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Villarreal de Bérriz, Pedro Bernardo (version de 2001)

Hombre de negocios y personalidad polifacética, nacido en Arrasate. (Gipuzkoa) en 1669 o 1670 y muerto en Lekeitio (Bizkaia) en 1740. Procedía de noble familia de Parientes Mayores. Su madre estaba emparentada con los Condes de Monterrón y su abuelo, Sebastián de Villarreal, fue el primero que adoptó este apellido (se llamaba antes Ruiz de Avendaño), por poseer el señorío de la Villa de Legutiano (Villarreal de Alava). Se casó éste con Josefa de Bérriz Gamboa, de cuyos antepasados existen datos que se remontan hasta el s. XII, con Pedro Ladrón de Guevara, señor de Oñate y de la Casa de Guevara, y su hijo, señor de Ulivarri-Gamboa, en Araba; se sabe que otros antepasados intervinieron en las luchas entre gamboínos y oñacinos, y que se hallaron presentes en las acciones de Villalar y Pavía. En fin, el nombre de Bérriz fue asimismo adoptado por el hijo de una señora de las casas de Bérriz y Láriz, en Bizkaia (en situación del anterior, López de Gamboa), ya que el apellido llevaba aneja la calidad de Pariente Mayor. Nada sabemos sobre los estudios de P. Bernardo. Si lo que hizo él con sus propios hijos, al enviarlos a estudiar al colegio de Jesuitas de Toulouse, puede servirnos de indicador, cabría pensar que pasase alguna temporada en Francia, aunque, no existe ninguna certeza al respecto, sino la de que a lo largo de su vida llegó a manejar bastante literatura francesa. Lo que sea de esto, sabemos por propia confesión que fue desde su juventud "muy inclinado a las Matemáticas" y -según se expresa en un borrador de carta que obra en el archivo del Palacio de Uriarte de Lekeitio- "alguna temporada con tanto extremo que me dañó en la salud". Sin embargo, por imperativos de la vida, la actividad de Pedro Bernardo hubo de orientarse por otros derroteros que los puramente científicos, aunque nunca lo abandonarán esas inquietudes de primera hora, a las que a las tantas se entregará. Casado en 1694 con María Rosa de Bengolea, señora de la Torre de Bengolea, en Gizaburuaga (donde él había de construir presas), y del Palacio de Uriarte, en Lekeitio, pasó Pedro Bernardo a vivir a esta bella localidad vizcaína, donde transcurriría, aparte cortas ausencias, el resto de su vida. Fue tres veces regidor de la villa, y es bastante probable que tuvieran que ver con su mandato (o con el clima de inquietudes novadoras que cundieron en Lekeitio desde que empezaron a reunirse en su casa algunos caballeros curiosos en una especie de círculo erudito) ciertos importantes proyectos de urbanización, que conoció la villa vizcaina en el primer tercio del siglo XVIII y de los que habla con entusiasmo su hermano Juan Bautista de Villarreal y Gamboa a un corresponsal madrileño hacia fines de 1722. Se trató, ante todo, de construir un molino de marea para obviar los inconvenientes de las grandes sequías, para esas fechas, por otra parte, eran una realidad las nuevas conducciones de aguas, riquísimas y abundantes, y se estudiaba el emplazamiento de las fuentes para su distribución; en fin, el proyecto verdaderamente grande venía a ser la construcción de la nueva espaciosa plaza, para cuya ejecución inmediata había comprado el municipio los terrenos apropiados: según Juan Bautista, en el centro de ella se proyectaba situar "una fuente muy hermosa de piedra, y por tres caños que tendrá podrá abastecer de agua a la mitad de esa corte [...]; al rededor de la fuente se pondrán asientos y se plantarán en debida proporción árboles de Holanda, y cuando éstos crezcan -escribe Villarreal entusiasmado- asegúrese V. M. que será un sitio deliciosísimo así para tomar el fresco los veranos, como para gozar del sol el invierno, y menos el crecer de estos árboles, lo demás estará concluido todo el mes próximo de Agosto, con que si se acaba la obra cercada de Zubieta será uno de los mejores barrios de España" (Borrador de carta que obra en el archivo del Palacio de Uriarte, leg. 64, nacido 1). Además de como regidor de la villa de Lekeitio, sirvió Pedro Bernardo al Señorío de Vizcaya girando algunas visitas a la Corte en calidad de representante de los intereses del mismo. Pero Villarreal y Bérriz, tal cual se nos muestra en la correspondencia que a partir de 1726 mantuvo con el su agente bilbaíno Pablo Francisco de Yrisarri, es sobre todo un hombre de negocios, que vive atento a los fletes y precios del hierro en Bilbao y que, sobre eso, despliega una incansable actividad pluriforme, iluminada por progresivos conocimientos de orden teórico y científico. Como él mismo escribe, "desde que me emancipé a los diez y ocho años de mi edad (en que emprendí el reedificio desde los cimientos de unas Herrerías) en cuarenta y ocho años continuos apenas me han faltado Obras en mi hacienda y la de mis hijos, siendo las más en Herrerías y Molinos" (Máquinas Hydráulicas de molinos y herrerías, y gobierno de los árboles y montes de Vizcaya, Madrid 1736, Prólogo). Es realmente impresionante el volumen de actividad lucrativa que desarrolló, sin concesiones a los escrúpulos nobiliarios castellanos, nuestro noble mondragonés. Según reconoce Labayru, "(...) reedificó la ferrería de Bérriz, las casas de Uriarte, que eran de su habitación en Lekeitio; construyó de nuevo cimiento la casa de Bengolea y grandes fábricas en sus ferrerías y el puente de piedra; reedificó las casas de Lauritz, Beaskoa y Gizaburuaga Biazkoa, quemadas; fabricó la casa nueva de la Magdalena con sus lonjas y arragoas para quemar vena y abrió un canal para que entrasen las embarcaciones a descargar mineral y cargar fierro: hizo el molino de agua pasada de Bengolea, plantó todos los montes del coto que se hallaban despoblados, y en los de la hacienda de Bengolea 30.000 plantíos hasta 1729, en cuyo año tenía viveros de 25 a 26.000 cajigos en condiciones de plantarse en breve. En Bérriz plantó cuatro mil [...]. Entendió también dicho caballero -prosigue Labayru- en arquitectura, y de él fue la primera traza que se tuvo presente para la reedificación de la célebre rotonda de San Miguel de Arrichinaga", etc. ("H. G. S. V.", VI, p. 196). Pero en la citada correspondencia de Yrisarri, no menos que buen gustador de vinos o experto comerciante, Pedro Bernardo aparece curioso e inquieto de saber. Le preocupaban, por lo que parece, los sucesos de la política europea, y así, en la correspondencia que se conserva en el archivo del Palacio de Uriarte, lo vemos interesándose por allegar mercurios y gacetas del extranjero. Sobre eso, llama la atención su bibliomanía, que hace afluir cajones de libros desde Inglaterra y Holanda, o se hace procurar, por mediación de un hijo enrolado en el ejército de Italia, las novedades de las prensas italianas por lo que hace a temas de interés científico-técnico. Su relación de bienes, cuando muere, hablará de "mil cuerpos de Libros, de Mapas, Historia y Matemáticas". Su inquietud científica lo llevará, si duda, a participar en la correspondencia que sobre temas mátematico-técnicos mantiene su hermano Juan Bautista de Villarreal y Gamboa con diversos eruditos italianos; los papeles del archivo del Palacio de Uriarte dan fe, en efecto, de varias cartas que desde Nápoles le escribió un tal Giovanni Battista Vidroni o Bidroni. No pudo dejar de interesar el espíritu inquieto del insigne mondragonés una actividad que de siglos atrás venía tradicionalmente tentando la capacidad tecnológica del hombre vasco: la de construcción de navíos. "Con la ocasión de vivir en puerto de mar -escribe él mismo- me dediqué a la náutica y fábrica de navíos habiendo recogido noticias y libros extranjeros de construcción y proporciones, y por mis diseños y a mi vista he fabricado y arbolado ocho navíos, que han salido muy buenos; y aunque ninguno ha pasado de 150 toneladas, las proporciones de los pequeños no se diferencian de las de las grandes, y aunque yo lo diga, he alcanzado a saber algo en este arte, en que muchos hablan como maestros y muy pocos entienden en España, no habiendo tenido otro fin para algunos gastos que he hecho que el de satisfacer a mi curiosidad y gusto" (Borrador de carta a un corresponsal madrileño en 1717, en la que recaba para sí el puesto -sin sueldo- de superintendente de la costa de Cantabria, vacante por la promoción de Gastañeta a más altos empeños. Obra en el citado archivo del Palacio de Uriarte). La elocuencia del testimonio ahorra comentarios; diremos, de todas formas, que no faltan entre los papeles de los Villarrreal, del Palacio de Uriarte, algunos relativos a los problemas de navegación y construcción de navíos, y en concreto uno de los cinco folios, que trata Del arquear y medir de los navíos. Recordaremos, en fin, lo que el mismo Pedro Bernardo escribía en el Prólogo de Máquinas Hydráulicas, a saber, que se había dedicado en Lekeitio a la enseñanza de la Náutica, habiendo compuesto al efecto diversos cartapacios "de Geometría, Esfera, Trigonometría y otras cosas precisas para la Náutica". Pedro Bernardo, sin embargo, es sobre todo el autor de Máquinas Hydráulicas, obra que -según un Amigo de la Real Sociedad Bascongada de los Amigos del País- "merecería ser venerada, aunque no fuese producción de un caballero bascongado" (Extractos de las Juntas Generales celebradas por la Real Sociedad Bascongada de los Amigos del País, en la Villa de Bilbao, en 1775, p. 28). Según él mismo se expresa, lo movió a trabajar la obrilla el haber comprobado, en su consulta de muchos autores nacionales y extranjeros, que no existía nada científicamente (sic) escrito sobre el tema, y el mejor deseo de ofrecer a sus compaisanos, en un asunto de tal capital importancia para la economía del país, un pequeño manual de observaciones e instrucciones prácticas, que los ayudase para el mejor adelantamiento de sus haciendas (Prólogo de la obra, sin paginación). La obra de Villarreal responde a un lúcido y moderno afán de racionalización de los procesos productivos, por lo que intenta liberarlos de la asfixia de seculares prácticas rutinarias que condenaba la piedra de toque de la experiencia. Diversas veces se hace en ella eco de la necesidad de sacar de su error a los caseros e incluso a hombres de mayores talentos, y casi al comienzo sazona su tratadillo con esta sabrosa anécdota: "Iba una tarde de verano a la villa de Marquina, y oí un grande ruido de palas y azadas en el cascajo de un arroyo: emparejé con los que trabajaban, que era una grande tropa de hombres; preguntéles que hacían. Me respondieron, abrir un camino al agua, porque toda se quedaba en aquel pozo y faltaba en losmolinos. Sin parar el caballo, dixe: Una vez lleno el pozo, quedará más? Reparé que no había más ruido: volví la cara, y vi a todos suspensos: prosiguiendo el silencio, volví a mirar de alguna distancia, y vi que todos, dexada la obra, marchaban con las herramientas al hombro: lo que celebramos y reímos. A este modo hay muchos errores, que sería largo referirlos" (Máquinas Hydráulicas, p. 3). Por lo mismo, Pedro Bernardo se revela en todo momento empirista y analítico a carta cabal. Su obra no solo es el fruto de sus tempranas aficiones matemáticas, sino más, si se quiere, de sus continuadas y racionalmente compulsadas experiencias en esos 48 años largos en que, según nos dice, se ocupa en obras en su hacienda o en la de sus hijos; y es por eso que no faltan en su obra las alusiones a sus experiencias, como definitiva piedra de toque de los criterios a seguir en el montaje de herrerías o en la plantación de árboles. En fin, vamos a poner de relieve el carácter eminentemente utilitarista y práctico que revela la obra de nuestro caballero: como se expresa el Jesuíta P. Gaspar Alvarez, maestro de matemáticas del Real Seminario de Nobles de Madrid, en la Aprobación de la obra, no era la obra de Pedro Bernardo como la de otros autores que, al tratar de ausuntos de hidráulica, se limitaban a estudiar artificios de fuentes, "máquinas para levantar el agua", diversos géneros de bombas y "muchas curiosidades, como los Organos Hidraúlicos"; sino que lo que se proponía era el ser útil al ferrón o al labrador vascongado para la conveniente explotación de sus plantaciones y ferrerías. De ahí arranca también otra de las características más señaladas de su obra: la conmovedora desnudez de su expresión, para lo que se lo verá eligiendo "los términos más inteligibles, y comunes, evitando teoremas que prueben lo que se enseña, porque sólo servirían para los que saben Geometría y Maquinaria" (Ibid.). José A. García-Diego ha reivindicado últimamente para el mondragonés la gloria de haber sido "su libro uno de los primeros en ocuparse, de modo especial, del proyecto y construcción de presas", así como la de haber sido el primero en idear y llevar a la práctica las presas de contrafuertes en las cinco que proyectó y mandó construir: las de Ansotegui y Barroeta, en Markina, construidas en fecha imprecisa entre 1688 y 1735; la de Bedia, fechada en 1734 ó 1735; la de Gizaburuaga, hoy llamada de Arancibia-Errota, de fecha imprecisa, y la de Laisota, que debió de ultimarse hacia 1736. Es posible que ulteriores descubrimientos obliguen a puntualizar sobre las originalidad de la aportación de Pedro Bernardo en el campo de la ingeniería hidráulica; lo que sobre todo queda es el testimonio de su ilustrada preocupación por los problemas de la economía local, de su lúcido recurso a la razón y a la experiencia en el planteamiento de los problemas económicos, de su manía debeladora de los errores tradicionales. Todo el libro puede ser considerado al respecto como una prueba abrumadora de la preocupación por explotar racionalmente y al máximo las fuerzas de la naturaleza, y traduce una actitud de espíritu emprendedor, muy novedosa para la España de Carlos II y Felipe V, que lo vio nacer y desarrollarse. Fue caballero de Santiago; logró además que Felipe V, accediendo a una solicitud suya en la que se aducía la conveniencia de sustituir a los extranjeros que trabajaban en las herrerías por naturales del país, lo nombrase director de las ferrerías de Eugi, Liérganes y La Cavada para que, junto con las de su propiedad, suministrase material de artillería al ejército.