Lexicon

VASCO-IBERISMO

Estado actual de la cuestión lingüística. Ya en nuestro siglo, Schuchardt reconoce el parentesco vasco-aquitano y considera al ibérico como una forma antigua del euskera, cosa que no acepta Bähr. En la actualidad la cuestión vascoiberista sigue detenida en las pocas certidumbres alcanzadas. En lo referente a la Iberia hespérica o peninsular, los estudios de Tovar, Gómez Moreno -que consiguió descifrar entre 1925 y años sucesivos la escritura ibérica- Fletcher Valls, Bosch-Gimpera, Corominas y Koldo Mitxelena, demuestran la existencia de cierto parentesco entre el ibérico y el euskera pero vedan cualquier afirmación tajante. Las conclusiones (1964) de este último son:

"El ibérico en sentido lingüístico, tal como hoy se puede precisar, es la lengua hispánica antigua no indoeuropea que conocemos por inscripciones, generalmente en un sistema indígena de escritura llamada también ibérica, en la costa Mediterránea a partir de Ensérune en Francia y en el valle medio del Ebro. La lengua, aunque notada en otra escritura no descifrada en todos los puntos, parece ser la misma en algunos epígrafes de Andalucia. La dificultad del problema, tal como se halla planteado, consiste en que disponemos de dos grupos de datos que no se acierta a reconciliar bien entre sí. De una parte, observamos en esos textos toda una serie de coincidencias con el vasco. Estas coincidencias o semejanzas afectan a los sistemas fonológicos, ya que el del ibérico, en la medida en que lo podemos adivinar a traves de la escritura, parece no haber sido muy distinto del vasco antiguo, tanto en el número y naturaleza de sus unidades como en las posibilidades de combinación de éstas. De aquí resulta el curioso aire vasco que tiene un texto ibérico leído en voz alta según nuestro saber y entender. El acuerdo no se reduce a las unidades distintivas, sino que llega también a las significativas. Ciertos morfemas ibéricos que la repetición nos permite aislar en los textos coinciden con morfemas vascos no solamente en su configuración general -en la llamada forma canónica-, sino también en el número, orden y naturaleza de los fonemas que los componen. Así, palabras vascas como argi (luz, claro), beltz (negro), lagun (compañero), osaba (tío), etc., parecen tener su correlato en inscripciones ibéricas. Además, como últimamente ha sugerido convincentemente Tovar, índices gramaticales como el ibérico -en parecen coincidir con los correspondientes vascos tanto en la forma como en el sentido: vasc, -en (de). Frente a esto se alza un solo hecho, de fuerza incontrastable. Las inscripciones ibéricas pueden ser leidas, gracias a D. Manuel Gómez Moreno, salvo en algún punto dudoso, pero siguen sin ser entendidas. Y esto, digan lo que digan los no especialistas, a duras penas podría ocurrir si el ibérico fuera una forma antigua del vasco o, por lo menos, una lengua emparentada de cerca con él. No es que los sonidos vascos no hayan cambiado en el curso de los dos últimos milenios ni que el vasco no haya perdido en ese período una buena parte de su léxico antiguo, pero los cambios fonéticos son recuperables en su mayoría -es decir, pueden ser reconocidos, lo que nos permite reconstruir formas más antiguas que las atestiguadas en la lengua histórica- y las pérdidas sufridas en el acervo léxico no son tan grandes como para que no podamos reconocer bastantes palabras vascas en un corto número de nombres propios aquitanos atestiguados en los primeros siglos de nuestra era. Se esperaría, pues, que, si la suerte nos depara algún texto seguido en vasco antiguo, seríamos capaces de comprender su sentido general, aunque se nos escaparan muchos detalles, y de reconocer la estructura gramatical de sus frases. Nada de esto ocurre, sin embargo, con los textos ibéricos. Sea como fuere, el hecho es que el ibérico constituye hoy por hoy el campo más prometedor, por sus mismas dificultades y hasta contradicciones, para quien desee penetrar en la prehistoria de la lengua vasca. No es posible predecir, con todo qué nos van a revelar esos textos el día que su estudio, apoyado en aparición de nuevos materiales , esté más adelantado".

En lo referente a la relación del euskera con las llamadas lenguas caucásicas, las conclusiones son también cautas. Tovar y otros afirman la existencia de ciertas concomitancias. Dice Tovar (1980):

"Sólo en un par de los caracteres que la tipología del orden de palabras de Greenberg toma en cuenta (orden nombre-adjetivo, demostrativo postpuesto) coincide el vasco con el celta insular y con el bereber. En todos los demás (verbo al final, postposiciones, genitivo antepuesto, como también oración de relativo delante del antecedente) el vasco coincide con lenguas cuyo centro parece estar en Europa oriental o más allá: así las caucásicas o las indoeuropeas más antiguas (sánscrito, hetita, en parte el latín)".

Pero este parentesco no puede ser probado positivamente según Mitxelena (1964):

"pero el argumento decisivo que nos lleva a considerar no probado el parentesco lingüístico vasco-caucásico es otro. La reconstrucción comparativa que intenta penetrar en la prehistoria de las lenguas, en su pasado no directamente atestiguado, no tiene razón de ser más que en función de la historia y se justifica en la medida en que sirve para aclarar genéticamente los estados de lengua documentados. Y es indiscutible que, desde este punto de vista, la hipótesis del parentesco lingüístico vasco-caucásico se ha mostrado hasta ahora singularmente infructífera. Los enigmas de la prehistoria del vasco y de las lenguas caucásicas, que no son pocos ni de pequeña entidad, no han recibido luz alguna de los ensayos comparativos hasta ahora realizados, y mientras esta situación continúe, es decir, en tanto que la hipótesis siga siendo ineficaz y estéril, no podrá pasar del estado de creencia o, a lo sumo, de opinión personal, muy respetable por otra parte. Es evidente, además, que tal hipótesis no podrá servir para gran cosa en tanto que el trabajo de reconstrucción dentro de cada grupo, del lado vasco y sobre todo del lado caucásico, no esté más avanzado de lo que está". Ver IBERO.