuando contaba 19 años. Durante la rebelión de Tupac Amaru, en la campaña de represión, tuvo la fortuna de capturarlo con toda su familia y llevarlo a Lima. Joven y valiente, con esta hazaña que le servía de pedestal, y la predilección del virrey, se encumbró rápidamente. Su tío le casó con la rica princesa incaica Beatriz Sapay Coya, previa anulación de su matrimonio con Cristóbal Maldonado; la princesa, casada siendo niña, estaba recluida en un convento y el matrimonio no se había consumado. Oñez de Loyola desempeñó diversos cargos de importancia hasta que fue designado gobernador del Paraguay, que no llegó a desempeñar por haber llegado en abril de 1592 su nombramiento de gobernador de Chile. Los documentos de la época y nuestro contemporáneo Francisco A. Encina nos descubren, implacables, el poco o nulo genio militar de Oñez de Loyola. Por esta razón, el nombramiento fue objetado inmediatamente por el virrey del Perú, Marqués de Cañete [Encina: Carta del virrey de 28 de abril de 1592 al secretario de Felipe II]. [José Toribio Medina Zabala: Documentos, tomo 230, n.º 933]. El historiador Encina es explícito:

"La designación había sido, en realidad, un enorme desatino. Oñez de Loyola no pasaba de ser un oficial valiente y pundonoroso, destituido de todas las dotes de sagacidad y de criterio que requería el Gobierno de Chile. Su carácter bondadoso y bonachón era una mezcla de candidez, confianza ciega y temeridad inconsciente".

El nuevo gobernador llegó a Valparaíso el 23 de septiembre de 1592. Prestó juramento ante el cabildo de Santiago el 6 de octubre del mismo año. Sustituía a Alonso de Sotomayor, que le dejaba un escaso y mal pagado ejército, las arcas fiscales vacías y un país que aún luchaba por la supervivencia. A este gobernador vasco de finales del siglo XVI se le ha exigido demasiado históricamente. Otro vasco, el coronel Urrutia, pero 289 años más tarde, fue el que pacificó la Araucanía, teniendo tras él una república organizada, la vía férrea y el ejército vencedor de la alianza peru-boliviana. Oñez de Loyola, al no tener ejército, al no recibir sino míseros refuerzos y escasos caudales, ensayó una paciente operación sicológica. Quiso atraerse a los indios. A los que tomaba prisioneros en las escaramuzas de La frontera los soltaba cargados de regalos. No perdía la oportunidad para agasajarlos y obsequiarlos

"y a ellos repartía el herraje de S. M. para arar y cavar, y los cuchillos y hachas, vinos, vestidos y comida, y con esta confianza y suavidad se les fue rindiendo de paz mucha gente y castigaba grandemente cualquier agravio que a los indios se hiciese"

[Relato del vicario de Santiago. Melchor Calderón, en "Encina", t. II].

Los caciques indios aprovecharon astutamente esta generosidad, que tomaban por debilidad, y transformaron en puntas de lanza todo el hierro que recibían. Oñez de Loyola, convencido de la lealtad de sus protegidos, sólo tomó una precaución de orden militar: la construcción del fuerte Santa Cruz de Oñez. Los seis años escasos de esta política de amistad no borraron de la mente mapuche 50 años de crueldades y de luchas por la independencia de la Tetrarquía Araucana. El día 23 de diciembre de 1598 el gobernador, con 50 soldados y 300 indios auxiliares había acampado en Curalaba, a orillas del río Lumaco. El cacique Pelantaru le venía siguiendo con 300 guerreros. De madrugada cayó sobre el desprevenido campamento. Sólo un soldado pudo disparar su arcabuz. Oñez de Loyola alcanzó a empuñar su espada y a coger su escudo, pero sin lograr vestir su armadura. Peleó bravamente hasta caer acribillado a lanzazos, con dos de los suyos que lo defendieron hasta el último instante.

Unicamente se salvaron el clérigo Bartolomé Pérez y el soldado Barnardo de Pereda, que quedó por muerto con 23 heridas. Los mapuches se llevaron 400 caballos, el caudal que llevaban el gobernador y su secretario, ropas, la vajilla de plata, toda clase de armas y sus complementos, y los libros de las encomiendas que habían hecho los antiguos gobernadores. El 7 de febrero de 1599, en una batalla contra el cacique Pelantaru, fue capturado un indio que luchaba bravamente y vestía las ropas de Oñez de Loyola y su hábito de Calatrava,

"Nueve años más tarde, en febrero de 1608, algunos indios entregaron al gobernador Alonso García Ramón, en prenda de fidelidad, el cráneo de Martín Oñez de Loyola, que habían conservado como trofeo"

(Encina, t. II).

Los historiadores chilenos, al enjuiciar la política de Oñez de Loyola y su resultado negativo, olvidan que en la campaña de 1577, las tropas del gobernador Rodrigo de Quiroga, capturaron 8 caciques mapuches y que uno fue empalado y los siete restantes ahorcados. Con éstos y otros antecedentes similares la política del gobernador estaba destinada al fracaso.

Tras la muerte de Oñez de Loyola en Curalaba a manos de los mapuches, es nombrado gobernador interino el anciano magistrado Pedro de Viscarra, que era teniente de gobernador en Santiago. Como otros magistrados de su tiempo que alternaban la espada con la magistratura, tomó el mando del ejército y hasta finales de mayo de 1600, fecha de la llegada del nuevo gobernador Francisco de Quiñones, tuvo que afrontar la rebelión general de mapuches y huilliches.

Esta aventurera guipuzcoana sentó plaza de soldado en Lima, ingresando en una expedición que se organizaba para socorrer a los españoles que luchaban en Arauco. Desembarcó en Concepción, a principios del siglo XVII. Dice en sus memorias que la gobernación de Chile estaba a cargo de Alonso de Rivera. Descubrió que el secretario de Rivera era su hermano Miguel de Erauso. Vivió con él durante tres años, pero sin darse a conocer, y le daba noticias de su familia y amigos donostiarras. Por alguno de sus lances fue desterrada a Paicabi, durante tres años. Con Alonso de Sarabia intervino en la batalla de Valdivia.

Persiguió a un cacique que les había arrebatado la bandera, lo mató y la recuperó, regresó combatiendo, "malherida y pasada de tres flechas y una lanza en el hombro izquierdo, que sentía mucho; en fin, llegué a mucha gente y caí luego del caballo". Cuando sanó se alojó allí nueve meses. Por la bandera que había ganado, quedó como alférez de la compañía de Alonso Moreno. En una reyerta mató a dos hombres, se refugió en el convento de S. Francisco, en Concepción, siendo provincial Fray Francisco de Otaloza. El gobernador Alonso García Remón la tuvo cercada durante seis meses. Salió para apadrinar un duelo nocturno que terminó con pelea de protagonistas y padrinos. Sin saberlo mató a su hermano Miguel de Erauso, que era padrino de la parte contraria. Volvió a refugiarse en S. Francisco y desde el coro vio cómo enterraban a su hermano. Ocho meses más tarde tuvo ocasión de pasar a Tucumán, en Argentina. Su aventura chilena, donde ganó el título de Alférez, que le hizo famosa, había terminado.

Maestre de Campo, sucedió a Osorio en septiembre de 1624. Su gobierno interino de ocho meses no tuvo relieve; se limitó a vigilar las costas para prevenir los desembarcos holandeses.

Asumió el mando en febrero de 1646. Era guipuzcoano, natural de Ordizia. Restableció la disciplina en el ejército y combatió la corrupción administrativa. Para remediar la pobreza suprimió algunos impuestos, fomentó la cría de ganado caballar, obligando a todo el mundo a montar a caballo y no en mula; prohibió la venta de esclavos negros al extranjero, que amenazaba con dejar sin brazos a la agricultura y mejoró las comunicaciones. Finalmente,

"corresponde a Martín de Múgica el honor de haber proyectado la fundación de pueblos en los partidos de Itata, Maule y Colchagua"

(F. A. Encina: Historia de Chile, t. III).

Durante el terremoto del 13 de mayo de 1647 que destruyó Santiago, el gobernador estaba en Concepción, su habitual residencia. En los dos últimos años de su gobernación tuvo a su cargo la ingente tarea de reconstruir Santiago y toda la zona del desastre, arbitrando las medidas pertinentes. Murió en Santiago en abril de 1649, tras haber probado la ensalada que le servían de primer plato. Su muerte fue muy sentida. Su rectitud y su empeño en el servicio público le valieron el respeto general. Su generosidad y hombría de bien le ganaron el cariño de sus gobernados, según los testimonios de la época.

Entre dos gobernaciones vascas, la de Múgica y la de Garro, surge esta abadesa de estirpe vasca a la que su fuerte personalidad y apellido emparentan con los solares guipuzcoanos de la zona de Oñate. En Chile, cien años más tarde, surgiría el corregidor, figura legendaria, pero real, originario de Oñate. Y un siglo antes de la actuación de Ursula Araos, se habían producido los primeros actos de rebelión americana, de protagonista el temido Lope de Aguirre, cuya cuna parece ser el barrio oñatiarra de Araoz. Una vez más, el idílico rincón guipuzcoano daba a las Américas otra persona sobresaliente, cuya característica más importante era la tenacidad. Ursula Araos lucharía contra el triple atropello de jueces, jerarquías eclesiásticas y soldadesca.

El lunes 7 de febrero de 1656, esta antigua abadesa y seis "monjitas", se instalaban en su nuevo convento, esquina a la plaza de Armas. Bajo los auspicios del gobernador Henriquez y el rey Carlos II, quedaba fundado el real monasterio de Nuestra Señora de la Victoria. Deseando dotar a las clarisas de Osorno, cuyo convento se había perdido con la destrucción de la ciudad, el rico comerciante Alonso del Campo Lantadilla había donado 600.000 pesos. Las clarisas de Osorno, con su antigua abadesa, estaban entonces en el convento que tenía la orden en Santiago. El obispo Pérez de Espinosa se había ido a España y dejado a las clarisas bajo la provisión del Provincial de los franciscanos, cuando les correspondía depender del Ordinario, como venían haciéndolo en Osorno. La superiora recurrió contra esta innovación y ganó. El Provincial llevó la causa ante el Metropolitano de Lima, que le fue favorable.

Para hacer cumplir esta resolución se trasladaron al convento el oidor Azaña acompañado de sus funcionarios, el Provincial con sus frailes y tres compañías de milicias. Convocadas las monjas a la sala capitular, oyeron la lectura de la provisión del arzobispo de Lima. La superiora, apoyada por toda la comunidad, manifestó que no podía obedecer por estar pendientes de resolución los recursos que habían elevado al Consejo de Indias y al Sumo Pontífice. El oidor Azaña y los suyos reaccionaron violentamente, amenazando y ultrajando a las monjas. Algunas huyeron por la huerta. Las demás salieron a la calle perseguidas y golpeadas por la soldadesca. Habían llegado a las puertas del convento el Cabildo y los miembros de la Audiencia, seguidos por los familiares de las religiosas y el pueblo de Santiago, que estaba de parte de las atropelladas.

La tropa disparó sus armas, pero sin herir a nadie. Las monjas pudieron asilarse en las Agustinas. Pero los desórdenes y la conmoción popular duraron varios días. La presencia de la Audiencia y el Cabildo en corporación había evitado un choque violento del pueblo y la tropa. Sor Ursula Araos obtuvo del virrey la autorización para volver a su convento mientras la Curia Romana decidía el recurso. El 25 de febrero de 1661 el papa Alejandro VII confirmó la sentencia de la Curia Romana favorable a Sor Ursula Araoz y sus "monjitas", nombre este último que lleva actualmente la calle. De esta época es el santo vasco-chileno Pedro Bardesi Aguinaco. Orduña 1644, Santiago 1700.

Llega a Santiago el 24 de abril de 1682. Tras posesionarse de su cargo, hizo pasear por las calles de Santiago los 5.000 pesos que traía, para que después no le llamaran ladrón. Era guipuzcoano, oriundo de Mondragón. En 1668 había sido gobernador de Buenos Aires y había expulsado a los portugueses de la banda oriental del Río de la Plata. El nuevo mandatario sentó entre sus contemporáneos fama de cuerdo y honrado administrador, metódico y laborioso. Según Encina, Garro, inconscientemente imprimía a sus actos "el sello de su cerebro siglo XIX". Garro quiso resolver el problema de Arauco apoderándose de los caudillos e indios principales y trasladar después a la población "con bienes y ganados" a otras tierras dominadas por los españoles.

Ante la desaprobación de este plan por el monarca, optó por mantener el "modus vivendi" con Arauco. Garro procedió con los indios con rectitud y espíritu de justicia. Su recuerdo perduró hasta el fin de la dominación española. Casi un siglo más tarde, el historiador chileno Carvallo Goyeneche advertía entre los mapuches el profundo respeto que les infundía su memoria. José de Garro logró que el "situado" que llegaba de Lima para pagar los sueldos del gobernador y del ejército lo hiciese desde 1698 en dinero y no en especies. Terminó su mandato en enero de 1698. El juicio de residencia fue un homenaje a su probidad. Había hecho de Chile un islote en medio del océano de podredumbre en que se había sumergido España y sus colonias (Encina: Historia de Chile, t. III). Cortó la especulación con el trigo, el calzado y otros artículos. Pronto chocó con el oidor Juan de la Cueva.

Este ya se había enfrentado con el obispo de Valdivia porque le había rebajado el precio de la harina. Garro tuvo que confinar al oidor a la isla del Maule. También precedió contra el oidor Sancho García de Salazar. Obligó además a los soldados a permanecer en sus guarniciones, pues siempre andaban de vacaciones en las ciudades. Prohibió las ventas clandestinas de indios y persiguió a ladrones y bandidos. Cuando dejó el poder, el oidor Cueva persiguió a Garro con tenacidad implacable, con diversas demandas. Para salir de Chile, tuvo que constituir un depósito de 4.000 pesos y más tarde, en Buenos Aires, una garantía de 20.000. Al final de su gobierno lo llamaban el "Santo" Garro. Fue nombrado Capitán General de Guipúzcoa, donde falleció el 15 de octubre de 1720.

Nacido en Narvarte, Navarra, el 31 de marzo de 1656, asumió su cargo, en Santiago, el 27 de febrero de 1709. Comerciante, dueño de una gran fortuna, traía consigo el personal de su antigua casa de comercio. Sensato, prudente, contemporizador, con un nuevo concepto administrativo que le llevó a liberalizar el comercio, tolerando el contrabando. Tuvo la adhesión de los vascos que predominaban en el comercio y la agricultura. Pero también la antipatía del ejército, la burocracia y los terratenientes de origen meridional. El historiador Carvallo y Goyeneche escribe: "Miraban a este caballero con desagrado y con desprecio, porque no era militar". Con Ustariz floreció el comercio interno y el de exportación. El auge del contrabando benefició al país, pero arruinó al elemento de origen meridional, que derrochó su fortuna comprando artículos de lujo, principalmente franceses. En cambio los vascos se enriquecieron.

Se reconoce que la "introducción descarada del contrabando" había sido un aporte progresista para Chile. Con un ejército deshecho, Ustariz supo mantener tranquilos a los indios, negociando con ellos y respetándoles sus costumbres. Empedró varias calles de Santiago, construyó el palacio del gobernador y amplió el hospital. Apresuró la construcción de las salas de la Audiencia y del edificio de las Cajas Reales. Otras iniciativas importantes fueron el proyecto de construcción del canal del río Maipo al Mapocho y el de la Universidad Real. Bajo su mandato el país remontó la crisis que arrastraba penosamente. Pero su actividad comercial, incompatible con su cargo de gobernador, le acarrearon su destitución. El juicio de residencia le condenó a 54.000 pesos de multa y pérdida de todos sus bienes. Murió sumido en la amargura pocos meses más tarde, el 19 de mayo de 1718.

Se hizo cargo del gobierno de Chile el 19 de noviembre de 1737. Con el advenimiento de este gobernador parece operarse bruscamente un gran cambio en la fisonomía social de Chile. Se trata de un cambio sumamente complejo que se enlaza con los cambios de la estructura étnica y la formación de la capa vasca, que recubrió a la sociedad tradicional. El "vizcaíno" Manso de Velasco, que en realidad era riojano, fue un gran fundador de villas: en 1740 fundó San Felipe, en 1742 Los Angeles, Cauquenes y San Fernando; en 1743 Melipilla (San José de Logroño), Rancagua (Santa Cruz de Triana), Curicó y Copiapó. Su mandato terminó a mediados del año 1745 al ser nombrado virrey del Perú.

Nacido en Lecároz, Navarra. Juró su cargo en Santiago, en marzo de 1773. A este gobernador, en 1775, le toca inaugurar y poner en marcha un colegio para mapuches; la nueva catedral, crear el Colegio Carolino y la Academia de Prácticas Forenses, anexa a la universidad. En 1776 realiza la labor administrativa más importante de su gobierno, el primer Censo de los habitantes de Chile. A partir de este gobernador se impone en Chile la concepción vasca de la vida. El gobierno al estilo vasco será económico, sensato y honrado. El vasco implantó su manera de entender la vida en los órdenes privado y público. Introdujo también otra novedad, hacer valer su nobleza anexa al valor del individuo, en contraposición a la otra nobleza cortesana. Su primera preocupación al asumir el mando había sido la lucha contra la ociosidad, el crimen y la barbarie. Su objetivo era la imposición de las normas de vida europea civilizada, al mestizo americano, promulgando la legislación adecuada a los tres meses de llegar a Santiago. En julio de 1780, nombrado virrey del Perú, cesó en su cargo, embarcando para El Callao.

Regente de la Audiencia, asume el gobierno el 24 de mayo de 1796. Gobierno interino que duró hasta el 18 de septiembre del mismo año. Dejó como recuerdo la alameda que hizo plantar a orillas del Mapocho. Con Rezabal se cierra el periodo de los gobernadores vascos.