Concepto

Historia de la Ciencia y la Tecnología

El desarrollo industrial condicionó, directa o indirectamente, la situación de la ciencia y la técnica. Forzó a que se fueran renovando los sistemas de producción siderúrgica tradicionales; a que, en el caso británico, por ejemplo, la tecnología indirecta (con su énfasis en el uso de altos hornos y carbón mineral como fuente de energía, algo que se diferenciaba del modelo continental) adquiriera rápidamente preeminencia; contribuyó -ahora en el terreno de la ciencia- a que se fuera despojando del lastre del escolasticismo; ayudó -ya en el ámbito educativo- a que se crearan escuelas politécnicas que alcanzaron, como en el caso francés, un prestigio social extraordinario, o las más modestas escuelas de Artes y Oficios. Semejante "catalizador" no actuó en el País Vasco, o al menos tardó en intervenir con la suficiente fuerza, a pesar de que la Escuela Industrial de Ingenieros de Bilbao (creada en 1898) naciese con propósitos de cambio.

Desde el punto de vista de la renovación tecnológica, la industrialización vasca puede dividirse en tres etapas. Durante la primera, que alcanza aproximadamente hasta mediados del siglo XIX, corresponde al periodo preindustrial, en el que se mantienen o mejoran los procedimientos técnicos tradicionales (el afincamiento de las ferrerías vascas al procedimiento metalúrgico directo es un claro ejemplo). La segunda etapa, que se extiende a grandes rasgos desde mediados de ese siglo hasta 1880, se caracterizó por la implantación de algunas tecnologías modernas de forma sectorial y fragmentaria, que dieron lugar a la coexistencia simultánea de sistemas tecnológicos arcaicos y modernos. Pero es sobre todo a partir de las dos últimas décadas del siglo XIX cuando se produjo una concienciación de la importancia de la renovación y/o sustitución tecnológica y sus consecuencias. A partir de la experiencia ganada durante esas tres décadas de industrialización, ingenieros y empresarios invocaron a la introducción sistemática de tecnología moderna y de cursos de formación técnica, que se materializarían -en mayor o menor medida- durante el siglo XX.

Se puede concluir -aún a riesgo de ser injustos con algunos innovadores- que la tecnología empleada en la industria vasca en el periodo de entresiglos fue, fundamentalmente, de importación de la inventada y desarrollada en otros países. Una importación (o "transferencia") a veces inmediata, casi sincrónica, con los ciclos europeos. Fue más un empeño, impulsado por unos cuantos, los "mediadores", con una sólida formación técnica -una formación a menudo adquirida en centros extranjeros-, desde los consejos directivos de las grandes empresas (los grandes motores de la industria vasca), que la manifestación de una tradición o mentalidad innovadora.

Si hubiera que caracterizar en unas breves líneas el modelo de industrialización de Bizkaia en el siglo XIX, podríamos resaltar, trayendo a colación los importantes y numerosos estudios realizados por historiadores económicos vascos, los siguientes elementos: la explotación de las minas vizcaínas, con una fuerte exportación de hierro a Inglaterra; la capitalización de los propietarios de las minas; la formación de una nueva burguesía; y la inversión de capitales en unos pocos sectores estratégicos como el siderúrgico, el metalúrgico y el químico.

Si hemos de fijarnos en el sector que predominó en el espectro industrial vasco, el siderúrgico, es preciso señalar que el paso del sistema productivo tradicional al moderno se dio a mediados de siglo. Fue a partir de 1849, año en que se encendió el alto horno de la fábrica de Santa Ana de Bolueta, en que se inició una etapa de renovación técnica que se cerraría tres décadas más tarde, con la instalación de las fábricas de San Francisco, Altos Hornos y Fábricas de Hierro y Acero de Bilbao, y Metalurgia y Construcciones de Vizcaya (estas dos últimas, dotadas de convertidores de acero).

Y si nos fijamos en los elementos que caracterizaron la industrialización en Gipuzkoa, entonces veremos que los contrastes son considerables. El tejido industrial guipuzcoano del siglo XIX presentaba, es bien sabido, una fuerte dispersión geográfica (valles del Deba, Oria, Urola y pueblos periféricos de San Sebastián). La burguesía era principalmente pequeña y mediana, con una elevada presencia de comerciantes, aunque también de profesiones liberales. En cuanto a su estructura sectorial, la diversificación fue la tónica dominante, siendo los más productivos los sectores textil, armero y papelero (así, por ejemplo, la primera fábrica en sentido moderno que funcionó en Gipuzkoa, instalada en 1842 en Tolosa, fue La Esperanza, de las primeras de papel continuo en el Estado).

Y si es cierto, como de hecho sugieren los historiadores económicos, que industrialización y burguesía moderna son ingredientes fundamentales en la modernización y aparición de cambios técnicos e innovaciones tecnológicas, podríamos afirmar -si bien, con toda cautela- que el caldo de cultivo necesario para que pudiese fermentar una sensibilidad moderadamente proclive hacia el desarrollo de la técnica, tal y como surgió antes en parte de Europa, no se formó en el País Vasco hasta finales del siglo XIX o comienzos del XX.