Milagros de la misma. Antes aseguramos que no consta documentalmente acto alguno de devoción concreta a la Virgen del Coro hasta 1637, en cuyo año está fechado un testamento otorgado por María de Sagasti, serora de la basílica de Santa Ana, anexa del actual convento de Santa Teresa. Deja para la Virgen una cadena de oro. Lo que sí es tradición que había, al menos desde 1611, una imagen mariana que solían llevar en andas». Y es fácil identificarla con la del Coro, que si bien no puede ser la conocida por nosotros, sí aquella a la que sustituyó debido tal vez a su mal estado de conservación. Y es el 23 de enero de 1738, al producirse un incendio en la plaza del Ayuntamiento cuando para implorar del Cielo la extinción del fuego trajo el Párroco hasta el lugar del siniestro a la Virgen del Coro, relatándose que casi inmediatamente desaparecieron las llamas. La Corporación Municipal acordó en consecuencia dedicar una rogativa con Misa solemne y Te Deum en acción de gracias por el favor extraordinario. El 1 de diciembre de 1 768 se declaró otro incendio, esta vez en el convento de Santa Teresa, al arder los almacenes contiguos de la Compañía de Caracas, donde había grandes existencias de cera, aceites y grasas. Después de ocho días de arder dicho edificio se acordó sacar la imagen de Nuestra Señora del Coro, con lo que fue apagándose paulatinamente el fuego. El 4 de diciembre de 1740 el buque «San Ignacio», propiedad de la Real Compañía de Caracas, fue sorprendido por un temporal a la altura de Guetaria. Huyendo de las olas que lo arrojaban contra el acantilado llegó al puerto de Pasajes. Al atardecer del día 11 fue visto desde San Sebastián y la Dirección de la mencionada Compañía acudió a la Virgen del Coro encendiendo velas y rezándole. Mientras, unos fuertes golpes de mar levantaron a flote al navío «San Ignacio» y cuando sus tripulantes se veían ya perdidos, una misteriosa ola los dejó pausadamente en el centro del puerto de Pasajes. Se habla de otra intervención de María a favor de la Compañía de Caracas, salvando a tres buques de la misma, Aviso de San Sebastián, San Joaquín y La Presa, del ataque de la Escuadra inglesa que atacaba el puerto de La Guaira, del que habían salido aquéllos con cacao. Cuando la flota británica les iba ya a acorralar, se encomendaron a Nuestra Señora del Coro, patrona de la Compañía, y un viento inexplicable azotó de pronto, poniéndose en ruta distinta de la del almirante Knowles. El 2 de agosto de 1794 durante la dominación francesa hubo peligro de que la imagen, enmarcada en joyas y aderezos, fuera robada. Por ello el entonces vicario de Santa María, D. Miguel Antonio de Remón, huyó de la ciudad asediada por el general Moncey y en una lancha embarcó con la imagen de la Virgen del Coro a Guetaria. Una tempestad sumergió a los tripulantes, ahogándose 30 de éstos, sin que ni el Vicario ni la ocultada imagen sufrieran percance alguno. En vez de llegar al puerto de Guetaria atravesaron con facilidad la peligrosa barra de Orio desde donde continuaron viaje a Madrid, para que algún artista de la Corte mejorase la imagen. En esta ocasión un dibujante hizo el grabado (segundo de los conocidos) de la estatua mariana, denominada «milagrosa» en casi todas las referencias que de ella hacen los devotos donantes de mantos y joyas a Nuestra Señora. También la Virgen atendió, en casos de sequía, al pueblo de San Sebastián. Así, en 1830, cuando la pobreza de la ciudad era excesiva, recientes aún las calamidades militares sufridas, entre ellas la destrucción total de la población. Asistieron a las rogativas, anunciadas en pregón municipal, junto con los donostiarras, los labradores de los caseríos de Hernani, Astigarraga, Andoáin, Pasajes, Oyarzun y Rentería. La imagen de la Virgen fue llevada por los polvorientos senderos de la sedienta campiña, y la lluvia no se hizo esperar. El beneficio del agua se consigna en el libro de sesiones del Ayuntamiento, 22 de mayo de 1830. En 1855 se declaró la peste en la ciudad. Habían muerto atacados por ella cinco habitantes. Se acudió a la Virgen, que fue llevada por las calles afectadas, mientras el vecindario portaba hachas encendidas en número de dos mil quinientas. La Virgen, otra vez más, consiguió del Señor para el pueblo donostiarra la gracia necesaria. En la noche del 7 al 8 de febrero de 1905 unos cables que se fundieron tras de las maderas del camarín de la Virgen fueron la causa de que estando ya cerrada la iglesia, se quemase parte del altar mayor, siendo la imagen de Nuestra Señora del Coro la más amenazada. Pero providencialmente el sacristán del templo, que habitaba en un aposento que domina desde uno de los ábsides el interior de la iglesia, entre las dos torres de la misma, estaba desvelado por hallarse enfermo. Todavía hoy se distinguen las huellas del incendio sofocado por el vecindario y los bomberos, que acudieron al momento de pedir socorro el citado empleado de la parroquia, Miguel Olaechea. Para evitar nuevo peligro de que se quemase la venerada imagen, se suprimieron los cortinajes y demás lienzos que ocupaban entonces el tabique del Camarín. No se conservan por otra parte datos ciertos de cuanto con la sagrada imagen sucedió en las deplorables guerras que a San Sebastián tuvieron por escenario exactamente en 1813 y después en la carlistada. Se presume que fue retirada a algún convento y después sacada hasta las murallas para que su presencia infundiera respeto a quienes iban a combatir contra sus protegidos. No obstante, en cuanto a lo ocurrido a la misma durante la guerra civil de 1936-1939, se conocen todas sus particularidades. El guardián de tan amada imagen fue el párroco de Santa María, D. Agustín Embil, retirado en Zumaya y ya muy enfermo, quien deseándola tener junto a sí, logró que varios jóvenes sacerdotes se la trajeran a Zumaya con una primera escala en el hotel Toki-Alay de Orio, de cuyo pueblo era oriundo uno de los aludidos clérigos. Días más tarde, fue conducida la Virgen asimismo por sacerdotes vestidos de paisano en taxi a Zumaya, en cuyo hotel homónimo, propiedad de una hermana de don Agustín Embil, entregaron la imagen. Allí la pusieron en la habitación ocupada por D. Agustín Brunet quien la puso en una mesilla ante la cual durante cuatro horas estuvo rezando rosarios un público emocionado, dirigido en las preces por D. Miguel Eliceche, cura adscrito a la parroquia de Santa María. Las sobrinas del citado párroco enfermo, llevaron por orden del mismo, a la Virgen, como a lugar más decoroso, al vecino convento de Carmelitas de la Enseñanza, quienes la recibieron en el jardín, en comunidad, con cirios encendidos, entonando la salve y las letanías lauretanas. D. Juan Zaragüeta, distinguido filósofo, es testigo de cómo días más tarde, el 7 de septiembre, víspera de la festividad de N.º S.ª del Coro, unos jóvenes donostiarras la reclamaron, por no existir peligro alguno en San Sebastián. Así fue como a las 10 de la noche, en auto, la devolvieron al templo titular, después de una consulta verificada por D. Agustín Embil y otras personas responsables. No conocemos más vicisitudes o anécdotas especiales acerca de la Virgen del Coro, a no ser el robo consecutivo de cuatro coronas -dos de la Virgen y otras dos del Niño- ocurrido en fechas muy próximas del otoño de 1947 y que, pese a ser denunciado, no fue difundido ni por la radio ni por la prensa. Para en lo sucesivo, el entonces párroco de Santa María, D. Segundo Garayalde, adoptó medidas preventivas, tales como que las joyas fueran depositadas en la caja fuerte del Banco Guipuzcoano. Cuando ha de lucirlas N.ª S.ª del Coro las trae al templo un sacerdote, custodiado por dos policías de la Guardia Municipal, que están de centinela junto a la imagen, incluso de noche, mientras la imagen las ostente.