Compositor y pianista. San Sebastián, 1887 - 1915. Figura fundamental del nacionalismo musical vasco, considerado uno de los padres de la ópera vasca. Autor de formación y técnica eminentemente francesas, es conocido y celebrado en todo el ámbito hispano por el éxito de su única zarzuela, Las golondrinas.
Nació en el seno de una familia acomodada de la burguesía donostiarra. Su padre Carlos fue cónsul honorario de Uruguay, distinción heredada del abuelo materno del músico, el historiador, político y empresario Nicolás Soraluce y Zubizarreta. Su tío materno, Cándido Soraluce, fue también compositor, y había dirigido el estreno donostiarra de la zarzuela vasca Iriyarena (1878), para la cual él mismo escribió un preludio musical. Usandizaga era sobrino asimismo de Pedro Manuel Soraluce, primer director del Museo Municipal de San Sebastián (Museo de San Telmo).
Según testimonios familiares, su afición musical fue propiciada por un accidente infantil, que a los cinco años le dejó cojo de por vida. Sus primeras nociones de piano las recibió de su madre Ana. Posteriormente, estudió solfeo, piano y armonía con Germán Cendoya y Beltrán Pagola, profesores de la Academia de Bellas Artes de la ciudad. Con nueve años compuso su primer Vals para piano. En Donostia, su fama de niño prodigio fue extendiéndose a través de reuniones y audiciones privadas o semiprivadas. En otoño de 1898 realizó sus primeras demostraciones de virtuosismo ante el público del Gran Casino donostiarra, aprovechando el marco de los conciertos habituales del sexteto de dicho local. Dos años más tarde (18-03-1900) se presentó en el Palacio de Bellas Artes de Donostia interpretando un Concierto para piano de Mozart y un Trío de Haydn.
Su dedicación exclusiva a la música había quedado definitivamente decidida tras realizar una audición ante Francis Planté en Mont-de-Marsan (Landes, Francia). Este maestro trazó a Usandizaga un plan de estudios con el objetivo de ingresar en la Schola Cantorum de París. Allí se matriculó efectivamente en otoño de 1901. Pocos días antes de su partida (19-10-1901), fue despedido en el Gran Casino con un recital en el que el autor interpretó sus propias Escenas de caza, entre otras piezas de repertorio. Por mediación de su tío Cándido, Usandizaga llevó consigo a París una recomendación de Tomás Bretón dirigida a Isaac Albéniz. Otra recomendación fue firmada por la regente María Cristina para la embajada española.
En Francia, fueron sus maestros Gabriel Grovlez (piano), el barón Fernand de la Tombelle (armonía), Louis Tricon (contrapunto) y Louis de Serres (conjunto instrumental y vocal), siempre bajo supervisión de Vincent d'Indy. Ocupó el atril de timbal en la orquesta de alumnos de la Schola. Dicha formación viajó a Donostia en septiembre de 1902, dirigida por Charles Bordes, y en su actuación Usandizaga intervino nuevamente como pianista solista. Un curso más tarde, tuvo como condiscípulos en París a Resurrección María Azkue y Jesús Guridi, con quien entabló amistad íntima y duradera. En 1905 logró una beca semestral en la Schola, debido a su buen aprovechamiento de los cursos; sin embargo, una lesión articular en la mano le obligó a interrumpir sus clases de piano. Esto frustró sus aspiraciones de virtuoso y orientó su carrera hacia la composición, campo en el que ya despuntaba claramente: en 1904 Enrique Fernández Arbós había estrenado en el Gran Casino donostiarra una Suite en La para orquesta, y dos años antes se había escuchado en Saint-Jean-de-Luz su Suite para piano, sobre cantos populares vascos. Aun así, Usandizaga siguió siendo un pianista notable durante toda su vida.
Por fin, en enero de 1906 abandona definitivamente sus clases en París y regresa a San Sebastián. En esta época comienza a alcanzar popularidad y éxito crecientes entre sus paisanos con composiciones directamente inspiradas en el folklore vasco. Así, acapara los primeros premios de composición en las Fiestas Éuskaras de San Sebastián (1906), Elgoibar (1907), Eibar (1908) y Hernani (1909) con las obras Irurak bat, para orquesta, Bidasoa y Euskal festara, para banda, y Fantasía vascongada (Chorichua, nora ua?), para coro de hombres, respectivamente. Algunos de sus arreglos de canciones populares fueron publicados en la colección Ecos de Vasconia.
Por otro lado, Nemesio Otaño incluyó un Postludio organístico de Usandizaga (Postcomunio) en su Antología Moderna de Orgánica Española (1909), que recogía piezas de los más destacados compositores vascos del momento y logró amplia difusión. Todos estos trabajos fueron compaginados con la elaboración de otras piezas de concierto y de salón de corte romántico. Algunas de ellas fueron estrenadas en el Gran Casino, como la Fantasía para violonchelo y piano y el Impromptus para piano, dedicado a Leo de Silka; otras respondían a usos más circunstanciales, como el Schottis (1910), escrito para amenizar las sesiones de baile de la sociedad juvenil La Estaca.
En 1909 la Sociedad Coral de Bilbao le encargó una obra para su próxima campaña de "ópera vasca", organizada tras el éxito en Bilbao de Maitena, de Charles Colin. Surgió así Mendi-mendiyan, "pastoral lírica vascongada" sobre libreto de José Power, con cantables traducidos al euskera por José Artola y fragmentos declamados en castellano. Este título inauguraba una temporada lírica breve pero de importante repercusión, en la que también se dieron a conocer Lide ta Ixidor, de Santos Inchausti, y Mirentxu, de Jesús Guridi. Su estreno, efectuado en el Teatro de los Campos Elíseos de Bilbao el 21 de mayo de 1910, fue recibido con entusiasmo generalizado y causó un gran impacto. El propio Usandizaga se ocupó de la dirección musical de las representaciones. Además, llamó la atención la cuidada escenografía de Eloy Garay, sobre bocetos de Aurelio Arteta.
El éxito de Mendi-Mendiyan propició al año siguiente su estreno en San Sebastián (Teatro Circo, 15-04-1911) a cargo del Orfeón Donostiarra, y su reposición en Bilbao (Teatro Arriaga, 30-05-1911). También se realizaron gestiones para su presentación en Buenos Aires, que no fructificaron. Por fin, en 1912 José Artola tradujo íntegramente al euskera el libreto, que fue musicado en su totalidad por el compositor ese mismo año, según Natalie Morel.
Descubierto su talento y vocación dramáticos, Usandizaga emprendió la composición de una nueva ópera, Costa Brava, sobre un libreto de ambiente donostiarra y marinero escrito por Juan de Arzadun. Sin embargo, el proyecto no pasó de sus primeros esbozos. Sí concluyó, en cambio, la fantasía oriental Hasshan y Melihah (1912) y la cantata Umezurtza (1913), "escena popular" para soprano, tenor, coro y orquesta. Además, el consistorio donostiarra encargó a Usandizaga el himno 13 de Agosto de 1813, en conmemoración del centenario de la quema de San Sebastián. Escrito para coro, banda, trompetas y tambores, tuvo un estreno multitudinario en los jardines de Alderdi-Eder de la ciudad, y valió a su autor la Medalla de Oro del Centenario.
En busca de nuevos éxitos teatrales, el músico centró su atención en Saltimbanquis, pieza incluida en el libro Teatro de ensueño (1905), firmado por Gregorio Martínez Sierra -aunque escrito por su esposa, María Lejárraga- y con ilustraciones poéticas de Juan Ramón Jiménez. Tras contactar con el matrimonio Martínez Sierra en verano de 1912, comenzó el proceso de transformar el texto teatral en una ambiciosa zarzuela en tres actos, Las golondrinas. Junto a María Lejárraga, colaboró en la versificación de los cantables Cipriano Rivas Cheriff. Estrenó la obra la compañía de Emilio Sagi-Barba y Luisa Vela en el Circo Parish de Madrid (5-02-1914), obteniendo un triunfo de rotundidad y sonoridad históricas. Avalado por público y crítica, Usandizaga se convirtió de la noche a la mañana en uno de los compositores más célebres y admirados del panorama musical español. En pocos meses, Las golondrinas subiría a las tablas del Teatro Real de Madrid, viajaría por toda España, Argentina y Uruguay, y sería grabada por la compañía francesa Gramophone. Especial popularidad alcanzó la "Pantomima" orquestal del segundo acto, que gozó de una prolongada vida como pieza de concierto independiente.
En abril de 1914, Usandizaga fue nombrado Académico correspondiente de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, a propuesta de los compositores Tomás Bretón, Emilio Serrano y Joaquín Larregla. En Zaragoza, trabó amistad con la pianista Pilar Bayona, que incorporó a su repertorio algunas de sus piezas. Durante el último año de su vida, el músico se entregó a la composición de la ópera La llama, de nuevo en colaboración con los Martínez Sierra. Siguiendo la moda modernista del momento, el libreto desarrollaba una fábula alegórica y orientalizante, y su música compaginaba giros exotistas con algunos elementos del folklore vasco. Su estreno estaba previsto para la temporada invernal de 1915-16 del Teatro Real. Sin embargo, la muerte del compositor (5-10-1915) dejó en suspenso este proyecto, a falta de escasos detalles en la partitura. Este infortunio provocó una de las manifestaciones de duelo más multitudinarias de la historia contemporánea de San Sebastián, a la que siguió una oleada de homenajes póstumos.
Concluida y revisada por su hermano Ramón, La llama fue finalmente estrenada en el teatro Victoria Eugenia de San Sebastián el 30 de enero de 1918, y en el Teatro Lírico de Madrid el 30 de marzo de ese mismo año. A este acontecimiento asistió de forma oficial y extraordinaria la corporación municipal de Madrid. La nueva obra causó general admiración, especialmente por su rica orquestación; aun así, no logró el aplauso unánime de sus anteriores producciones, y no permaneció en repertorio. Por su parte, la versión íntegramente musical de Mendi-Mendiyan fue estrenada por la Sociedad Coral de Bilbao en homenaje póstumo al compositor (Teatro Campos Elíseos, 28-05-1916). Esta versión se representó más tarde en Donostia, coincidiendo con la celebración de un congreso del Consejo de la Sociedad de Naciones en la ciudad (3-07-1920). Ramón Usandizaga convirtió también en ópera Las golondrinas, añadiendo, modificando y reordenando diversos pasajes de la partitura, en una versión que estrenó el Liceo de Barcelona en 1929. Una tercera revisión crítica de esta partitura fue firmada por Ramón Lazkano ya en 1999. Además, otras piezas compuestas por José María Usandizaga fueron orquestadas o arregladas por su hermano Ramón.
A pesar de su fulgurante carrera musical, toda la trayectoria vital y profesional de Usandizaga aparece marcada y condicionada por la enfermedad. Aquejado de tuberculosis desde su infancia, su precaria salud le obligó a interrumpir con frecuencia sus trabajos, muchos de ellos escritos en retiros campestres del entorno guipuzcoano: en Bidania (Bidegoyan, Gipuzkoa) compuso el músico Mendi-Mendiyan; en Askain (Laburdi), las versiones pianística y orquestal de Hasshan y Melihah; en Urnieta (Gipuzkoa), Las golondrinas; en Lekunberri e Igantzi (Navarra), La llama. Su temprana muerte deja abierta la incógnita de hacia dónde y hasta dónde hubieran podido evolucionar su lenguaje y estética musicales, tal y como sucediera un siglo antes en el caso de Juan Crisóstomo Arriaga.
Su abundante catálogo muestra a un autor de creatividad deslumbrante y personalidad notable, si bien lógicamente inmadura en ocasiones. Sus primeras obras, compuestas en su mayoría en París, oscilan entre la música de salón, el tradicionalismo académico impuesto en la Schola (Ouverture symphonique; Suite en La) y la expresión más libre y personal (Sur la mer; Pièces pour piano op. 28). En esta primera época compuso también un corpus relativamente abundante de música religiosa y para órgano, estimulado sin duda por la orientación explícitamente católica de la Schola y por la importante tradición organística francesa.
Por otro lado, la estancia en París permitió a Usandizaga conocer novedades estéticas y musicales al margen de la ortodoxia de sus maestros. Especial trascendencia tendrían su admiración de la obra dramática de Puccini, que dejó honda huella en su propia producción escénica, y de la música nacionalista rusa, cuya influencia es patente en Hasshan y Melihah y en pasajes de Las golondrinas y La llama. En general, su música seguirá la estela del posromanticismo francés del momento, con escasas referencias a la escuela impresionista. En contadas ocasiones -Danza española (1902), en ritmo de tango; Jota (1910)- se observa un homenaje explícito al pianismo de Albéniz, autor ligado profesional y amistosamente al círculo de la Schola.
Tras regresar definitivamente a Donostia, su brillante técnica musical unida a un empleo distinguido del folklore vasco hicieron de él un referente de la naciente escuela nacionalista. En este sentido, es interesante constatar su relación de amistad más o menos estrecha con Guridi, Otaño o el padre Donostia. Culminación de esta línea vasquista de su producción fue Mendi-Mendiyan, verdadero hito del renacimiento cultural vasco de esos años. En ella, Usandizaga proponía un uso sublimado de motivos folklóricos desconocido hasta el momento, basándose en la técnica wagneriana del Leitmotiv.
Si para muchos Mendi-Mendiyan constituía el nacimiento de una auténtica ópera nacional vasca, el estreno de Las golondrinas en Madrid fue saludado igualmente como cumbre y esperanza del teatro lírico en español. Su éxito comercial reflejaba el gusto sofisticado de una burguesía en ascenso, y precedió inmediatamente al de otras partituras teatrales de inusual envergadura como Maruxa de Amadeo Vives, o La vida breve de Manuel de Falla. No obstante, en las décadas siguientes las preferencias del gran público se orientaron hacia propuestas más populistas, y Las golondrinas quedó un tanto relegada, aun permaneciendo en repertorio.
Puede considerarse a Usandizaga expresión sobresaliente y característica de la cultura vasca y donostiarra de la Belle Èpoque, que el músico vivió en todo su esplendor. Su carácter risueño, que contrastaba con un físico frágil, sus tempranos éxitos y su muerte prematura contribuyeron a convertirlo en ídolo de la música vasca del momento. Su modelo causó especial influjo sobre el joven Pablo Sorozábal, que participó en el estreno donostiarra de Mendi-Mendiyan y asistió a Ramón Usandizaga en su revisión de La llama. Con todo, el alejamiento de fuentes y temáticas estrictamente vascas, especialmente acusado en su última etapa, provocó decepción y cierto desconcierto entre un sector de pensadores y artistas comprometidos con el nacionalismo vasco.
En palabras de Ignacio López de Luzuriaga: