Udalak

Bilbao. Economía 1975-2000

La subida drástica del precio del petróleo en torno a 1973-74 convulsionó los mercados internacionales, incidiendo negativamente en la producción y el empleo. Pero, tan sólo fue el detonante de una profunda crisis, cuyo origen se encontraba en el agotamiento del sistema industrial de los países avanzados. Ya desde 1967, Estados Unidos había comenzado a manifestar una reducción del ritmo de crecimiento de su industria transformadora; al inicio de los setenta se sumarían Alemania y Japón, después Francia y Reino Unido (García Crespo, 1987: 69). El freno del sistema productivo americano fue la señal inequívoca de que el modelo de crecimiento basado en la industria electro-mecánica clásica, la utilización de energía barata y la expansión de la industria petroquímica, modelo que Estados Unidos había propagado, tocaba a su fin.

En adelante, se pondría en marcha la reconversión industrial y la regeneración productiva sobre nuevas bases que han supuesto la entrada en un nuevo ciclo económico. La industria ha cedido protagonismo al sector servicios, en el cual los servicios a las empresas ocupan un lugar destacado y hace tiempo que se habla de un sector cuaternario, en clara emergencia, éste en el que se enmarcan actividades del más alto nivel tecnológico, como la microelectrónica, telemática, robótica,. Y la industria ha acometido su reestructuración, incorporando procesos de I+D, nuevos materiales, nuevos productos, nuevos órganos de gestión, ... por lo que se muestra más competitiva.

Pero a ello, se sumaron también factores externos que agravaron aún más la situación, como fue la incorporación de jóvenes países industriales de Asia y América Latina a los mercados de exportación, a los que se lanzaban con productos sumamente competitivos por disponer de mano de obra barata. En esta dura batalla, fue la industria y, más aún la industria básica, la derrotada.

En el marco espacial más próximo, han sido los rasgos específicos de la industria vasca y los problemas heredados de la época franquista los que terminan por explicar el proceso de reestructuración y reconversión.

El País Vasco se había caracterizado hasta la fecha por la fuerte orientación industrial de su economía, una industria además de gran tradición y excesiva especialización en el hierro y sus derivados, esto es, los sectores más castigados por la crisis. De ahí que hayan sido las viejas áreas industrializadas vascas las que han vivido con especial dureza las consecuencias de la reestructuración económica.

Desde esta perspectiva, Bilbao tenía las de perder, puesto que acumulaba tras de sí un siglo de dedicación industrial desde que despuntara el proceso de industrialización moderna allá por el último cuarto del XIX. Durante el mismo, fue configurándose un tejido industrial, tomando a la ría como eje, asentamiento que al despuntar el siglo XX se había convertido en el primer centro siderometalúrgico de España (Ferrer, 1968: 27). Sus habitantes, en consecuencia, transformaron sus ocupaciones. En 1900 un 50% de la población bilbaína se empleaba en el sector secundario, jornaleros industriales que habían llegado a la ciudad atraídos por la oferta laboral que generaban la minería, los modernos establecimientos fabriles y las actividades del puerto bilbaíno (González Portilla, 2001: vol. I, 79). Ciudad industrial, portuaria y financiera que alcanzaría también por aquellas fechas el segundo puesto en el ranking financiero, tras Madrid. Y dentro de la aglomeración urbana que fue extendiéndose hasta El Abra, Bilbao asumiría las funciones de cabeza rectora.

Por otro lado, el tejido industrial vasco ha estado dominado por la pequeña y mediana empresa que actuaba en buena medida, o bien como auxiliar, o bajo la fórmula de la subcontratación. De manera que la crisis de las grandes unidades productivas arrastró consigo a esas pymes que en gran número se vinculaban al sector del metal.

Otro elemento singular ha sido el proteccionismo, que ha marcado la trayectoria de la industria vasca ya desde finales del siglo XIX, siendo desde entonces cuando la clase empresarial orientó su política a la búsqueda de protección y reserva del mercado interior para la industria del hierro y sus transformados.

Ya a partir de la guerra civil, la evolución económica del País Vasco ha estado condicionada por la política del régimen franquista. De hecho, buena parte de los problemas estructurales con que ha tropezado el tejido productivo español han sido heredados de la industrialización española de la posguerra. Ésta se llevó a cabo durante dos décadas en régimen autárquico, al margen de la competencia internacional y bajo el intervencionismo del Estado. Como concluye Julio Segura, "un país pequeño, con unos niveles de renta y ahorro exiguos, que no tenía acceso a las tecnologías más avanzadas incorporadas en los bienes de equipo que usaban otros países, presentaba escasez de recursos naturales y energéticos y, además, había sufrido un proceso intenso y prolongado de destrucción de escasos activos industriales de que disponía, sólo podía en condiciones autárquicas, generar una estructura productiva muy ineficiente" (Segura, 1992: 37).

Pero, pese a todo, llegó la fase de crecimiento de la década de los sesenta propiciada por una modesta apertura al exterior que permitió realizar importaciones de bienes de equipo, materias primas, energía y tecnología, por la onda expansiva de las economías occidentales, la disponibilidad de mano de obra abundante y barata derivada del proceso migratorio del campo a la ciudad, así como por la existencia de un mercado de trabajo intervenido en el que se intercambiaban salarios bajos por estabilidad del empleo. Como resultado, en dicha etapa la producción industrial se hizo muy intensiva en el uso de energía, resultando, por tanto, muy sensible a los precios de ésta; se reforzó la estructura macrocéfala de la industria, con un fuerte peso de las industrias básicas, de tecnologías muy accesibles; se produjo un importante aumento de las importaciones de bienes intermedios debido al déficit energético y al desequilibrio sectorial, generándose una dependencia importadora del exterior, y se llevaron a cabo exportaciones que eran subvencionadas, colocándose en los mercados europeos la producción de manufacturas metálicas a bajos precios, por las ventajas de disponer de mano de obra barata, actitud que incluso fue denunciada por países como Francia y Alemania. En estas condiciones, parece más que evidente su vulnerabilidad ante una posible crisis.

A nivel espacial, esta fase expansiva no vino sino a consolidar la primacía del eje industrial de la ría de Bilbao, que destacaba por la elevada concentración del empleo dentro de la distribución espacial del empleo industrial vasco (Torres, 1995: 189). En la margen izquierda de la ría se localizaban los dominios de la industria pesada, de la gran fábrica, vinculada a los sectores del metal y sus transformados, de la construcción naval, el automóvil y la química pesada. Pero, también era sinónimo de congestión y saturación urbanística, conflictividad de usos del suelo y deterioro de los valores medioambientales.

Y la crisis llegó, poniéndose de manifiesto en torno a 1973 los primeros síntomas inequívocos de ella. Pero, a diferencia del resto de los países de la Europa occidental, en España fue tardía la asunción y toma de conciencia plena de la crisis, considerándose en un principio que se trataría tan sólo de una modesta crisis de no muy larga duración. De ahí que, entre 1973 y 1979 los gobiernos implicados se mantuvieran en un impasse que condujo a la ampliación de los costes totales del ajuste y al inicio tardío de la recuperación. De hecho, el intento de reforma planteado en 1977 en los Pactos de la Moncloa fracasó (liberalización financiera, modernización fiscal, ordenación del sector energético, reconversión industrial) y los tímidos planes de reconversión industrial no fueron iniciados hasta fechas tardías. El primer convenio data de 1979, media década después de que los países de la Unión Europea se plantearan el tema de la reconversión de forma global. Y no fue hasta 1981 cuando se dispuso de un programa integral de actuaciones que implicaba el uso de fondos públicos.

Pero, además de tardía, la política de reconversión mantuvo inicialmente un carácter defensivo, planteando la reconversión tan sólo en términos de saneamiento financiero y recorte de plantillas de las empresas o sectores más afectados, no en clave de reindustrialización y modernización. Prueba de ello es que el Decreto-Ley de reconversión de 1981 omitió toda referencia a la innovación tecnológica y gastos en I+D (Segura, 1992: 45). La Ley de 9 de junio de 1982 añadió en su texto tamaño olvido, haciendo una leve mención al interés de las inversiones orientadas a potenciar y organizar estructuras de investigación y desarrollo o crear empleo en dichos campos.

España contó con un inconveniente añadido, la coincidencia de la crisis con la etapa de transición tras la muerte de Franco. Años de cambio político que en el País Vasco se vivieron con especial tensión, al tiempo que se iba articulando el nuevo engranaje de las Autonomías, con lo que ello implicó de descoordinación hasta alcanzar la consolidación institucional propia, capaz de instrumentalizar medidas y planes frente a la crisis y de suplir desde la iniciativa pública la atonía inversora del momento.