Concept

Integración europea y supranacionalidad

La herencia clásica griega y el Imperio romano, junto al cristianismo, forjaron la unidad europea a pesar de sus múltiples conflictos internos. Los siglos de convivencia en una masa de tierra relativamente pequeña facilitaron los intercambios tanto materiales como en el terreno de las ideas, lo que implicó una profunda unidad cultural, que se manifiesta en el carácter europeo de casi todos los estilos artísticos, arquitectónicos, etc. Los factores de unión se ponían de manifiesto a medida que los reinos europeos se oponían a las sucesivas oleadas invasoras provenientes del este (hunos, húngaros, mongoles, turcos) y del sur (Islam), aunque una vez desaparecido el peligro inmediato cada reino proseguía con sus ambiciones políticas y territoriales. Otro gran factor que ayudó a Europa a comprender su unidad fue cuando sus imperios descubrieron y conquistaron nuevos continentes, pueblos y culturas a partir del Siglo XV, tan distintos a los europeos que sus diferencias internas desaparecían ante la comparación.

Internamente, la aparición del Estado moderno fue erosionando las bases de la unidad religiosa europea, gobernada desde Roma por el Papado. Las guerras de religión cristalizaron en nuevas fronteras. Con la denominada Paz de Westfalia (1648) se terminó con un largo periodo de guerras derivado de las irreconciliables diferencias entre católicos y calvinistas, así como entre las distintas potencias europeas. Estas conferencias de paz se consideran el primer congreso diplomático moderno y el inicio de un nuevo orden internacional (europeo) basado en el principio de soberanía. Frente a la vieja idea universalista de la República Cristiana el nuevo principio político parecía resolver el conflicto, al reconocer el derecho de cada soberano de imponer en su territorio su propia religión ("eius regio, cuius religio") y no tener que aceptar interferencias externas de las otras potencias ni del Papado.

Tres siglos después de los tratados de Westfalia, el imperialismo y el nacionalismo estatal, bajo distintos ropajes ideológicos que iban del liberalismo y el fascismo al comunismo, desataron dos "guerras civiles europeas" que se extendieron al conjunto del mundo (Archer y Butler 1992:4). Primero la Gran Guerra (1914-1918) y a continuación la sucesión de la Guerra Civil española (1936-1939) y la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) constituyeron el periodo de mayor destrucción de la historia de la humanidad.

El horror de la Gran Guerra supuso una conmoción para toda la sociedad europea, con el "nunca más" como constante tema de artículos y conversaciones. El impacto de la guerra sacudió también a muchos intelectuales, que iniciaron un fértil periodo de reflexión sobre las causas de la guerra, cómo evitarla en el futuro y sobre la reconstrucción política, económica y moral de Europa. Entre la variedad de propuestas pueden destacarse dos, por su influencia posterior.

En primer lugar, tuvo un gran impacto social y político la obra del conde Coudenhove-Kalergi, Paneuropa (1923), cuyo punto de partida es la crisis o decadencia de Europa en el nuevo contexto mundial. Yendo más allá de este planteamiento, que no era original, elabora un diagnóstico y una consecuencia, ésta sí, novedosa: "la dolencia de Europa consistía en su división política en más de veinte Estados, generadora de anarquía internacional, con su secuela de continuas guerras". Era, por ello, imprescindible crear una federación europea: "Sin tal unión política permanente, los Estados europeos, además, se verían conducidos nuevamente a la guerra. Ahora bien, una nueva guerra asestaría a Europa el golpe mortal." (Truyol 1999:27-28). En Paneuropa aparece una nueva forma de entender el fenómeno bélico, y se establece la relación causal directa entre la soberanía estatal y la guerra.

En segundo lugar, en la década de 1930 destacaron una serie de jóvenes "inconformistas" aglutinados alrededor de las revistas Esprit y L'Ordre Nouveau. Su pensamiento estaba basado en el federalismo de Pierre-Joseph Proudhon y tenía influencias del personalismo, con Emmanuel Mounier como referencia. Los miembros más destacados del grupo fueron: Arnaud Dandieu, Robert Aron, Alexandre Marc, Denis de Rougemont, Emmanuel Mounier, René Dupuis, Georges Izard, Henri Daniel-Rops, Claude Chevalley y, sólo tras la Segunda Guerra Mundial pero con gran peso, Henri Brugmans. Este pequeño pero influyente grupo proponía una nueva estructura política basada en el hombre, en la noción de persona, no en el individuo liberal ni en el proletario marxista, y que aglutinase a todos los pueblos europeos dentro de una federación acordada libremente (Filibi 2007:81-93).

Un poco después, sin terminar aún el conflicto, las distintas organizaciones que habían resistido la ocupación nazi redactaron un documento en julio de 1944, el "Proyecto de declaración de las resistencias europeas", en el que expresaban un diagnóstico político con implicaciones de carácter inmediato: "En el espacio de una sola generación, Europa ha sido el epicentro de dos conflictos mundiales que tuvieron ante todo por causa la existencia en este continente de treinta Estados soberanos. Importa remediar esta anarquía mediante la creación de una unión federal entre los pueblos europeos." (Truyol 1999:161).

Una amplia parte de la intelectualidad y la clase política europea llegaron a la conclusión de que el nacionalismo y la soberanía de los Estados habían sido los causantes de aquel horror. En síntesis, la soberanía, que fue la solución a las Guerras de Religión había sido, paradójicamente, la causante de las grandes guerras del Siglo XX. Ello obligaba a repensar la forma de organización política y económica de Europa para evitar una nueva guerra que esta vez sería atómica. Además, las potencias europeas, con sus economías destrozadas y habiendo perdido en el campo de batalla a una gran parte de su juventud, se veían por primera vez en siglos desplazadas del centro de la escena internacional, ocupada ahora por las superpotencias de los Estados Unidos de América y la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas.

En ese clima se celebró en La Haya el denominado Congreso de Europa (8-9 de mayo de 1948), que puede muy bien considerarse como el verdadero impulsor del proceso de integración europea. Los trabajos se realizaron en tres comités -centrados respectivamente en las cuestiones políticas, económico-sociales, y culturales-, que culminaron en la elaboración de un Informe final que, en los tres casos, fue aprobado por unanimidad.

El Informe Político comenzaba por un desolador diagnóstico de la situación en que se encontraba Europa tras la guerra. Los males que amenazaban al continente eran agrupados en tres órdenes distintos. En primer lugar, males de orden económico, con el consiguiente declive del nivel de vida e insuperables desde los límites de las fronteras estatales, agravados por unos gastos militares que ni siquiera bastaban para garantizar la independencia de sus Estados por separado. En segundo lugar, existía la amenaza de subversión de sus instituciones democráticas y de la destrucción de su estilo de vida. Y, en tercer lugar, todo ello mientras crecía la resignación ante la posibilidad, si no la probabilidad, de otra guerra.

Aunque estos tres retos se encontraban muy relacionados, será la paz el objetivo prioritario, pues sin paz las otras cuestiones resultan impracticables. La mejor forma de conseguirlo era mediante la federación europea, sin embargo el congreso se dividió en dos facciones principalmente: la de quienes, convencidos de la necesidad de aprender del pasado exigían la creación inmediata de los Estados Unidos de Europa, y quienes, conscientes de las dificultades de todo tipo -entre las que se encontraban las propias opiniones publicas nacionales-, proponían avanzar hacia ese objetivo final mediante sucesivos pasos y reformas. En cualquier caso, ambos métodos, "la corriente federalista representada por Denis de Rougemont, Alexandre Marc, Henri Brugmans, y la corriente funcionalista definida y puesta en práctica por Robert Schuman y Jean Monnet, confluyen a todas luces hacia un mismo objetivo: una Federación Europea." (Sidjanski 1998:40).

En este contexto, el ministro de exteriores francés Robert Schuman, inspirándose en las ideas de Jean Monnet, propuso el 9 de mayo de 1950 a la vencida Alemania "colocar el conjunto de la producción franco-alemana de carbón y acero bajo una alta autoridad común en una organización abierta a la participación de los demás países de Europa", lo cual sería la "primera etapa de la federación europea". El resultado de este planteamiento sería que toda guerra entre Francia y Alemania se hacía, "no ya impensable, sino materialmente imposible". El diagnóstico de la propuesta, conocida como Plan Schuman, era claro: "Europa no se hizo y tuvimos la guerra". Se trataba de sentar "las primeras bases de una federación europea indispensable para el mantenimiento de la paz".

La propuesta fue favorablemente acogida por Alemania y diversos países europeos, y un año después, en 1951, se firmaba el Tratado de la Comunidad Europea del Carbón y del Acero (CECA). La elección de estos dos sectores estratégicos se debía a que eran imprescindibles tanto para la creación de armamentos como para la reconstrucción del continente. De este modo, el control conjunto de la extracción de carbón y la producción de acero ofrecía la mejor garantía de que nadie se estaba rearmando y la coordinación necesaria para recuperar los niveles de producción de antes de la guerra.

Los EEUU, que ya habían tratado de promover algún tipo de integración europea obligando a crear una institución conjunta que gestionase los fondos del Plan Marshall, vieron con buenos ojos este primer tratado comunitario. Simultáneamente, la guerra de Corea y la intensificación de la tensión entre Moscú y Washington, que exigía integrar a la República Federal Alemana en occidente, favorecieron la firma del audaz tratado.

La gran innovación de este tratado era la noción de "supranacionalidad", consistente en gestionar la soberanía de forma compartida en el seno de instituciones que identificasen y persiguiesen el interés común europeo. Es destacable que la noción de soberanía es, por definición desde que la acuñó Jean Bodin, única e indivisible, por lo que la propia expresión "compartir soberanía", corazón de la integración comunitaria, es contradictoria en sí misma y se limita a describir el fenómeno. Ello implica que con la creación de la primera comunidad se asistió al desarrollo de un nuevo tipo de Estado.

Otro elemento central, que se ha denominado "método comunitario", es el del gradualismo, la sucesión de pequeños pasos guiados por un proyecto de alcance más general. La propuesta de Schuman establecía la necesidad de crear "solidaridades de hecho", pequeñas islas de soberanía compartida en áreas de interés común, cuya gestión precisase ampliar luego las áreas supranacionales. Este mecanismo de "engranaje", como lo denominaba Monnet, o de "spill over" como acuñó el funcionalismo teórico, constituye el motor de la integración.

Para que el mecanismo pueda funcionar correctamente es imprescindible la creación de instituciones. En particular, Monnet siempre consideró decisivo el papel de la Comisión, encargada de velar por el cumplimiento de los tratados y de identificar el interés compartido de la comunidad. Si sus miembros eran bien elegidos y actuaban adecuadamente, su labor de mediación resultaría decisiva en la creación del clima de confianza necesario para avanzar hacia la federación. Pero, además de ella, era también de la máxima importancia que los gobiernos se impregnasen del ambiente supranacional y se acostumbrasen a ejercitarlo. Un solo gobierno defendiendo su interés nacional no debería poder frenar al conjunto de la comunidad, para ello era necesario votar por mayoría. Ahora bien, a la vez que esto era cierto, también se enfatizaba la necesidad de actuar con el máximo consenso posible.

Dentro de esta variedad de intereses, es necesario enfatizar el papel de los valores comunes que unían a las distintas sociedades europeas, pues serán éstos los que unieron a los distintos pueblos a favor de la causa aliada, generaron la solidaridad de compartir trincheras en la guerra, y permitirán legitimar el proyecto político europeo. Se ha señalado que el compromiso político de este proyecto partió inspirado por "un sentido de misión que iba mucho más allá del logro de beneficios meramente económicos" (Winters 1993:224). Dentro de los valores comunes destacan los Derechos Humanos. Las graves violaciones de los Derechos Fundamentales en las dos guerras "ayudaron a los europeos a darse cuenta de la necesidad de comprometerse a sí mismos mediante una declaración de los valores fundamentales que todas las naciones europeas deberían aspirar a proteger" (Frowein, Schulhofer y Shapiro 1986:231). Este espíritu será el que alentó la creación del Consejo de Europa y posteriormente el sistema europeo de Derechos Humanos.

Este equilibrio entre los valores e intereses comunes y los particulares de cada Estado es una de las claves principales para comprender la evolución del proyecto político comunitario (Torreblanca 2001).

En 1957 se firmaron en Roma otros dos tratados, creando la Comunidad Económica Europea (CEE) también conocida como Mercado Común, y la Comunidad Europea de la Energía Atómica (CEEA). Las tres Comunidades presentaban el mismo diseño institucional: Comisión, Consejo de Ministros, Asamblea y Tribunal de Justicia.

El desarrollo del Mercado Común, que intensificó los lazos comerciales entre los socios, también produjo cambios estructurales en las economías nacionales. Si hasta finales de la década de 1960 los ciclos económicos de cada Estado eran relativamente independientes unos de otros, desde entonces las recesiones y recuperaciones de sincronizaron cada vez más a escala europea (Grahl y Teague 2000:210).

Para mediados de la década de 1980 las elites europeas tuvieron que admitir que "los modelos nacionales de posguerra ya no podían ser mantenidos por más tiempo" (Ross 1998:169). Sólo una vez que se produjo ese cambio en las mentalidades fue posible crear un nuevo clima político, impulsado por Francia y Alemania y expresado en el nombramiento de un nuevo presidente de la Comisión Europea: Jacques Delors, antiguo ministro francés de finanzas y ferviente europeísta.

Dentro de ese clima político favorable a la necesidad de intensificar el proceso de integración hay que entender también algunas sentencias clave del Tribunal de Justicia de las Comunidades Europeas, que fueron creando paulatinamente un espacio jurídico europeo. Por un lado, la sentencia Van Gend and Loos, de 5 de febrero de 1963, estableció el principio jurisprudencial del efecto directo, es decir, el hecho de que el derecho comunitario tiene validez y eficacia por sí mismo, sin precisar de ninguna norma nacional que lo introduzca en su ordenamiento. Por otro lado, el principio de aplicabilidad directa señala que el derecho comunitario puede ser invocado directamente por los particulares, lo que refuerza su eficacia. Además, el principio de supremacía establece una jerarquía entre las normas supranacionales y las nacionales en beneficio de las primeras (sentencia de 15 de julio de 1964, Costa contra ENEL).

Durante la década siguiente se produjeron diversos grupos de reflexión, casi siempre reducidos a ciertas elites políticas, que presionaban en favor de una profundización de la integración. El principal logro fue conseguir que los miembros de la hasta entonces asamblea fuesen elegidos por sufragio directo de los ciudadanos. Las primeras elecciones democráticas al Parlamento Europeo se produjeron en 1979, con un mandato de cinco años. Los parlamentarios, sintiéndose legitimados por el mandato popular, presionaron activamente para recuperar la ambición política y federal del proyecto de integración. El principal hito fue la aprobación por amplia mayoría de un Proyecto de Unión Europea el 14 de febrero de 1984 (proyecto Spinelli). La legitimidad democrática de este proyecto forzó a los gobiernos a tomarlo en consideración y reactivó el proceso de integración, siendo muy influyente en los años posteriores. El Acta Única Europea (1987) estableció cerca de 300 medidas concretas para lograr el mercado interior y cuatro años después dos conferencias intergubernamentales confluyeron en el tratado de Maastricht, que creó la Unión Europea.

La Unión Europea creada en 1993 tenía importantes similitudes con la diseñada por el Parlamento Europeo en 1984, y su influencia no se agotó aquí, pues pueden encontrarse numerosos puntos de conexión con los trabajos de la Convención encargada de redactar el proyecto de tratado constitucional de 2004.

Resulta un lugar común hablar del "proceso de integración europea" -expresión que aparece en los propios tratados y enfatizado suficientemente por las diversas teorías de la integración-, ahora bien, sin olvidar sus importantes aspectos económicos, se trata de un "proceso intrínsecamente político" (Hooghe y Marks 1995:19-20).

Además de este rasgo general, se pueden resaltar varios aspectos. En primer lugar, y se trata de un aspecto que raras veces se subraya lo suficiente, destaca la primacía del conjunto. Es decir, "sin lugar a dudas, a través del Consejo Europeo o del Consejo de Ministros, los Gobiernos ejercen una influencia determinante en el proceso político europeo; pero no de forma individual -y ello resulta fundamental- sino colectiva" (Morata 1998: 99).

Además, se puede constatar la existencia de un auténtico "proyecto europeo" de naturaleza política, o incluso de gran política. Se trata de un proyecto difuso (en el que no todos sus partidarios coinciden en su articulación concreta), además de muy debatido, con la lucha articulada en torno a dos grandes líneas de fractura: "una dimensión izquierda-derecha que abarca desde la democracia social al liberalismo de mercado; y una dimensión nacional-supranacional que abarca desde el apoyo para la restauración de la autonomía del Estado nacional a una mayor integración europea". Este complicado escenario puede ser sintetizado en dos proyectos, ninguno de los cuales es hegemónico, que combinan ambas dimensiones y que se podrían denominarse como modelo neoliberal y modelo social europeo o de capitalismo regulado (Aldecoa y Cornago 1998; Gomá 2002).

Esta tensión se plasma en todos los ámbitos de la vida comunitaria. Así, el lanzamiento de la Europa política, la Unión Europea, fue de la mano del mercado único, siguiendo las ideas de los arquitectos europeístas, que trataban de compatibilizar unos mercados liberalizados con el modelo social europeo (Van Apeldoorn 2006). No obstante, esta compatibilidad ha demostrado ser falsa, y lo cierto es que "el mercado único ha fortalecido las tendencias liberalizadoras de las economías de los Estados miembros", aunque también es verdad que ello ha provocado una "reacción defensiva" de múltiples actores. Las propias instituciones europeas han reflejado esta profunda tensión, y "mientras ciertas partes de la Comisión Europea presionan con fuerza para conseguir la total aplicación del proyecto de mercado único, otras subdirecciones de la Comisión, los funcionarios del Parlamento Europeo y algunos de sus miembros, diversos grupos políticos europeos, la Federación Europea de Sindicatos, y los defensores de los servicios públicos, de los derechos de los consumidores y de la protección medioambiental se han movilizado para proteger sus intereses del impacto del mercado único" (Smith 1999:118).

Esta complejidad hace que no pueda sintetizarse fácilmente la posición de la UE frente a la globalización. Aunque es relativamente habitual entender la Unión Europea como una respuesta y una forma de resistencia ante las consecuencias más dañinas -sociales, económicas y políticas- de los procesos de globalización (Rosamond 2000:183; Sidjanski 1998:449), también puede ponerse el énfasis en el papel que juega la Unión como vector de la globalización, como impulsor de la misma. En este sentido, debe reconocerse la importancia de los representantes comunitarios en la negociación de la normativa de la OMC (especialmente en lo que se refiere a la liberalización de los servicios). En suma, estas visiones contradictorias no hacen sino confirmar la oportunidad de entender la Unión como sometida a la tensión entre dos modelos sociales contradictorios: el neoliberal de origen anglosajón, y el denominado "modelo social europeo" o de capitalismo regulado (o también "economía social de mercado"), característico de la parte de Europa occidental que construyó el Estado de bienestar tras la Segunda Guerra Mundial.

Además de los dos grandes ejes políticos ya señalados, supranacionalidad-nacionalismo y modelo social-neoliberalismo, pueden añadirse otras dos tensiones que ayudan a explicar las decisiones estratégicas de los años 90 y la primera década del Siglo XXI. En primer lugar, con la caída del telón de acero y el fin de la Guerra Fría numerosos países que habían recuperado su independencia tras salir de la Unión Soviética presentaron sus candidaturas para entrar en la UE. Esto planteó un problema pues había quienes defendían la necesidad de ampliar la Unión rápidamente para dar un horizonte de estabilidad política y económica a la Europa del Este, y quienes consideraban necesario que la Unión de 12 miembros profundizase primero la integración y adaptase sus instituciones a una situación de 20 ó 25 miembros para evitar quedarse bloqueada. Este debate entre profundización y ampliación quedó resuelto mediante una vía intermedia, en la que mientras se negociaba con los candidatos se trató de mejorar las instituciones y los sistemas de toma de decisiones internos (tratados de Ámsterdam 1996 y Niza 2001).

No obstante, los gobiernos reconocieron que estas reformas resultaban insuficientes, en parte debido al pesado método de las conferencias de gobiernos regidas por la regla de la unanimidad. Se producía una tensión entre diplomacia y democracia como método de reforma de los tratados. Por ello se ensayó un método distinto, el de la convención, con participación de diversos agentes políticos y sociales para redactar una Carta Europea de Derechos conocida como la Carta Social Europea. El éxito de esta iniciativa animó a los gobiernos a probar esta fórmula para pensar las cuestiones institucionales, de simplificación de los tratados y de toma de decisiones. Así se convocó una Convención europea para proponer a los gobiernos la mejor manera de solucionar estas cuestiones. La Convención, presidida por Giscard d'Estaing, elaboró un ambicioso texto con el título de "Proyecto de Tratado por el que se instituye una Constitución para Europa" (18 de marzo de 2003). Este tratado constitucional fue aprobado por los gobiernos en 2004, sin embargo Francia y Holanda negaron su ratificación en sus respectivas consultas a la ciudadanía, abriendo así una grave crisis en el proceso de integración.

Es destacable que, siguiendo la estela de la reunificación alemana (9 de noviembre de 1989), Europa se reunificó con la gran ampliación hacia el centro y el este del 1 de mayo de 2004, por la que la Unión pasó a contar con 25 miembros. El 1 de enero de 2007 se sumaron dos países más, alcanzando la cifra de 27 Estados.

Tras un periodo de reflexión y de impasse, los gobiernos rescataron todos los aspectos del tratado que gozaban de unanimidad y los agruparon en un nuevo tratado aprobado en Lisboa en 2007.

Benelux [acrónimo de Belgium, Nederlands y Luxemburg (Bélgica, Holanda y Luxemburgo)]. Estos tres países han tenido en su historia una relación muy estrecha, de hecho fue en 1830 cuando Bélgica y Luxemburgo se separan de los Países Bajos. El comienzo de su integración comenzó el 25 de julio de 1921, cuando belgas y luxemburgueses firmaron un tratado de unión económica. Con ese precedente, y en el contexto de la Segunda Guerra Mundial, el 5 de septiembre de 1944 los tres gobiernos exiliados en Londres acordaron crear una Unión Aduanera del Benelux en el año 1948, dándose tres años para reconstruir sus países antes de fusionar sus economías. Su integración, una verdadera mini-integración europea, sirvió de ejemplo y aprendizaje para las Comunidades Europeas. Ya dentro de la Comunidad, estos tres países han actuado a menudo de forma concertada, logrando así cotas de influencia comparables muchas veces a las de las potencias.

Consejo de Europa (5 de mayo de 1949). Esta organización surgida del Congreso de La Haya aspiraba a liderar la integración europea, aunque con el tiempo ha sido desplazada por las Comunidades Europeas. A pesar de ello ha jugado un papel fundamental en la protección de los Derechos Humanos e innovando en numerosos aspectos, como la reivindicación del papel de los poderes locales o impulsando la cooperación transfronteriza y el reconocimiento de las regiones. Pero sin duda el principal hito de esta organización fue la firma en Roma del Convenio para la Protección de los Derechos humanos, primer instrumento jurídico internacional de garantía de estos derechos (4 de noviembre de 1950); que sería completado el 18 de septiembre de 1959 con la creación del Tribunal Europeo de DDHH para garantizar que los Estados miembros cumpliesen sus compromisos.

Organización Europea de Cooperación Económica (OECE) (16 de abril de 1948), creada a instancias de EEUU para gestionar de forma común el reparto de los fondos del Plan Marshall. Se suele considerar que supuso un aprendizaje para las burocracias estatales que favoreció posteriormente el éxito de las Comunidades Europeas.

Organización de Cooperación y Desarrollo Económico (OCDE). En 1960 (14 de Diciembre) la OECE se transformó en la Organización de Cooperación y Desarrollo Económico, dando entrada a Estados Unidos y Canadá.

Unión Europea Occidental (17 de marzo de 1948: el Benelux, Francia y Reino Unido se unen defensivamente contra Alemania). Destacaba la cláusula tan potente que establecía este tratado, que obligaba a defenderse entre sí como si todos y cada uno de los países miembros hubiesen sido atacados en su territorio. El nivel de compromiso de la Unión Europea Occidental era superior a la de la OTAN. Desde finales de los 90 ha ido siendo absorbida por la UE.

Consejo de Ayuda Económica Mutua (COMECON, enero de 1949). Fue un modelo liderado por la Unión Soviética para favorecer el comercio bilateral entre los países socialistas. En 1955 la URSS trató de reconvertirlo en una herramienta de integración económica del bloque socialista, si bien con la oposición de algunos miembros (Hungría, Rumania) por considerarlo un instrumento en favor de la hegemonía soviética. Se acordó su final en 1991, a la par de la disolución de la URSS.

Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN, 4 de abril de 1949) Los países fundadores fueron: EEUU, Reino Unido, Francia, Italia, Benelux, Canadá, Dinamarca, Noruega, Islandia y Portugal. En 1952 se añadieron Grecia y Turquía, y el 9 de mayo de 1955 se unió la República Federal Alemana, lo que provocó la reacción soviética, creando el Pacto de Varsovia y reactivando el COMECON.

Pacto de Varsovia (Tratado de Amistad, Colaboración y Asistencia Mutua, 17 de mayo de 1955). Todos los países socialistas de la Europa del Este, excepto Yugoslavia, formaron parte de esta organización, es decir: Albania, Bulgaria, Checoslovaquia, Hungría, Polonia, República Democrática Alemana, Rumania y la Unión Soviética. Se acordó su final en 1991, a la vez que la disolución de la URSS.

Consejo Nórdico (junio de 1952), organización interparlamentaria de cooperación entre Suecia, Finlandia, Noruega, Islandia y Dinamarca, así como las regiones autónomas de Groenlandia y las islas Feroe y Aland; desde 1971 se creó paralelamente el Consejo de Ministros Nórdico.

República Federal Alemana (1949), integración de tres de las cuatro zonas ocupadas por los aliados (EEUU, Reino Unido y Francia); quedó fuera la parte ocupada por la URSS, que se convertiría en la República Democrática Alemana.

Comunidades Europeas (T. CECA, mayo de 1951; Tratados de la CEE y de la CEEA, 1957; Acta Única Europea, 1987; T. de la Unión Europea, Maastricht 1992; T. de Ámsterdam, 1996; T. de Niza, 2001; T. constitucional, 2004; T. de Lisboa, 2007).

Asociación Europea de Libre Comercio [más conocida por sus siglas inglesas: EFTA] (4 de enero de 1960: Reino Unido, Dinamarca, Austria, Suecia, Noruega, Portugal y Suiza; también se incorporaron después Finlandia, Islandia y Liechtenstein). Esta organización comenzó su declive cuando el país inspirador, Reino Unido, y Dinamarca se adhirieron a las Comunidades Europeas en 1973. En 1986 hizo lo propio Portugal y en 1995 Austria, Suecia y Finlandia, por lo que ha pasado a tener una importancia residual. Para tratar de revitalizarse el 26 de junio de 2003 se firmó el tratado Chile-EFTA. Sin embargo, Islandia presentó el 23 de julio de 2009 su candidatura formal para adherirse a la Unión Europea, lo que dejaría a la EFTA únicamente con tres miembros: Noruega, Liechtenstein y Suiza.

Por supuesto, la integración regional no es un rasgo exclusivo de Europa. Existen numerosos ejemplos de procesos de integración en todos los continentes y con diversas características. Sí suele ser aceptado que el modelo europeo es el más avanzado desde el punto de vista de la supranacionalidad y de la fortaleza de sus instituciones, lo que convierte a la Unión Europea en un referente para otros procesos regionales.

Entre los procesos de integración no europeos destacan: la Comunidad Andina (originalmente denominado Pacto Andino, iniciado con el Acuerdo de Cartagena el 26 de mayo de 1969); el Mercado Común del Sur-MERCOSUR (1991, en su origen: Brasil, Argentina, Uruguay y Paraguay; posteriormente varios países participaron de diversas formas), el Tratado de Libre Comercio (también conocido por sus siglas inglesas NAFTA) entre EEUU, Canadá y México; la Organización para la Unidad Africana (1963) sustituida por la Unión Africana en 2001, bajo la inspiración de la Unión Europea; la Asociación de Países del Sudeste Asiático-ASEAN (1967), etc.

La UE ha establecido toda una serie de acuerdos con estos procesos de integración, destacando especialmente, por su carácter innovador, la relación con MERCOSUR. En 1995 se firmó el Acuerdo Marco Interregional de Cooperación UE-MERCOSUR y a continuación se desarrollaron intensas rondas negociadoras con el objetivo de lograr un Acuerdo de Asociación entre la UE y MERCOSUR. Ante la dificultad de las mismas se decidió posponer la negociación hasta que se alcanzase un acuerdo más general dentro de la Organización Mundial del Comercio. En agosto de 2009 el gobierno español declaró que la asociación EU-MERCOSUR era una prioridad política y que su objetivo era lograr por fin un acuerdo final durante la presidencia española de la UE de 2010. De lograrse, sería el primer caso de una integración entre bloques de integración, lo que añade una nueva dimensión a estos procesos.

(Rosamond 2000; Mariscal 2003). El Único Consenso Al Respecto Es El De Que La Comunidad Europea Es Una Creación Política Que Escapa A Cualquier Clasificación Tradicional (Sidjanski 1998:76). Una De Las Últimas Aportaciones Teóricas Es El Concepto De "Federalismo Intergubernamental" (Croissat Y Quermonne 1999:145).

Con perspectiva histórica puede decirse que en la década de 1950 surgieron tres vías distintas de integración europea, la socialista en el este (COMECON) y otras dos en la parte occidental: una más política (Comunidades Europeas: CCEE) y otra meramente comercial (EFTA), imponiéndose con el tiempo la primera. Esta victoria histórica se ha producido de forma silenciosa, ya que, sin que los europeos apenas se hayan dado cuenta, el modelo de la Unión Europea se está convirtiendo en el modelo europeo (Aldecoa 2003:56).